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Cuando Ayame preguntase si Daruu se refería a que probablemente tuvieran que repartir las muestras ellos mismos, Daruu se limitó a cerrar los ojos y asentir con gravedad.
Ayame rio y dijo que esperaba que Kiroe se hubiera equivocado con el número de bandejas, y que no hubiera otras escondidas por ahí.
—Tranquila, Ayame —rio Daruu—. Llevo desde que nací en estas cocinas, y sólo hay cinco bandejas del horno grande. No te preocupes.
Ayame tomó de nuevo un poco de pasta, cogió una pizca de ralladura de fresa —esta vez sin quemarse la piel—, rebozó el bollo en el azúcar y lo dejó en la bandeja, orgullosa. Dio un saltito de alegría, y señaló que esta vez el bollo le había salido perfecto.
Daruu rio y señaló los diez bollos que había confeccionado él mientras Ayame hablaba y redondeaba el suyo.
—Los míos son perfectos y hay más —picó, con una risilla que por un momento recordaría a la de su madre.
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Daruu soltó una carcajada ante su comentario. Señaló la bandeja y Ayame hundió los hombros al ver que él había hecho otros diez bollitos mientras ella hablaba y hacía el suyo. Diez a uno.
—Los míos son perfectos y hay más —le picó, con una risilla que bien podría haber salido de los labios de Kiroe.
Ayame torció el gesto en un mohín y, en un gesto brusco, tomó más masa de calabaza y vainilla.
—¡Pues ya verás! ¡¡Haré más bollitos que tú y todos ellos serán PERFECTÍSIMAMENTE PERFECTOS!! —exclamó, decidida, al tiempo que se ponía manos a la masa. ¿Existía acaso la palabra "perfectísimamente"? Ni siquiera le importaba.
Aunque se odiara por ello, a veces Ayame era muy competitiva.
Y aún les esperaba un largo trabajo por delante para demostrárselo.
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Como esperaba, Ayame se picó y respondió con un desafío imposible: que haría más bollitos que él y que todos ellos serían perfectísimamente perfectos.
—Ya veremos, ya... —dijo Daruu, frotándose las manos.
Evidentemente, aunque Ayame ya conseguía darle una forma apropiada a los bollitos, Daruu tenía mucha más experiencia que ella. No solo eso, sino que mientras que Ayame necesitaba parar varias veces a tomar aliento, el muchacho podía coordinar las manos a toda velocidad sin que eso supusiera una fatiga física ni mental. Cuando terminaron todas las bandejas, Daruu se cruzó de brazos, orgulloso.
—¿Ves? He hecho un huevo más que tú. —Sacó la lengua—. Hala. Te toca a ti avisar a mamá, por perder.
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—Ya veremos, ya... —respondió Daruu, frotándose las manos, y Ayame alzó la barbilla en un gesto orgulloso.
Aquel intercambio de frases constituyeron el pistoletazo de salida. Ambos se pusieron de nuevo manos a la obra, y Ayame se esforzó con todas sus ganas en alcanzar a su compañero. Sin embargo, la diferencia de experiencia en aquella labor era una brecha insalvable entre ambos. Y aunque poco a poco fue ganando velocidad y confianza en sus movimientos, pronto comprobó que Daruu hacía aquello casi de manera mecánica, sus dos manos coordinándose de manera perfecta y, desde luego, mucho más eficiente y rápida que ella.
«¿Pero es que no se cansa?» Pensó en un momento que se vio obligada a detenerse. Contenía los resuellos para no demostrar su debilidad, pero le ardían los brazos de tanto amasar, mientras que su compañero seguía adelante como si nada.
Y al final, la derrota fue aplastante.
—¿Ves? He hecho un huevo más que tú —le espetó sin ningún tipo de pudor, sacándole la lengua. Y a Ayame, con un mohín de disgusto, le tocó callar y hundir los hombros, porque había quedado más que claro que Daruu podía hacer el doble de bollitos que ella casi sin esforzarse—. Hala. Te toca a ti avisar a mamá, por perder.
—"Hili, ti tiqui i ti ivisir i mimí, pir piiiirdiiiiir" —repitió entre dientes—. ¡Jolines!
