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Se oyeron pasos al otro lado de la puerta. De un lado a otro, indecisos. No fue hasta que se pararon que le oyó.
—Eso estaría genial, Karma. ¡Muchísimas gracias!
— Muy bien...
Se retiró en dirección al primer piso con el mismo ritmo que había usado para llegar hasta allí. Ya abajo, Karma recuperó un semblante un poco más normal, entre distraído y alicaído, lo habitual en ella.
Tomó la bolsa que había dejado en la entrada y se la llevó hasta la cocina. Entonces se dio cuenta de que el libro que había cambiado todavía seguía en el interior de esta. «Ah, sí». Lo agarró y volvió a subir al segundo piso, a buen paso, para dejarlo sobre la mesita de noche de la señora Yoshikawa, donde en su momento había estado El Ninja Sabio.
Con eso rematado, circuló, una vez más, hasta la cocina. Sacó la compra y, debido a que no sabía dónde debía guardar cada cosa, lo dejó todo sobre la encimera, ordenado.
Entonces se puso a cocinar. Dado que no quería comer más de lo necesario por educación, Karma se decidió a preparar una cena frugal. Un bol de arroz y una sopa de verduras sería suficiente. Procuró lo que necesitaba con facilidad gracias a las indicaciones de la jōnin y empezó.
La cena estaba lista.
Puso las dos parejas de boles sobre la mesa baja central del salón, una frente a la otra. Humeaban con energía. La kunoichi también puso una botella de agua y un par de vasos.
Se colocó frente a las escaleras y gritó:
— ¡Ringo-san, a cenar!
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Ringo tardó más de lo necesario en bajar, pero lo terminó haciendo, con los ojos dilatados y nerviosos pero aire tranquilo. Esbozó una sonrisa temblorosa al encontrarse con Karma al final de las escaleras.
—Muchísimas gracias de nuevo, Karma —dijo, y luego sus ojos se fijaron en su cabello, envuelto en un moño por una toalla—. Oh, te has… ¿duchado? T-te queda bien el pelo así, ¡a todo esto! ¡Te favorece m-muchísimo!
Karma aguardó con paciencia al chiquillo. Después de lo que le había hecho esperar la anciana de la librería, aquello no era nada.
Cuando por fin apareció, la muchacha esbozó una media sonrisa. El gesto se dobló un poco cuando Ringo habló, quedando en una expresión indecisa que ni era una sonrisa sádica ni una mueca de descontento.
—No exactamente, solo quería lavarme el pelo —le respondió, siguiéndole el rollo—. Vamos antes de que se enfríe la cena.
Se apartó de las escaleras, quedando al lado derecho, recta como un poste, a la espera de que Ringo bajase y entrara al salón primero.
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—No exactamente, solo quería lavarme el pelo. Vamos antes de que se enfríe la cena.
—Sí, la verdad es que lo tenías algo sucio —comentó sin pensar—. ¡Q-quiero decir! No sucio sucio, sino un sucio bonito, un sucio comprensible para una kunoichi que no para de trabajar —trató de remediar—. Sí…
Pareció darse cuenta que mejor cerraba la boca y no decía más tonterías, porque lo hizo literalmente. Luego, avanzó, mirando a un lado y a otro como si de pronto se fuese a encontrar un hilo traicionero y una trampa mortal, hasta la cocina. Se sentó.
—Tiene una pinta riquísima…
Ringo seguía hablando a pesar de que debería de haberse mordido la lengua desde el primer momento. Karma guardó silencio, quedó mirándolo fijamente y entró en el salón tras él.
Tomó asiento frente al hijo de la cliente y musitó:
—Que aproveche.
Sin mayor ceremonia, la kunoichi comenzó a comer con tranquilidad. Empezó por la sopa, aunque a veces se llevaba una ración de arroz a la boca. Prolongó su silencio, ingiriendo la cena con buenos modales y sin apenas emitir sonidos, hasta que, cuando ya solo le quedaba medio bol de arroz por terminar, comentó:
—Ah sí, Ringo-san. Hay algo de los Iryō-Nin que no te dije —dejó caer, buscando la atención del chaval—. Se nos adiestra para combatir venenos y generar antídotos, pero también para crearlos y utilizarlos. Algunos te producen dolor insoportable, otros tos incontrolable, o terribles picores. Algunos te pueden matar sin que te des cuenta...
