Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
19/09/2018, 21:34 (Última modificación: 10/10/2018, 20:09 por Hanamura Kazuma. Editado 2 veces en total.)
El día en el que pediría su primera misión, dicho por otros labios aquellos sonaba mucho más trascendental de lo que realmente era. Sin embargo, se permitía el hervor de cierto grado de emoción, completamente disimulada (pero no extinguida) por la serenidad de su rostro.
El Edificio del Morikage se le antojaba conservador, idéntico en estructura a la academia; solo que tenía varios pisos de altura y que estaba muy bien cuidado. Aquel era el centro neurálgico de la aldea, donde los ninjas debían de solicitar sus misiones; en aquel sentido, también era el corazón latiente que permitía que la villa siguiese funcionando.
No estaba seguro de como pedir una misión, supuso que sería de la forma más sencilla: llegar y solicitar algún trabajo. Eran los últimos días de otoño, por lo que tendría que haber mucha gente, ocupada, preparándose para el invierno (lo que implicaba más trabajo). Aunque… Si pedían algún papeleo, no estaba seguro de que tipo de información tendría que proporcionar.
—Seguramente habrá alguien a quien preguntar, si es que no entiendo algo —se dijo, con optimismo.
Llego un poco después del comienzo del segundo turno, tratando de parecer relajado; pero fallando, mirando a todas partes con una curiosidad y una desacostumbre que delataban su condición de primerizo (aunque se le veía relajado, como alguien que iba más a curiosear que a trabajar). Pensó en que no estaba seguro de a quién debía hablarle, había gente yendo y viniendo de un lado para otro.
—Esto… Buenas… —dijo dudoso, mientras daba un golpecito en una campanilla sobre la barra de la recepción.
Ayame al habla. Masterizaré esta misión con hueco de master.
Si Kazuma hubiese acudido cualquier otro día, seguramente se habría encontrado con dos personas al otro lado del mostrador de recepción. No fue ese el caso, ya que sólo vio a una mujer, ya entrada en la adultez, de cabellos tan verdes como la hierba que daba nombre a la aldea y recogidos en un apretado moño sobre su cabeza. Parecía concentrada, se afanaba por ordenar un taco de papeles en un archivador que ya de por sí parecía estar a punto de estallar.
—¡Oh! —la voz del genin la sobresaltó sobremanera, pero enseguida Yuna se recompuso y retrajo un mechón de cabello por detrás de su oreja. Una agradable sonrisa curvó sus labios cuando fijó sus ojos esmeraldas en el recién llegado—. ¡Buenos días! ¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarte?
Mientras hablaba mascaba algo; pero daba la sensación de ser algo bastante rígido y seco como para tratarse de un chicle normal y corriente.
El toque de la campana pareció sobresaltar a una señora que yacía ocupada en un extremo. Era la oficinista, una mujer madura de aspecto amigable y con un cabello de un verde profundo, como el de un árbol que ha sido bañado por la lluvia. Con una sonrisa cálida se acercó al mostrador y atendió a Kazuma.
—Buenos días. Vengo a presentarme al trabajo —aseguro, con una sonrisa tenue… luego se dio cuenta de que se había escuchado como un jornalero—. Vine a buscar trabajo… Digo, estoy aquí para solicitar una misión.
¿Lo había dicho bien al fin? Si ¿Se había mostrado calmado? También ¿Se le notaba perdido? Seguramente.
20/09/2018, 15:03 (Última modificación: 20/09/2018, 15:04 por Aotsuki Ayame.)
—¿A... buscar trabajo...? —preguntó Yuna, algo confundida. Sin embargo el chico se corrigió enseguida y la comprensión brilló en los ojos de la recepcionista—. ¡Ah! ¡Una misión! Claro, claro. ¿Es la primera que haces?
Mientras hablaba, había abierto el último cajón del escritorio y sus dedos bailaban ágiles entre los formularios. No tardó más de unos pocos segundos en encontrar lo que estaba buscando y le tendió al muchacho un pergamino enrollado que tenía un sello de cera con la letra D y el símbolo de Kusagakure dibujada en verde sobre él.
Misión rango D. Un té de lujo
Solicitante: Alcalde de la Capital de las Islas del Té Lugar: Bosques del País de los Bosques
Las Islas del Té se caracterizan por la calidad de las infusiones que les dan nombre a las islas; sin embargo, el alcalde de la Capital de dichas islas quiere innovar en el negocio y probar algo nuevo, por lo que ha solicitado a Kusagakure un lote de hojas de una variedad la planta de té (Camellia sinensis) especial y muy rara que sólo crece en los bosques del País de los Bosques.
—Si tienes cualquier pregunta no tienes más que decirlo —le dijo, amable, guiñándole un ojo.
