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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#91
A Zaide se le escapó una carcajada.

El Kirin, ¿huh? Me parece que te falta mucho arroz que comer para eso —dijo, cachondeándose. Solo los ninjas de más alto nivel lograban dominar la mejor técnica que Ōnindo había visto, y a su parecer, a Yota todavía le quedaba un buen trecho para siquiera pedir permiso para sentarse a la mesa de tan selecto grupo.

»Lo son. Vamos, déjame verlas en su plenitud —le apremió.
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#92
El Kirin, ¿huh? Me parece que te falta mucho arroz que comer para eso

Fue entonces cuando sin atenerme a los avisos del Uchiha mi mano acarició una de las espadas y sentí la llamada de la tormenta o ¿quizás estaba delirando? En cualquier caso aquel látido, aquella sensación de electricidad pura que terminó por activar todo mi sistema nervioso mientras la adrenalina iba haciendo su función.

— Joder, ¿lo has notado tu también?

»Lo son. Vamos, déjame verlas en su plenitud

No, definitivamente me estaban llamando a mí y no a él. Hice caso omiso a la petición del barbudo y mi otra mano también se posó sobre la otra espada, la que yacía virgen en su pedestal. Necesitaba embriagarme de aquella sensación hasta que ambos puños se cerraron, firmes, ante...

— ¿Las llamada de la tormenta dijiste antes? Sí, creo que me está llamando la jodida Tormenta
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#93
Zaide le lanzó una mirada impaciente.

Pues responde a la llamada, coño, ¡responde!

¿Cuánto más le iba a hacer esperar? Dos segundos más, y le apartaba del medio para tomarlas él mismo. Quizá no cumpliese con los preceptos pedidos, pero nadie tenía el alma tan atormentada como él, y a lo mejor con eso bastaba.
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#94
Dos segundos. Eso es lo que iba a darle, y eso es lo que le dio. Aunque, la verdad, se le habían hecho eternos. Como diez días. Diez días con sus diez noches exactamente. Así que colocó las manos por encima de las de Yota —que ya tenía firmemente agarradas las espadas—, y tiró de ellas.

Quizá Zaide desease gobernar a la Tormenta, pero Yota no, y lo único que necesitaba el kusajin era un pequeño empujoncito. Un jodido rayo que le despertase de una vez como al enfermo que acaba de sufrir una parada cardiorrespiratoria.

Zaide sería ese rayo.
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#95
Han pasado más de 72 horas desde el último post de Zaide, así que tomo el turno de palabra.

La duda pareció sembrarse en la mente de Yota, a juzgar por su repentina parálisis e inacción. Uchiha Zaide, harto de esperar, colocó las manos por encima de las del Kusajin y pegó un fuerte tirón del mango de ambas espadas. Quizás llevado por la sorpresa, las manos de Yota resbalaron de las vainas, y los Colmillos quedaron entonces en poder del Uchiha.

Ahora era él quien sentía aquella misteriosa llamada. Una llamada eléctrica. La llamada de una tormenta indomable que recorría sus antebrazos como una deliciosa electricidad estática.

La cuestión era: ¿qué pasaría a partir de ahora? ¿Quién quedaría como el nuevo y legítimo dueño de Los Colmillos?
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#96
Fue un pequeño momento de dudas, un pequeño pero preciso momento dubitativo que aprovechó el destino para sacarme de las manos aquellas dos dagas que me hicieron sentir tantas emociones en apenas unos breves instantes. Ahora en posesión del que había sido mi captor. Aquel cabrón que había amado y odiado a partes iguales en los últimos meses, puede que años. Ya ni sabía dónde estábamos, como para saber en qué año estábamos. Reconozco que llegué a pensar qué habría sido de Kusagakure sin mí y sin Daigo, con Kintsugi al mando. También había pensado en Ranko. Guardaba bonitos recuerdos de aquella muchacha.

— Mierda — mascullé entre dientes.

Zaide estaba sujetando las dagas, aquellas por las que pude haber sentido naturaleza de raiton a través de ellas.


— Vamos, devuelvemelas, ¡me estaban llamando!

No supe si estaba siendo víctima de la locura o no, pero me urgía recuperar las jodidas dagas. Mis manos se abalanzaron sobre las del Uchiha con un claro objetivo.
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#97
«¿Qué cojones…?»

Aún no las había empuñado, tan solo rozado, y ya sintió un estallido de electricidad estática recorriéndole los brazos y erizándole la piel. Hasta entonces, Zaide pensaba que aquellas espadas tenían un valor histórico y monetario por ello. Ahora, lo intuyó en lo más profundo de su ser, era algo más. Aquellas espadas tenían algo.

Algo más. Algo inexplicable. Acumuló chakra Raiton en sus manos y dejó que fluyesen por las hojas, dejando que las sedientas hojas de acero se emborrachasen con su poder. Había matado al Señor de la Tormenta, ¿y no era así cómo se sucedían los cargos en Amegakure?

Dejadme empuñaros —les pidió, como si estuviese susurrando al oído de su amante—, y no me limitaré a traer la Tormenta al país en el que fuisteis forjadas. Os prometo... Haré que caiga sobre todo Ōnindo..

Supo entonces una segunda cosa. Miró a Yota, al que momentos antes pensaba cederle el botín. Le miró como el perro que tiene un trozo de carne entre sus patas y envía un aviso con su mera actitud corporal al otro perro que se acerca a olisquear.

Y entonces Yota fue a intentar recuperar las espadas...

... y Zaide tiró de ellas, tratando de liberarlas de décadas de encierro y alejarlas de las manos de Yota.

