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—Si quieres probar uno, págalo y cómetelo tú misma —le comentó Daruu, entre risas, cuando Kōri se alejó con su bolsa—. Ya sabes cómo es Kōri-sensei con los bollitos. Cuando vuelvas, no va a haber para ti.
—¡Pero es mi hermano! Se supone que debería compartir las cosas con su hermana pequeña —refunfuñó, inflando los mofletes—. Además, ¿cómo se va a comer él solo seis bollos en menos de un día? ¿Tú has visto el tamaño que tienen?
Siguieron con su labor. Con Daruu más participativo, aunque sin duda igual de avergonzado, la gente comenzó a acercarse al carrito movidos por la curiosidad y por el renombre de Kiroe como pastelera. Y lo que al principio fueron unas pocas personas, terminaron multiplicándose hasta convertirse en una multitud que acabó con varias de las bandejas en una hora.
En un momento de descanso que tuvieron, cuando hubieron despachado a prácticamente todos los clientes, Ayame se permitió el lujo de estirar los brazos y la espalda. Se estaba quedando rígida de estar en la misma posición tanto tiempo. Y el agua no podía ser rígida, porque si fuera rígida sería...
—Pero, ¿otra vez, sensei? —escuchó la voz de Daruu, y Ayame parpadeó confundida.
—¿Uh?
Pero allí estaba él. Inconfundible. Cubierto por aquel curioso paraguas de hielo y escrutándolos con sus ojos escarchados.
—No estoy muy convencido de que estos bollitos me gusten más que los normales —analizó—. Por eso necesito... comprobarlo. Otra vez. Sólo unos pocos más.
Pero Ayame se había quedado paralizada de la impresión, y no consiguió atender la orden de inmediato.
—No puede ser... —murmuró, y entonces le señaló con un dedo acusador—. ¡¿Te los has comido todos en apenas una hora?!
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Kōri entrecerró los ojos y le tendió una tensa mirada a su hermana, que se prolongó en silencio durante al menos diez segundos. Sus ojos bajaron y se aterrizaron en el carro, posándose grácilmente en los bollitos como un ave que descansa sobre un cable de tendido eléctrico tras una larga travesía. Después, volvieron a tomar el vuelo y, de nuevo, fueron a parar a los iris avellana de Ayame.
—Por favor, señorita —dijo, átono—. ¿Sería tan amable de ponerme media docena de bollitos en una bolsa?
Miró a un lado, luego a otro. Luego, otra vez a Ayame. Y susurró:
—Hasta ahora, estáis cumpliendo muy bien con vuestra tarea. Supongo que seguiréis haciéndolo.
»Los bollitos, por favor. —Se metió la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta y sacó varias monedas, que reflejaron un instante el anaranjado brillo del alumbrado callejero.
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8/11/2017, 11:28
(Última modificación: 8/11/2017, 11:28 por Aotsuki Ayame.)
Kōri entrecerró los ojos en respuesta y, cuando clavó sus iris escarchados en ella, Ayame no pudo evitar estremecerse. La miró en silencio durante varios largos segundos que se le hicieron eternos. Sus ojos sólo la liberaron momentáneamente para posarse en los bollitos de vainilla y calabaza antes de volver a fijarse en ella.
—Por favor, señorita —dijo, con aquella voz carente de cualquier tipo de emoción—. ¿Sería tan amable de ponerme media docena de bollitos en una bolsa?
Pero Ayame, con los ojos abiertos como platos, parpadeó varias veces confundida, como si no hubiese terminado de entender lo que le estaba diciendo. Todavía estaba en shock por el hecho de que la hubiese llamado de "señorita". Si ya le resultaba terriblemente extraño llamar a su propio hermano "-sensei", que él hubiese puesto aún más distancia con aquel denominativo resultaba casi demoledor.
Fue entonces cuando Kōri miró a ambos lados, como si se estuviera asegurando de que no hubiera nadie cerca, y sólo después añadió, bajando la voz hasta convertirla en un susurro:
—Hasta ahora, estáis cumpliendo muy bien con vuestra tarea. Supongo que seguiréis haciéndolo. Los bollitos, por favor —completó, retornando su voz a la normalidad, mientras metía la mano en el bolsillo de su chaqueta. Las luces de neón más cercanas arrancaron destellos dorados y plateados de las monedas cuando las sacó.