—Gracias —dijo el muchacho, mientras recibía el pergamino de forma ceremoniosa.
—Si tienes cualquier pregunta no tienes más que decirlo —le dijo, amable, guiñándole un ojo.
—Vale…, ya que estamos —respondió, para luego hacer inmediato uso de la propuesta—, ¿Qué tanto se ha notado que soy nuevo en esto?
***
Después de abandonar el edificio del Morikage se dirigió hacia unos asientos cercanos, necesitaba tomarse un momento para determinar su siguiente movimiento… Aunque antes de eso necesitaba saber los detalles de la misión, pues ni siquiera había revisado el pergamino.
—Veamos qué es lo que tengo que hacer —se dijo, mientras observaba atento y curioso su encargo, mientras retiraba lenta y mecánicamente el sello de cera—. ¡Cielos!
Le pareció que lo entendía todo: El alcalde de una ciudad de las Islas del Té deseaba experimentar con un nuevo producto, y para ello necesitaba de una materia prima especial que solo podía ser encontrada en el territorio del Bosque.
—Es un pedido aparentemente sencillo, pero es de una figura importante —reflexiono; al menos recordaba que los alcaldes son personas reconocidas—. Pero no tengo idea de cuál es esa “Camellia sinensis”.
Allí estaba su primer obstáculo, a lo poco de haber comenzado: no tenía idea de cómo era aquella planta en particular; sabía que el té se extraía de hojas y conocía algunas clases, pero poco más.
—Tengo que tomarlo con calma: si, pese a mi entrenamiento en áreas boscosas, no conozco esta planta, eso quiere decir que no está en los lugares que frecuento. O quizás tenga un nombre común y si la conozco… Ya sé, necesito preguntarle a alguien si conoce esa planta y si me la puede describir. Creo que con eso ya tendría bastante.
¿Pero a quien podría él preguntar?
—Es un poco tarde, pero en el mercado hay mucha gente que comercia con té, quizás alguno pueda ayudarme con esto… si es que quieren, claro está.
Con un prototipo de plan, y con un ánimo sereno, se dirigió al mercado de la villa en busca de un poco de información
Con la idea en mente de preguntar a los mercaderes de la aldea, Kazuma se encaminó hacia el Mercado Central de Kusagakure, ubicado en el mismo centro.
Se trataba de un edificio grande, aunque de un solo piso de altura, que estaba construido con el mismo estilo tradicional que los demás: paredes de madera y puertas de cañas de bambú. Una escalinata daba acceso al interior del lugar, y cuando el espadachín accediera a él se encontraría en un amplio espacio, prácticamente atestado de civiles que iban de aquí para allá ultimando las compras del día y otros shinobi que hacían guardia para evitar hurtos o altercados. El rumor de las voces era como el murmullo de un río, siempre constante, aunque de vez en cuando la voz de algún vendedor tratando de captar la atención de algún posible cliente con la promesa de productos frescos y de calidad sobresalía como el pico de una roca sobre la corriente. Los puestos se distribuían de manera uniforme y cada uno de ellos se especializaba en un tipo de venta diferente.
—¡Acérquense y vean, tengo las mejores frutas exóticas de los bosques del país!
—¡Pescado fresco de las Cascadas del Mar, señores! ¡No verán unas truchas tan frescas como estas!
—¡Chuletas de buey! ¡Prueben nuestras tiernas chuletas!
—¡Compren las mejores setas sacadas del Bosque de Hongos! ¡Vamos que me las quitan de las manos!
—¡Agua de lluvia de la misma Amegakure! ¡Milagrosa! ¡Comprobadlo por vosotros mismos!
—¡Amuletos contra la mala suerte bendecidos por la misma Madre Naga!
—¡Mantenga sus armas siempre afiladas con nuestro antioxidante especial! ¡Sus katanas lo agradecerán!
Como era habitual, el mercado de la villa bullía en actividad, con tal cantidad de personas hablando que las voces se fundían en un rumor profundo y permanente.
Por un lado y otro los vendedores alzaban sus voces de forma competitiva, tratando de elevarse por sobre el ruido ambiental: los había que ofrecían frutas misteriosas en formas y colores; otros vendían enormes pescados relucientes, como extraídos de un rio de plata; algunos negociaban con la siempre popular carne de cerdo en chuletas, deliciosas y tiernas. A Kazuma le gustaba esta carne, aunque consumirla pensando que tenía un cerdito en casa era un tanto extraño. Hubo quienes comerciaban con setas de aspectos surreales y quienes aseguraban tener un agua de lluvia con aspecto mundano, pero con propiedades milagrosas. Y no faltaban los habituales mercaderes de baratijas bendecidas por “semidioses” y místicos, y los que tenían miles de productos para la limpieza y el mantenimiento de los equipos ninjas.
