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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Kōri, que había sido un testigo mudo de la respuesta que le había dado Daruu a la Morikage, no pudo sino sentir cierto alivio, y un profundo orgullo, por su pupilo. Pese a las circunstancias, había sabido contenerse, templar su rabia, y ofrecer una solución más recatada y cordial. La situación así lo ameritaba, no era momento para más disputas entre las tres aldeas. En aquellos momentos lo que necesitaban era unión, paz y serenidad.

Tranquilo, sensei. No tienes nada de lo que preocuparte. Ayame es quien ha llevado a Yui a Amegakure con el Chishio Kuchiyose. Está a salvo.

Kōri asintió en silencio, y en sus ojos destelló durante una fracción de segundo el intenso alivio que sentía.

Entiendo —dijo, simplemente.

¿Lo estáis todos vosotros? ¿Estáis bien? Debo irme con Kaido y con Datsue ahora, pero me tranquilizaría saber... algo.

Kōri pareció reparar entonces en la presencia de Kaido, y sus ojos se clavaron en él como dos estacas de hielo. No se había olvidado de él, lo recordaba perfectamente... Como también recordaba la herida de bala que había sufrido su hermana a su causa. Sin embargo, le dejó ir, y volvió su atención a Daruu. Se inclinó sobre él, y apoyó una de sus gélidas manos en su hombro.

Tu madre está herida —le dijo, sin anestesia. Pero antes de que pudiera decir nada al respecto o irse corriendo a buscarla, afianzó el agarre sobre su hombro y le miró largamente a los ojos—. Pero padre ya está con ella, la está tratando lo mejor que sabe. Está en buenas manos. Daruu, escúchame. Ahora es cuando más debes templar tus emociones: la serenidad del hielo. Tienes una tarea muy importante, Arashikage-sama te la ha confiado a ti y sólo tú puedes llevarla a cabo. Confía en nosotros, la cuidaremos bien.

Era curioso cómo habían cambiado las tornas. Ayame se había visto obligada a dejar la seguridad de sus seres queridos en las manos de Daruu, y ahora él debería hacer lo mismo en las de ellos.

Quizás otra persona habría optado por mentirle para aliviar la carga sobre su corazón, pero Kōri no era así. Kōri siempre iba con la verdad por delante, aunque doliera. Así era la nula empatía del hielo. Además, aunque hubiese querido, no podría haberle mentido. No con la vida de su madre en juego. Él ya había perdido a la suya, y sabía que Daruu no le perdonaría jamás si le mintiera y algo llegara a sucederle. Merecía conocer la verdad. La dolorosa verdad. Porque era su madre.
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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Por suerte, Daruu no llegó solo. Poco después de él, apareció Datsue. Suspiré aliviado. Daruu lo había sacado de allí en muy mal estado tras su combate, y ahora parecía estar mejor.

Reiji, espera. Será mejor que traigas a alguien. No puedo moverme mucho, y además... —Lo entendía, y la excusa de no dejarle solo ya no servía. ¿Pero como separaba a un médico de los civiles? ¿Priorizar la herida de Hanabi sobre las vidas de otros sería convertirme justo en lo que había dicho zaide? — ...necesito quedarme aquí un poco más.

Si. Lo sabía. Podía leer el ambiente, y tenia aue seguir las ordenes. Pero... El dilema de coger a un médico que atendía a otros para que tratase a Hanabi era... y dudaba mucho que, con todo aquel caos, hubiese algún médico libre.

Hanabi, ahí afuera…

Puedo imaginármelo, Datsue... puedo imaginármelo.

Justo por eso. Todos nos podíamos imaginar. Esas explosiones. Los gritos. Los muertos. Exactamente por eso dudaba que hubiese algún médico sin trabajo que hacer. Pero no me quedaba otra. Bueno si, podía sacarle a la fuerza, pero claro...

Está bien, iré a buscar a alguien.

