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Parecía que al fin tendría oportunidad de tomar un merecido descanso, pero en eso apareció la nieta del peticionario.
— ¿Kotetsu-san? ¿Estás bien? ¿Te has cansado? — Preguntó la joven mientras se ponía de cuclillas a su lado. — ¡Por Gouna-sama! ¡Estás sangrando! Espera, traeré algo para curarte.
—Tuve un pequeño altercado con una banda de cangrejos, pero al final fui yo el vencedor —dijo, con cierto grado de infantil orgullo—. Solo son unos cortes, no creo que haga falta…
Pero antes de que pudiese terminar hablar, la muchacha salió disparada como una flecha hacia la casa de su abuelo, para luego volver cargada con algunos insumos médicos.
El joven se quedo quieto, mientras observaba con curiosidad la forma en que procedían a atenderle. La muchacha vertió sobre sus heridas un poco de agua para quitar la arena, y luego procedió a limpiarlas con una sustancia que, pese a su apariencia inofensiva, probocaba un ardor que era bastante fuerte. Sin embargo, el rostro del espadachín no se congestiono en ningún momento, se mantuvo sereno. Aunque solo era en apariencia, pues le dolía lo suficiente como para quejarse internamente. Finalmente, le fueron vendados los tobillos, dejando poco o ningún rastro de la sangre y los cortes que tenia.
— Bien... Ya está. — Alegó sonriente.
—Gracias, Kaede-san —agradeció, con una gran y sincera inclinación de cabeza.
— Aunque no sé cómo te has hecho esos rasguños, espero que estés haciendo un buen trabajo. Yo vuelvo a mi lado de la playa, ¡y ten cuidado!
—Te digo que fueron los cangrejos, una banda de ellos que buscaba vengarse de mí y… —De pronto se dio cuenta de lo inverosímil que sonaba aquello—. Como sea, solo ten cuidado en tu lado de la playa.
Ya aquel incidente no tenía importancia, por lo que se levanto y busco sus instrumentos de trabajo, su bolsa y su arpón. No habría de pasar mucho tiempo hasta que comenzara de nuevo con su tarea de limpiar las arenas… Aunque lo extraño del suceso reciente seguía escociéndole internamente, pues le parecía que algo andaba anormalmente mal.
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Después de que volviese a ver que estaba totalmente solo, el genin volvió a recoger la basura que quedaba, a sus alrededores e incluso justo a la entrada de la playa parecía que tan solo quedaban algún par de colillas que al ser pequeñas no se distinguían mucho de la blanca arena, así que Kotetsu solo tendría que pegar una última ojeada para recogerlas todas.
Sin embargo, lo que sí quedaba por recoger bien —puesto a que con la ida y venida de las olas la basura entraba y salía del mar— era la costa, totalmente llena de deshechos, desde los más típicos a los que te preguntas: ''¿cómo ha llegado esto aquí?''.
Así que a Kotetsu aún le quedaba un poco para cumplir con su labor.
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El genin seguía con su ardua labor de limpieza, recogiendo cuanta basura encontraba en las arenas.
Para él resultaba notable la gran variedad de desperdicios que se podían encontrar en semejante sitio, los suficientes como para elaborar una amplia guía sobre todo aquello que las personas pueden desechar en una playa; ropas, metales, productos de higiene, plásticos, vidrios y otro sin fin de cosas que son llevabas y abandonadas en aquel sitio cuando es más fácil el tirarlas que arrojarlas en un lugar indicado.
“Las bañistas deberían ser más respetuosos con la naturaleza —pensó mientras sentía el hedor de la basura—. De seguro son descuidados porque dan por sentado que la playa será saneada por alguien, pero no es el deber ser”.
Era de esperarse, quizás debería sugerir que junto al salvavidas de turno hubiese un oficial, encargado de asignar considerables multas a quien osase ensuciar o perjudicar la costa. Claro, es posible que no le hiciesen mucho caso, pero en vista de que los botes de basura estaban casi vacios mientras que las arenas estaban rebosantes, le parecía algo muy necesario.
“Creo que lo más frustrante de todo no es el calor o los desperdicios, sino esa odiosa basura que va y viene con la marea”.
Observo como las olas llegaban y se retiraban, dejando desechos en la orilla o llevándoselos de nuevo, en una especie de molesto juego que, de tener fin, se vislumbraba lejano.
