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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
Cualquiera pensaría que Hozuki Chokichi había mentido a Yota. Que, en realidad, no había ningún asunto que atender. Que no había quedado con nadie. Que tan solo era una triste excusa para largarse de allí. Y, todos ellos, se equivocarían.

Porque Chokichi sí tenía asuntos que atender. Se trataba de una cita. Una a la que no había fallado desde hacía meses, siempre a la misma hora. Siempre en el mismo sitio. Una cita con su amor prohibido —o uno de ellos, más bien—.

Caminaba por las calles de la Aldea sin destacar, sin llamar la atención. Y es que, ¿quién se fijaría en el bueno de Chokichi? ¿Quién se molestaría en perder más de tres segundos preguntándose a dónde se dirigiría el bonachón y miedoso Hozuki? Nadie le tomaba en serio —por mucho que se hubiese ganado su placa Chunin a pulso—, y por eso también nadie, al mismo tiempo, había descubierto sus pequeñas aventuras hasta el momento.

Chokichi dejó atrás las calles estrechas y las casas pequeñas para adentrarse en el Barrio de las Flores, compuesta principalmente por pisos. Fue a uno de estos edificios a los que el Hozuki entró. Akame lo conocía muy bien. Era donde había vivido su difunto amigo Haskoz, y era también, como había averiguado en su primera misión juntos, donde vivía Hozuki Chokichi.
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#47
Si Chokichi era discreto, más lo era Akame. El jōnin le seguía a una distancia prudencial y con una naturalidad tan admirable que nadie sino un observador veterano podría haber deducido que sus pasos eran calcados a los del joven chuunin, y no que simplemente él estaba caminando por allí y de forma fortuita coincidía con el rumbo que llevaba su colega.

Cuando, tras un rato, Akame divisó en el horizonte el bloque de pisos en el que él sabía que Chokichi tenía su residencia, el Uchiha no pudo evitar sentir un pellizco en el estómago. Desde la muerte de Haskoz, nunca había vuelto a pisar aquella zona; le traía demasiados recuerdos. Como aquella primera misión junto al difunto Uchiha y Hagakure Kōtetsu, en la que habían descubierto que Chokichi tenía en su cuarto una riada de fotografías de varias chicas de la Aldea. En aquel momento habían decidido no reportarle por no considerarlo tan grave.

«Qué equivocados habíamos estado...»

Sería bastante tiempo más tarde cuando el propio Chokichi, junto a Datsue, desencadenaría una oleada de descrédito hacia varios shinobis haciendo uso de su talento como fotógrafo.

Akame dejó de pensar en aquellas cosas. Le destemplaban el ánimo, y necesitaba estar fresco para lo que se venía. Así pues, siempre manteniendo una distancia segura y un lapso de tiempo razonable, se colocó junto a la entrada del edificio. Esperó, y luego ingresó. Llegado a ese punto no le hizo falta seguir al Hōzuki; recordaba bien dónde quedaba su apartamento. Sin embargo, decidió subir las escaleras con cautela y siempre atento a que el escurridizo Chokichi no pudiera verle venir.

Una vez en el rellano del apartamento de Chokichi, el jōnin subió un piso más y esperó. Esperó, y esperó, y esperó, y esperaría hasta que aquel muchacho volviera a salir de casa.
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#48
Cinco minutos más tarde, Akame oiría a Chokichi salir del apartamento. Oyó sus inconfundibles pasos pesados, y el cerrojo de la puerta al cerrarse. El Hozuki bajó por las escaleras con aire relajado. No miraba a su alrededor, moviendo la cabeza de un lado a otro, como el típico joven que está haciendo alguna travesura y tiene miedo a que le pillen. No, porque, como ya se había dicho, nadie en aquella Villa se fijaba en lo que hacía. ¿Para qué preocuparse entonces?

Iba a paso tranquilo, con su inseparable cámara fotográfica rebotándole en el pecho a cada paso que daba. Los edificios pronto fueron bajando en tamaño y número, hasta que finalmente ya no se veía ninguno. Ahora, eran chalés unifamiliares. Con grandes murales rodeándolas y extravagantes figuras decorando sus entradas.

