Karma rió. La verdad es que Ringo y su madre eran adorables. Algo de aquella estampa le producía un indescriptible dolor en el pecho. ¿Era aquella la vida de familia feliz que la muerte de su madre y el pérfido deterioro mental de su padre le habían negado? ¿Así era tener una madre? ¿Una mujer cariñosa y jocosa que se preocupa por ti?
Quizás...
Tomó el pergamino y realizó una marcada reverencia, impregnada de respeto. Tuvo que contener las lágrimas.
—
Yo también lo espero, ojalá todo les vaya bien —respondió tras incorporarse.
Miró a Ringo y mostró la sonrisa más amplia que había bendecido sus labios desde que era una niña pequeña falta de comprensión, inocente y pura. Antes de que empezaran los abusos.
—
Espero que la próxima vez que nos veamos seas un genin, al menos —le estrechó la mano con solemnidad, mirándole a los ojos. La voz casi se le quiebra.
Kojima Karma se marchó. Dejó atrás a madre e hijo y retornó a su hogar. Rompió a llorar tan pronto cerró la puerta de entrada tras de sí. Ahora que creía comprender lo que le habían arrebatado... dolía. Necesitaba expulsar la tristeza y poner la mente en orden. También requería descanso.
A la mañana siguiente se internó en el edificio del Uzukage e hizo entrega del pergamino. Otra misión y otro día de paga.
Todavía se sentía triste por lo acontecido el día anterior, pero al menos podría comer una semana más.
Más tarde, ese mismo día, Karma se desplazó hasta
Kawarimi no Hon y cambió uno de sus libros —una novela muy antigua que trataba sobre una ciudad que encontró una bendición de los dioses en unas catacumbas escondidas en su subsuelo, pero esa misma bendición creó una plaga que la llevó a la ruina— por el tomo de las tapas carbonizadas. No le importaba deshacerse de aquella novela: ya la había leído miles de veces y sería capaz de narrarla de memoria.
No podía esperar a enseñarle ese curioso escrito a Uchiha Akame...