— Si, vale, vale. Relajaos un poco, anda. Solo es es un chaval

Sí, un aparentemente inocente e inofensivo chaval que no nos la podía jugar, ¿verdad? Ambos se quedaron de pie y empezaron a cruzar miradas. Si ese tipo no traía limonada se iba a liar una buena y empezaba a dudar que la integridad física de ese muchacho estuviera asegurada.

Pero volvió, y lo hizo con la dichosa limonada. No pude evitar suspirar de puro alivio.

— Ya está aquí la limonada. Vamos sentaos

Dejó la bandeja sobre la mesita de centro y con un gesto con la mano invitó a Akame y Kaido a tomar asiento.

— Háblanos de lo que nos atañe, por favor

Me tomé la libertad de apremiarlo antes de que o bien el pez o bien el ojos rojos se tomase la justicia por su mano. Empezaba a no fiarme ni de mi propia sombra. Kumopansa, sobre mi cabeza, se mantenía observadora sin articular palabra o sonido alguno.

— Ciertamente, veamos... — empezó a servir los vasos con la limonada y se acercó hasta el uchiha y el escualo, tendiendo un vaso de limonada a cada uno. — Resulta que en el valle de Unraikyo se esconde un tesoro de gran valor

El tipo miró al Uchiha a los ojos. Quizás necesitaba realizar ese contacto visual con alguien y mirar al escualo podía llegar a ser como raro.

— Se trata de un tesoro de gran valor. Como en los tiempos de antaño. Oro, joyas. Solo hay que adentrarse en las montañas del valle. Pero obviamente, el valle de Unraikyo entraña sus peligros y no puedo ir solo. Por eso estoy dispuesto a hacer de guía si hacemos un reparto equitativo. Conozco la localización de su guarida

El Uchiha se sentó cuando su peculiar anfitrión les hizo el gesto propio, tomando uno de los vasos de limonada y empinándoselo de un tirón. Toda su gestualidad transmitía aquella sensación de urgencia, de poca paciencia y menos tiempo, con la que Akame pretendía presionar al muchacho. Si aquello era una trampa o había gato encerrado, agitar un poco el árbol haría que —probablemente— cayesen algunas nueces.

Sin embargo, no fue el caso. Por lo que contaba aquel chico, el Valle de Unraikyo escondía un gran tesoro del que él conocía la localización. El Uchiha no pudo evitar entornar los párpados, escéptico, mientras asistía a un relato que perfectamente podía corresponderse con los que tantos y tantos se habían escrito en el género de novelas de fantasía. Sin mudar su gesto calmo pero con voz firme, el renegado respondió...

—¿Y cómo es que tú sabes dónde se encuentra este tesoro? —quiso saber, incisivo—. Es más, ¿cómo sabes siquiera de su existencia?

—¡Y si de verdad existe! —añadió Kaido a las querellas de Akame—. ¿por qué habríamos de repartir el botín de forma equitativa, polluelo? ¿acaso no haríamos el trabajo sucio nosotros?

Que su colega hiciera el trabajo más exhaustivo, desvelando las verdaderas intenciones del crío. Él, a lo suyo: velar por el porvenir de su jodida empresa —aquél pensamiento le hizo sentir un poco incómodo, pues aquello te lo podía haber dicho Money y no ibas a notar la diferencia—. empezando porque las ganancias fueran a parar al bolsillo del que más curre. Así de sencillo.

Seguían surgiendo dudas a medida que iba avanzando aquella particular y grotesca reunión improvisada. No seré yo el que diga que no había tenido en cuenta las dudas de Uchiha Akame, incluso la visión de Umikiba Kaido podría llegar a compartirla, aunque no me considerase alguien avaricioso como si parecía serlo el escualo.

El muchacho, por su parte hizo de tripas corazón y trataba de alternar la mirada entre los dos extranjeros. Más que nada porque sería capaz de mantenerla en ninguno de los dos. En alguna ocasión, incluso trataba de buscar una ayuda en mí. Si más no, eso me decía su mirada cuando la cruzaba con la mía. Pero seguía sentado, con el vaso en la mano y escuchando con atención. Llegué a percatarme de que al chico le empezaron a sudar las manos de aquel sudor frío delator.

— Bueno, y eso qué más da, lo importante es que sé donde está. Osea, más o menos, ¿vale? el Valle es muy grande — dijo en respuesta a Akame.

Pero algo me decía que el chico no había acabado. Mientras hablaba se había hecho su vaso de limonada y ahora lo sujetaba entre tembleques, erguido como un clavo.

