Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El nudo en la garganta y aquel sentimiento agridulce en su corazón desaparecieron tan rápido como Akame abrió el penúltimo cajón. Allí estaba lo que había estado buscando con tanta insistencia y por fin hallaba; uno de aquellos sobres de la muerte de Chokichi, con su propio nombre. El Uchiha lo abrió con cuidado y extrajo su contenido...
Los segundos siguientes le parecieron una eternidad. Sus ojos, abiertos de par en par, observaban con la viva expresión de la incredulidad aquellas instantáneas que le situaban en Hokutōmori, en plena madrugada, durante el Torneo del Valle de los Dojos.
«Imposible...»
Apurado, el jōnin leyó las anotaciones al reverso de las fotos, así como las de la libreta. Le temblaban las manos.
«Imposible... Este maldito...»
Por momentos notó como una sensación muy poderosa le nacía en el estómago y se extendía por todo su pecho, provocándole ligeros temblores. Era pánico. El más puro pánico. Hōzuki Chokichi estaba a punto de echarlo todo a perder. Todo por lo que tanto había entrenado, luchado y sacrificado. Su vida al completo, pendiendo de un hilo.
Devolvió las pruebas gráficas y la libreta al sobre, pero esta vez lo dejó sobre el escritorio. Rápidamente abrió el último cajón y se dispuso a rebuscar. Luego, daría una batida rápida por el resto de la estancia. No se entretendría mucho; nada de lo que encontrase a partir de ese momento iba a hacer ninguna diferencia.
Cuando fue a abrir el último cajón, este no cedió. Akame se dio cuenta en seguida del por qué. Había una cerradura en el centro, y Chokichi la había cerrado con llave. Fuese lo que fuese lo que contuviese en su interior, parecía que el Hozuki le daba mayor importancia que al resto.
Una rápida ojeada le permitió comprobar qué más cosas había en la casa. Aparte de la mencionada cama, y de la puerta al lado de la entrada —que si tenía la misma disposición que la vivienda de Haskoz, daba al cuarto de baño—, había una cocina. Una nevera a la izquierda, un fregadero —limpio y reluciente—, en el medio, y una cocina de gas a la derecha. Encima de la cocina y el fregadero, un mueble flotante donde Chokichi guardaba los cubiertos, entre otras cosas.
—
Chokichi avanzaba por las calles de la Villa con tranquilidad. Hacía un rato que había abandonado el Barrio de los Pétalos, y ahora se encontraba cruzando un parque donde los niños correteaban jugando al pilla-pilla.
En un par de minutos, llegaría al Barrio de las Flores. A su piso.
Tic, tac. Tic, tac...
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El Kage Bunshin sabía que iba a contrarreloj. Una cerradura se interponía entre él y el contenido del último cajón, pero no estaba dispuesto a darse por vencido. Si había algo que el Hōzuki valoraba más que todo aquel material que había recopilado en sobres etiquetados con las personas a las que quería ver hundirse, era digno de ser descubierto. Así, Akame se acuclilló junto al escritorio y sacó un juego de ganzúas de su portaobjetos. Introdujo las varillas metálicas en la cerradura y trató de forzarla.
—
Pero antes de que Chokichi llegara al final del parque, una voz familiar le sorprendería a su espalda.
—Chokichi-san, ¿bajando los dangos?
Era Akame, claro. El verdadero. Había desactivado su Sharingan y se acercaba a paso acelerado hacia el chuunin, con ambas manos en los bolsillos. De tanto en tanto andaba lanzando miradas furtivas a la cámara del muchacho, atento a cualquier movimiento que él pudiera hacer con respecto al artilugio.
—Llevo un rato buscándote, para serte sincero. Acompáñame, quiero que veas algo.
Akame trabajó en la cerradura tal y como había hecho con la puerta. Trató de buscarle las entrañas y arrancárselas como hacía con las de sus enemigos. De introducirse hasta lo más profundo de su corazón y clavarle un puñal. Pero pronto se dio cuenta que aquel no era un enemigo cualquiera. No era la Rata a la que se había enfrentado en el País del Fuego, sino un rival a la altura de Cicatrices.
De hecho, cuanto más se fijaba más se concienciaba de ello. Aquella cerradura había sido encargada, no podía haber venido de serie con aquel escritorio. Era un acero inoxidable, de apariencia sencilla pero entresijos tan complejos como el arte de ligar.