Y, pese al berrinche infantil, Ayame se quitó el gorro y el delantal, los dejó sobre la percha que había junto a la puerta de la cocina y se asomó tímidamente para buscar a Kiroe con la mirada.
—Esto... ¿Kiroe-san? —la llamó, cuando la encontró—. Ya hemos terminado con eso.
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Ayame hizo una burla infantil y se alejó con los brazos prácticamente en jarra a la puerta de la cocina, tras quitarse el delantal y el gorro de cocina. Daruu se cruzó de brazos y sonrió con ternura, viéndola alejarse de esa manera.
«Desde luego, es única.»
Fuera en la cocina, Kiroe estaba teniendo la batalla encarnizada más difícil de su vida... contra una mancha del mostrador. Repetidamente, vaporizaba dos veces con el spray y frotaba con el trapo, con la lengua entre los labios. Pero la mancha no se iba.
—¡Ah, Ayame-chan! —dijo—. Un momento, que tengo que servir a unos clientes.
Justo en ese momento la cafetera pitó. Kiroe retiró la taza de café y la puso en una bandeja, donde ya habían otras dos tazas. Sirvió un poco de leche de un cazo hasta llenarla, y se la llevó. La dejó en una mesa ocupada por tres señoras mayores, que, escandalosas ellas, se reían cada dos por tres con una sonora carcajada. Kiroe hizo una reverencia, pareció reír con algo que le contaba una de las señoras y caminó de nuevo hasta la barra.
—Bien, veamos esos bollitos.
Ayame y Kiroe volvieron a entrar en la cocina. Kiroe se paró frente a las bandejas y asintió con orgullo.
—¡Muy bien! Así se hace. Creo que llevaríais este negocio de maravilla —dijo, y soltó una risilla. Daruu se sonrojó y apartó la mirada—. Si algún día os arrepentís del oficio de ninja, ¡os la cedo en herencia! ¡Ay, qué buena pareja hacéis! ¡Ay, QUÉ MONOS! —La mujer estrujó a los dos adolescentes en un fuerte abrazo, y los aplastó como si quisiera hacer otro bollito con ellos. Los soltó—. Bien, ahora quiero que salgáis ahí fuera y atendáis a los clientes que vengan mientras meto las bandejas en el horno. No será mucho tiempo, de verdad.
Daruu se alejó hacia la cocina, refunfuñando y rojo como un tomate.
—Ñiñiñi pareja ñiñiñi herencia ñiñi.
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La campanilla volvería a sonar cuando la puerta del negocio se abrió y un nuevo cliente ingresó. Cargaba un paraguas que no tardaría en cerrar y colocar en un receptáculo especialmente dedicado para ese fin. Seguidamente comenzaría a quitarse el abrigo de cuero cuando...
«¡Ah...! ¡Qué bien huele!»
No pudo evitar detenerse un instante para sentir el aroma de aquel sitio, la Pastelería de Kiroe. Aquella esencia que flotaba en el aire era tan poderosa que era capaz de romper por un momento la barrera de seriedad del joven médico.
Manase Mogura terminaría de quitarse su sobretodo de cuero y lo colgaría en el perchero cercano a la puerta. Desde luego que no sería necesario, pero aún así llevaría una mano hasta su cabeza para acomodarse el peinado.
Sin mayor demora, el joven médico de Amegakure tomaría asiento en una mesa desde la cual sería fácilmente visto y él podría llegar a tener vista de un delicioso postre, el postre que siempre probaba.
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Kiroe estaba un poco más allá, agachada sobre el mostrador y con un gesto increíblemente serio y concentrado, con la lengua entre los dientes. Parecía estar realizando la tarea más costosa de su vida... luchando contra una mancha en el cristal que se resistía a desaparecer. Frotaba, vaporizaba con el spray, volvía a frotar con fuerza...
—¡Ah, Ayame-chan! —exclamó la pastelera, volviéndose hacia ella al percibir su presencia—. Un momento, que tengo que servir a unos clientes.
—¡Claro, sin problema!