— Porque todo el mundo va a participar y... bueno, porque sin mí no sabréis dónde está

Bien, algo quedaba claro, aquel tipo los tenía gordos. Tuvo las agallas de contestarle al shinobi azulado. Tuve que llevarme la mano a la frente al conocer la respuesta que le había dado.

— Ay, dios...

— Se prendió esta vaina — replicó Kumopansa desde mi cabeza que también sabía cómo se las gastaba el de Amegakure

A medida que aquel tipo iba hablando, la ceja izquierda de Akame iba subiendo más y más en su rostro. No era una imagen demasiado agradable, dígase la verdad, puesto que ese lado de la cara era el que tenía calcinado y desfigurado como si de un espantapájaros se tratase. Pero, con esa salvedad, la entera figura del Uchiha se había mantenido completamente inmutable como una estatua de piedra. Sólo cuando el tipo respondió a la pregunta de Kaido, el otro Cabeza de Dragón se volteó lentamente a ver a su compañero azul.

—¿Sabes lo que creo, Kaido?

Viró el rostro para ver a los ojos al muchacho.

—Creo que este tipo cree que somos idiotas. Y esa es una creencia arriesgada, porque el que cree no sólo cree, sino que hace que otros crean. El creyente no cree por sí mismo sino que necesita que esa creencia le sea insuflada desde el exterior para creer —sonrió levemente—. Así que ahora lo que me pregunto es, ¿qué te ha llevado a creer semejante disparate?

Miró de nuevo a Kaido, con tanta naturalidad como si estuvieran hablando de qué tipo de patatas plantaba en su huerto el viejo tío Shinosuke.

—¿Es porque él es azul? ¿Es eso? ¿No te gustan los tipos azules? —quiso saber Akame, mostrando un verdadero interés, mientras se inclinaba hacia el pazguato y con una mano señalaba la fea cara de Kaido—. ¿O es por mí? Es por mí, ¿no? Por mi cara. Crees que soy idiota porque soy feo, es eso. La asociación de la primera impresión de lo exterior con el interior, no te agobies, es bastante común. ¿Por qué te crees que en los anuncios del periódico siempre salen tíos cachas o mujercitas de buen ver? La estética lo domina todo, amigo, nos guste o no. Es una reacción instintiva del ser humano, está muy estudiado joder.

Entonces se recostó en el sofa, sacando un pitillo que se encendió con toda la parsimonia del mundo.

—Déjame que te diga algo amigo. Primero, no soy feo de nacimiento, sino a causa de un desafortunado accidente —aclaró, índice en ristre—. Y segundo, tampoco soy idiota. Y mi amigo menos. Eso sí, él tiene menos paciencia que yo. Así que la verdadera pregunta ahora es... ¿Qué hacemos contigo?

Mientras Akame hostigaba al hombre con un versado discurso del cuál Kaido no había entendido ni la mitad de su contenido, éste hacía énfasis en sus palabras con movimientos lentos que, sin duda alguna, emulaban al de un depredador acechando a su presa. Sin tener que moverse siquiera, la mano del Tiburón se postró en Nokomizuchi en cuánto Akame puntualizó su poca paciencia y su sonrisa se ensanchó en una mueca burlesca con tintes asesinos.

—Yo voto por probar la veracidad de esa información con un poco de la más clásica tortura. No hay otro momento en el que alguien sea completamente sincero que cuando está a punto de perder el segundo dedo de una mano.

Sin comerlo ni beberlo, Uchiha Akame tuvo que hacer gala de la profesionalidad que antaño fue marca de la casa, de una profesionalidad que le caracterizó y le marcó como shinobi de Uzushiogakure. Actualmente, la vida le había llevado por otros caminos, desvinculado por completo del Remolino.

De ese modo, Uchiha Akame empezó un discurso en el que, pese a no ser directo e ir a la yugular si que denotaba y quería dejar constancia en aquel muchacho de que lo de tocarle los huevos a él y a su amigo azul no era una buena idea en lo absoluto. Tuvo también la delicadeza de recordar que Kaido no tenía la virtud de disfrutar de una paciencia infinita, sino más bien lo contrario. Básicamente ansiaba conocer la verdad detrás de la oferta del chico de los arrozales, así como la verdad detrás de aquel tesoro que no se sostenía por ningún lado.

Mientras el Uchiha y su amigo incriminaban al mentiroso, Kumopansa llamaba la atención posando una de sus patas sobre mi torso para llamar mi atención, dando leves golpecitos.