No, definitivamente, si quería abrirla, iba a tener que buscarse otra manera.
—
Hozuki Chokichi pegó un brinco al oír la voz de Uchiha Akame.
—¿Q-qué? ¿C-cómo? —¿Qué hacía él allí? ¿Le había estado siguiendo? ¿O era simple casualidad?
Un sudor frío le bajó por la espalda.
—Llevo un rato buscándote, para serte sincero. Acompáñame, quiero que veas algo.
—¿Algo? —preguntó, receloso, retrocediendo un paso. ¿Y si le había estado buscando, por qué allí? Estaban muy lejos del puesto de dangos donde había quedado con Yota—. Pero, Akame-dono… Pensé que el deber te había reclamado —trató de excusarse, con una sonrisilla nerviosa.
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Frustrado, Akame devolvió las ganzúas a su portaobjetos cuando entendió que aquella cerradura no iba a ser vencida mediante la habilidad. Sin embargo, todavía estaba muy lejos de ser suficiente para detener a alguien como él; con la misma mano que devolvía las ganzúas al portaobjetos, sacaba un shuriken de filoso aspecto. Luego se lo arrimó a los labios y sopló sobre él, como si quisiera confortarle o contarle un secreto que sólo ellos dos debían conocer. El chakra Fuuton se arremolinó como una suave caricia, adheriéndose perfectamente a la superficie del arma y formando una capa de color plateado que parecía revolverse y cambiar de forma constantemente.
Luego, el Uchiha clavó una de las puntas del shuriken sobre la madera del cajón, justo al lado de la cerradura. «Esto debería bastar», pensó el jōnin. Con ayuda de aquel flujo de chakra, trataría de cortar la madera como si se tratase de mantequilla, siguiendo el contorno interno de la cerradura, para finalmente separarla limpiamente del cajón. Así, podría abrirlo.
—
¿Cómo no iba a recelar, Hōzuki Chokichi, ante las palabras de su superior? En aquel momento sólo uno de los dos sabía todo el material que el pelirrojo guardaba en su casa, pero sólo la idea de que Akame pudiera descubrirlo ya debía ser suficiente para hacerle cagar en sus propios calzones. El Uchiha, para más inri, nunca había sido tipo diestro en el habla, así que se limitó a no dar muchos detalles.
—Pues precisamente, es que esto está relacionado con mi deber —argumentó, con naturalidad, pues era cierto—. Y con el tuyo. No estamos precisamente en un lugar donde... Pueda decir más, ¿me sigues?
Esperaba que la sola autoridad que su placa dorada proyectaba sobre el Hōzuki fuese suficiente para convencerle.
—Venga, coño, que no tengo todo el día. Por aquí.
Si Chokichi le hacía caso, Akame se daría media vuelta y pondría rumbo al Barrio de las Flores; aunque por un camino distinto al que había recorrido siguiendo al pelirrojo gordinflón. Uno convenientemente más largo, ni tanto como para levantar sospechas, ni tan poco como para no dar tiempo a su Kage Bunshin.
Cansado de tantear la cerradura, el Uchiha decidió forzarla a la antigua usanza: reventándola. Aunque, incluso para eso, Akame era de lo más sutil. Lejos de pegarle un golpetazo, o una patada, como haría un bruto, usó su habilidad con el Fuuton para cortar la madera con un shuriken. Lo hizo trazando un círculo alrededor de la cerradura, segando madera y el pestillo de acero, que partió por la mitad.
Tras extraer la cerradura, y con el pestillo sobrante suelto, le bastó forcejear un poco para abrirla. Esta vez, el cajón no salió, sino que fue el trozo de madera el que se abrió hacia un lado, como si se tratase de una especia de caja fuerte camuflada de cajón.
Y, lo que encontró en su interior…
—
Chokichi intercambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra, incómodo. ¿No sabía de qué se trataba ese deber que tenían que compartir, pero le daba mala espina. ¿Por qué no se lo había dicho cuando estaban con Yota? Aunque fuese algo confidencial, bien podía habérselo pedido frente al kusajin sin dar detalles. O, incluso, aprovechar el momento en el que Yota se quedó a recoger su pedido y él había salido afuera.
—T-te sigo —No, no le seguía, y empezaba a preocuparse de verdad. El hecho de que fuese su superior no ayudaba, claro. Estaba atados de pies y manos. «Por el momento».
