Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Eri se estiraba de camino a Hokutōmori. No había estado nunca allí, así que al final la curiosidad la había matado por completo, instándola a visitar aquel pacífico bosque donde estaba terminantemente prohibido tener algún conflicto. En las rondas anteriores había estado tan ocupada entrenando que, ahora, viendo que no iba a celebrar un último combate puesto que Yota había sido expulsado del torneo, no tenía tantas ganas de entrenar como antes, así que aprovechaba algo de su tiempo para hacer turismo por los lugares que escondía el complejo de los Dojos donde se hospedaba.
—A ver qué secretos escondes —murmuró, adentrándose al lugar. Llevaba un vestido veraniego, en contraste con sus normales prendas que solía llevar. Su bandana residía medio caída en lo alto de su cabeza, y sus sandalias ninjas pisaban la hierba que se extendía bajo sus pies.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Que Hokutōmori se había convertido en una especie de refugio espiritual era algo que no podía negar. Ayame había adquirido la costumbre de perderse entre sus árboles y disfrutar de la tranquilidad del bosque cada vez que quería alejarse de la sociedad, pensar en sus propios asuntos o, como aquel día, simplemente disfrutar del silencio. Quizás era el hecho de que no tenía algo así en Amegakure, donde los únicos bosques eran de acero y luces de neón, pero de verdad le estaba cogiendo el gusto a aquello. Y allí estaba, a pocos días antes de la última ronda del Torneo de los Dojos, relajándose a la sombra de un enorme roble, tumbada sobre sobre sus raíces. Era un día igual de caluroso que cualquiera de los anteriores; pero allí al menos, bajo el amparo del follaje del bosque, se llevaba mucho mejor. La brisa que soplaba entre las sombras resultaba incluso agradable.
Iba vestida con un vestido fresco de color azul, que le llegaba hasta la mitad de las rodillas, y sus sandalias shinobi habían sido reemplazadas por unas sandalias comunes y corrientes, bastante cómodas. No llevaba sus armas, ni siquiera su bandana como kunoichi, aunque sí llevaba los dedos de las manos envueltos en múltiples tiritas, algo que se había convertido en habitual en los últimos días. Pero estaba claro que entrenar no entraba dentro de sus planes. Lo último que quería era lesionarse antes de su último combate contra Daigo. Le había prometido que daría lo mejor de sí misma, y así debía ser.
El centelleo de un destello azul hizo que sus ojos volasen hasta la dueña del vestido de dicho color. Estaba a unos metros de ella, camuflada por los arbustos y árboles que la rodeaban. Eri apretó el paso, llegando de pronto cerca de su anterior rival y ganadora de su combate.
—¡Ayame! —saludó, colocándose a su lado mientras ponía las manos en su espalda, inclinándose para mirarla a la cara.
No la veía desde el combate, pero sí que se había fijado en las numerosas tiritas que llevaba en sus manos. ¿Sería del entreno?
—¿Estás bien? —preguntó, señalando las heridas.
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El sonido de unos pasos acelerados fue lo que la sacó de su ensimismamiento. O de su duermevela, si era sincera. La kunoichi entreabrió los ojos a tiempo de ver una sombra roja acercándose a toda velocidad a ella.
«¿Un zorro?» Fue lo primero que se le pasó por su adormilada mente.
—¡Ayame! —ladró el zorro.
Ella parpadeó varias veces, confundida. ¿Un zorro que hablaba? Pero el zorro se transformó súbitamente en una joven de cabellos rojos como el fuego que vestía un vestido del mismo color.
—¡Oh, Eri! —exclamó, apresurándose a reincorporarse. Con un sonoro bostezo, la muchacha se frotó los ojos.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Y ella la miró, interrogante. No tardó en darse cuenta de que se estaba refiriendo a las múltiples tiritas que adornaban sus dedos.