— Yota, tenemos que hacer algo

Y sí, si queríamos evitar que muriese allí mismo, debíamos hacer algo... Porque había quedado claro que aquel infeliz estaba cavando su propia tumba allí mismo. Del mismo modo, Kaido dio veracidad a las palabras de Akame, donde advertía de la poca paciencia del escualo, posando su mano sobre una especie de katana y alegando que le encantaría tortura al muchacho.

Chasquee la lengua mientras me levantaba como un resorte de mi asiento, colocandome entre el chico y Kaido.

— No será necesario, me parece a mí... ¿no es así, chico? Porque vas a decirnos la verdad, vas a decirnos dónde está ese tesoro inventado y vas a decirnos cuales son tus intenciones. Al menos habrás aprendido que hacer negocios con ninjas es mala idea

Y el chico se derrumbó. Sobre sus rodillas para ser precisos, las cuales no tardaron en verse salpicadas por sus propias lágrimas.

— Y-yo, yo-o... — trataba de explicar entre sollozos — ¡Hacedme lo que queráis a mí, pero salvadla! Ella...

«Qué coño...»

— ¡Si hubiese recurrido a Kusagakure no me hubiesen hecho caso! Ayudadme a salvar a mi novia y os daré todo lo que tengo, os lo juro

«— ¿Qué Kusagakure qu..? Maldito hijo de puta»

Akame alzó una ceja, suspicaz, cuando Yota intervino. Claramente el Uchiha todavía no se había vuelto lo suficientemente loco o idiota como para ponerse en el camino de un shinobi de la Hierba estando en su país natal, y menos uno como Yota, que él sabía que tenía bastante mala leche llegado el momento. Probablemente Kaido tuviera otra percepción de la situación —solía mostrarse mucho más agresivo y bravo que Akame—, pero el joven Uchiha estaba teniendo cuidado de no confrontarse directamente con el de Kusagakure.

Por eso mismo, cuando el propio Yota le apretó las tuercas a aquel tipo oficiando el clásico papel de "poli bueno", Akame no pudo sino sorprenderse. Más aún cuando el chico se rompió y, entre lastimosos gimoteos, confesó sus verdaderas intenciones para con los shinobi: conseguir que le ayudaran a rescatar a su novia. Akame frunció el ceño mientras daba pitadas al cigarro.

—¿Ves que ahí si estamos hablando como hombres? De varón a varón —le dijo, visiblemente menos amenazador pero todavía en guardia—. ¿Y quién demonios es esta gente que se ha llevado a tu pichona, eh?

Cuando el otro se justificó diciendo que en la Hierba nunca hubieran aceptado el contrato, Akame no se aguantó una carcajada mientras miraba a Yota y a su araña.

—Parece que no os tienen en muy alta estima.

Y ahí estaba, de nuevo, la estupidez humana. Adueñándose de las acciones de un evalentonado Yota, por lo visto dispuesto a proteger al muchacho de cuales fueran las intenciones del Escualo y su compañero. Kaido arrugó el entrecejo cuando vio al muchacho quebrarse por completo, con rodilla en tierra y a lágrima tendida obligado a revelar las verdaderas intenciones tras su petición. Ahora resultaba que le tenían secuestrada a la parienta. Vaya lío.

El gyojin chasqueó la lengua.

—Que cosas. Ahora la oferta se ha degradado de la promesa de un gran tesoro a "todo lo que tienes". ¿Y cuánto es eso, eh, muchacho?

No obstante, el Umikiba torció la mirada y trató de hacer contacto visual con Akame. Algo le preocupaba. ¿Y si... las Trillizas de la Tormenta tenían algo que ver con ello?

El rumbo de aquel encuentro estaba tomando rumbos opuestos. De golpe y porrazo el arrebato de sinceridad, forzado principalmente por Uchiha Akame, había llevado a que el de Uzushiogakure se mostrase colaborativo e interesado por los raptores de la novia del sujeto en cuestión. Pero no perdió la ocasión de burlarse de Kusagakure en cuento el malnacido ese se lo puso en bandeja. Por su parte, el escualo, le seguía la corriente a su amiguito Uchiha.

— Qué graciosete se nos ha vuelto el Uchiha, ¿eh? — bufé, asqueado.

Pero el chiquillo ya estaba enrollado en la pierna de Akame. Había encontrado en él su salvoconducto para vovler a tener a su amada en sus brazos y se agarraría a él como a un clavo ardiendo.

— ¡No lo sé, ayúdame, por favor, te lo daré todo! — bramaba, desesperado. — Lo único que sé es que me dijeron que reuniera 10.000 ryō y fuese a las cuevas cristalinas, en Unraikyo, si quería volver a verla con vida

Pero algo no cuadraba. ¿De donde iba a sacar ese desgraciado tanto dinero? Salvo que nos estuviese ocultando información, había algo que se me escapaba.