Por lo menos, ya no lo dejaba allí solo con el Ex dragón rojo y Kintsugi. Daruu parecía confiable lo poco que lo conocía y en Datsue podía confiar plenamente si se trataba de mantener con vida a Hanabi.

Pero antes de marcharme me acerqué a Datsue.

Me alegra verte bien. Échale un ojo a Hanabi, esa herida tan fea del brazo se la ha hecho Akame. —Aunque no sabía muy bien como. —No te fies de la Morikage, hoy nos ha ayudado, pero aún podría clavarnos un puñal por la espalda. —Lo dije en voz alta, no me importaba en absoluto que me escuchara, no ahora que seguro que pedía mi cabeza. Además, ya había clavado ese puñal, cuando había usado mis palabras para comparar a dragón rojo con los Bijuus. —Se enfadado un montón cuando se ha enterado que también soy Jinchuriki, y temo que quiere pagarlo con Hanabi.

Me marche sin dejarle responderme. Datsue era lo suficientemente inteligente para captar que había usado esa palabra por que no quería que la Morikage supiese que Gyūki andaba libre. o eso esperaba. Bastantee iba a tener con Kurama persiguiéndolo.

. . .

Fuera era... Un caos. No muy distinto a lo que imaginaba encontrarme. Muertos por todas partes, heridos, gente que buscaba desesperadamente a los suyos, llantos, gritos de dolor. ¿Como podía la Morikage comparar aquella masacre con los bijuus? Ellos se defendían, no querían que los encerrasen y los utilizasen como armas, para hacerlos pelear entre ellos. Pero Dragón Rojo... Sus ideales eran muy bonitos contados de la boca de Zaide, pero a la hora de la verdad, mirando a mi alrededor, solo eran unas bestias sedientas de sangre. Solo buscaban el caos, la muerte, la sangre. Sus motivos solo eran una excusa para matar sin remordimientos.

Me acerqué a donde hubiese algunos medicos atendiendo a la gente.

¡Necesito un médico por favor, aún quedan heridos dentro del estadio, uno de ellos de gravedad, no puede moverse!

En realidad, si, había varios heridos, pero solo me importaba Hanabi. La Morikage había recibido un golpe directo del chico azul, pero que se curase las heridas ella misma. Después de lo que había hecho, después de usar mis palabras contra los bijuus cuando nada tenían que ver con lo que había sucedido allí... No se lo perdonaría jamás. Ni aunque hubiese ayudado a mantener con vida a Hanabi.
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Hanabi se giró a Reiji, dispuesto a reprenderlo. Pero ya se había ido.

¡Maldita sea, Reiji! —¿Por qué había tenido que decir aquello en voz tan alta? ¿Por qué había tenido miedo de Amedama Daruu, si de momento eran sus propios shinobi los que más desafiaban a Kintsugi?

»¡Kintsugi-dono! ¡Le pido disculpas! ¡A veces la juventud nos hace ser imprudentes y tener la lengua muy larga! Y no le quepa duda que agradezco su ayuda hoy aquí. Pese a las diferencias.
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Las conversaciones iban y venían como un intercambio de saetas en el aire. Quedó anonadado —aunque en verdad Daruu siempre había demostrado una templanza sin igual en momentos importantes— cuando su amigo y compañero de batallas replicó a la Morikage sin perder los estribos. No solo eso, sino educadamente y sin lanzarle pullas que, sin duda, se merecía.

Luego, Reiji le dejó pasmado ante los cojones que tuvo para decir lo que dijo en voz alta. Cojones y muy poca diplomacia, dos cosas que en verdad rara vez iban de la mano. Pero él era el menos indicado para recriminarle eso.

Se quedó mirando como se iba, para luego ver a Hanabi disculpándose aceleradamente ante Kintsugi. Aquello le molestó. Algo en su pecho ardió. Luego recordó que el rencor y la venganza nunca le habían traído nada bueno, y que la senda de la diplomacia que recorría Hanabi sí. A Aiko, entre otras cosas. A Aiko.