—¡Ah! ¿Esto? No es nada, no te preocupes, efectos secundarios de los entrenamientos —se rio, agitando una mano en el aire para restarle importancia—. ¿Qué haces por aquí?
Ayame pareció sorprendida al verla, pero pronto se recompuso. Eri la miró directamente a los ojos, suponiendo que estaba cansada tras ver el bostezo que prosiguió aquello. Quizá todo el entrenamiento estaba haciendo mella en ella.
Solo bastaba con ver sus heridas.
—¡Ah! ¿Esto? No es nada, no te preocupes, efectos secundarios de los entrenamientos —Le restó importancia moviendo la mano delante de ella, pero Eri torció el gesto. Tampoco quería que se hiciera daño por forzar su cuerpo—. ¿Qué haces por aquí?
—Como ya no voy a combatir más... Ya sabes, porque descalificaron a Yota —señaló al aire, como si en ese punto estuviera el kusajin—. Ahora me quedo con un séptimo puesto y mucho descanso, que planeo usar en entrenar y conocer los Dojos, así que hoy tocaba Hokutōmori —explicó, terminando con un asentimiento de cabeza—. ¿Y tú? Pronto tendrás tu combate... ¿No estás nerviosa?
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—Como ya no voy a combatir más... Ya sabes, porque descalificaron a Yota —Eri hizo un extraño movimiento, como señalando al aire.
—Ah, es cierto, Yota... —suspiró Ayame, al recordar a su viejo amigo de Kusagakure.
Y no pudo evitar volver a preguntárselo: ¿En qué demonios estaría pensando Yota para hacer una atrocidad como aquella? Según le habían comentado, había sido expulsado del torneo y le habían arrancado la bandana de la frente. Pero si hubiese sido ella, si se le hubiese ocurrido hacer algo así frente a Yui... La bandana habría sido la menor de sus preocupaciones.
—Ahora me quedo con un séptimo puesto y mucho descanso, que planeo usar en entrenar y conocer los Dojos, así que hoy tocaba Hokutōmori —continuó Eri—. ¿Y tú? Pronto tendrás tu combate... ¿No estás nerviosa?
—Sí, claro que lo estoy —respondió Ayame, con una sonrisa temblando en sus labios—. Me toca contra... ¿Kaigo era su nombre? —dudó, y entonces sacudió la cabeza en el aire—. Ya sabes, ese chico de pelo verde de Kusagakure. Quiero defender ese quinto puesto, pero no conozco nada de él, así que voy un poco a ciegas... Pero necesitaba relajarme, y por eso he venido aquí. Creo que no hay un lugar más silencioso en todo el Valle de los Dojos que Hokutōmori.
Eri pareció recordar a Ayame el momento en el que Yota quedó descalificado al crear, a través de un Henge, a su antiguo Morikage. Tragó saliva al recordarlo. Ella no podría hacer algo así, y aunque Hanabi quizá fuese un pelín más benevolente, el recuerdo mancillado de Shiona quedaría cual mancha en su corazón.
Pero prefería no pensar en eso.
—Sí, claro que lo estoy —Ayame estaba nerviosa y se notaba, por lo que Eri sonrió amablemente, intentándola dar ánimos—. Me toca contra... ¿Kaigo era su nombre?
—Daigo —corrigió la Uzumaki tras la descripción que le había dado de su nuevo contrincante.
—Quiero defender ese quinto puesto, pero no conozco nada de él, así que voy un poco a ciegas... Pero necesitaba relajarme, y por eso he venido aquí. Creo que no hay un lugar más silencioso en todo el Valle de los Dojos que Hokutōmori.
—¿Ya has estado aquí antes? —preguntó, curiosa—. Este lugar parece mágico... Es espectacular.
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—¿Ya has estado aquí antes? —preguntó Eri, curiosa—. Este lugar parece mágico... Es espectacular.