Ayame sacudió la cabeza, aturdida como si acabara de despertar de un sueño.
—E... ¡Enseguida, señor! —exclamó, y enseguida se apresuró a coger seis bollitos más y meterlos en una nueva bolsa. Se la tendió, con una sonrisa forzada y tensa como las cuerdas de un violín, y aceptó de buena gana el pago—. ¡Espero que los disfrute, señor!
Sólo cuando se hubo alejado de nuevo, Ayame hundió los hombros y alzó una mirada desesperada al cielo.
—¿Pero le has visto? ¡Sólo le ha faltado sacar una daga de hielo para exigirme sus bollitos! —se lamentó a Daruu—. ¡Es un ansia! ¡Y eso que ha dicho que sólo quería unos pocos más! ¡Se ha devorado media decena de bollos en menos de una hora, y hará lo mismo con estos! ¡No me va a dejar ni uno! ¡¿Y qué es eso de "señorita"?!
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Daruu observaba la escena totalmente paralizado. Cuando el Hielo pasó a su lado, el frío gélido lo dejó si cabe aún más congelado. Kōri paró un momento en seco, y le miró desde arriba, con los ojos entrecerrados. Daruu tragó saliva.
—No te veo seguir atrayendo al público, Daruu-kun. —Un escalofrío recorrió el cuerpo del alumno mientras el profesor se alejaba.
Empezó a tiritar.
—¡B-bollitos de calabaza! Nu-nu-nuevos bollitos... Por la te-te-te-temporada de-de-de Viento Gris... —Daruu agitaba la campana desangeladamente.
—¿Pero le has visto? ¡Sólo le ha faltado sacar una daga de hielo para exigirme sus bollitos! —se lamentó a Daruu—. ¡Es un ansia! ¡Y eso que ha dicho que sólo quería unos pocos más! ¡Se ha devorado media decena de bollos en menos de una hora, y hará lo mismo con estos! ¡No me va a dejar ni uno! ¡¿Y qué es eso de "señorita"?!
Daruu giró el rostro lentamente hacia Ayame. Bueno, habría girado el rostro si no hubiera estado embutido en un disfraz de pastel gigante. Dando cortos pasitos, se dio la vuelta por completo. Tenía la piel blanca como la leche.
—Sigamostrabajandoporfavor. NoquierosabernadadeKōri.
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Kōri se había detenido un momento junto a Daruu, pero aunque Ayame no llegó a escuchar lo que le decía, sí se dio cuenta de que su compañero comenzaba de nuevo su retahíla entre aterrados y desesperados balbuceos mientras hacía sonar la campana con desgana:
—¡B-bollitos de calabaza! Nu-nu-nuevos bollitos... Por la te-te-te-temporada de-de-de Viento Gris...
Ante su queja al aire, Daruu se volvió hacia ella como pudo. Es decir, dando saltitos debajo de aquel enorme traje inflado. Lo que más le sorprendió a Ayame, fue ver que tenía el rostro pálido como la leche.
—Sigamostrabajandoporfavor. NoquierosabernadadeKōri —dijo, de manera atropellada, y Ayame parpadeó varias veces confundida.
Pero terminó por asentir y siguieron manos a la obra. Daruu seguía atrayendo a la clientela con su campana y sus gritos, mientras ella se encargaba de servir los bollitos que le pedían y recoger el dinero con una sonrisa. Así, poco a poco se iban vaciando las bandejas...
Y Ayame seguía sin haber probado un solo bollo de calabaza y vainilla.
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Poco a poco, la afluencia de la gente iba disminuyendo. Paseaban el carrito por la mayoría de las avenidas grandes. Daruu agitaba su campana con una radiante sonrisa, pero marcaba en una lista negra imaginaria a todas las viejas que, desde una esquina, le señalaban, se reían y se burlaban. Tan sólo la mitad de estas señoras se estaban refiriendo a él, pero desde la perspectiva de Daruu habían mil ojos clavados como cuchillos en su espalda de bollito. Jamás se lo perdonaría a su madre.