En efecto: se encontraba en el famoso Barrio de los Pétalos, uno de los más lujosos de la Villa. Y, como casi todo el mundo conocía, también donde se alojaba una de las familias más estrambótica, peculiar y rica de la aldea: los Sakamoto.

El Chokichi giró a la derecha, evitando la entrada principal, siempre custodiada por dos rubios guardias. Una calle estrecha dividida por una hilera de árboles en el centro. Se detuvo junto a uno, y, esta vez sí, echó un vistazo a sus alrededores para comprobar que no había nadie.
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#49
La paciencia tuvo sus frutos, como siempre. Por nada llamaban en aquella Aldea a Uchiha Akame con el apodo de "El Profesional"; el muchacho sabía lo que se hacía. Era un ninja metódico y estudiado, un ninja que sabía mantener controladas las posibles amenazas y que siempre se guardaba un truco bajo la manga para sorprender a sus enemigos. O casi siempre.

Sea como fuere, Akame —que había estado esperando sentado en los escalones del piso superior— se levantó con la agilidad de un gato nada más escuchó el cerrojo y la puerta del apartamento de su objetivo. Cual depredador, bajó cuidadosamente el suficiente número de escalones como para intuir la figura regordeta y anaranjada del Hōzuki abandonando su vivienda e iniciando el descenso. El depredador debía entonces dividirse en dos, y así lo hizo. Con un singular sello de manos, Akame creó una copia exacta de sí mismo. Ambos se miraron, y el clon asintió.

Empezaba la verdadera cacería.

Mientras el original bajaba las escaleras con el mismo cuidado que las había subido y abandonaba el edificio residencial siguiendo la estela de Chokichi, la copia se agazapó junto a la puerta. Esperó unos instantes y, tras comprobar que nadie rondaba por el hueco de la escalera, sacó una ganzúa de su portaobjetos y trató de forzar la puerta.




El jōnin tuvo que contener un improperio cuando los pasos de aquel paparazzi de tres al cuarto le llevaron hasta la vivienda de su difunta amada; o, más bien, a la de su familia. «¿Pero este condenado...? ¿Acaso lo está haciendo adrede para torturarme?» Se tragó su rabia y continuó caminando, cambiándose de acera para no pasar frente a los guardias Sakamoto y agachando la cabeza casualmente para evitar ser reconocido.

Al doblar la esquina, Akame vio que su objetivo se había detenido. «¿Qué te traes con esta gente, malnacido?» No le costó imaginarse por qué Chokichi estaba allí.

Así, el Uchiha realizó una corta serie de sellos y se mimetizó con su entorno en aquella misma posición, junto al primer árbol de la hilera, desde la que podía observar al Hōzuki sin ser visto.
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#50
Agachado y en soledad, Uchiha Akame trabajó en la cerradura con la precisión y cuidado que siempre acostumbraba a mostrar, y que ya formaba parte de su naturaleza. Metódico, sin florituras ni improvisaciones innecesarias. Poco a poco, milímetro a milímetro, explorando la zona con la delicadeza de un amante hasta finalmente conseguir que se abriese para él.

Nada más entrar, vio con el rabillo del ojo un pequeño papelito, de no más de tres centímetros, aterrizar sobre el suelo. Era como si hubiese estado sostenido entre el borde de la puerta y el marco, y ahora, al abrirla, hubiese caído.

El pequeño piso no tenía más que una puerta a la derecha, una cocina a la izquierda, y una cama al frente, al lado de un gran ventanal. Había una mesita de noche al lado de la cama, y a su izquierda, un escritorio con varios cajones a ambos lados. Una mesa redonda en el centro, donde Chokichi debía comer, con solo una silla en ella. La primera impresión era que estaba limpio, enfermizamente limpio. Ni una mota de polvo, ni una arruga en la cama, y, ni mucho menos, un plato en el fregadero sin lavar.

Y, todo dicho sea de paso, ni rastro de los inquietantes maniquíes que Uchiha Akame se había encontrado un año atrás.




