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Cuando entraron en las cocinas de nuevo, el dulce olor de los bollitos horneándose les invadió como una ola de algodón de azúcar derretido en una playa hecha por gominolas. Daruu se revolcó en la apetitosa esencia como si pudiera devorarlos todos en cuanto saliesen del horno.
—Ah... ¡qué bien huele! Espero que nosotros seamos los primeros en probarlos. Ya que nos hemos esforzado en hacerlos... —comentó Ayame con una sonrisa.
—Sí, seguro que sí —dijo Daruu, y dudó un momento. Luego añadió, con una risilla—: Y si no, cogemos uno discretamente...
Los muchachos vigilaron los pasteles durante un buen rato, tanto que el calor del horno les hizo sudar. Finalmente, cuando estaban volviéndose de un color anaranjado tostado, Daruu abrió el horno. Se apartó un poco para que el aire caliente subiera y no le diera en la cara, y pinchó uno de los bollos con el cuchillo.
—Ya están. Avisa a mi madre. Yo mientras voy a ir sacándolos...
Daruu había sacado las bandejas del horno en múltiples ocasiones. Para él, ya casi era una costumbre.
Cuando Kiroe y Ayame volvieron de la barra, la mujer aplaudió dando saltitos.
—¡Bien! —exclamó—. Anda, si ya los has sacado. Bueno, entonces me vuelvo a la barra. Ahora lo que tenéis que hacer es esperar un poco a que se enfríen. Así que supongo que podéis daros una vueltecita por ahí mientras, jijiji.
Los miró sonriendo maliciosamente, y ella misma se puso roja y volvió a la barra.
—No sé si prefiero la actitud de tu padre hacia nuestra relación o la de mi madre, la verdad. —Daruu se encogió de hombros y caminó hacia la puerta.
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—Sí, seguro que sí —respondió Daruu, aunque pareció dudar un momento. Luego añadió, con una risilla—: Y si no, cogemos uno discretamente...
Ayame palideció súbitamente.
—¡No! —exclamó, horrorizada ante la sola idea—. Aunque sea tu madre, esto no deja de ser una misión. Tenemos que ser profesionales o fallaremos. —En aquella ocasión, fue ella la que calló durante algunos segundos, dubitativa—. Además... no quisiera caerle mal o que Kiroe-san pensara mal de mí por algo así...
Aquella razón era mucho más personal que profesional, y era consciente de ello. Pero apreciaba demasiado a Kiroe como para que, por un simple desliz, pasara algo así. Nunca lo admitiría en voz alta, pero una parte de ella había empezado a quererla como a una hermana mayor o como a una...
Abrazados por el calor del horno, los dos chicos siguieron vigilando los pasteles durante un rato sumidos en sus propios pensamientos. Y sólo cuando comenzaron a volverse de un color que mediaba entre el anaranjado de la calabaza y el tostado del fuego, llegó la hora de la comprobación. Ayame se apartó cuando Daruu abrió el horno, y aún así el manotazo de aire caliente le dio de lleno y le hizo soltar un resoplido de angustia. Su compañero pinchó uno de los bollos con cuidado.
—Ya están. Avisa a mi madre. Yo mientras voy a ir sacándolos...
—¡Vale! ¡Ten cuidado y no te quemes! —respondió ella, antes de salir de la cocina entre largas zancadas.
No tardó mucho en encontrar a la mujer y regresar con ella, pero cuando llegaron, Daruu ya había sacado las cinco bandejas del horno.
—¡Bien! —exclamó la mujer, que aplaudía dando saltitos de alegría—. Anda, si ya los has sacado. Bueno, entonces me vuelvo a la barra. Ahora lo que tenéis que hacer es esperar un poco a que se enfríen. Así que supongo que podéis daros una vueltecita por ahí mientras, jijiji.
Pero antes de volver a salir de la cocina les dirigió una última sonrisa zorruna, con las mejillas arreboladas. Ayame no pudo evitar sonrojarse en consecuencia.
—No sé si prefiero la actitud de tu padre hacia nuestra relación o la de mi madre, la verdad —comentó Daruu, encogiéndose de hombros antes de echar a caminar hacia la puerta.
