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—Cualquiera puede ganarme sin problemas —dijo como si tal cosa.
Aquella sentencia le dejó mudo. Normalmente, la gente tomaría su afirmación como una afrenta personal y le obligarían a retractarse. No así Karma, quién le preguntó qué creía él que significaba ser ninja.
Ringo se rascó la nuca. Nunca se le habían dado bien las preguntas filosóficas.
—Ser ninja significa… no tener que preocuparte por los gamberros, ni los abusones, ni de nada. Ser ninja significa ser el más fuerte. El mejor. Y, significa… ¡muchas otras cosas! —terminó, disimulando malamente que se había quedado sin ideas.
La muchacha cruzó una pierna sobre la otra y esbozó una sonrisa chusca.
—Supongo que estás en lo cierto, a su manera. Aunque ser "el más fuerte" puede significar muchas cosas —afirmó, haciendo alusión no solo a fuerza bruta, si no también a inteligencia y maña, enredos políticos, asesinatos encubiertos... La definición de "fuerza" nunca era tan simple en el mundo ninja—. Y cuando seas el más fuerte, ¿qué vas a hacer con ese poder? ¿Castigar a abusones?
Karma dejó pasar unos instantes, permitiendo que la pregunta fraguase en la mente ajena.
—Ser ninja es, como he dicho antes, obedecer órdenes. Significa formar parte de un grupo más grande que uno mismo, lo que a veces significa que la libertad queda en segundo plano —aseguró con calma, casi con un toque de resignación—. Ser ninja es...
Calló.
«Estoy pasando demasiado tiempo con Akame-sensei. Este chaval no necesita que le pegue una paliza y luego le diga que todos sus seres queridos van a morir antes o después.»
Entonces continuó:
—... ser ninja es servir a un fin mayor, independientemente de tus ideales. Muchos lo hacen porque quieren proteger la villa, especialmente a la gente que vive dentro de ella. Proteger la paz, ya sabes. A nuestros Kages les gusta mucho hablar sobre eso. ¿Qué es lo que quieres tú, Ringo-san?
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¿Qué si iba a castigar a abusones cuando obtuviese tanto poder? Desvío la mirada hacia el techo, y una sonrisa maliciosa cruzó su rostro. Pues sí, vaya que si lo iba a hacer.
Karma continuó con sus explicaciones, asegurando que ser ninja significaba obedecer. Cumplir órdenes, dejando cualquier libertad y moralidad personal atrás. No le faltaba razón, aunque…
—El Uzukage no debe obediencia a nadie —objetó, aprovechando el momento en el que la kunoichi se había callado. Luego, ésta le preguntó qué quería él. Qué haría él una vez obtenido el poder. Apenas dudó:—. Seré el próximo Uzukage —le prometió—. Y cambiaré el mundo. ¡Eso haré!
»Y como comprenderás, alguien que va a ser Uzukage y pretende cambiar el mundo no puede permitirse el lujo de que le hagan de niñera. Así que… —se llevó una mano al bolsillo trasero—. ¡Esta conversación se ha terminado!
Alzó la mano y la echó hacia adelante como si de un látigo se tratase, estampando una bomba de humo en el suelo, entre él y Karma. Segundos después, la kunoichi oiría la puerta corredera que daba al jardín abrirse.
Su mueca se acrecentó. «¿Cuándo perdí yo esa inocencia tan asertiva? Supongo que ese malnacido me la quitó a hostias».
—Ya veo, ya —quiso objetar que el Uzukage le debía obediencia a su aldea, a su gente, pero optó por guardar silencio. Ni siquiera era siempre el caso. Se le vino a la mente el nombre de Uzumaki Zoku.
—¡Esta conversación se ha terminado!
—Ringo-san, por f... —no dispuso de tiempo suficiente para finalizar su súplica.
¡Plomp! Una explosión, humo acaparando su visión y confusión lacerando su razonamiento. Todo al mismo tiempo. Se puso en pie por puro acto reflejo. Karma tosió varias veces, poniendo el ataque bajo control poco después. Se tapó la boca y la nariz con el antebrazo.
—¡¿Qué demonios...?! ¡Una bomba de humo!