El Hozuki caminó tras él, notando como su pulso se le aceleraba al ver que se dirigían al Barrio de las Flores. ¿Acaso…?
—¿Qué es eso que tanto quiere que vea, Akame-dono? —preguntó con voz temblorosa.
—
... fueron fotografías. Fotografías de Noemi, a través de una ventana, desnuda, mientras se cambiaba de ropa. Fotografías de una de sus hermanas, también a través de una ventana, desnuda, secándose con una toalla. Y más, muchas más. Fotografías tomadas desde lo alto de una rejilla, en unas duchas que Akame reconoció como las de la Academia, y que enfocaban a distintas estudiantes en su momento más íntimo. Reconoció a Koko en una de ellas. En más de una.
Fotografías tomadas desde lo que parecía lo alto de un probador, y que capturaban, de nuevo, a chicas y mujeres ligeras de ropa. A veces ni eso. Y más, muchas más. Eran más de cincuenta. Más de cien. Era un auténtico álbum entero de ellas.
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Sin mudar su expresión marmórea, el jōnin ató cabos y llegó a la obvia conclusión. Las fotografías halladas en ese último cajón hacían toda la diferencia, su plan inicial acababa de dar un vuelco y ahora tenía ante sí la posibilidad de ejecutar una maniobra mucho más discreta y a la altura de alguien como Chokichi. Darle a probar un poco de su propia medicina.
Tomó aquel álbum de fotos, y también todos los sobres que había encontrado en los otros cajones. Los enrolló y se los guardó en los pantalones, bajo el chaleco.
Luego cerró los cajones —aunque no se molestó en cerrar el que hacía las veces de caja fuerte, ni tampoco en recolocar la cerradura— y repasó los alrededores por si se dejaba algo. Luego, hizo una serie de sellos y el Henge no Jutsu le permitió transformarse en una réplica exacta del propio Chokichi.
Antes de salir, comprobó que el papelito estaba colocado donde debía, y cerró la pesada puerta tras de él. Luego, bajó los escalones hasta llegar al portal del edificio, y salió a la calle. Una vez allí, enfiló el camino hacia su propia casa.
—
Los pasos de Akame y el nervioso chuunin les condujeron hasta la calle donde se situaba la residencia Sakamoto. Una vez allí, el Uchiha se detuvo a una buena distancia de la puerta; suficiente para no llamar la atención, pero también para que los guardias pudieran ser alertados si se formaba un alboroto. Luego se sacó la cajetilla de tabaco del bolsillo de su chaleco y se encendió un pitillo con toda la parsimonia del mundo.
—Paciencia, Chokichi-san, paciencia. Ahora debemos esperar —respondió a las dudas del pelirrojo.
Y así, el Uchiha se dispuso a dejar correr el tiempo durante unos minutos, mientras fumaba tranquilas pitadas de su cigarrillo, sin quitar ojo a Chokichi y su cámara.
Akame decidió detenerse justamente al lado de la gran mansión de los Sakamoto. Allí donde, un año atrás, le había dado una somanta de hostias y tirado la cámara fotográfica. Muy cerca de donde, minutos atrás, había realizado unas fotografías de lo más comprometedoras.
Varias gotas de sudor bajaron por su frente. ¿Esperar? ¿Esperar a qué? A cada segundo que pasaba, más estaba convencido de que algo no iba bien. De que aquello era una trampa. Pero, ¿el qué? ¿Y cómo librarse?
—L-lo siento, ¡pero he de ir de vientre! —exclamó mientras se llevaba las manos al trasero—. ¡Una emergencia! ¡Ahora vuelvo, Akame-dono! —exclamó, formando el sello del Carnero para realizar el Sunshin y largarse de allí cagando leches. Nunca mejor dicho.
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Cuando ya se encontraba cerca de su domicilio, el Kage Bunshin de Akame —todavía vestido con la "piel" de Chokichi— entró en una concurrida cafetería. Pidió un vaso de agua y luego entró en el cuarto de aseo. Un minuto más tarde, el jōnin salió del servicio de caballeros luciendo su verdadera apariencia y abandonó el lugar a paso ligero.
No le llevó mucho más tiempo llegar hasta el bloque de pisos de su vivienda. Esperó a estar libre de miradas indiscretas y entonces se sacó el material de bajo el chaleco, introduciéndolo en el buzón postal que correspondía a su apartamento. Luego, desapareció en un "puf", borrando cualquier rastro de que alguna vez había estado ahí.