Decidió que, si de él dependía, si él se hacía Kage alguna vez, tenía que vengarse obligándola a servir como ninja una vez más y enviándola a la tarea más sucia y deleznable que se le pudiera ocurrir.
En fin, el día llegó a su fin y la escasa luz del sol en Amegakure se agotó, dando paso a una noche... lluviosa, cómo no. Los genin habían cumplido su misión, agotando por completo las existencias de los bollitos...
...excepto...
Cuando pasó por debajo de una farola, Ayame se dio cuenta de que allí, al fondo de la última bandeja, descansaba un único y último bollito, que había resistido la venta como un guerrero enfurecido hecho de dulzor y mucho amor.
Era su bollito. El bollito que estaba un poco deforme. El que, al principio de todo, había intentado hacer. Ese bollito.
Y la estaba mirando.
Decía:
Cómeme, Ayame-chan.
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Completaron poco a poco su tarea. Según iban paseando por las avenidas más atestadas de Amegakure, y al son de los cacareos de Daruu, el carrito fue vaciándose poco a poco. Y al final del día, con una última sonrisa forzada, Ayame sirvió el último bollo de calabaza y vainilla.
—Al fin... —suspiró, permitiéndose el lujo de estirar la espalda cuando el cliente ya se había alejado alegremente con su pedido.
Las luces de las farolas se prendieron entonces, dando por finalizada la jornada, y Daruu y Ayame emprendieron el camino de regreso en silencio. Daruu iba sumido en sus propios pensamientos, Ayame, cabizbaja y con los hombros hundidos, se lamentaba para sus adentros una y otra vez no haber podido probar aquella delicia. Todos los clientes parecían tan contentos después de haber probado los bollitos que habían hecho con su propio esfuerzo y sus propias manos... A ella también le hubiese gustado poder catarlos, y ya no cabía en ella la esperanza de que su hermano le hubiese dejado alguno.
«Jo... Es un glotón. ¡Y un idiota!» Maldijo para sus adentros, inflando los mofletes.
Y entonces pasaron por debajo de la luz de una farola y lo vio. Allí, solo, sobre la última bandeja que habían servido quedaba un único bollo. Un bollo deforme, que apenas llegaba a alcanzar la forma esférica que requería para ser perfecto. Era el primer bollo al que había dado vida con sus manos. Era su bollo.
Ayame tragó saliva con esfuerzo, y con una última sacudida de cabeza, sacó el monedero del bolsillo de su pantalón, dejó varias monedas junto al resto del dinero que habían recaudado con la venta y cogió con suma delicadeza su propia recompensa. Su propio bollo anaranjado y amorfo. Su querido bollo deforme.
Pero justo antes de llevárselo a la boca recordó algo. Sonrió para sí y se detuvo un momento. Necesitaba ambas manos.
—¡Ten! —le dijo a su compañero, tendiéndole la mitad del bollo que acababa de partir. Esbozó una sonrisa nerviosa—. Seguramente no sepa tan bueno como los otros, que estaban mejor hechos pero... tú también te mereces probarlos, Daruu-kun.
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Fue cuando cruzaron por una de las últimas calles antes de llegar a la Pastelería de Kiroe-chan que Ayame se paró en seco. Daruu casi chocó contra ella.
—¿Eh? ¿Qué pasa? —preguntó el muchacho.
Ayame había sacado varias monedas y las había puesto junto a la recolecta. Había encontrado el último bollo, por fin un premio que podía reclamar. Daruu sonrió.
—¡Anda, mira qué bien! Ha sobrado uno. Ahí lo tienes, tonta, ¿ves como podías probarlos?
Pero Ayame se dio la vuelta y le tendió la mano para ofrecerle medio bollo.
—¡Ah, no, no! —protestó Daruu—. Tranquila, yo me he quedado con la receta... Jijiji. ¡Me haré bollitos para mí! —Pero su tripa no opinaba lo mismo. Rugió con la furia de una manada de leones, y Daruu se vio obligado a tomar su parte del bollo—. Bueno, gracias... Y que esté un poco feo no importa. El bollo tiene los mismos ingredientes. Y con suerte este bulto de aquí es MÁS CREMA.