—Sí —respondió Ayame, mientras se reincorporaba y se sacudía las brizas de hierba y las hojas que se habían adherido a su cuerpo—. Descubrí este lugar en la anterior convocatoria del Torneo de los Dojos y —añadió, con una carcajada—, ¡vaya casualidad! también me encontré a una chica de tu aldea que se llamaba como tú. Se te parecía un poco, pero tenía el pelo azul.
No había vuelto a saber de ella desde entonces, y durante un instante no pudo evitar preguntarse qué habría sido de ella. Pero ya había pasado tanto tiempo que no merecía la pena preguntar. Era posible que aquella Eri ni siquiera se acordara de ella.
—También... —añadió, desviando la mirada con gesto sombrío—. También aquí fue donde volvieron a revertirme el sellado. Ya sabes, después de lo que ocurrió con Kokuō.
Y donde también había cumplido su promesa y había roto la cárcel que enjaulaba a su bijū.
¿Sería por eso por lo que sentía una especie de conexión con aquel lugar? ¿Por lo que se sentía tan en paz entre aquellos árboles?
Ayame le confesó que había ido ya a ese lugar en la anterior convocatoria del Torneo de los Dojos, a la cual ella no asistió. Asintió y, luego, un arranque de emoción se apoderó de la amejin, hablándola de una chica con su mismo nombre procedente de Uzushiogakure. «Sí, me acuerdo de ella, murió en todo el revuelo contra Zoku...», pensó, apenada.
—También... —El rostro de Ayame se ensombreció, y Eri la miró con los ojos bien abiertos—. También aquí fue donde volvieron a revertirme el sellado. Ya sabes, después de lo que ocurrió con Kokuō.
—Oh... —musitó, realmente sin saber qué decir al respecto, pillándola por sorpresa—. ¿Fue... Doloroso?
Se quiso pegar a sí misma por la pregunta.
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Ayame inspiró profundamente por la nariz y se rascó la mejilla con el dedo índice.
—No sé si doloroso es la palabra... —respondió, dubitativa, sin saber muy bien cómo explicarse—. Es como... como cuando... coges un calcetín y le das la vuelta, de dentro hacia fuera. Más que dolor, es una sensación de mucha presión y angustia, justo antes de sentir la libertad de nuevo.
Ayame se sumió en una breve y tensa pausa al recordar el momento. Pero entonces soltó una risilla, nerviosa.
—Sé que es una explicación muy estúpida, pero no se me ha ocurrido otro ejemplo mejor. Además, estoy segura de que fue más doloroso para Kokuō... —añadió, sombría. Principalmente, porque para ella fue justamente al revés: El bijū pasó de una posición de completa libertad, a verse de nuevo encerrada en una minúscula jaula en la que apenas podía moverse—. ¡Oh, pero estoy muy agradecida a Uzushiogakure por lo que hicisteis por mí! —se apresuró a añadir, mostrando las palmas.
¡Lo último que le faltaba era que pensaran de ella que era una desagradecida!
Eri se sintió algo nerviosa por haber preguntado algo que quizá no era lo adecuado. Después de todo, seguro que Ayame había sufrido mucho por aquel tema de Kokuō y ser la jinchūriki. Para su sorpresa, la amejin tomó aire y le contó realmente cómo se sentía.
Escuchó atentamente, primero escuchando como se comparaba con un calcetín, y, luego, explicando que tras la angustia, volvía a ser libre de nuevo.
—Sé que es una explicación muy estúpida, pero no se me ha ocurrido otro ejemplo mejor. Además, estoy segura de que fue más doloroso para Kokuō...
—Ella... Ella está dentro de ti y tu sabes lo que se siente... Debe de ser difícil vivir encerrado en un espacio tan pequeño —Se sintió algo extraña hablando así del bijū que vivía dentro de la chica. A veces se imaginaba a Ayame embarazada de un caballo algo deforme, pero luego olvidaba esas imágenes perturbadoras.
No le gustaba usar su imaginación para eso.