Akame estuvo apunto de patearle los morros al chico cuando éste se le abrazó a la pierna por puro acto reflejo. Su cuerpo, bien entrenado, estaba acostumbrado a reaccionar de aquella forma cuando un desconocido se le abalanzaba con aviesas intenciones, aunque no fuese el caso. Sin embargo, los lloriqueos del tipo estaban lejos de ablandarle.

—¿Te pidieron diez mil ryōs? —cuestionó—. ¿Quién cojones es tu novia, la Emperatriz de Ōnindo?

El Uchiha le lanzó una mirada a Kaido que venía a decir "no creo que vayamos a sacar nada de aquí". Luego agarró al tipo por los hombros y buscó despegárselo de la pierna, lanzándolo contra la pared si lo conseguía.

—Si no tienes dinero, ¿cómo piensas pagarnos, compadre?

¡Bám!

El gyojin se levantó se un sopetón, cogió su espada y miró a los presentes.

—Que te jodan. Que te jodan a ti y a tu jodida novia. Yo tengo cosas más importantes que hacer que estar salvando princesas en apuros que tampoco podré llevarme a la cama luego de la gesta —acto seguido, se dio vuelta—. ¿tú qué harás, compañero? —le inquirió a Akame.

10.000 jodidos ryos. Efectivamente, compartía las mismas dudas que el Uchiha, pero el tipo no contestaba, simplemente se liitaba a balbucear lo mismo una y otra vez.

— Por favor, ayudadme... haré lo que sea.. os daré lo que sea...

Daba la sensación como si se hubiera metido un señor colocón de alguna mierda y ahora estuviese bajo los efectos de la falsa sensación de confort de la droga.

Por contraparte, el shinobi azulado, ese que amenazaba a sus víctimas enseñando las navajas amejin que tenía por dientes, consumió la totalidad de su paciencia para coger y soltar que él no estaba en disposición de ir a salvar princesas y así se lo hizo saber a su compañero. Creo que aquella era la primera vez que podía estar completamente de acuerdo con Umikiba Kaido. estaba sorprendido por esa gesta, pero también preocupado.

— Tu amigo tiene razón, Akame, ¿te vas a jugar el pescuezo por este merluzo? Si aún así quieres ir, os acompañaré, pero no me hace gracia hacer esto

El lugareño hundió su rostro hasta el suelo y sus sollozos subieron el volumen, empezaba a rozar la denigrante todo aquello.

Akame negó con la cabeza mientras le daba la última calada al cigarrillo. Sin consideración ninguna se lo apagó en el sofá al tipo y luego arrojó la colilla al suelo. Miró a Kaido —ya de pie— y a Yota —que tampoco parecía dispuesto a ayudar al muchacho—, y se preguntó si iba a ser él el samurái de brillante armadura que rescatase a esa princesa en apuros. Luego alzó la vista por encima de la quejumbrosa figura hecha un ovillo que era aquel muchacho, y el brillo de un espejo en el otro lado de la habitación le devolvió su propio reflejo.

El reflejo de un tipo de rostro desfigurado por una gran quemadura, barba incipiente y pelo revoltoso. De unos ojos negros y profundos. Una cara de pocos amigos. Y se dijo que no, que aquel tío no se parecía a ningún samurái andante que él hubiera conocido como para ir por ahí desfaciendo entuertos.

—Nunca dije tal cosa —se limitó a replicar—. Vámonos, Kaido.

Se levantó —si el chico todavía seguía pretendiendo retenerle, le sacudiría una patada en todo el hocico sin reparo alguno—, alisándose el uwagi remangado que vestía. Luego se ajustó el kasa de paja sobre la cabeza, y miró al kusajin.

—Un gusto verte, Yota-kun —le dedicó una sonrisa zorruna—. Pero tenemos cierto asunto entre manos. Espero que nos volvamos a ver pronto, y en mejores condiciones.

—¡Nos vemos, Yotita! ¡Salúdame a tus compatriotas cuando vuelvas a casa!

Sin ánimo de perder más el tiempo, y avalado por Akame en su intención de dejar que aquél desgraciado resolviera su meollo él sólo; el escualo tomó rumbo hacia la salida. Se les hacía tarde, y tenían que encontrarse muy pronto con el Cabeza de Dragón que les llevaría, finalmente, hasta Ryūgū-jō.

Tomar aquél barco sería, no obstante, el principio de un camino turbulento de pérdidas, muertes, y nuevos rumbos. La Historia de Dragón Rojo, para estos dos caballeros, tan sólo estaba a punto de empezar.