Ayame sonrió nerviosa, recordando la primera vez que había pisado esa cocina, huyendo de su hermano, y se había acabado topando con un interrogatorio por parte de Kiroe sobre los sentimientos que tenía hacia su hijo.
—Son como el día y la noche... —comentó, acompañando sus pasos hacia el exterior de la pastelería—. Y... bueno... ¿dónde vamos?
No creía que tuvieran demasiado tiempo hasta que terminaran de enfriarse los pastelitos, por lo que no podían alejarse demasiado del lugar. ¿Pero dónde ir en una aldea en la que no dejaba de llover?
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Daruu se quedó allá un momento, pensativo, entre la barra y la cocina.
—Bueno, yo con mi kasa y mi capa puedo ir a todas partes. ¿Has considerado salir con paraguas o con uno igual? —rio—. Ya se nos ocurrirá. Y si no, nos refugiamos bajo cualquier techo o algo.
—No os entretengáis tanto, tampoco —advirtió Kiroe a su hijo—. En una hora estarán listos. Y estará preparado el carro.
«¿El carro?»
Daruu reparó en un carrito blanco con una lona para la lluvia que estaba aparcado al fondo de la cocina, en el más oscuro rincón. De pronto, entre los calores de los hornos hacía frío. Mucho frío. De los pies a la cabeza, algo recorrió su cuerpo poniéndole los pelos de punta, como una corriente fantasmal.
—Oh, no...
«¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOooooooooooo...!»
—¿En serio nos va a poner a vender bollitos por la calle? —se quejó Daruu al aire, pateando una piedra del parque. Él llevaba puesto el kasa. A Ayame le había dejado la capa, que aunque le venía grande, tenía capucha y la protegía de la tormenta—. No puede ser... Qué humillación...
Si al menos sólo se hubiese limitado a eso... Pero Daruu pronto descubriría que aquél iba a ser uno de los peores días...
...DE SU VIDA...
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30/10/2017, 13:07
(Última modificación: 30/10/2017, 13:20 por Aotsuki Ayame.)
—Bueno, yo con mi kasa y mi capa puedo ir a todas partes. ¿Has considerado salir con paraguas o con uno igual? —rio—. Ya se nos ocurrirá. Y si no, nos refugiamos bajo cualquier techo o algo.
Pero Ayame alzó la cabeza con altanería burlona.
—Yo soy el agua, Daruu-kun. ¿Por qué me iba a molestar un poquito de lluvia?
—No os entretengáis tanto, tampoco —les advirtió Kiroe—. En una hora estarán listos. Y estará preparado el carro.
«¿Carro?» Pensó Ayame, ladeando ligeramente la cabeza.
Pero enseguida lo comprendió cuando Daruu maldijo en voz baja y palideció. Al fondo de la cocina, en un rincón oscuro, un carrito blanco con una lona para evitar la lluvia aguardaba a que alguien lo usara de nuevo.
Presumiblemente, los esperaba a ellos.
—¿En serio nos va a poner a vender bollitos por la calle? —farfullaba un irritado Daruu, al tiempo que pateaba una piedra del camino—. No puede ser... Qué humillación...
Ayame, que hasta el momento había estado tarareando una antigua canción sobre un carro robado en mitad de la noche, sonrió nerviosa por debajo de la capucha. Por mucho que protestara, Daruu había insistido hasta el final en que se pusiera su capa para protegerse de la lluvia, mientras él se resguardaba con su kasa. Después, agarrados de la mano, habían echado a andar hasta un parque cercano a la pastelería. No podían alejarse mucho si no querían terminar llegando tarde.
—Bueno, piénsalo de este modo: podría ser mucho peor. Imagínate que Kiroe-san nos hiciera disfrazarnos para vender los bollitos. ¡Eso sí que sería humillante!
Soltó una larga carcajada, al imaginar la escena.
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Por si fuera poco, encima Ayame tarareaba aquella estúpida balada de Hōki Manoromaru, "Me fue robado". A cada rato, Daruu chasqueaba la lengua, molesto. ¿Por qué no se callaba ya? ¡No tenía ninguna gracia!
A su comentario, Ayame se atrevió a hacer un poco de ficción y dijo que podría ser peor. Por ejemplo, su madre podría haberles hecho ir disfrazados para vender los bollitos.