Enumeró con neutralidad.
—Son muy útiles. No solo pueden ser utilizados en combate directo, también se pueden introducir sin que la víctima se de cuenta, como por ejemplo, mientras duermen... o echándolos en su comida o en su bebida.
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Ringo empezó a comer con alegría, llevándose grandes bocados a la boca y sin apenas masticar. Casi no había comido al mediodía, cabreado con su madre como estaba porque hubiese solicitado una kunoichi como canguro, y tenía un hambre endemoniada. A decir verdad, no es que le gustase demasiado. La sopa se le hacía sosa y el arroz demasiado seco para su gusto.
Decían que como la comida de una madre ninguna, y había una gran verdad en ello. Pero prefirió guardárselo para sí.
—Ah sí, Ringo-san. Hay algo de los Iryō-Nin que no te dije.
Ringo sorbió ruidosamente la última cucharada de sopa mientras alzaba la vista. Entonces, a medida que Karma hablaba, un picor fue bajándole de la garganta al estómago. El picor vino acompañado de un súbito calor, que hizo que empezase a sudar por la frente, los sobacos y la espalda.
—C-creo que voy a ir al baño… —de pronto, se encontraba terriblemente mal—. Me encuentro un poco… raro.
Se levantó con miedo, como si temiese que fuese a caerse en cualquier momento, y arrastró los pies hasta el cuarto de baño que había en el primer piso. La primera puerta a la derecha tras la entrada a la vivienda.
Cuando Ringo le dijo a Karma que iba a ir al baño, ella se limitó a asentir con languidez. No obstante, cuando el muchachito abandonó la habitación con unas prisas mal disimuladas, la genin sonrió de oreja a oreja, con la mirada baja. Era una expresión ausente, pero que igualmente denotaba algo que rara vez sentía: se había llevado el gato al agua.
«Donde las dan, las toman», pensó. Quizás había sido un poco cruel, ¡pero no tanto como Ringo, desde luego! Ella no había envenenado su comida, por supuesto que no. Solo quería hacerle pensar que lo había hecho, sugestionarlo. Él, sin embargo, a pesar de todo lo acontecido en el parque y la forma en la que la kunoichi había tratado de defenderlo, le había empapado la cabeza, y lo habría hecho de pies a cabeza, si Karma no hubiese sido algo precavida.
El poder de la sugestión en la salud humana es increíble. Sabía de casos en los que los pacientes habían desarollado síntomas de ciertas enfermedades sin haberlas contraído, simplemente por estar convencidos de haberse contagiado. Esperaba que Ringo pasara unos angustiosos cinco o diez minutos hasta que se diera cuenta de que su comida no llevaba nada extraño.
Mientras tanto, la joven pretendía terminarse el arroz que le quedaba y tomar otro refrescante vaso de agua, que era verano, después de todo.
La hidratación es esencial.
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Ringo volvió cinco minutos más tarde, arrastrando las zapatillas por el parqué y abrazándose el estómago. Tenía los ojos rojizos, la piel blanca y los labios secos, como si hubiese estado vomitando.
—Karma-senpai… Karma-senpai me encuentro fatal.
Cayó de rodillas, y se abrazó con todavía más fuerza el estómago.
—Karma-senpai, ¿¡qué me has hecho!? ¡Creo que voy a morirme! —exclamó, al borde del llanto—. ¡Se suponía que tenías que cuidar de mí, no matarme!
La joven recuperó su expresión usual cuando escuchó las zapatillas arrastrándose por el pasillo. Lo que entró por la puerta no tenía nada que ver con el Ringo que había salido minutos antes. Su aspecto denotaba que la sugestión había funcionado bien. Quizás demasiado bien, a decir verdad.
Karma se sintió más que satisfecha. Esperaba que el niño no tardase en darse cuenta de que en realidad no se le había envenenado, pero todo apuntaba a que no iba a ser así. Verlo postrado y a punto de llorar casi consigue arrancarle una risilla divertida al lado sádico del cerebro de la Kojima.
Una digna retribución.
—Supongo que podría darte el antídoto... ¿te parece?
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7/07/2018, 16:44
(Última modificación: 7/07/2018, 16:44 por Uchiha Datsue.)
Ringo la miró con ojos de cordero.
—Dámelo ya, por favor —suplicó—. No aguanto más… Creo que me estoy mareando.