Una corta serie de sellos permitió a Akame ser invisible a ojos del mundo. Imperceptible, sí, y al mismo tiempo tan real como el espíritu de Shiona que todavía impregnaba las calles y los corazones de sus hijos. Algunos, decían con voz abatida, cada vez menos.

Pero, cuál sería su sorpresa cuando, una vez asomase de nuevo la cabeza, el Hozuki tampoco estuviese allí. Desaparecido, sin dejar rastro, como si alguien lo hubiese borrado del mapa. Una rama de un árbol se movió ligeramente, y una pequeña ráfaga de viento agitó sus hojas.
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#51
El Kage Bunshin no pasó por alto el pequeño papelito que se había caído de la puerta. Cuando ingresó en la vivienda, lo tomó cuidadosamente utilizando sus ganzúas como improvisadas pinzas —para evitar tocar el papel— y lo colocó donde intuía que debía haber estado, en base al movimiento que había hecho al caer. Luego cerró la puerta con delicadeza.

Una vez hecho, se dio la vuelta y encaró la vivienda. Al momento activó su Sharingan, que le permitiría discernir si allí había algún tipo de truco o engaño. Pero aquella vista se correspondía bastante a la idea que Akame tenía de Hōzuki Chokichi, frustrantemente parecido a él mismo en algunos aspectos. Con paso cauto, el Uchiha avanzó cruzando la estancia principal hasta el escritorio que reposaba junto a la cama. Usando los bajos de la camiseta que llevaba bajo el chaleco, Akame se dispuso a abrir, uno a uno, los cajones del escritorio en busca de algo interesante; principalmente fotografías de diversa índole.




«¿Ese jodido...?»

Akame alzó la vista hacia la rama del árbol que acababa de moverse... Y recordó que Chokichi era, en efecto, un Hōzuki. Eso implicaba varias cosas, pero la más acuciante de ellas en aquel momento era que podía deshacer su cuerpo en agua. Si uno sumaba dos y dos, la espontánea desaparición de aquel pervertido no era difícil de resolver. «¿Así que te gusta la escalada? No hay problema, Chokichi-san. Tengo toda la tarde», se dijo el Uchiha. Y allí, estático, observaría el árbol cuya rama se había meneado con el viento, a la espera de que el escurridizo chuunin se revelase o diera un paso en falso.
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#52
En el primer cajón ya encontró algo sumamente interesante, y que le mantendría entretenido de abrir los siguientes por unos minutos. Se trataba de un gran sobre amarillo, que con letras grandes y rojas, rezaba así:

«La caída de Datsue el Cobarde»

Cuando lo abriese, encontraría en él las fotos que tanto buscaba. Fotografías problemáticas, más en aquellos tiempos. Fotografías de Datsue en su tienda de armas, recibiendo dinero de su socio, en el que se sacaba unas perras al vender las armas por debajo del precio establecido. Fotografías de Datsue con Soroku, uno de los Señores del Hierro, y recibiendo de su mano una katana. Una katana que, en la siguiente estampa, daba a Senju Riko, rompiendo así su tratado. Fotografías de un Datsue borracho volviendo a casa. Fotografías de Datsue liándose y fumando un porro. Fotografías de Datsue vendiendo lo que parecía un bote de crema a una anciana por un fajo de billetes desmesurado...

Y una fotografía del jounin que le había detenido en las puertas de la Villa, cuando había perdido el control del bijuu, sin brazo.




Akame siguió aguardando, más nada logró ver. Ni una sombra asomándose. Ni una cabeza sobresaliendo...
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#53
«Hijo de una hiena sifilítica...»

Akame revisó el contenido de aquel sobre a toda velocidad, y no pudo quedar más sorprendido. ¿Ese era el plan de Chokichi? ¿Enmierdar a los Hermanos del Desierto? ¿Qué esperaba ganar con ello? Sea como fuere, ellos eran los salvadores de Uzushiogakure. ¿Iban unas fotos a bastar para propiciar la caída de semejante dupla?