Daruu miró hacia arriba y luego Ayame, a la que le sostuvo una larga e implorante mirada.
—Bien. Uno de vosotros, detrás del carrito, se dedicará a servir y a vender los bollitos. El otro se vestirá con este traje...
—¡Noooooooooooooooooooooo...
—...y zarandeará esta campana, ¡llamando la atención de los clientes!
—...oooooooooooooooooooooo!
Kiroe les tendió un disfraz. Era hinchable, y estaba pintado de un marrón anaranjado, como los bollitos de calabaza. Tenía un diminuto hueco para la cara y espacios para sacar la cabeza y las piernas.
—¡Pero mamá...!
—No, no, no. No soy tu madre —dijo Kiroe, con una risilla—. Soy el cliente de la misión. Y esto es lo que tienes que hacer. Y ahora, si me disculpáis, tengo clientela que atender. Jijijí.
—Jijí tu p... —musitó Daruu cuando Kiroe se alejó. Acto seguido, se giró hacia Ayame y le puso el traje en la mano—. Te vistes tú.
Clavó sus ojos blancos con los carrillos hinchados en la muchacha.
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31/10/2017, 11:49
(Última modificación: 31/10/2017, 11:58 por Aotsuki Ayame.)
«Quizás estoy comenzando a desarrollar alguna especie de poderes premonitorios. Quizás debería ir pensando en echar la lotería...» Pensaba Ayame mordiéndose la lengua mientras escuchaba las palabras de Kiroe.
Y es que, tanto para su desgracia como para la de Daruu, el destino les tenía preparada una desagradable sorpresa:
—Bien. Uno de vosotros, detrás del carrito, se dedicará a servir y a vender los bollitos. El otro se vestirá con este traje...
—¡Noooooooooooooooooooooo...! —sollozó Daruu.
—...y zarandeará esta campana, ¡llamando la atención de los clientes!
—¡...oooooooooooooooooooooo!
Kiroe les tendió algo, y Ayame tragó saliva con esfuerzo.
«Tierra, trágame...»
Era un disfraz. Un disfraz hinchable de color marrón anaranjado. Un disfraz de bollito de cabalaza con apenas unos resquicios para sacar la cara y las extremidades. Aquello sí que era la viva representación de la humillación. ¿Pero qué habían hecho para merecer aquello?
—¡Pero mamá...! —protestó Daruu, pero Kiroe respondió con una risilla de las suyas.
—No, no, no. No soy tu madre. Soy el cliente de la misión. Y esto es lo que tienes que hacer. Y ahora, si me disculpáis, tengo clientela que atender. Jijijí.
—Sí, Kiroe-san... —se esforzó en farfullar Ayame, pálida como la cera, antes de que la mujer se alejara alegremente.
Pero Daruu no pensaba ser tan complaciente.
—Jijí tu p... —De repente, Daruu se giró hacia Ayame y le puso el traje en la mano—. Te vistes tú.
—¡¿Q... QUÉ?! —exclamó ella, con los ojos abiertos como platos. Miró alternativamente a Daruu y al traje varias veces, y enseguida el rubor cubrió sus mejillas. Tensó todos los músculos y entonces negó enérgicamente con la cabeza—. ¡AH, NO! ¡NO, NO, NO Y NO! ¡¡ME NIEGO!!
Entonces Ayame escondió su brazo libre detrás de su espalda y clavó sus ojos castaños en los de Daruu.
—¡Echémoslo a suertes! ¡¡Y nada de usar el Byakugan, que nos conocemos!!
»¡Piedra, papel...!
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Ayame exclamó, indignada. Miró alternativamente al traje y a él y se puso roja como un tomate. Negó enérgicamente con la cabeza objetando encarecidamente a ponerse el traje. Daruu se cruzó de brazos e infló todavía más los mofletes, infantil. Se imaginó con el traje puesto. Ni de coña iba a aceptar humillarse de esa manera.
Entonces, la muchacha sugirió echarlo a suertes. Y le recordó que no valía usar su dōjutsu. Daruu resopló y puso una mano detrás de la espalda.
—¡Piedra, papel...!
¡...tijera!
«No me puedo creer que esté haciendo esto...»
