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Kōri se apoyó en la barra del establecimiento y, esta vez sí, les mostró algo tremendamente insólito, pese a lo breve: una sonrisa afable sincera que pasó por delante de ellos como una estrella fugaz.
—Os escondéis como un elefante detrás del tronco de un árbol —dijo—, y hacéis el mismo ruido que dicho elefante cruzando una tienda de instrumentos musicales.
Nihime rio.
—De modo que el hijo de Amedama-san, ¿eh? —canturreó—. Pero tienes los ojos de tu abuela.
—Sí —respondió Daruu, apartando la mirada.
—Es raro que no hayas adoptado el apellido Hyūga.
—No tengo ninguna conexión con el clan —le quitó importancia al asunto con un ademán de manos—. Además, he oído cómo se le llena la boca de miel a un Uchiha cuando habla del suyo, y no quiero parecer tan pedante en mi vida.
Nihime dio rienda suelta de nuevo a su risa, y de pronto Daruu pensó que si tuviera el pelo negro y los ojos morados podría haber pasado por su madre perfectamente.
—¿Cómo estás, Ayame-chan? Supongo que no me recuerdas, pero anda que no nos lo pasábamos bien jugando al escondite.
—Bien, supongo que estáis aquí por la recompensa de la misión, ¿eh?
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Kōri se apoyó en la barra del establecimiento en el que se habían parado, y, para estupefacción de todos los presentes, esbozó una tenue y delicada sonrisa.
—Os escondéis como un elefante detrás del tronco de un árbol, y hacéis el mismo ruido que dicho elefante cruzando una tienda de instrumentos musicales. —sentenció, y Ayame hundió los hombros y la cabeza, derrotada.
En cuestiones de sigilo, nadie podía superar a su hermano. Eso estaba claro. Pero tampoco esperaba que los descubriera de una forma tan rápida y humillante. Ella, que había ido tan confiada... Ella, que se había sentido como una auténtica sombra durante un instante...
—Jo...
Nihime se rió y entonces se volvió hacia Daruu.
—De modo que el hijo de Amedama-san, ¿eh? Pero tienes los ojos de tu abuela.
«¿También conoce a Kiroe y a la abuela de Daruu-kun?» Se preguntó Ayame, fracamente sorprendida.
—Sí —respondió Daruu, apartando la mirada.
—Es raro que no hayas adoptado el apellido Hyūga.
—No tengo ninguna conexión con el clan —replicó, agitando las manos en el aire para restarle importancia—. Además, he oído cómo se le llena la boca de miel a un Uchiha cuando habla del suyo, y no quiero parecer tan pedante en mi vida.
Un desagradable escalofrío recorrió la espalda de Ayame al escuchar aquel apellido. Sombría, se había cruzado de brazos en un gesto inconscientemente defensivo. Por suerte, allí estaba la afable voz de Nihime para apartarla de aquellos oscuros recuerdos y dejarlos de nuevo sepultados en el olvido donde debían permanecer.
—¿Cómo estás, Ayame-chan? Supongo que no me recuerdas, pero anda que no nos lo pasábamos bien jugando al escondite.
—Ah... ¿Al escondite...? Esto... —Ayame torcía ligeramente el gesto, tratando con todas sus fuerzas por hacer memoria. Pero por mucho que lo intentaba, aquellos recuerdos se habían quedado como lejanos ecos del pasado que no conseguía rescatar—. Lo siento, no termino de acordarme, Nihime-san...
—Bien, supongo que estáis aquí por la recompensa de la misión, ¿eh?
Ayame se volvió hacia Kōri con una suave sonrisa.
—¡Sí! Ya terminamos el encargo de Kiroe-san. ¿A que sí, Daruu-kun?
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—¡Sí! Ya terminamos el encargo de Kiroe-san. ¿A que sí, Daruu-kun?
Daruu miró un momento a Ayame. Luego a Kōri. Evitó mirar a Nihime, que se estaba riendo por lo bajo.
—Sí.
Kōri clavó sus desangelados ojos sobre el dúo. Alguien que lo conociese muy bien podría haber leído algo de diversión en el brillo azul de su mirada. Se llevó las manos a los bolsillos de las chaquetas y les tendió dos sobres con ryō, discretamente. Daruu cogió el suyo y se lo guardó rápidamente.
—Vaya, vaya —dijo Nihime, que parecía haberse dado cuenta de algo—. ¡Pero si os he comprado unos bollitos esta tarde! ¡Así que érais vosotros! ¡Ay, cómo no me di cuenta de que eras tú, Aya-chan!
Daruu se puso rojo como un tomate. Apartó aún más la mirada si era posible.
—Esos bollitos estaban de muerte, Daruu-kun. ¿Son nuevos, no? Nunca los había probado.
—Sí.
—Estabas muy mono vestido de bollito.
—¡No! —exclamó, indignado, con su piel tornándose ya de un violeta poco saludable, y se dio la vuelta, enfurruñado. Echó a andar.
—¡No os olvidéis de que pasado mañana os espero en la Pastelería de Kiroe-chan para otra misión!
—¡Si váis a disfrazarme de otra cosa, no contéis conmigo! —espetó Daruu, en la distancia, malhumorado. La gente se giraba y se quedaba mirándolo, extrañada.
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Tras el breve asentimiento de Daruu, Kōri clavó sus escarchados ojos en el dúo. Por un momento, a Ayame le pareció que le estaba divirtiendo la escena, pero tratándose de él, jamás podría asegurarlo con total rotundidad. Con discreción, sacó dos sobres de uno de los bolsillos de su chaqueta y se los tendió. Ayame recibió su parte de la paga con una sonrisa y se lo guardó.
—Vaya, vaya —exclamó Nihime repentinamente, como si acabara de darse cuenta de algo—. ¡Pero si os he comprado unos bollitos esta tarde! ¡Así que érais vosotros! ¡Ay, cómo no me di cuenta de que eras tú, Aya-chan!
—¡Ah, es cierto! —respondió Ayame. Después de ver pasar tantas caras en tan poco tiempo, era difícil quedarse con alguna en concreto, pero ahora que Nihime lo había mencionado, había rescatado el recuerdo de aquella tarde—. Estabas después de aquella mujer tan bord... digo... ¡Sí, ya me acuerdo! —se apresuró a corregirse, con una sonrisa nerviosa.
—Esos bollitos estaban de muerte, Daruu-kun. ¿Son nuevos, no? Nunca los había probado.
—Sí.
—Estabas muy mono vestido de bollito.
—¡No! —exclamó él, completamente indignado. El rubor de su rostro se estaba convirtiendo en un tono purpúreo que parecía almacenar toda la ira de los infiernos. Sin más preámbulos, el chico se dio media vuelta y echó a andar clavando cada paso en el asfalto como si pretendiera atravesarlo con su pie.
Y, aún así, Ayame tuvo que llevarse una mano a los labios para ocultar una risilla. Después se despidió de Kōri y Nihime y echó a correr detrás de su compañero.
—¡No os olvidéis de que pasado mañana os espero en la Pastelería de Kiroe-chan para otra misión! —les avisó Kōri en la distancia.
—¡Si váis a disfrazarme de otra cosa, no contéis conmigo!
—¡Allí estaremos! —le corrigió Ayame, con una nueva risilla.
A su alrededor, la gente se giraba hacia ellos y se quedaba mirándolos, extrañada. Sin embargo, a Ayame no le importó demasiado. Su sonrisa se congeló en su rostro al recordar que era hora de dejar atrás la diversión y volver a casa.
Hora de volver a encontrarse cara a cara con su padre...
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