El silbido de la cafetera laceró sus tímpanos, y Ayame compuso una mueca de molestia. Kiroe se apresuró a retirar la taza de café, la depositó en una bandeja junto a otras dos tazas idénticas a las que sirvió un poco de leche para completarlos. Se llevó la bandeja a una mesa cercana, donde tres mujeres bastante ruidosas reían entre sí y, con elegancia, les sirvió los cafés, les dedicó una risilla a un comentario que no llegó a oír y después volvió con ella.
—Bien, veamos esos bollitos.
Regresaron juntas a la cocina, donde Daruu seguía esperándolas.
—¡Muy bien! Así se hace. Creo que llevaríais este negocio de maravilla —dijo con una risilla, y Ayame respiró aliviada al saber que lo habían echo bien. Tardó unos segundos más en asimilar lo que había dicho después, y su rostro no tardó en adquirir el color del tomate—. Si algún día os arrepentís del oficio de ninja, ¡os la cedo en herencia!
—¡¿QUÉ?! —Se le escapó a Ayame, en un ahogado gallo.
Pero más ahogada se vio cuando la mujer pasó sendos brazos alrededor de ambos y los estrujó con un fuerza que le robó el aliento durante unos instantes.
—¡Ay, qué buena pareja hacéis! ¡Ay, QUÉ MONOS! —Exclamó, antes de soltarles—. Bien, ahora quiero que salgáis ahí fuera y atendáis a los clientes que vengan mientras meto las bandejas en el horno. No será mucho tiempo, de verdad.
Ayame asintió, roja como un tomate. Pero por mucho que lo intentó resistirlo, no pudo contener una amplia sonrisa. No solían felicitarla de esa manera, ni solía recibir muestras de afecto así. De alguna manera... se sentía... feliz... querida.
Daruu se alejó, adentrándose aún más en la cocina, y Ayame le siguió extrañada con la mirada.
—Eh... ¿Dónde vas? Se supone que tenemos que salir fuera... —le preguntó, ladeando ligeramente la cabeza.
Y entonces escuchó el sonido de la campanilla de la entrada. Su primer cliente.
—¡Voy para alla! —exclamó, emocionada.
Con dos zancadas había salido de la cocina y se había plantado en el salón. Recorrió con la mirada las mesas, buscando al recién llegado, y entonces su sonrisa se amplió al verle.
—¡Moputa-san! —exclamó, feliz de ver al chico que le había ayudado con el examen de genin. Rápidamente se acercó hasta su mesa, pero se detuvo bruscamente a apenas unos pasos. Su rostro tornó a uno serio y pensativo y se llevó el dedo índice al mentón—. Ah... a ver... esto... el protocolo... ¡Ah, sí! —Inclinó el cuerpo en una florida reverencia—. ¡Bienvenido a la Pastelería de Kiroe-chan, donde el azúcar endulza los corazones! ¿En qué puedo servirle, señor?
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Daruu daba vueltas por la cocina, enfurruñado, hasta que escuchó la aleatoria melodía de la campanilla de la puerta de entrada. Se aclaró la garganta y se dirigió hacia la barra, aunque Ayame se le había adelantado.
Resultó ser Mogura, aunque Ayame le llamó Moputa. Daruu sonrió al verle, alegre de que volviera a la Pastelería de Kiroe-chan, una vez más, supuso, para pedir su ya característico pastel de fresa. Ayame se había adelantado por completo, acercándose hacia su mesa, de modo que Daruu se quedó en la barra. Se acercó a la nevera de los pasteles y empezó a cortar una generosa porción del postre favorito del chūnin.
—Bienvenido, Mogura-san. ¿Pastel de fresa, verdad?
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—¡Moputa-san!
Exclamaría una alegre Ayame que cruzaría el salón desde la barra hasta su mesa, acortando las distancias.
«Moputa...»
La subcampeona del torneo del Valle de los Dojos relucía en su frente una bandana de Amegakure, prueba de que ahora era una genin hecha y derecha.
Buenos días, Aotsuki-san.
Contestó con un tono tranquilo y un poco serio que, sin duda alguna, contrastaría con el tono de voz de la fémina.
Ah... a ver... esto... el protocolo... ¡Ah, sí!
Su rostro habría cambiado, su mirada se volvería más seria, y después, realizaría la correspondiente reverencia.
«Eso está un poco mejor.»