—¡Los nuevos bollitos de la Pastelería de Kiroe-chan! —anunciaba, agitando la campana—. ¡Rebajados a la mitad! ¡Pruebe los bollitos de vainilla y calabaza para las festividades de Viento Gris! ¡Pruebe y maravíllese! —Levantaba la voz, pero el tono era átono, tan soso como la expresión entrecerrada de sus ojos, carente de toda la alegría que antaño los había habitado.
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No había manera que pudiera perder. De alguna manera, el piedra-papel-tijeras siempre se le había dado bien. Y Kōri podía dar buena fe de ello. En más de una ocasión se había librado del primer turno de hacer las tareas de la casa gracias a aquella extraña capacidad que tenía para ganar aquellos duelos. Y ella lo sabía. Y sabía aprovecharse de ello cuando le convenía.
La piedra ganó a las tijeras.
Y así, feliz como una perdiz, Ayame se vio libre de vestirse con aquel ridículo traje.
—¡Los nuevos bollitos de la Pastelería de Kiroe-chan! —anunciaba Daruu bajo la lluvia, agitando la campanita en el aire y haciéndola tintinear. Por un momento, cualquiera podría pensar que Kōri se había transformado en el Hyuga. Su tono de voz era incluso más desangelado que el que tenía El Hielo de normal, y sus ojos perlados, como los de un reo condenado a morir, se perdían en un horizonte inexistente—. ¡Rebajados a la mitad! ¡Pruebe los bollitos de vainilla y calabaza para las festividades de Viento Gris! ¡Pruebe y maravíllese!
—Así no vamos a atraer ni a las moscas, Daruu-kun... —comentó Ayame, apoyando sendos antebrazos en el carrito—. ¡Tienes que decirlo con más energía! ¡Sonríe! ¡Tienes que ser un bollito feliz!
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—Así no vamos a atraer ni a las moscas, Daruu-kun... —comentó Ayame, apoyando sendos antebrazos en el carrito—. ¡Tienes que decirlo con más energía! ¡Sonríe! ¡Tienes que ser un bollito feliz!
Daruu refunfuñó, y la miró durante unos instantes, clavando su mirada blanca en ella. Temblaba de ira, tanto que la campanilla que llevaba en la mano sonaba sola a pesar de que aparentemente no estaba moviendo los brazos. De pronto, como si alguien hubiera apretado un botón, Daruu esgrimía una sonrisa amplia, amplia y alegre. Pero sus ojos... Sus ojos decían otra cosa. Tenía el entrecejo profundamente marcado, y el dōjutsu activado. No se sabía si era un rostro feliz o el rostro de un asesino en serie.
Entonces Daruu se dio la vuelta y tomó aire.
—VAMOS, VENGAN. ESTOS SON LOS MEJORES BOLLITOS DE VAINILLA Y CALABAZA QUE PROBARÁN EN TODO ŌNINDO. VAMOS, VAAAAMOS. PRUÉBENLOS. NO SE ARREPENTIRÁN. SE LO GARANTIZO.
Agitaba la campana como si con cada clonk pudiera matar a una de todas aquellas personas a las que estaba intentando atraer.
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Daruu refunfuñó entre dientes y se volvió hacia ella. Ayame volvió a erguirse en toda su estatura bruscamente, asustada. Su compañero temblaba de ira, y la campanilla que sostenía incluso repiqueteaba con aquella energía.
Y si Ayame pensaba que su gesto daba miedo, es que no se esperaba para nada lo que venía a continuación. De un momento para otro, los labios de Daruu se curvaron en una repentina sonrisa. Una sonrisa amplia, de oreja a oreja, podría haber dicho incluso que alegre... si no fuera por sus ojos. Sus ojos estaban crispados por aquella ira primitiva, con el ceño profundamente fruncido y las venas de sus párpados hinchadas al activar su curioso dōjutsu.
Ayame retrocedió un paso. Aquella... aquella era la sonrisa de un psicópata.
—VAMOS, VENGAN —comenzó a bramar de repente, agitando la campana en el aire como si pretendiera apuñalar al primero que pasara cerca de allí con ella—. ESTOS SON LOS MEJORES BOLLITOS DE VAINILLA Y CALABAZA QUE PROBARÁN EN TODO ŌNINDO. VAMOS, VAAAAMOS. PRUÉBENLOS. NO SE ARREPENTIRÁN. SE LO GARANTIZO.