¿Las quieres? Creo que me sientan mejor a mí, ¿no te parece?
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#98
Han vuelto a pasar más de 72 horas...

Yota pareció despertar cuando Zaide le arrebató las espadas de las manos. Comenzó a increparle para que le devolviera Los Comillos pero, lejos de achantarse o de cambiar de opinión, el Uchiha se vio aún más legitimado por ellas.

Las espadas parecieron responder a su ruego. O al menos esa es la sensación que tendría Zaide cuando una nueva oleada de electricidad estática le recorriera los antebrazos.

Y fue en el momento en el que el Uchiha taladró con sus ojos a Yota y le formuló aquella última pregunta cuando sucedió. Como si alguien hubiese hecho explotar una bomba de luz, los dos shinobi se vieron envueltos por un cegador destello azulado que parecía provenir de todas partes y de ninguna. De repente, dejaron de sentir el suelo bajo sus pies. Pero no estaban cayendo. Y, al cabo de varios largos segundos, para cuando ambos pudieron abrir los ojos de nuevo, se vieron en un ambiente muy diferente. Sobre ellos caía una pesada lluvia y el sonido de un trueno retumbó en sus tímpanos. Ya no estaban en aquel claro sobre las aguas, ni los árboles del Bosque de Azur los rodeaban. En su lugar, se alzaban en la lejanía como amenazantes lanzas azuladas.

De alguna manera, era como si el propio bosque los hubiese expulsado de sus dominios y ahora se encontraban en alguna parte de las tierras del País de la Tormenta.
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#99
La pregunta quedó suspendida en el aire como una flecha atravesando jirones de nubes. Pero la saeta terminaría por caer, y solo quedaba por adivinar dónde aterrizaría.

De pronto, la tierra bajo sus pies cayó, y por un instante creyó que pudo ser obra de Yota. «¡Imposible, no es tan bueno!», se cuestionó, alarmado y cegado por una luz azul. Cuando fue capaz de abrir los ojos de nuevo, uno perlado por el rojo del Sharingan, sus pies volvían a pisar terreno firme. Estaba encharcado, y la lluvia caía sobre sus cabezas.

«Lluvia…» Ya no estaban al amparo de la arboleda del Bosque de Azur. Por un instante, miró las espadas que empuñaba. Su antiguo dueño, el tercer hijo de la Primera Tormenta. Iba a tener que repasar la historia de Amegakure, preguntándole a algún amejin. Bueno, preferiblemente, examejin. Aunque al precio al que estaba su cabeza, dudaba que hubiese diferencia del nivel de hostilidad. Desde luego, el Bosque de Azur era una maraña de entresijos, sorpresas y secretos, y él no había descubierto la verdad tras el truco de magia. Eso le fastidiaba, pero ahora mismo tenía cosas más apremiantes de las que ocuparse.

Miró de nuevo a Yota.

¿Qué va a ser, lechugo?
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Los reveses se seguían sucediendo. Había pequeñas treguas por mom entos, pero iban en cuentagotas. El último era aquel en el que Zaide se las había ingeniado para quitarme de las manos aquellas dagas que me habían llamado y que me pertenecían desde el momento de aquella llamada. Ahora las estaba disfrutando él. Por momentos sentí como que me quedaba bloqueado al ver como el Uchiha se hacía más poderoso gracias a las corrientes que provenían de las malditas espadas y de pronto un fogonazo lumínico que nos acabaría transportando a otro sitio.

«Qué narices...»

Pudimos sentir la lluvia mojando nuestras cabezas y nuestra ropa como si algo nos hubiese teletransportado a otro sitio. Buenas noticias al fin y al cabo, pues habíamos abandonado aquel bosque infernal de mala muerte. Mis manos terminaron de resbalar y cayeron a peso muerto hasta golpear mis muslos y detenerse. Quizás fruto de la despesración, quizás porque no veía otra salida pero me arrodillé en un acto casi reflejo.


— Me corresponden a mí. Me llamaron a mi, no a ti., Además, las necesitaré si quiero sacar a Daigo de la prisión en la que le condenaste. Portque... Si te lo pido no vas a ayudarme, ¿verdad?
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Zaide rio. Una carcajada ácida, carente de alegría.

¿Ayudarte a rescatar a Daigo después de venderle yo mismo? —Eso sería tan irónico y contradictorio que, le jodía reconocerlo, hasta sería propio de él—. Quien sabe, kusajin. Por el precio adecuado... quién sabe.

Aunque en aquellos momentos no se le ocurría que podía ofrecerle Yota que le interesase tanto.

Pero levántate, chico —dijo, molesto al verle de rodillas—. Yo no soy ningún Señor al que le tengas que rendir pleitesía.
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Demasiado tiempo de inactividad, y no es la primera vez. Uchiha Zaide se lleva las espadas. Podéis hacer un último post si queréis, pero la trama finaliza aquí.
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Pero Yota no se levantó. Permaneció de rodillas, como si tuviese fe en que el corazón de Zaide se apiadase por su acto de súplica.

Más suerte hubiese tenido teniéndole fe a la honradez de un ladrón.

Mejores resultados hubiese encontrado entregando su dinero y confianza a un estafador.

Uchiha Zaide invocó un águila con la que alzó el vuelo, y le miró por última vez antes de decir:

Entrégame la cabeza de la Morikage que os ha abandonado, y las espadas serán tuyas.

Un precio alto. Pero el precio del poder siempre lo era. Él lo sabía demasiado bien.


Zaide out
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