¡Bienvenido a la Pastelería de Kiroe-chan, donde el azúcar endulza los corazones! ¿En qué puedo servirle, señor?
Y antes de que tuviese tiempo a contestar a la pregunta de la joven jinchuuriki, la voz de un viejo amigo llegaría hasta su oído.
—Bienvenido, Mogura-san. ¿Pastel de fresa, verdad?
Mogura asentiría con un gesto leve de su cabeza a la vez que su mirada se posaba ligeramente sobre él.
Si, Daruu-san. Por favor.
Seguidamente, su vista volvería a la enérgica kunoichi.
Me gustaría acompañar mi pastel de fresa con té verde, Aotsuki-san.
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—Buenos días, Aotsuki-san —respondió él, serio y formal como lo fue en su primer encuentro siempre.
—¡Oh, vamos, puedes llamarme simplemente Ayame! Eso de "Aotsuki-san" suena demasiado formal para mí... —replicó ella, con una sonrisa nerviosa.
Y después de su floritura bienvenida, la voz de Daruu sonó desde detrás del mostrador.
—Bienvenido, Mogura-san. ¿Pastel de fresa, verdad?
—Si, Daruu-san. Por favor.
«Mogura. Es cierto, Mogura. Mogura.» Se repitió mentalmente la apurada Ayame. Pero entonces se dio cuenta de algo e infló los carrillos. «¡A Daruu sí que le llama por su nombre!»
—Me gustaría acompañar mi pastel de fresa con té verde, Aotsuki-san.
—¡Enseguida!
Volvió entre zancadas detrás de la barra, junto a un ocupado Daruu que en esos momentos estaba cortando una porción de un precioso pastel de nata con fresas por encima que tenía una pinta deliciosa. Ayame no pudo evitar salivar al verlo, pero enseguida sacudió la cabeza.
—Vaya, no sabía que os conocíais. ¿Dónde guarda Kiroe-san las tazas y el té verde, Daruu-kun?
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23/10/2017, 14:57
(Última modificación: 23/10/2017, 15:00 por Amedama Daruu.)
Daruu puso el pastel de fresa con cuidado en un platillo y ensartó una cuchara encima, perfectamente en diagonal, justo por debajo de un trozo de fruta. La presentación era muy importante, decía siempre su madre, y Mogura era un compañero con el que había vivido unas cuantas aventuras. Su opinión le importaba.
—Es un cliente asiduo de la pastelería y un gran amigo —contestó Daruu.
—¿Dónde guarda Kiroe-san las tazas y el té verde, Daruu-kun?
Daruu le tendió el pastel de fresa a Ayame.
—Toma, mejor sírvele el pastel y ya preparo yo el té —rio—. Porque supongo que no sabes preparar té verde, ¿verdad?
Dicho esto, Daruu se puso manos a la obra, y en un pequeño lapso de tiempo había preparado una taza de té verde para Mogura. Él mismo la llevó a su mesa.
—¿Qué tal andas, Mogura-kun?
Nivel: 15
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La joven kunoichi se dirigiría enérgicamente hacía la barra donde su compañero de acción se encontraría. Este terminaría de cortar con delicadeza una porción generosa del pastel favorito de Mogura.
No estaba prestando excesiva atención a lo que conversaban la dupla de genin, más bien su atención se hallaría en torno al pastel de fresa que Daruu le acababa de extender a Ayame.
El joven mozo por su parte se pondría con la tarea de preparar el té que el joven médico habría pedido también. Momentos más tarde llegaría a la mesa con él.
—¿Qué tal andas, Mogura-kun?
Mogura asintió con un leve gesto de su cabeza cuando el chico colocó la taza sobre la mesa.
Debo decir que bien.
Diría con un tono un tanto serio, como de costumbre. Extendería entonces una de sus manos para tomar la taza.
El Valle de los Dojos resultó ser un lugar interesante... ¡Pero hacía demasiado calor...!
Al emitir aquella opinión personal, su tono se habría vuelto un poco más agudo y jocoso por un instante. Seguidamente bebió un sorbo del té. No había nada como un poco de té caliente en un frío día en la Aldea oculta de la Lluvia.
¿Cómo has estado, Daruu-san?