—¡No, Daruu-kun! ¡Así vas a asustar a la gente! —exclamó Ayame, que alzó el brazo en un amago de detener a su compañero. Pero sus pies, aterrorizados, se negaban a despegarse del suelo.
Una repentina brisa gélida le hizo estremecerse. Era como si alguien hubiera abierto una nevera gigantesca en mitad de aquella tormenta. Y frente a ellos, a unos pocos metros de distancia, Kōri los observaba con la cabeza ladeada debajo de un paraguas que, a la vista quedaba, estaba hecho de hielo.
—Veo que os va bien.
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Escuchó la vocecilla insistente de Ayame detrás suyo. Esa vocecilla que a ratos le encantaba y que ahora le ponía muy, muy nervioso. Daruu se giró como un resorte, todavía con aquella sonrisa falsa.
—¿AH SIIIIÍ? ¿TÚ CREES? —dijo, temblando de ira—. ¡¡Waaaarrrrrrg, no puedo más!!
—Veo que os va bien.
No lo había notado porque el calor que acumulaba el traje era suficiente para que no se percatase de la presencia de Kōri-sensei. Se dio la vuelta, con los hombros hundidos y lloriqueando.
—¡No! ¡Estoy haciendo el ridículo y encima no se me da bien llamar a la gente! ¡No puedo!
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—¡Hola, Kōri...! — exclamó Ayame alegremente, pero cuando él clavó sus ojos gélidos sobre ella, la sonrisa se congeló en sus labios, agachó la cabeza y se apresuró a añadir un rápido—: ...-sensei...
Pero Daruu no estaba tan contento como ella. De hecho no estaba nada contento con el papel que le había tocado interpretar. Y no tenía ningún tipo de reparo a la hora de demostrarlo. Daba verdadero miedo...
—¡No! ¡Estoy haciendo el ridículo y encima no se me da bien llamar a la gente! ¡No puedo!
Kōri ladeó ligeramente la cabeza, mirándole con fijeza.
—Mantén la cabeza fría, Daruu-kun. Reprime esa rabia o no conseguiréis atraer a ningún cliente, y entonces fallaréis la misión —le instó, directo como solía ser él. Entonces, con gesto distraído, se acercó unos pasos y sus ojos se pasearon por las bandejas—. Estos bollitos de vainilla están muy... naranjas.
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2/11/2017, 13:45
(Última modificación: 2/11/2017, 13:45 por Amedama Daruu.)
Su maestro ladeó la cabeza y le miró fijamente. Podría decir que fue una mirada dura, pero estaría mintiendo. Cualquiera que conociera a Kōri lo suficiente sabría con certeza que tratar de comunicarse mediante lenguaje corporal era tan difícil para él como comerse una sopa con un tenedor. Kōri le reprendió y trató de inculcarle algo de profesionalidad. Aquella era, en aquellas circunstancias, su misión. Y él era un ninja. Tendría que cumplirla, o si no, se quedaría sin la paga y con la reprobación del sistema militar.
—Tienes razón, Kōri-sensei —Daruu chasqueó la lengua con fastidio, sintiéndose mal, pero no por ello dejando de sentir que estaba haciendo el ridículo y maldiciendo a su madre interiormente—. Me esforzaré. —Respiró hondo y se preparó para cambiar de mentalidad. Se podía tomar aquello como una obra de teatro. Sí... actuar. Bloquear la ira. Dejar que el tiempo transcurriese. Pronto estaría en la comodidad de su hogar, lejos de todas las miradas clavadas en su disfraz de bollito...
—Estos bollitos de vainilla están muy... naranjas.
Comenzó la función. Daruu imaginó qué haría su madre. Y entonces...