Aunque no todo era malo: Podía disfrutar de la sensación de tranquilidad que solo podía transmitir un lugar como aquel, amplio y vacio, con el soplar del viento y el ronronear de las olas, con las arenas blancas y las coloridas conchas marinas. Además, estaba aquella amable chica que le ayudaba a limpiar. De vez en cuando le arrojaba algunas miradas discretas, y otras no tan discretas, disfrutando de la agradable y alegre vista que proporcionaba su veraniego ser.
“Parece que ya falta muy poco”, se dijo a si mismo mientras veía el final aproximarse.
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Gracias a su arduo trabajo, Kotetsu por fin iba a dar por finalizada su tarea de recoger y limpiar toda aquella playa de la basura que se encontraba entre las arenas. Cansado, sudoroso y posiblemente maloliente, el joven genin se aproximó a la orilla que era donde le quedaba la mayoría de los deshechos por recoger, con suerte y gracias a la proximidad con el agua, al chico se le hizo mucho menos pesado recoger la basura de aquella zona.
Su saco comenzaba a pesarle, señal de que estaba cumpliendo con éxito la misión. Recogió una lata y la echó al montón, luego un periódico que se había volado por casualidad, al final, una pelota rota que ya se hallaba deshinchada.
Se secó el sudor como buenamente pudo y cuando mirase a sus alrededores, notaría como de orgullo se le hincharía el pecho, pues la playa volvía a estar tan blanca como todos los uzuneses recordaban aquel lugar.
Para su suerte, Kaede volvió para cuando él ya se alejaba de la orilla.
— ¡Kotetsu-saaan! —exclamaba ella desde lejos —. ¿Cómo vas? —preguntó cuando ya se halló lo suficientemente cerca del albino para poder hablar a un tono de voz normal.
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Le había costado trabajo; literalmente, sangre, sudor y casi lágrimas. Pero la playa había recobrado su antigua belleza blancuzca, y pese a que el hedor de la basura lo acompañaba en aquella pesadísima bolsa, el aroma del viento salino le aliviaba… Aunque no tanto como para que no desease con urgencia el darse una ducha.
Cuando estaba limpiando los últimos desperdicios en la orilla, un periódico volando a merced del viento fue a estrellarse de lleno contra su cara. El joven lo retiro con absoluta paciencia, y se tomo unos segundos para sujetarlo y leer el titulo de la primera plana:
¡UZUSHIO ES AZOTADA POR UNA AGOBIANTE OLA DE CALOR!
¿CUÁLES SERÁN LAS CONSECUENCIAS, PARA LA VILLA?
“ La respuesta es obvia —respondió interiormente—: En su búsqueda por algo que les alivie del calor, irán a la playa y allí dejaran sus males, en forma de una abundante contaminación… Pero como es cierto que es inevitable, también es cierto que habrá alguien que se encargue de limpiarlas”.
Se seco el sudor de la frente y observo sus alrededores. No estaba seguro de cuantas horas pudieron haber pasado, aunque su piel caliente olía a que llevaba mucho tiempo bajo el sol, pero ahora importaba poco, pues la playa volvía a ser un sitio tan puro y hermoso como el que viese el día en que llego a Uzushiogakure.
— ¡Kotetsu-saaan! —exclamaba ella desde lejos —. ¿Cómo vas? —preguntó cuando ya se halló lo suficientemente cerca del albino para poder hablar a un tono de voz normal.
— Muy bien, Kaede-san, creo que he terminado —respondió, con voz amable pero cansada—. Ha sido difícil, debo decirlo, pero el sentimiento de satisfacción por un trabajo bien hecho hace que haya valido la pena.
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Kaede lo miró, apenada; las gotas de sudor no se privaban de caer libres por la sien del joven que parecía realmente cansado, así que, con suavidad, tomó la mano de Kotetsu con delicadeza y le brindó una de sus mejores sonrisas.
—Entonces ya está, has hecho un gran trabajo —afirmó con convicción —. Espero que las playas sigan así de limpias durante mucho tiempo, o tendremos que volver a llamarte.
Con delicadeza comenzó a tirar del joven genin mientras salteaba pequeñas dunas de arena que se habían formado en la playa, ya libre de suciedad, la cual se encontraba encerrada en la bolsa de Kotetsu.
—Ahora solo tienes que informar a mi abuelo, creo que tiene un pergamino para ti, supongo que lo necesitarás para finalizar tu misión... En el edificio de la Uzukage, si no me equivoco.