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—¡Ah, no, no! —protestó Daruu—. Tranquila, yo me he quedado con la receta... Jijiji. ¡Me haré bollitos para mí!
Sin embargo, su estómago le traicionó vilmente, rugiendo con la furia de un león hambriento. Ayame no pudo evitar ampliar aún más su sonrisa, sabiéndose vencedora del conflicto. Al final, Daruu se vio obligado a aceptar su ofrenda.
—Bueno, gracias... Y que esté un poco feo no importa. El bollo tiene los mismos ingredientes. Y con suerte este bulto de aquí es MÁS CREMA.
Para su desgracia, no era más crema, sino una bolsa de aire. Ayame, ajena a aquel dato, seguía empujando el carrito bajo la eterna lluvia de Amegakure hacia la Pastelería de Kiroe-chan para completar la misión. No le importaba que sus pies chapotearan en los charcos, pero más de una vez tuvo que hacer alguna maniobra para que el carrito no quedara atrapado en alguno más grande de lo habitual. Lo único que les faltaba era rompérselo...
—Qué día más largo... —comentó en voz alta, con un pesado suspiro—. ¿Crees que Kōri se habrá terminado todos los bollos?
Golosa como sólo podía ser ella, Ayame aún guardaba la esperanza de poder probar una segunda vez aquella delicia.
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14/11/2017, 21:51
(Última modificación: 14/11/2017, 21:52 por Amedama Daruu.)
Los muchachos volvieron a la pastelería, cansados tras un duro día de trabajo. Daruu sudaba a espuertas debajo de su disfraz acolchado, y la campana tintineaba triste al compás del movimiento lento y en arco de sus brazos, caídos.
—Qué día más largo... —suspiró Ayame—. ¿Crees que Kōri se habrá terminado todos los bollos?
Daruu sonrió, evitó cruzar la mirada con la muchacha y respondió con sinceridad:
—Sin ninguna duda.
· · ·
Los muchachos llegaron a la cafetería de la madre de Daruu, ya cerrada. Ayame y Kiroe tuvieron que tirar con fuerza de Daruu para hacerle pasar adentro, porque el traje no cabía por la entrada. Todo esto mientras él mantenía una sobria cara de circunstancias. Menos mal que no había nadie más mirando.
Ya dentro, se despojó con alivio del disfraz de bollito y dedicó unos instantes a colocarse bien la ropa, y sobretodo, el pelo.
Kiroe volvió de dejar el carro en la cocina, y con gesto afable, les revolvió el cabello. Daruu, enfurruñado, se sacudió y volvió a arreglárselo como es debido.
—Bueno, chicos, ¡habéis hecho un gran trabajo! No ha sobrado ni uno —dijo—. Supongo que os habéis ganado una recompensa, ¿eh?
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Daruu no la miró, pero Ayame adivinó una sonrisa en la comisura de sus labios cuando afirmó:
—Sin ninguna duda.
Quién les iba a decir que lo más difícil de la misión no iba a ser cocinar los bollitos, ni siquiera venderlos por las calles, sino intentar hacer pasar a Daruu a través de la puerta de entrada de la cafetería de Kiroe. La pastelera se había negado a desinflar el abultado traje inflable que llevaba su compañero, por lo que, tanto ella como Ayame, se vieron obligadas a afanarse en tirar de los brazos del chico hacia dentro del local. Hicieron falta varios minutos de intensos tirones mientras Daruu aguantaba la compostura con cara de circunstancias. Al final, el chico consiguió entrar con un repentino plop, pero el momento fue tan repentino que Ayame, arrastrada por la inercia, cayó de culo al suelo...
Y estalló como un globo de agua.
—Ay, ay, ay... lo siento... —murmuró Ayame cuando recuperó su forma corporal, mientras se frotaba con gesto dolorido la parte baja de la espalda.
Kiroe dejó el carrito en la cocina y alzó ambas manos hacia ellos. Ayame no pudo evitar encogerse sobre sí misma, y se vio sorprendida cuando la mujer simplemente le revolvió el pelo con una sonrisa afable. Sin embargo, Daruu (que ya se había quitado el traje entre varios refunfuños, no parecía tan contento y se afanaba por volver a peinarse el pelo.