Se tumbó en el suelo, de lado, mientras se sujetaba la tripa. Sudaba a chorros y tenía el corazón en un puño.
Karma quedó en mutis. Entonces, poco después, empezó a reír, primero muy bajo, ascendiendo el tono gradualmente, como un géiser que va tomando fuerza para finalmente emanar a borbollón.
Eran unas carcajadas sinceras, dignas de una niña pequeña que ha logrado tomarle el pelo a alguien. Así había sido, al fin y al cabo.
—No necesitas ningún antídoto, idiota. Tu comida estaba limpia —afirmó con cachondeo, para entonces añadir—: ¡Y tienes suerte, porque había pensado en darte un laxante haciéndolo pasar por uno! Pero con verte así de desesperado me es suficiente.
»Así es el mundo ninja, Ringo-san. Tú me engañas y me atacas por la espalda, yo también.
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Ringo aguantó las carcajadas de la kunoichi con aplomo. Primero, confuso. Luego, dándose cuenta de que había sido engañado.
—¿S-seguro que no me has envenenado? —Todavía no sabía si creérselo. Sus tripas decidieron entonces rugir, aumentando su escepticismo—. Yo no… ¡Yo no te ataqué por la espalda! —se excusó—. Creí que una kunoichi hecha y derecha como tú, identificaría en seguida la trampa y no caería en ella! De lo contrario, ¡jamás te lo hubiese hecho! —se defendió.
La genin se cruzó de brazos, aunque todavía sonreía.
—No te inventes excusas, chaval. Seguro que te hizo gracia ver cómo me caía el agua encima. O peor todavía, ¿igual esperabas que me empapase entera y se me marcara la ropa? ¿Es eso, Ringo-san? —le acusó, consciente de la existencia de cierta revista escondida en un cajón de su habitación—. Además, uno no se espera una "trampa mortal" en una casa de su propia aldea. Desde luego, un ninja siempre tiene que estar atento a todo, supongo que la profesión vuelve a cualquiera paranoico con los años... pero yo nunca dije que fuese una "kunoichi hecha y derecha". Si soy apenas una novata.
Se encogió de hombros, dejando bien claro que no confiaba en sus propias habilidades. Su expresión se tornó más ecuánime.
—El caso es que me asomé, por si acaso. La trampa no me acertó de lleno, afortunadamente para ti. Supongo que poner una trampa no es exactamente "atacar por la espalda", es debatible. Pero no tiene nada de malo, hacer uso de estratagemas así y que el enemigo se las coma con patatas porque no se las espera demuestra inteligencia, capacidad de anticipación y dotes de estrategia. Somos ninjas, se nos conoce por eso. Aunque hay algunos que prefieren centrarse en ramas de combate directo y ya...
Karma visualizó musculosos maestros del Taijutsu, moles imbatibles.
Se encogió de hombros otra vez.
—Espero que te haya gustado la cena —sonrió con gozo.
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—No te inventes excusas, chaval. Seguro que te hizo gracia ver cómo me caía el agua encima. O peor todavía, ¿igual esperabas que me empapase entera y se me marcara la ropa? ¿Es eso, Ringo-san?
Ringo se sonrojó de pronto.
—Yo no… Karma, ¡eres una pervertida! —Se creen los pervertidos que todos son de su condición, rezaba un dicho. ¿O eran los ladrones? Ringo sacudió la cabeza. Para el caso, tanto daba.
Apoyó las manos en una rodilla y se irguió. Todavía se encontraba raro, extraño. ¿De verdad no había sido envenenado? Cabizbajo, aguantó como pudo la chapa de Karma.
—Espero que te haya gustado la cena.
—Ya… Muy graciosa. —Su cara decía lo contrario—. Bueno, supongo que estamos en paz. Yo aprendí a no comer la comida de una extraña; y tú a no fiarte de nada. Quién sabe, quizá hasta te acabe de salvar la vida, ¿no? Un día estarás en una misión, y se te presentará una trampa parecida, donde en lugar de inofensiva agua encontrarás la muerte. Recordarás lo que te pasó y te salvarás gracias a ello —teorizó—. No te preocupes, no hace falta que me lo agradezcas. Soy el futuro Uzukage, después de todo —empezaba a encontrarse mejor, a recuperar el color en sus mejillas—. Salvar vidas es mi pan de cada día.
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