—¡Oh, pero estoy muy agradecida a Uzushiogakure por lo que hicisteis por mí!
Eri se rascó la nuca, nerviosa.
—Creo que todos estamos de acuerdo en que tenemos que protegernos los unos a los otros —afirmó, asintiendo—. Aunque bueno... Tú ya no lo necesitas tanto, eres muy fuerte, con Kokuō o a tu lado o sin ella. La verdad es que has cambiado mucho desde que nos conocimos en el Festival Musical —añadió, sincera.
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—Creo que todos estamos de acuerdo en que tenemos que protegernos los unos a los otros —afirmó Eri. Para alivio de Ayame, no parecía haberse tomado a mal o haber malinterpretado su último comentario—. Aunque bueno... Tú ya no lo necesitas tanto, eres muy fuerte, con Kokuō o a tu lado o sin ella. La verdad es que has cambiado mucho desde que nos conocimos en el Festival Musical —añadió.
Y Ayame, ruborizada hasta las orejas, se frotó la nuca con una sonrisa nerviosa.
—Hago lo que puedo... Pero aún me queda mucho por aprender —respondió—. Pero con Kokuō. Siempre con Kokuō.
Habían empezado juntas, y así habrían de terminar. El destino había entrelazado sus hilos y ahora no había manera de separarlos. Aunque Ayame no precisara de su ayuda, siempre estaba allí. Aunque fuera solamente para apoyarla curando sus heridas o nutriendo sus reservas de energía.
—Y esa última técnica tuya... ¡Auch! Menudo calambre.
Si a Ayame le quedaba mucho por aprender, a ella le quedaba todo el camino. Se sintió ligeramente avergonzada por no haber dado un gran espectáculo por su parte, pero agradecía realmente que Ayame hubiera puesto esa cortina de niebla para evitar el bochorno de ver que no era capaz de hacer nada.
O casi...
—Y esa última técnica tuya... ¡Auch! Menudo calambre.
—El elemento rayo está bien —alegó la chica, rascándose la nuca—. Pero la verdad es que me gustaría mucho aprender a controlar el elemento agua... Nunca se me ha dado bien un elemento fuera del Raiton, ¿sabes? —confesó, algo nerviosa—. Quizá si alguien me enseñara...
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—El elemento rayo está bien —respondió Eri, rascándose la nuca—. Pero la verdad es que me gustaría mucho aprender a controlar el elemento agua... Nunca se me ha dado bien un elemento fuera del Raiton, ¿sabes? —confesó, y parecía algo nerviosa—. Quizá si alguien me enseñara...
«Qué poco sutil...» Ayame no pudo evitar reírse entre dientes.
Podría haber respondido de muchas y variadas maneras. Pero decidió jugar un poco.
—Podría ser una buena idea, sí —asintió varias veces, con la mano en el mentón—. Si lograras encontrar a un buen sensei, alguien que dominara como nadie el Suiton... Alguien que fuera, no sé... como el mismo agua...
»¡Seguro que en Uzushiogakure hay excelentes Suitoneros!
—Podría ser una buena idea, sí —Eri ya veía la luz al final del túnel, la felicidad en el hoyo de la tristeza—. Si lograras encontrar a un buen sensei, alguien que dominara como nadie el Suiton... Alguien que fuera, no sé... como el mismo agua...
«Alguien como tú...»
—¡Seguro que en Uzushiogakure hay excelentes Suitoneros!
A Eri aquel comentario le sentó como un balde de agua fría en pleno invierno. ¿De verdad? ¿No había caído en que se refería a ella? Se dejó caer junto a sus hombros. Quizá Ayame no quería, y por eso le estaba dando largas en el asunto...
—En verdad en Uzushiogakure no hay tantos Suitoneros... —contestó, con voz triste—. Pensé que, bueno, alguien de Ame... Quizá... Podría ayudarme... Alguien que supiese usar bien el agua... Ya sabes...
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—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100