—Bueno, chicos, ¡habéis hecho un gran trabajo! No ha sobrado ni uno —dijo Kiroe—. Supongo que os habéis ganado una recompensa, ¿eh?
Ayame esbozó una alegre sonrisa, con el pecho henchido de orgullo como un pavo real, y comenzó a balancearse sobre sus talones.
—Sí, Kiroe-san. Ahora tenemos que ir con Arashikage-sama para informar de que hemos completado la misión con éxito.
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Kiroe negó con la cabeza (y de paso, con el dedo índice).
—No, no, no. Si eso, a un encargado. De todas formas no hace falta que vayáis a ninguno de los dos —dijo Kiroe—. A quien realmente deberíais de buscar es a...
· · ·
...Kōri-sensei.
Según las explicaciones de su madre, Kōri había reportado ya el cumplimiento de la misión bajo permiso de Kiroe, de modo que era él quien tenía la recompensa de los muchachos en sus gélidas manos. Tras una corta visita a casa de Ayame, Zetsuo les indicó —bueno, le indicó a Daruu, porque él y su hija seguían sin hablarse— que el Hielo no se encontraba en casa, sino que había salido a cenar con un ex-compañero de equipo.
Los muchachos, llenos de curiosidad, se habían dirigido hacia la dirección que Zetsuo les había indicado. Cansados, con los pies doloridos, sucios y mojados por la lluvia, acabaron en un concurrido mercado, con tenderetes de comida semi-callejera a ambos lados (en Amegakure, la comida no podía ser callejera. Se mojaba. Lo veréis comprensible. En su lugar, habían pequeños locales con taburetes cubiertos por toldos impermeables). El olor de la comida recién hecha les llegó, sobrepasando incluso la cortina de agua que caía, inclemente, como siempre.
Una figura blanca en la distancia les llamó la atención. Estaba sentado al lado de otra, una mujer de cabello largo y rubio.
—Oye, crees que... ¿interrumpimos algo? —Daruu tragó saliva.
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Sin embargo, Kiroe levantó el dedo índice y lo movió de un lado a otro.
—No, no, no. Si eso, a un encargado —alegó, y Ayame se encogió de hombros. CUando había dicho Arashikage, en realidad era una manera general de referirse al edificio administrativo—. De todas formas no hace falta que vayáis a ninguno de los dos —añadió, para su completa extrañeza—. A quien realmente deberíais de buscar es a...
Ayame aguardaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido mientras Daruu le preguntaba a Zetsuo por la ubicación de su hermano. Tras una breve charla en la que ella ni siquiera se molestó en mirar a su padre, ambos chicos reanudaron la marcha hacia la dirección que les habían dado.
Ella aún tardó un buen rato en deshacerse de la amargura que sentía en el pecho. Por extraño que pudiera parecer, aquel silencio que mantenían desde el regreso desde el Valle de los Dojos le resultaba aún más doloroso que cuando le gritaba. Y nada parecía indicar que la situación fuera a mejorar pronto. Sin embargo, se esforzó con todas sus fuerzas en tratar de disimularlo y eclipsarlo con la careta del cansancio de llevar trabajando todo el día.
Ambos terminaron en un abarrotado mercado que exhibía diferentes puestos de comida protegidos de la lluvia por toldos impermeables. El olor de la carne frita, los fideos cociéndose, las especies, y varios ingredientes más que no supo identificar llegó hasta su nariz y se reflejó de forma inmediata en su estómago. Ahora que caía, desde que habían empezado la misión no se había llevado a la boca más que medio pastel de vainilla y calabaza...
—Oye, crees que... ¿interrumpimos algo? —la voz de Daruu la rescató del torbellino de hambre en el que se había sumido, y Ayame reaccionó sacudiendo la cabeza brevemente.
—¿Eh? Oh...
Y es que, a pocos metros de distancia, la figura inconfundible de Kōri resaltaba con toda su blancura en la noche de Amegakure. Junto a él se encontraba una mujer de cabello largo y rubio, posiblemente la excompañera de equipo del que les habían hablado. ¿Pero podría ser que...?
—¿Y si les espiamos? —Ayame esbozó una sonrisa maliciosa hacia Daruu.