Paró su pequeño paseo, justo cuando la playa dejaba de ser playa y el chico estaba a pocos metros de la casa del anciano.
—Ha sido todo un placer, Kotetsu-san; espero que todo vaya bien a partir de ahora —dijo Kaede mientras inclinaba un poco su tronco, haciendo una pequeña reverencia —. Yo me quedaré un rato más revisando que todo esté en orden, ¡ha sido un placer!
Movió su mano a modo de despedida —esta vez por última vez— y desapareció playa abajo.
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—Entonces ya está, has hecho un gran trabajo —afirmó con convicción—. Espero que las playas sigan así de limpias durante mucho tiempo, o tendremos que volver a llamarte.
—Yo también lo espero —afirmo, cansado—. De igual forma, cuando necesiten ayuda para sanear la playa, no duden en hacer una solicitud en el edificio del Kage. Puede que no sea yo quien venga, pero es seguro que asignaran a alguien para la tarea.
“Aunque… creo que me gustaría encargarme una próxima vez”.
El peliblanco se monto al hombro aquella pesada bolsa de basura, y la muchacha que le acompañaba comenzó a tirar de él presurosamente, como si quisiera trotar un poco por sobre aquellas blancas y puras arenas. Aquellos arranques de energía no eran algo habitual en el Hakagurē, pero se permitió el disfrutarlo por unos instante, más que todo para corresponder la amabilidad de aquella chica.
“Creo que es normal: Quien sabe cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que pudo correr tan despreocupadamente por la playa”.
—Ahora solo tienes que informar a mi abuelo, creo que tiene un pergamino para ti, supongo que lo necesitarás para finalizar tu misión... En el edificio de la Uzukage, si no me equivoco.
—Sí, con eso ya daría por finalizada la misión.
—Ha sido todo un placer, Kotetsu-san; espero que todo vaya bien a partir de ahora —dijo Kaede mientras inclinaba un poco su tronco, haciendo una pequeña reverencia —. Yo me quedaré un rato más revisando que todo esté en orden, ¡ha sido un placer!
—... El gusto ha sido mío, Kaede-san —respondió, mientras que con un poco de decoro desviaba su mirada de aquello que se mecía bajo el efecto de tan simpática reverencia—. Espero que todo se mantenga en orden durante un buen tiempo. —La muchacha agito su mano en forma de despedida y comenzó a alejarse—. ¡Una cosa mas, Kaede-san —le grito cuando ya estaba un poco lejos—, ten cuidado con los cangrejos!
Kōtetsu la vio alejarse, ahora sin vergüenza alguna al mirar el idílico espectáculo que ofrecía la mera presencia y andar de aquella jovencita playera.
Cuando ya no la pudo divisar más, se dio media vuelta y camino hasta la choza en donde debía estar Kageru. Se paro en la entrada y con voz moderada llamo hacia el interior:
—Disculpe la interrupción —dijo primeramente, por si estaba descansando o por si yacia ocupado—. He terminado con la labor asignada, la playa ya se encuentra limpia.
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Kotetsu se dirigió a la pequeña cabaña donde se encontraba Kageru, y antes de entrar o si quiera probar que la puerta estuviese abierta, llamó al señor con un tono de voz más alto de lo normal.
Kageru, por su parte; que se encontraba dormitando sobre su sofá, se levantó de un brinco y solo alcanzó a escuchar:
—... con la labor asignada, la playa ya se encuentra limpia.
—Ah, ¿sí? Bien, bien, ¡qué hacendosos son los jóvenes de hoy en día sí! —exclamó el viejo mientras se levantaba despacio y acudía a recibir al cansado genin —. Toma, joven, entrega este pergamino en la recepción del edificio de la Uzukage, lo has hecho bien hijo.
Cuando ya se encontró la puerta abierta y Kotetsu era libre de pasar a la choza —donde hacía igual o más calor que fuera—, Kageru fue a tomar un pergamino que tenía guardado y se lo tendió al de cabellos claros.
—Muchas gracias, de verdad.
Inclinó su cabeza un poco, lo suficiente para que el chico captase que simbolizaba agradecimiento para después volver a retirarse a su sofá, donde quedó dormido al instante.
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— Muchas gracias, de verdad. —Inclinó su cabeza un poco, lo suficiente para que el chico captase que simbolizaba agradecimiento para después volver a retirarse a su sofá, donde quedó dormido al instante.