Por momentos la información que le llegaba era demasiada como para pensar calmadamente. Se alejó hacia una parte no tan concurrida y se sentó, a reflexionar sobre cuál de aquellos vendedores podría ayudarle con su cometido.
—Creo que la gente de la frutería podría ayudarme, o quizás la del puesto de hongos —se dijo, mientras releía lo escrito en el pergamino—. Pero no sé cuál de ambos (fruta u hongos) es más cercano a una planta para hacer té.
Se mantuvo quieto durante un rato, tratando de dilucidar el camino correcto; y de pronto, una especie de respuesta le llego: por tratarse el té y la fruta de cosas que se consumen directamente, y porque muchas veces el primero estaba hecho a base de fruta, los de la frutería eran quienes mayores posibilidades tenían de saber algo sobre la planta que buscaba. Sin embargo, dejaría como segunda opción de información el puesto de hongos.
Se acercó hasta el sitio, tomándose un tiempo para maravillarse sobre la diversidad frutal de los bosques de su país. Cuando encontrara un espacio entre la gente, se dirigiría hacia quien estuviese atendiendo:
—Buenas tardes. Busco una planta llamada “Camellia sinensis” —dijo, con un tono que indicaba que no la conocía de nada—. Según se, sirve para hacer té.
En su resolución por descubrir algo más sobre la planta que le habían encomendado encontrar, Kazuma se dirigió sin demora al puesto de las frutas. Un gran catálogo se abría ante sus ojos: uvas verdes y oscuras, grandes y redondeadas; brillantes manzanas rojas, doradas y verdes; plátanos de un color dorado brillante como el sol, enormes sandías y melones que clamaban ser recogidos, granadas con el color de la sangre en sus granos, y otras muchas frutas que el shinobi ni siquiera fue capaz de reconocer. Allí una mujer regordeta, con cara redondeada y cabellos castaños recogidos en un apretado moño, gritaba a diestro y siniestro para captar la atención de los clientes. Los ojos de la mujer brillaron encandilados cuando se dio cuenta de la presencia del shinobi cerca de su puesto.
—¡Oh, acérquese, shinobi-san, tenemos las mejores frutas de todo el País de los Bosques! ¡Compruébelo por sí mismo! —exclamó, acercándole una bandeja de fresas tan rojas como la sangre. Sin embargo, las intenciones de Kazuma no eran esas, y la mirada de la mujer se apagó, decepcionada, cuando escuchó aquella pregunta—. ¿Camella simenti? ¿Acaso parezco uno de esos chiflados científicos? —preguntó, irritada—. El té se hace con hojas de té, ¡eso lo sabe todo el mundo!
—¿Camella simenti? ¿Acaso parezco uno de esos chiflados científicos? —preguntó, irritada—. El té se hace con hojas de té, ¡eso lo sabe todo el mundo!
Aquella no era la respuesta que esperaba, pero se necesitaba más que eso para doblegar su sereno ánimo.
—Ya veo… Discúlpeme —dijo con serenidad, para luego quedarse mirando los precios.
Busco en el interior de su túnica gris hasta dar con el pequeño saco que contenía el dinero. Extrajo algunas monedas brillantes y luego las coloco sobre el mostrador.
—Si es tan amable, deme una macedonia de frutas con canela y un par de manzanas rojas para llevar —pidió, para que su visita no representase una pérdida de tiempo para ambos—. Por cierto, ¿sabrá de alguien en el mercado o en la villa que sepa sobre plantas y hojas para hacer té?
29/09/2018, 11:22 (Última modificación: 29/09/2018, 11:22 por Moyashi Kenzou.)
El genin musitó una disculpa y cuando rebuscó entre sus ropas y sacó varias monedas, la mujer clavó sus ojos en él con una nueva mirada. La mirada del dinero, la mirada del vendedor que quiere camelarse a su cliente.
—¡Oh, enseguida cielo! —respondió, con un cambio de actitud tan notable como esperpéntica.
Enseguida tomó un bote ya preparado con una buena mezcla de frutas coloridas, le roció un poco de canela por encima y se lo tendió junto a un par de manzanas rojas. Mientras contaba el dinero, atendió a la pregunta del muchacho y después señaló hacia un puesto que quedaba un par de filas más allá del suyo.
—Quizás el boticario Hatori sepa algo... —respondió, con cierta desgana.
Como suele ser natural, el dinero hacia fluir la amabilidad y buena disposición desde el ser de los comerciantes. La encargada entrego a Kazuma lo que había ordenado, una buena ensalada de frutas, un par de manzanas para llevar y un poco de información.