Captó el distintivo sonido de una puerta cercana abriéndose. «¡¿El jardín?!». Corrió al exterior; su único guía era el recuerdo de la disposición de la habitación antes de que el jovencito le jugase aquella maldita jugarreta.
—¡Ringo-san! —lo llamó, llegase o no.
«Izanami, dame paciencia, porque como me des fuerza...».
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Entre la profunda humareda, la kunoichi se abrió paso a base de buena memoria espacial. Corrió al exterior, donde sus pulmones, agradecidos, pudieron respirar al fin aire puro. Gritó el nombre de Ringo, a quien distinguió al borde del jardín. Estaba a punto de saltar la verja cuando la oyó, deteniéndose en el acto. Dio media vuelta lentamente…
… y la miró. Entonces, negó con la cabeza.
Logró alcanzar el exterior, un fausto suceso. Lo hizo a tientas, a golpe de memoria. La atmósfera en el interior del salón se había convertido en una muy agobiante, muy rápido.
Pero no había tiempo que perder, no podía pararse a agradecer la existencia del aire fresco que le devolvía la respiración. ¡Ringo seguía en el jardín, no había escapado todavía! Karma quiso crear una relación de entendimiento y consenso entre ambos, y al final, ¿qué había ocurrido? Lo estaba persiguiendo. Aquella estampa era la más cruda imagen del fracaso.
Él negó con la cabeza. Ella le apuntó con el dedo índice, afilado como un kunai.
—¡Ni se te ocurra saltar esa valla! —advirtió, haciendo gala de un tono que presagiaba cólera, algo muy poco común en ella.
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Ringo volvió a negar con la cabeza. Alzó una mano, con tres dedos levantados. Bajó uno de ellos. Bajó el otro. Sonrió. Bajó el último dedo…
… y desapareció en una nube de humo.
¡Clac! Una esfera de papel tocando el suelo, frente a la kunoichi. Una bomba de luz que había caído del cielo, liberando un potente flash que cegaría a todo aquel que se encontrase a diez metros a la redonda.
Al mismo tiempo, oyó una voz desde arriba.
—¡Alguien que va a ser Uzukage no puede permitirse el lujo de dejarse atrapar tan fácilmente! —Era Ringo, desde lo alto del tejado. Aprovechando la confusión, había creado un Bunshin no Jutsu y había escalado por la pared gracias a un minucioso control de chakra. Soltó una carcajada fuerte—. ¡Hasta mañana, Karma-chan! ¡Pásalo bien!
Y, sin más preámbulos, corrió en dirección contraria por el tejado hasta saltar a una calle contigua.
La mirada de Karma quedó anclada a esos tres dedos, que luego fueron dos, finalmente uno. Pensaba que el jovencito buscaba ganar tiempo, burlarse de ella, y acertó. Con lo que la fémina no contaba es que Ringo todavía disponía de un par de ases bajo la manga...
Sus ojos danzaron en apenas un segundo de la nube de humo que antes era el aspirante a ninja a la bolita de papel; un craso error. El mundo, toda su existencia, se tiñó de blanco sin un solo suspiro de aviso. Karma gritó y se llevó las manos a los ojos, que se refugiaron tras sus párpados en apenas una fracción de segundo; pero no lo suficientemente rápido como para evitar el fogonazo.
No tardó en recuperar el pleno de sus capacidades, aunque aún sufría la presencia de un molesto punto negro que se posaba en el centro de su visión sin importar a donde la dirigiera. Un hastiado quejido se abrió paso desde el punto más profundo de su alma hasta sus labios.
«¡Este puñetero niño tiene más herramientas a su disposición que una armería ninja, joder!», gruñó, casi envidiando el poder adquisitivo de Ringo y su madre.
—Si esto es lo que quieres... —bisbiseó, furiosa, mirando al tejado.
El demonio estaba despertando.
No le importaba que Ringo la hubiera dejado en evidencia, para su autoestima aquello era el pan de cada día. Sin embargo, ¿sentarse hasta mañana e incumplir el encargo que se le había encomendado? ¿Traicionar la confianza de una jōnin? No, tenía que hacer algo al respecto, tenía que intentarlo, aunque fracasara como siempre.