«Probablemente sí», se dijo con una mezcla de tristeza y frustración. Desde luego, ellos estaban bastante lejos de ser unos ninjas modelos, al menos a ojos de cualquier civil. No le quedaba otra que poner freno al plan de aquel retorcido Hōzuki.

Sin demora, el Uchiha empezó a rebuscar por el resto de los cajones; si cabía alguna posibilidad de que allí hubiera más material sensible como el que tenía sobre Datsue, debía encontrarlo con la mayor prontitud.




Agazapado, el verdadero Akame se mantenía vigilante. Pasado un rato sin que el Hōzuki diera señas de vida, el Uchiha empezó a cuestionarse las distintas posibilidades que no había considerado.

«Podría haberse licuado para acceder a la casa sin ser visto, el tipo tenía una filia enfermiza con Noemi-san. O podría estar escondido en la copa de ese arbol, cámara en mano, buscando alguna instantánea guarrona. Hmpf, esto es problemático.»

Aun así, el jōnin concluyó que si Chokichi había decidido infiltrarse por aquel punto, debía haber una razón lógica; al fin y al cabo el tipo era metódico y calculador. No hacía las cosas porque sí. Si ese razonamiento era correcto, sólo tenía que esperar para cazar infraganti a Chokichi en su vuelta a casa.
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#54
Segundo cajón, segunda sorpresa. Pronto, Akame empezaría a darse cuenta que aquellos no eran simples cajones, sino verdaderos cofres que guardaban un tesoro. Un tesoro que, en manos equivocadas, podían convertirse en un infierno para los protagonistas que allí aparecían.

En este en concreto, halló un segundo sobre, blanco y con un escrito dorado en el centro:

«Yakisoba»

Cuando lo abrió, encontró, en efecto, al hombre mencionado. A su cadáver, más bien. Su siempre afable sonrisa se había convertido en un rictus pétreo, y sus sonrojadas mejillas eran azuladas. Tenía los ojos desencajados y una herida mortal en el pecho.

Y, entonces, Akame recordó. Recordó el día en que Hanabi, tras el asesinato de Zoku, les había dicho que habían descubierto su traición gracias a un fotógrafo anónimo que les había enviado las fotos de Yakisoba. De su cadáver.




En aquella calle tan poco transitada todo seguía igual. Ni un sonido, ni una visión, nada. Hasta que, en un momento dado…

Akame creyó ver algo. Algo que no era posible. Algo que no encajaba. Un destello. Un pequeño reflejo... en el aire. Apenas un metro por encima de la rama que anteriormente se había movido. Pero, allí, por mucho que se fijase… no había nada. ¿Simples imaginaciones suyas, o…?
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#55
«Por las tetas de Amaterasu...»

¿Acaso sus ojos le estaban engañando? Akame levantó aquella fotografía y la colocó bien alta, ante sus ojos, como si quisiera pasarle la prueba del trasluz cual billete falso. Sin embargo, ahí seguía la imagen; mostrando a un gordo con la expresión exacta de quien no se esperaba recibir un katanazo en todo el pechito.

«Fue él... Fue el condenado Chokichi. ¡Él les entregó esta fotografía y destapó la conspiración de Zoku!»

El jōnin se llevó una mano a las sienes. Aquello lo volvía todo mucho más complicado; estaba claro que Chokichi había ascendido a chuunin por aquella fotografía, y no en una peligrosa misión de infiltración, como había asegurado el propio Hōzuki ante Yota. Pero también le colocaba en un punto delicado, pues seguramente Sarutobi Hanabi tendría bien considerado al muchacho.

Con un bufido de frustración, el Kage Bunshin de Akame se apresuró a rebuscar en los cajones que quedaban, ávido de hallar más secretos como aquel... Y, sobre todo, información sensible de él mismo.




El Uchiha alzó una ceja. «¿Se está ocultando con algún tipo de jutsu de camuflaje?» Para Akame —que siempre había despreciado a Chokichi como ninja y como persona— era inverosímil que aquel gorderelas hubiera alcanzado un manejo del Ninjutsu suficiente como para dominar semejantes técnicas. Pero allí estaba, ante sus ojos, una potencial evidencia de ello.