No tenía ninguna constancia de que su hermano tuviera novia. De hecho, la simple le idea le chocaba como un martillazo en el cráneo. Alguien tan frío como su hermano... mostrándose cariñoso con alguien... teniendo novia... ¿Era posible?
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Ayame, entregada a otros pensamientos, sacudió la cabeza. Observó a su hermano en la distancia, y a la mujer que le acompañaba. Se dibujó una malévola sonrisa en el rostro. Daruu conocía muy bien aquella sonrisa: era más propia de su madre que de su compañera de equipo. Por eso, sintió un pequeño escalofrío y retrocedió un paso. Volvió a tragar saliva.
—¿Y si les espiamos? —sugirió Ayame.
La idea era tentadora, pero algo le decía que no debían hacerlo. Que no deberían. Al fin y al cabo, a ellos no les gustaría que alguien les espiase. ¿No? ¿No?
¿No?
Se habían ido moviendo de callejón en callejón, a escondidas, hasta que, finalmente, estuvieron lo suficientemente cerca para escuchar la conversación a hurtadillas.
—La verdad es que llevaba tiempo queriendo hablar contigo. Te echaba de menos. Además, hay algo que quería decirte.
Daruu miró a Ayame y susurró:
—Oh, Dios mío, ¡están juntos!
—Siempre es agradable pasar el tiempo contigo, aunque hace un poco de frío cada vez que nos vemos —bromeó la chica—. Y tampoco se diría que tienes tantas ganas de verme. Tu cara es una losa de marmol, como siempre. —La mujer golpeó el hombro de Kōri suavemente.
«¡Oh, Dios mío, están coqueteando!»
—Ya, ya, muy graciosa. Ya me conoces de sobra, Nihime-san. Bueno... Pues eso, quiero hablar de algo contigo.
—¿Vas a pedirme matrimonio al fin? —rió Nihime.
Daruu miró a Ayame. Tenía los mofletes hinchados, la cara roja, y hacía aspavientos con las dos manos. Estaba a punto de estallar de pura intriga.
—No creo que a Yannoga-san le hiciese mucha gracia. Cinco años casados para irte con el primero que te ofrece algo... de aire fresco. —Kōri intentaba con todas sus fuerzas hacer bromas, muy de vez en cuando. Pero acababan sin tener ni una pizca de gracia a causa de su manera átona de decir las cosas. De todas maneras, Nihime se rio.
Daruu volvió a mirar a Ayame, esta vez con el rostro lleno de confusión.
—¿Eh...? —dijo. Esta vez, se dio cuenta de que había hablado en voz alta y se tapó la boca con ambas manos.
—¿Qué pasa, Daruu-kun?
Los muchachos se vieron obligados a girarse de inmediato. Allí había otro Kōri, mirándolos fijamente. Y ambos podrían haber jurado que, aunque fuese ligeramente, estaba sonriendo. Les empujó, antes de explotar en una pequeña nube de humo.
Los genin cayeron de bruces frente a los dos jōnin que mantenían la agradable charla.
—De esto te quería hablar —continuó Kōri, con normalidad—. De mis adorables, pequeños, nuevos y entrometidos genin a mi cargo. A una ya la conocerás, y el otro... Es el hijo de Amedama Kiroe. Amedama Daruu-kun.
—Hmpf... —Daruu apoyó las manos en el suelo y se reincorporó con dificultad.
—¡Genin a tu cargo! —exclamó Nihime—. Vaya, Kōri-kun. Aún recuerdo los tiempos del equipo, con el sensei.
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Eran como dos sombras, perfectamente sincronizadas, fluyendo en la oscuridad de la noche tras el rastro de su presa. De callejón en callejón, los dos ninjas avanzaban de manera tan sigilosa que sus pies no parecían rozar siquiera el suelo.
¿Su objetivo? Información clasificada de alto secreto para todo el estado.
Ayame se acuclilló junto a Daruu en las sombras de la entrada de una de aquellas discretas callejuelas, apoyó la mano en la pared de ladrillo y agudizó el oído. Entonces miró a su compañero y asintió en completo silencio. Aquel era el lugar perfecto. Desde aquella posición podrían escuchar sin problemas las palabras que intercambiaban Kōri y la misteriosa mujer rubia.