Así era la irónica dualidad de la muchacha, dos partes enfrentadas que bien podrían personificar el Yin y el Yang. Una tan henchida de convicción, rabia, incluso odio... mientras que la otra apestaba a sumisión, miedo y autodesprecio.
Corrió, saltó y escaló la misma pared que el zagal había sorteado minutos antes. Una vez arriba lo buscó, zarandeando sus orbes dorados al este y al oeste, incluso al sur...
Quizás no era demasiado tarde.
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Cuando Karma al fin logró subir al tejado, contempló el panorama que le rodeaba. De frente, al Norte, las calles conducían a una conocida plaza que daba espacio a varios tenderetes y mercados. Al Este, un pequeño parque de Cerezos. Al Oeste, más casas y residencias del Barrio Rojo. Fue al Oeste, precisamente, donde captó movimiento. Una figura doblando una calle —la calle contigua a la vivienda de Eshima—, de la misma estatura que Ringo.
¿Sería él?
Al mismo tiempo, las voces de unos críos llegaron hasta sus oídos. Procedían del parque, y a Karma le pareció oír la frase el Repetidor Eterno entre sus palabras.
Absorbió el panorama como una esponja haría con el agua. Sus esfuerzos fueron recompensados con dos descubrimientos prometedores: un avistamiento de un joven que podría ser Ringo y cierta cháchara pueril que contenía un elemento clave.
Las pistas potenciales se desdoblaban, dejándola en una encrucijada, una elección. «Si pudiera clonarme...», barajó. Pero no podía. Las copias ilusorias del Bunshin no Jutsu le resultarían inútiles en una situación así. Una pena que aún le quedara mucho camino por andar antes de dominar algo tan complejo como el Kage Bunshin.
—Ringo-san mencionó que había repetido...
Estaba lanzando una moneda al aire, solo que este numerario, en lugar de tener cara y cruz, mostraba este y oeste.
Su elección: el este.
Tomó nota mental de la dirección que seguía la figura al oeste y saltó del tejado en dirección al parque, en busca de los niños.
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Quizá aquella misión fuese anodina para un ninja. Seguramente no se había alistado para hacer de canguro de un niño malcriado. Pero, aun así, estaba teniendo que usar parte de lo aprendido en la Academia, como si de una auténtica misión de rastreo se tratase.
La kunoichi pensó en su fuero interno que había lanzado una moneda al aire, mas no lo había hecho. No, su elección, pese a lo sencillo del caso, había sido mucho más complejo que aquello. Había entrado la intuición, la memoria, la deducción…
… y, por eso mismo, había acertado. Cuando llegó al parque, un jardín con cerezos y un par de bancos de piedra blanca, le vio. A Ringo, con el brazo retorcido tras la espalda, en una llave que le estaba aplicando otro chico. Un niño algo más alto, con uniceja y una cicatriz en una mejilla.
A su lado, otro chico, de una estatura intermedia entre el alto y Ringo. Tenía la cabeza rapada, las cejas gruesas y negras y se relamía los labios mientras contemplaba la escena. Anudado a su brazo derecho, la bandana del Remolino.
—¿Uzukage tú? —preguntaba el que mantenía la llave sobre Ringo, que forcejeaba inútilmente para liberarse—. El único Kage que puedes ser es el de los cerdos. ¡Ringo el Kage de los Cerdos! —exclamó, riendo, y despertando también una carcajada en su compañero.
—¡Que me sueltes! ¡Que me sueltes he dicho! —vociferaba Ringo.
Salvo ellos tres —ahora cuatro con la llegada de Karma—, el pequeño parque se encontraba vacío.
Había acertado. Fue una deducción simple, pero correcta, y como en casi todo en esta vida, eso era lo que importaba.
Contemplar a Ringo siendo maltratado por los otros mozalbetes no aplacó su ira. Era una espectáculo deplorable, pero la kunoichi no iba a dejar pasar la desobediencia de su "hermano menor" con ligereza.
Se fue aproximando al trío. Quiso dejar volar su cólera, preparar un Ōkashō y escupir un envite impregnado de chakra contra el suelo, rompiéndolo todo, llevándoles a perder el equilibrio y caer sobre los escombros, posiblemente asustándolos. Pero claro, aquello eran terrenos públicos de la villa, no parecía buena idea causar destrozos sin un buen motivo —motivo del que no disponía—.