«Putazo, sé que estás ahí...»

Así pues, el jōnin se retrajo en su escondite, apoyando la espalda contra el árbol. En teoría, el Hōzuki debía ser incapaz de verle desde donde Akame pensaba que se encontraba; de modo que, tras asegurarse de que por allí no pasaba ningún observador incómodo, el Uchiha deshizo su propio camuflaje y acto seguido activó su Sharingan.

Luego, volvió a recubrirse con la técnica del Meisaigakure, y volvió a mirar. Pero esa vez, con unos ojos de verdad.
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#56
El tercer cajón del escritorio no contenía información tan jugosa. Había fotografías, sí, todas ellas guardadas también en sobres para evitar que cualquier mota de polvo se colase en ellas. Fotografías del cerezo en flor. Fotografías del festival en honor a los Dioses en el Parque de los Cerezos. Fotografías de chicas, risueñas, posando para la cámara. Fotografías tomadas en Año Nuevo, donde se apreciaban decenas y decenas de velas flotantes en el firmamento nocturno envueltas en farolillos de distintos colores. De la playa, con el mar teñido de rojo por el ocaso. De las imponentes estatuas del Valle del Fin. Del Círculo de Rocas Ancestrales. Y de más y más paisajes preciosos.

Chokichi tenía la rara habilidad y destreza de realizar esas instantáneas en el momento y lugar idóneo. De capturar la esencia y magia de lo que había al otro lado de la cámara. De transmitir emociones. Sentimientos. Lástima que, aquellas, fuesen la excepción y no la norma.

En el mismo cajón, Akame halló alguna fotografía más de mayor interés. Encontró a Gouna, siendo coronada por Yakisoba en lo alto de un balcón frente a una plaza llena de uzujines que alzaba el puño al cielo y lanzaba vítores —Chokichi se lamentaría, desde aquel día hasta el fin de sus días, de no haber capturado el momento en que Gouna había asesinado a Zoku. Por desgracia, el susto que se llevó se lo había impedido—. La misma fotografía se repetía, con la misma toma y ángulo, pero en otro momento. En aquella ocasión, era Hanabi y el Señor Feudal quienes estaban en el balcón. La plaza estaba todavía más abarrotada, pero se apreciaba que el entusiasmo era menor. No había tantas manos alzadas al cielo. No había tanta gente aplaudiendo. No había tantos hombres y mujeres ahuecando las manos alrededor de la boca para lanzar vítores. Y entonces una tercera, donde los Hermanos del Desierto aparecían a cada lado del Daimyo. La mitad de los brazos habían bajado. Había caras de desconcierto. Rostros pegados a otros, murmurándose cosas. Casi podía decirse que solo la mitad aplaudía. Quizá incluso menos.




Y allí estaba, claro y evidente ahora ante sus nuevos ojos, el chakra color naranja oscuro que impregnaba a Chokichi. De hecho, ahora que se paraba a fijarse, casi que podía verlo sin necesidad del Sharingan. Era como ese camaleón camuflado, esa oruga en una hoja, que está frente a tus narices, pero que hasta que no te das cuenta de que está ahí, no lo ves.

Con Chokichi pasaba parecido. Diminutas gotas de agua recubrían todo su cuerpo y la propia cámara que sujetaba —y que apuntaba hacia una ventana de la mansión Sakamoto—, todas ellas de un color y tonalidad muy específico. Cuando estaba quieto, era prácticamente invisible. Cuando se movía ligeramente, se alcanzaba a vislumbrar algo, como una pequeña perturbación en el aire.

Y ahí estaba, de nuevo, su único punto débil. Lo que le había delatado. La luz del sol, reflejándose en la óptica de su cámara.
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#57
Ansioso, el Uchiha descartó aquellas fotos. No le parecían importantes, y las sensaciones que le suscitaban se encontraban en un segundo plano frente a la mentalidad analítica que mantenía en ese momento. Tan sólo se detuvo a mirar la última foto, aquella que le presentaba la arrolladora realidad; el pueblo de Uzushiogakure no Sato nunca había estado con ellos. Nunca les había visto como algo más que a dos bombas atómicas de relojería.