—¡Eso es porque no son unos bollitos de vainilla cualquiera, caballero! —Daruu levantó la mirada exhibiendo la más radiante de sus sonrisas. Había algo en el tono de voz del muchacho que había cambiado casi por completo, y aunque cualquiera con un poco de experiencia sabría leer a través de su mueca y ver que sus ojos en realidad no estaban sonriendo, lo cierto es que trataba con todas sus fuerzas de, al menos, no parecer un psicópata que está deseando arrancarte los ojos. Como sin duda comprenderéis eso ya era un paso—. ¡Se encuentra ante una variedad LI-MI-TA-DA ante la llegada de las festividades de Viento Gris! ¡Una promoción inigualable, están a la mitad de precio! ¡Bollitos de vainilla y crema de calabaza! ¡Una mezcla deliciosa!
»Y con el refrescante sabor de siempre... ¡jijijí! —Daruu acercó su cara a Kori todo lo que pudo, sujetándole la espalda y acercándole disimuladamente hacia el carrito, empujando de forma suave, como el guardia que sutilmente te muestra la salida...
...y la única salida era comprar esos deliciosos bollitos exclusivos.
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—¡Eso es porque no son unos bollitos de vainilla cualquiera, caballero! —exclamó Daruu de manera repentina ante la pregunta de Kōri. El cambio en su actitud había sido brusco; tan brusco que logró sobresaltar a Ayame. De un momento a otro, el chico exhibía una radiante sonrisa e incluso su tono de voz había pasado de uno airado y ensombrecido a la melosidad emocionada de un experto vendedor—. ¡Se encuentra ante una variedad LI-MI-TA-DA ante la llegada de las festividades de Viento Gris! ¡Una promoción inigualable, están a la mitad de precio! ¡Bollitos de vainilla y crema de calabaza! ¡Una mezcla deliciosa!
Kōri le miró por el rabillo del ojo. Pese a su habitual inexpresividad, no parecía muy convencido de que le hubiesen cambiado la receta de sus amados bollitos de vainilla.
—Y con el refrescante sabor de siempre... ¡jijijí!
«S... ¿Se ha convertido en su madre?» Se preguntaba Ayame, atónita.
Pero Daruu, desplegando todas sus artes persuasivas, acercó el rostro al de su maestro, le pasó una mano por detrás de su espalda (en ese momento se daría cuenta de lo frío que estaba su propio cuerpo) y le acercó hacia el carrito con suavidad mientras Ayame observaba la escena con el corazón encogido. A Kōri nunca le había gustado demasiado el contacto físico por la diferencia de temperatura que siempre existía con el resto de las personas. Sin embargo,
el jonin parecía estar muy concentrado en los bollitos que exhibían las cinco bandejas como para importarle en aquellos momentos. ¿Conseguiría Daruu convencerle?
—Bien, los probaré. Ponme media docena, Ayame.
—E... ¡Enseguida! —exclamó ella, con un ligero brinco. Se apresuró a sacar una bolsa de plástico y metió dentro de ella seis bollitos de la primera bandeja. Después se la tendió con una sonrisa—. ¡Aquí tienes, Kōri-sensei! —Y entonces bajó la voz—. Guárdame alguno, ¿eh? Que yo también quiero probarlos...
Kōri entrecerró ligeramente los ojos.
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Finalmente, Kōri accedió a probar los nuevos bollitos. Mientras el Hielo se acercaba al carrito, Daruu se retiró, triunfal, cerrando los puños y flexionando los brazos. Esta pequeña victoria no iba a hacer que estuviera menos avergonzado por vestir un traje tan ridículo, «pero algo es algo», pensó.
Ayame sirvió los bollos y Kōri cogió la bolsa. La muchacha le dijo que le guardase alguno, pero Kōri se limito a mirarla con rencor y, segundos después, despedirse con la frialdad característica.
—Si quieres probar uno, págalo y cómetelo tú misma —dijo Daruu, entre risas—. Ya sabes cómo es Kōri-sensei con los bollitos. Cuando vuelvas, no va a haber para ti.
Poco a poco, más curiosos se acercaban al carrito. Daruu se empeñó a fondo en su papel, rojo como un tomate, de vergüenza y de ira, pero sintiendo que no tenía más remedio. Al cabo de una hora, cuando ya habían acabado con varias de las bandejas, apareció... Kōri.
—Pero, ¿otra vez, sensei?
—No estoy muy convencido de que estos bollitos me gusten más que los normales —analizó—. Por eso necesito... comprobarlo. Otra vez. Sólo unos pocos más.
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