Quedó a unos dos metros de los muchachos. «Así que a esto se refería con "no tener que preocuparse por los abusones"». Uno de ellos —el que necesitaba que le redujeran la lengua un par de centímetros con un kunai— portaba el emblema del Remolino en el brazo. «Inadmisible. Les hundía la cabeza a los tres. Al del hitai-ate se la pondría en su sitio solo para poder aplastarla una segunda vez».
—¡Eh! —quiso captar la atención de todos los presentes—. ¿Qué ha pasado con las lecciones de respeto y camaradería de la academia?
Se llevó las manos a la cintura. Empezó a darse golpecitos con el índice de la derecha, denotando impaciencia.
La faz de la fémina manifestaba todo tipo de emociones, pero el buen humor no estaba entre ellas.
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El chico del unicejo —que mantenía la llave sobre Ringo—, soltó de pronto a su presa del susto, al oír gritar a Karma. Pareció arrepentirse nada más verla, pero Ringo no perdió ni un segundo en poner tierra de por medio.
—Imagino que las aprenderé cuando vaya —le espetó, despertando una nueva carcajada en su compañero. Si Karma lo miraba con atención, descubriría que aquel chico, pese a ser el más alto, no llevaba bandana alguna—. Y Ringo también… Ah, no, espera —dijo, como si hubiese caído en algo—. ¡Que lleva repitiendo dos años!
Esta vez las carcajadas fueron atronadoras por parte de ambos, eclipsando los murmullos nada amigables que Ringo soltaba.
—Va, Uni, va, déjalo —habló por primera vez el genin. Se adelantó unos pasos para encarar a Karma, y cruzó los brazos sobre el pecho—. Solo estaban… arreglando sus diferencias. Cosas de críos —le guiñó un ojo—. No hay por qué meterse.
Le estaba costando horrores no agitar su brazo y prepararlo para golpear; era peor que tratar de mantener bajo control a un corcel desbocado agarrándolo de las riendas.
Karma miró de arriba a abajo al genin, a su compañero de aldea y rango, ahora que lo tenía delante. Transcurrieron unos segundos de tenso silencio. La Kojima sonrió.
Era una sonrisa macabra, oscura como el Yomi. Su paciencia se estaba agotando. La kunoichi acostumbraba a proyectar una imagen de debilidad. Intimidar no era lo suyo, ni por carisma ni por aspecto peligroso. Pero cuando algún suceso la conducía a mostrar un retazo del escalofriante abismo que era su mente...
... no parecía que estuviera muy bien de la azotea.
—Ringo-san se viene conmigo. A - H - O - R - A —arrastró las palabras sin cambiar de expresión, acuchillando con la mirada al del protector, sus ojos unidos con los ajenos.
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Karma tenía razón en algo. Ya fuese por su aspecto, o por el —poco— carisma que desprendía su tan sola presencia, en aquellos momentos de su vida no era capaz de intimidar a nadie. No, al menos, con una simple mirada. Para hacerlo, tendría que recorrer el camino difícil. El de ganárselo a pulso con sus propias acciones.
Por eso, el genin se limitó a sonreír. Ringo, no obstante, sí captó su enfado, y algo en él le dijo que era buena idea obedecer. Se puso a su lado.
—Voy… —murmuró.
Al genin se le ensanchó todavía más la sonrisa, como si ya adivinase cuáles serían las palabras de su compañero.
—Eso es, vete a esconderte bajo las faldas de tu mamá. ¡Cómo haces siempre! —se carcajeó, y la carcajada que afloró en la garganta del genin fue todavía más grande.
—¿¡Cómo dices!?
—Uni, basta ya, joder —dijo entre risas—. Que me duele el estómago de tanto reír.
—¡Yo no necesito esconderme de nadie! ¿¡Me oyes!?
—Ya se ve, ya —le rebatió, mordaz, señalando a Karma con un gesto de cabeza—. Ahora hasta necesitas escolta para salir de casa. No me extraña que repitas tanto…
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