—Quizás el boticario Hatori sepa algo... —respondió, con cierta desgana.
Aquello tenia cierto sentido, los boticarios solían ser gente misteriosa, dedicada a la creación de medicinas y al conocimiento de variedad de hierbas y sustancias. Al menos, en su pueblo solía ser así.
Se sentó y con suma paciencia disfruto de su tazón de frutas, de la combinación de dulce, de ácido y del leve amargo de la canela. Habiendo terminado, se encamino hacia el sitio que le habían indicado. En cuanto llego lo primero que hizo fue echar un vistazo, buscando al tendero, para luego llamar:
—Buenas tardes. Busco una planta llamada “Camellia sinensis” —dijo, repitió lo que había dicho en la frutería, con el mismo tono medio sereno medio ignorante—. Según se, sirve para hacer té.
El puesto del herbolario estaba protagonizado por un hombre más bien enjuto, con gafas y de pelo más bien oscuro y corto. El hombre no tardó en reparar en la presencia del peliblanco, y juntando las manos en un ademán nervioso, habló: —¡Ho... ho... Hola, se... se... señor! E... E... ¿En q... q... qué puedo ayudarle? —tartamudeó, con voz quebradiza. Al escuchar la petición del shinobi, sus rasgos se iluminaron súbitamente—. ¡C... c... claro! ¡Camellia sinensis, la p... p... planta para hacer té! T... t... tengo un m... m... montón de hojas recién traídas de las Is... Is... Islas del Té! ¡El me... me... mejor té de t... t... todo Inundó, ya verá! —El hombre comenzó a rebuscar entre las diferentes bolsitas debidamente etiquetadas—. Lo... lo... lo tenemos de todas las... las... las clases: verde, rojo, negro... ¿D... d... de qué tipo lo.. lo... quiere?
Kazuma sintió cierta satisfacción al escuchar que aquel hombre tenía lo que estaba buscando. Sin embargo, no necesitaba la hoja como tal, sino el reconocer a la especie que debía buscar. Era posible pedirle a aquel hombre de habla trabada que solo se las mostrase, pero su memoria no resguardaría todos los detalles necesarios; así, pues, necesitaba de una muestra.
—Bien. Solo necesito de unos ejemplares que me ayuden a completar mi misión, unas pocas hojas bastaran.
Sin embargo, al tantear su saquito de monedas descubrió que se había terminado el dinero que traía consigo. Pensó en que para la próxima ocasión debía ser más concienzudo en cuanto la administración de sus recursos durante una misión. Por supuesto, aquella deliciosa ensalada había valido cada moneda, pero debía recordar que el deber estaba primero. Aun así, no iba permitir que aquel error suyo le frenase.
—El hecho, y debo disculparme por ello, es que no tengo dinero —reveló con serenidad y un poco de vergüenza—. Pero si aceptase este par de manzanas como pago se lo agradecería mucho.
Antes de que el tendero pudiese replicar, Kazuma coloco sobre el mostrador aquel par de rojas y jugosas manzanas. Las mismas se mostraban brillantes, frescas y sin magulladuras…, tanto que el mismo deseaba comerlas, pero sabía que sacrificar aquel bocadillo era la única forma de compensar el error de su capricho anterior.
Y tal y como había ocurrido con la dependienta de la frutería, los ojos del hombre se ensombrecieron peligrosamente cuando a Kazuma no se le ocurrió otra cosa que ofrecerle un par de manzanas a cambio de su valiosa mercancía. Por muy deliciosas que lucieran aquellas frutas, quedaba claro que el chico no tenía una lengua demasiado persuasiva... y los mercaderes estaban acostumbrados a lidiar con situaciones así y más difíciles que aquellas.
—S... s... señor, n... no aceptamos t... t... trueques aquí —le replicó, sin tan siquiera dignarse a mirar las manzanas, claramente ofendido ante su atrevimiento—. L... lo... lo siento, p... pero si n... no tiene d... dinero real con el que pagar, d... d... debo pedirle que se marche. T... t... tengo muchos clientes a los que a... a... atender.
Aquello resultaba ser un contratiempo, pero Kazuma aún mantenía la calma suficiente como para realizar un intento más:
—Necesito de esas hojas para terminar mi misión y solo necesito una hoja de cada una, una muestra —comunicó tranquilamente, mientras guardaba las manzanas—. ¿Qué le parece si me las da y, cuando termine de recoger las que busco, le traigo unas cuantas para que las venda?
Aquello implicaba un poco más de trabajo, pero el devolverse a casa y buscar el dinero que necesitaba también lo era. Y no le parecía tan mala oferta, pues el tendero saldría ganando dinero sin invertir ningún esfuerzo, el objetivo máximo de todo comerciante.