Volvió a poner las fotos en su sitio, siempre con cuidado, como había estado haciendo, tomándolas con la tela de su camiseta para evitar dejar huellas.

Así, prosiguió a registrar los dos cajones restantes.




«Te tengo, maldito desgraciado.»

Akame tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad y legendaria calma para no saltar en ese preciso momento sobre Chokichi y reventarle el cráneo a puñetazos. Aquel tipo no sólo no se había contentado con agraviar a la familia Sakamoto una vez, con la revista de Datsue, sino que al parecer había desarrollado toda una rutina de espionaje. Ni siquiera el duelo de una familia que había perdido hacía menos de un año a dos de sus hijas era suficiente para disuadir a Chokichi de sus placeres privados.

El jōnin empezó a pensar, a urdir. Iba a destruir a Chokichi, sí, pero no físicamente; sino públicamente. Su imagen, su trabajo, su ciudadanía en Uzu. Todo quedaría reducido a cenizas... Y para eso debía ser paciente. Paciente y calculador, dos virtudes que —a falta de muchas otras— el joven Uchiha sí que tenía.

Así que esperó. Esperó a que el Hōzuki terminara de disfrutar de sus vistas, y de capturar las mismas pruebas que iban a suponer la sentencia sobre su nombre en aquel aparato electrónico.
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#58
Tras examinar los tres cajones de la derecha del escritorio, Akame se aproximó a los de la izquierda. Nada más abrir el primero, notó algo extraño. Algo inusual en aquella casa: polvo. Apenas unas motas aquí y allá, pero allí estaban, tan claras como las estrellas en un cielo despejado.

En él, Akame encontró más sobres. Fotografías que, como las anteriores, eran inofensivas y no dañaban a nadie. A nadie, salvo, quizá, a él mismo. La primera de ellas ya fue un puñetazo directo a la mandíbula: un selfi de Chokichi y Haskoz. Haskoz le abrazaba con un brazo por encima de los hombros, mientras que con la otra mano realizaba un corte de manga a plena cámara. Ambos sonreían. Se les veía felices.

La segunda, era la autoproclamada Generación de Oro. Una fotografía de la promoción de Chokichi —que había suspendido y tenido que repetir— y Akame. Estaban todos, con la Academia a sus espaldas. Unos de pie, otros agachados, hincando una rodilla, para poder entrar todos en la instantánea. Haskoz y Akame estaban juntos. También estaba Chokichi. Noemi. Furukawa Eri. Senju Nabi. Senju Riko. Todos.

La tercera era de una casa que conocía muy bien: Furakwa Eri. Con las paredes ennegrecidas, el tejado caído y todavía con volutas de humo volando hacia el cielo. Otra foto del interior de la casa, de la habitación de Eri, chamuscada. Se veía un libro ennegrecido tirado en el suelo. Otra foto…

… de una página prohibida. Una página olvidada en una librería pequeña situada en un recóndito callejón de la Aldea. Una página que luego pasaría a manos de una joven chica especialista en medicina. Dicha página nunca había llegado a manos de su legítimo dueño, pero lo hacía ahora, a través de aquella instantánea.

Un año más tarde, Chokichi había cerrado el círculo: era una instantánea del mensaje que había dejado Haskoz en el libro de Eri, en una borrachera que ambos Uchiha habían tratado de olvidar. Su último y verdadero adiós.

Quedaban dos cajones por examinar.




Hozuki Chokichi cambió de posición. Se agachó, hincando una rodilla y apoyando un pie sobre la rama. Se llevó una mano al bolsillo, pareció comprobar las instantáneas que había sacado, y finalmente miró a izquierda y derecha para asegurarse de que no había nadie.