—
Ahí estaba. Era aquella sensación, parecida a un torbellino onírico, que sucedía siempre que el Kage Bunshin de un ninja se disipaba y transmitía los conocimientos que había adquirido durante su breve existencia, a su creador. En el caso de Akame fue más información de la que pudo digerir, tanta que por un momento se quedó estupefacto. Su rostro reflejaba la más pura incredulidad.
Chokichi debió notarlo, porque no tardó en excusarse para intentar salir de allí. ¿Sería simple casualidad? Cuando Akame vio al muchacho realizar aspavientos con los brazos, activó al instante su Sharingan, buscando capturar la mirada del muchacho y paralizarle en el acto. Sin embargo, el Hōzuki fue rápido, y realizó un sello de mano que le permitió evaporarse en el aire.
«Ah no, amigo, tú y yo tenemos cosas que hablar.»
Por suerte para el Uchiha, su Kekkei Genkai le permitiría obtener un borrón de la imagen de Chokichi desplazándose a toda velocidad, y por consiguiente intuir hacia dónde se dirigía. Imitando el sello del chuunin, Akame realizó su propio Sunshin —que probablemente fuese incluso más rápido que el de Chokichi— para perseguir al pervertido ninja-fotógrafo.
Necesitas Percepción 100 para seguir movimientos instantáneos, mate
Uchiha Akame quiso seguir a Chokichi en su rápida huida, emulando el Sunshin no Jutsu de su presa. No obstante, y aunque creyó intuir la dirección original, lo perdió en el camino. La amplia calle del Barrio de los Pétalos terminó, haciéndole detenerse. A izquierda, el camino que conducía al Barrio de las Flores. A la derecha, el que conducía al Edificio Uzukage.
—
Hozuki Chokichi agitaba los brazos de un lado a otro mientras corría a todo lo que le daban sus pequeñas piernas. Allí, él era el rey. Nada ni nadie podía tocarle, y conocía cada ruta, cada esquina y cada atajo mejor que la palma de su mano.
Sus pasos resonaban en un eco profundo y el olor a excremento, meado y vómito penetraba sus fosas nasales como un auténtico puñetazo en el estómago. Por suerte, años recorriendo aquellas tuberías —y las de otras ciudades— le habían curtido. Matado el olfato hasta acostumbrarse a aquella pestilencia.
La mierda empezó a subir a medida que se adentraba en el Barrio de las Flores, allí donde los edificios —y por tanto también la población— se acumulaba. Suerte que era ninja, y que mediante el uso de chakra, podía caminar sobre ella sin mancharse demasiado. Halló unas escaleras metálicas incrustadas a la pared, allí donde siempre estaban, y una bolsa anudada a un peldaño. Subió dos escalones, tiró sus zapatillas, y se puso las limpias que había dentro de la bolsa. Olían horrible, pero al menos a simple vista parecían limpias y no como si hubiese pisado diez cagadas de perro.
Subió por los escalones y se coló por las rendijas de la alcantarilla gracias a su habilidad Hozuki, ascendiendo al callejón trasero de su edificio. Tenía que entrar en su piso. Tenía que entrar y comprobar que todo seguía en orden. Solo así podría quitarse aquella sensación, aquel malestar, que le atenazaba el corazón y le comprimía el estómago. Necesitaba saber que todo estaba bien.
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Sin embargo, el Sharingan de Akame aun no estaba lo suficientemente bien entrenado como para seguir la estela de un movimiento instantáneo como aquel. Ni siquiera realizado por un ninja tan poco talentoso como Chokichi. Así pues, el Uchiha se limitó a soltar un bufido molesto y llevarse otro cigarrillo a la boca —el anterior se le había caído al reaccionar a la huída de su compañero chuunin—.
—Ya nos veremos, hijoputa, ya nos veremos..
Así, el jōnin se dio media vuelta y emprendió el camino de vuelta a su apartamento. Cuando llegase no se olvidaría de revisar su buzón, donde casualmente encontraría varios documentos de gran valor. La mayoría de éstos acabarían en una escueta pero efectiva candela, esa misma noche, en la terraza de su apartamento. Pero el álbum... El álbum quedaría guardado, a buen recaudo, en el modesto cajón del escritorio de Akame.
El cual había sufrido unas ligeras modificaciones a prueba de ladronzuelos inesperados.