Devolvería entonces la pregunta a su viejo compañero y amigo.
Nivel: 32
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Sin embargo, Daruu le tendió la porción del pastel que acababa de cortar.
—Toma, mejor sírvele el pastel y ya preparo yo el té —rio—. Porque supongo que no sabes preparar té verde, ¿verdad?
Con una punzada en el pecho, Ayame agachó la mirada con un ligero rubor cubriendo sus mejillas. No era muy amiga del té, pero, al contrario que con el café, sí sabía prepararlo. Sin embargo, no conocía como Daruu cómo funcionaban las cosas en la pastelería ni su modo de preparar las cosas, por lo que, con un pequeño mohín, se limitó a obedecer. Tomó el plato y se acercó a la mesa de Mogura, depositándolo con suavidad justo enfrente del chico.
Daruu se unió a ellos poco después, con una taza humeante sobre un plato que dejó también frente al cliente.
—¿Qué tal andas, Mogura-kun?
—Debo decir que bien. El Valle de los Dojos resultó ser un lugar interesante... ¡Pero hacía demasiado calor...!
Los dos chicos se enzarzaron en una cordial conversación, y Ayame se retiró unos pasos. La habían dejado a un lado y no quería entorpecer la conversación entre ambos. Por eso suspiró, se frotó con cierta inquietud el antebrazo y giró la cabeza buscando un nuevo cliente que atender.
Nivel: 34
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Daruu depositó la taza sobre la mesa y escuchó a Mogura. El genin aseguró que se encontraba bien, y que el Valle de los Dojos había resultado ser un lugar interesante. Pero hacía demasiado calor.
Daruu se quedó paralizado, con las manos todavía en la taza de té verde, y alzó la mirada hacia Mogura.
—Oye, ¿no te parece que nos hemos... olvidado de algo? —dijo. Meditó por unos instantes. Era la misma sensación que cuando se habían encontrado, allá en el banco del estanque de Nishinoya—. Déjalo, debe de ser mi imaginación, y que últimamente ando un poco cansado. ¡El entrenamiento está siendo muy duro!
Daruu estaba a punto de retirarse hacia la barra, cuando Kiroe salió por fin de la cocina.
—¡Ya está, chicos! Podéis volver a entrar dentro. Quiero que vigiléis los bollos hasta que se hinchen un poquito y tengan aspecto de cocinados. Ya sabes, Daruu, abres la puerta del horno, pinchas uno con un cuchillo superficialmente y ves si el cuchillo sale limpio.
Daruu asintió con la cabeza y se dio la vuelta una última vez para despedirse de Mogura.
—¡Nos vemos, Mogura-san!
Y se metió dentro de la cocina, donde sujetó la puerta hasta que Ayame estuviera dentro.
Nivel: 32
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Pero antes de que pudiera encontrar a algún cliente nuevo que atender, la voz de Kiroe desde la puerta de la cocina le hizo pegar un brinco:
—¡Ya está, chicos! Podéis volver a entrar dentro —dijo, y Ayame se volvió hacia ella para prestarle toda su atención—. Quiero que vigiléis los bollos hasta que se hinchen un poquito y tengan aspecto de cocinados. Ya sabes, Daruu, abres la puerta del horno, pinchas uno con un cuchillo superficialmente y ves si el cuchillo sale limpio.
Cerca de ella, Daruu asintió una sola vez y se dio la vuelta para despedirse de Mogura.
—¡Nos vemos, Mogura-san!
—¡Adiós! —correspondió ella, agitando una mano en el aire.
Se dirigió junto a Daruu a la cocina, pasó por delante de él con un leve agradecimiento cuando este le sostuvo la puerta, y enseguida el calor de los hornos y el olor de la masa recién cocinada volvió a envolverlos. Ayame se dirigió hacia los hornos y se agachó hasta que pudo observar el interior. Dentro, sobre las cinco bandejas, los pequeños bollitos de color naranja estaban adquiriendo un curioso tono tostado y el olor del dulce comenzó a inundar su nariz.
—Ah... ¡qué bien huele! Espero que nosotros seamos los primeros en probarlos. Ya que nos hemos esforzado en hacerlos... —comentó, con una sonrisa.
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