— Gracias a ustedes, ha sido una experiencia gratificante —respondió en voz baja, mientras hacia una leve reverencia, para luego retirarse de aquel sitio.
El joven observo el horizonte azulado y la forma en que el sol pronto comenzaría a descender inexorablemente a su encuentro, produciendo un atardecer donde aquellos colores dorados y rojizos se desparramaban por todo el firmamento en un espectáculo grandioso.
Ya era tiempo de volver al edificio del Kage, pero se sentía cansado y sudoroso, y aún faltaban un par de horas para el atardecer… Viéndose allí solo, decidió darse un ligero chapuzón y disfrutar de un trabajo bien hecho: Elimino aquel aire sudoroso que le rodeaba, dejando solo aquel olor a sal que se impregnaba en la piel luego un baño en la costa, aquel famoso “aroma a playa”. Dejo que el oleaje acariciara sus pies y empapo su melena blanca como la espuma, para luego sacudirla como si del pelaje de un can se tratase.
El sonido de las olas y de las gaviotas que regresaban al nido, la sensación cálida de la arena y la frescura de la brisa marina y el olor que el sol le había conferido a su piel y el aroma del mar. De cierto modo se sentía feliz, apresado por una felicidad serena y orgullosa.
Le hecho un último vistazo a la vastedad de la orilla y sonrió, para luego retirarse.
***
Ya estando en el edifico del Kage, procedió a acercarse al mostrador con el pergamino que le había dado el anciano. Busco con la vista a quien estuviera atendiendo y procedió a hablar:
— Buenas tardes. Soy Hakagurē Kōtetsu y vengo a informar del cumplimiento de mi misión, el trabajo solicitado por el señor Akamane Kageru.
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Le dolía la cabeza un poco, lo suficiente como para apartar todo el papeleo que tenía para aquel día y ponerse a colocar los cajones del escritorio, cuando en el edificio irrumpió un joven de cabellos claros y que derrochaba aroma a arenas blancas y limpias y a agua salada. La joven recepcionista levantó su blanca mirada y lo encaró.
—Buenas tardes. Soy Hakagurē Kōtetsu y vengo a informar del cumplimiento de mi misión, el trabajo solicitado por el señor Akamane Kageru.
—Buenas tardes, un momento por favor —pidió la joven mientras sacaba un rollo con bordes de color y una gran D estampada en el medio, desenrrolló el pergamino y buscó el nombre que había mencionado el genin —Bien, aquí está, solo necesito los pergaminos que tienes que entregar, lo tacharemos y procederemos a darte tu recompensa, que se tramitará en uno o dos días.
Sonrió amablemente.
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—Buenas tardes, un momento por favor —pidió la joven mientras sacaba un rollo con bordes de color y una gran D estampada en el medio, desenrrolló el pergamino y buscó el nombre que había mencionado el genin —Bien, aquí está, solo necesito los pergaminos que tienes que entregar, lo tacharemos y procederemos a darte tu recompensa, que se tramitará en uno o dos días.
—Entendido —afirmo el joven genin, mientras colocaba los pergaminos solicitados sobre la barra—. Con eso quedaría todo en orden, así que me retiro. Gracias por su atención.
El espadachín realizo una leve reverencia y luego se dio la vuelta, dispuesto a retirarse. El trabajo ya estaba hecho y ahora solo le quedaba esperar su merecido pago, que llegaría por correo como solía hacerlo. Aunque para él la verdadera recompensa no estaba en la cantidad monetaria que iban a pagarle, sino en la experiencia misma que obtuvo mientras desempeñaba su misión.
Él había escuchado de otros ninjas que las misiones básicas eran aburridas y que nada tenían que aportar al desarrollo y prueba de sus habilidades, pero ahora estaba seguro de que aquello era una forma herrada de verlo: Las primeras misiones eran ideales para que los principiantes pudiesen entender que no todos los problemas de la villa se reducen a combates y que el campo de trabajo de un ninja es extremadamente amplio, con lo que incluye todo aquello que sea un servicio público o una labor social. También era una forma de conocer a la gente de la aldea, a la cual sirven, mientras realizan un trabajo que ha de desarrollar su sentido de pertenencia.
“Si… me pregunto que otra interesante misión me asignaran la próxima vez”, pensó mientras se marchaba a casa a descansar… y a tomar un baño de agua fría, pues ya estaba sudando otra vez.
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