Se colgó entonces la cámara al cuello —atada por un cordel—, y saltó al suelo, deshaciendo su técnica de camuflaje. Todavía sin poder borrar la sonrisa de su rostro, empezó a caminar de vuelta a su hogar. Tenía trabajo por hacer.
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#59
Una lágrima solitaria cayó por el rostro del curtido ninja, precipitándose al vacío y terminando por estrellarse contra el suelo. Una pequeña gota, única prueba de que alguien, alguna vez, había irrumpido en esa casa.

Akame sostenía la foto de su promoción de la Academia de las Olas con manos temblorosas, sus ojos recorriendo una y otra vez los rostros de los compañeros con los que había compartido clase. Cuando vivían, en aquellos años, el Uchiha nunca se había molestado por socializar con la mayoría de ellos; enfrascado como estaba en su entrenamiento, demasiado orgulloso para admitir sus debilidades, no los había considerado relevantes. E incluso así, tantos momentos felices le venían a la mente al ver aquella instantánea, aunque en aquel tiempo no hubiera sido consciente de que lo eran. Se sentía como si hubiera dilapidado una gran fortuna, pues había sido feliz sin saberlo.

Ahora todos se habían ido, o eran apenas una sombra de aquel tiempo. Todos menos Chokichi y él.

Devolvió las fotografías a su lugar y registró los últimos cajones del escritorio.




Sigiloso y mortal, Akame esperó a que su presa se hubiese alejado lo suficiente como para no advertir que había vuelto a seguirle, para reanudar la marcha. Supuso que ahora volvería a casa para revelar el carrete y disfrutar obscenamente de los frutos de su trabajo. El Kage Bunshin que había dejado allí para registrar la vivienda todavía no se había disipado, cosa que podía suponer un problema.

«Venga, coño, ¿qué has encontrado rebuscando entre las vergüenzas de este hijoputa?»
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#60
Dos cajones. Eso era lo que le quedaba a Akame para desenterrar todos los secretos —o los que guardaba en el escritorio, al menos— de Hozuki Chokichi. Empezó por el del medio, siguiendo el mismo orden, y, como en los otros…

Sí, más fotos. Guardadas en su ya consabido sobre, sin una sola mota de polvo. En el centro del sobre, inscrito con letras rojas, rezaba:

«Akame el Aficionado»

La primera foto era una que ya había visto. Se le veía a él, a través de una ventana, besándose con Koko. La segunda apenas era una sombra en la oscuridad. La fotografía había sido tomada sin ningún tipo de flash, pero aún así, pudo reconocerse a sí mismo adentrándose en un bosque. Un bosque que conocía muy bien, pues reconoció el gran torii carmesí que había en la entrada. Se trataba de Hokutōmori, el gran bosque del Valle de los Dojos. En el reverso de la foto, estaba marcada una hora: 1:16 AM.

Una tercera foto. De nuevo, pudo reconocerse en la mancha borrosa que era en la oscuridad. Parecía estar de vuelta del bosque. En el reverso, otra hora —1:56 AM—, y varias preguntas escritas con tinta naranja:

«¿Por qué volvió sin katana?
¿Qué estuvo haciendo?
¿Por qué tardó tanto?»

Sí, ahora que Akame se fijaba, en la segunda fotografía podía distinguir el Lamento de Hazama pegada a su cadera. En la tercera… ya no estaba.

Tras examinar el sobre, Akame pudo tomar una pequeña libretita negra, donde solo la primera página estaba escrita.

¿Cuál es la historia de Akame? ¿Cuál es su pasado? ¿De dónde viene? ¿Quién es su familia? ¿Sus padres eran de Uzu? Si no lo eran, ¿cómo llegó hasta aquí? ¿Y por qué aquí? Datsue puede saberlo, pero Datsue jamás me respondería. Tengo que encontrar otra forma. ¿Preguntar a Hanabi? Demasiado arriesgado. Podría llegar a oídos de Akame, y es jounin, me metería en un problema. ¿Preguntar a Noemi? Quizá sepa algo por la hermana, pero dudo que me respondiese tampoco.

Esconde algo. Hay que encontrar la manera de destaparlo.
[Imagen: ksQJqx9.png]

¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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