Y nunca antes se alegró tanto de tener el oído tan fino.
—La verdad es que llevaba tiempo queriendo hablar contigo. —Allí estaba la voz de su hermano mayor, tan desangelada y falta de pasión como siempre—. Te echaba de menos. Además, hay algo que quería decirte.
Ayame se llevó una mano a la boca para reprimir una exclamación de sorpresa y su mirada se cruzó con la de Daruu. Parecía que él estaba pensando exactamente lo mismo que ella.
—Oh, Dios mío, ¡están juntos! —susurró él, y Ayame asintió en silencio.
¿Kōri admitiendo en voz alta un sentimiento? ¿Su hermano echando de menos a alguien? ¡Desde luego estaban ante un fenómeno totalmente extraordinario!
—Siempre es agradable pasar el tiempo contigo, aunque hace un poco de frío cada vez que nos vemos —bromeó la rubia—. Y tampoco se diría que tienes tantas ganas de verme. Tu cara es una losa de mármol, como siempre. —Y entonces le golpeó el hombro suavemente.
«¡Ay, ay ay! ¡Debo estar soñando! ¡Que es su novia de verdad!» Pensaba Ayame desde su posición. Inconscientemente, había apretado los dedos contra los ladrillos.
—Ya, ya, muy graciosa. Ya me conoces de sobra, Nihime-san. Bueno... Pues eso, quiero hablar de algo contigo.
«Nihime... se llama Nihime.» Por algún motivo que se le escapaba, aquel nombre revoloteaba en su cerebro como un lejano recuerdo...
—¿Vas a pedirme matrimonio al fin?
Poco le faltó a Ayame para desplomarse en el suelo de la sorpresa. Volvió a intercambiar la mirada con su compañero, unos ojos abiertos como platos, preguntándole sin palabras si había oído lo que acababa de oír. Él parecía tan sorprendido como ella, estaba rojo como un tomate y hacía extraños gestos con las manos. Como si estuvieran en el ansiado desenlace de una telenovela de renombre, ambos muchachos volvieron a prestar toda su atención a la insólita escena que se representaba ante sus curiosos e inocentes ojos.
—No creo que a Yannoga-san le hiciese mucha gracia. Cinco años casados para irte con el primero que te ofrece algo... de aire fresco.
Ayame ladeó la cabeza y se volvió hacia Daruu, rota de confusión.
—¿Eh...? —murmuraron a la vez en voz alta. Y a la vez también se taparon ambos la boca.
Pero fue la voz que escucharon tras su espalda lo que le terminó de helar la sangre en el corazón. Una inconfundible voz, átona, desangelada y fría como un témpano de hielo.
—¿Qué pasa, Daruu-kun?
Ambos se giraron como accionados por un botón. Y, para su completo terror, allí estaba también Kōri, penetrándolos con aquellos ojos de escarcha. A Ayame le pareció que había curvado los labios en una ligerísima sonrisa, pero nunca podría haberlo asegurado. Antes de que pudieran reaccionar de cualquier manera, les empujó fuera del callejón y los dos chicos cayeron de bruces contra el asfalto. Después, el clon se desvaneció en una simple voluta de humo.
—De esto te quería hablar —añadió el verdadero Kōri, con absoluta normalidad—. De mis adorables, pequeños, nuevos y entrometidos genin a mi cargo. A una ya la conocerás, y el otro... Es el hijo de Amedama Kiroe. Amedama Daruu-kun.
Roja como un tomate y muerta de la vergüenza, Ayame apoyó las manos en el suelo y se levantó casi al mismo tiempo que Daruu. Pese a las palabras de su hermano, ella no recordaba para nada a aquella mujer.
—¡Genin a tu cargo! —exclamó Nihime- emocionada—. Vaya, Kōri-kun. Aún recuerdo los tiempos del equipo, con el sensei.
En cualquier momento, aquella frase habría disparado una ristra de preguntas sobre el pasado de Kōri como genin; sin embargo, en aquel momento, en la cabeza de Ayame sólo revoloteaban dos preguntas inquietas.
—C... ¿Cómo sabías qué estábamos...? ¿Desde cuándo...? —balbuceó.
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