No me puedo creer que Akame te haya hecho eso… —farfulló en voz baja, más para sí que para su Uzukage. Apretó los puños. Los nudillos le crujieron. Daruu le preguntó si le ayudaría con el sello. Respondió sin pensárselo—. Lo destrozaré en mil pedazos.

Por un momento, no supo si se estaba refiriendo al sello o a Akame. Luego se dio cuenta que a ambos. Sacudió la cabeza. Se centró.

Hanabi-sama, si no se me necesita por aquí, iré a quitarle el sello maldito a Kaido. —Luego desvió la mirada hacia el Tiburón. Te aviso: va a doler.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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Kōri habló con un cariño y un tacto poco habitual, pese a que fue directo. Daruu lo notó en los gestos. En la mano sobre su hombro. No, su madre no estaba herida. Su madre estaba gravemente herida. Por eso, mientras Kōri hablaba y hablaba, su Byakugan estaba más allá. En las gradas. Buscándola.

Pero los ojos encontraron infiernos peores que el de su madre. Gente muerta, mutilados. Familiares llorando. Shinobi y kunoichi desesperados, en el suelo, con las manos en la cabeza.

Él le había pedido a Ayame que confiase en él. Y ahora Kōri le estaba pidiendo lo mismo. ¿Por qué no iba a confiar en él?

Asustado, dejó caer un par de lágrimas.

Mañana —dijo, separándose de él—. Mañana quiero verla con vida, sensei. —Reparó entonces en la herida del brazo del Hielo. Tenía un aspecto horrible—. ¡Sensei, tu brazo! —Chasqueó la lengua, se dio dos palmadas en la cara y sacudió la cabeza—. Cuídate, ¿vale? Volveré cuando pueda. Con un amigo.

Daruu asintió tras hablar con Datsue. Se dirigió esta vez a Hanabi.

Discúlpeme, Hanabi-dono. Se lo voy a robar un momento, pero en cuanto todo esté bien con Kaido, le prometo que le insistiré para que vuelva con usted —anunció, clavándole una reverencia. Observó preocupado la herida de su brazo y torció el gesto. No sabía cuál era peor, si la del Hielo O la del Fuego. Se dio la vuelta y miró a Kaido y a Datsue—. Vámonos. Busquemos un sitio tranquilo.

Daruu había vencido, con la ayuda de Ayame, a las Náyades. El grupo que secuestró y lavó el cerebro a su padre. Que destrozó la vida de su madre. Con ello, había consumado una venganza importante.

Pero si no podía evitar que sucediese lo mismo con Kaido, a quien Dragón Rojo había hecho algo parecido, sería como si no hubiese logrado nada.

Se trataba de salvar una vida. No de vengarse. Aunque algunas búsquedas vengativas eran inevitables. Lo sabía.

Datsue lo sabía.

Yui lo sabía.

La mitad de aquél estadio lo sabía.

En silencio, los tres shinobi se retiraron.
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No hay marcas de sangre registradas.
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Vuelvo por orden del master

Conseguir un medico había sido más rápido de lo esperado. Pensaba que me encontraría con todos ocupados con un montón de heridos de gravedad, pero a este lo había encontrado en mitad del pasillo atendiendo a un Kusajin, y parecía haber terminado. Así que me lo llevé junto a Hanabi.

Por desgracia, cuando llegué, Kintsugi aún no se había marchado, y Datsue, Daruu y el chico azul ya no estaban. ¿Por que había dejado Datsue a Hanabi solo cuando estaba tan malherido? Tendría buenas razones, pero...

Ambos han recibido heridas muy feas, pero creo que Hanabi-sama se llevo la peor parte, casi pierde un brazo.

Y en realidad, las heridas de la Morikage me importaban poco o nada. Si tan solo no hubiera dicho las cosas de esa manera, quizás ese día, me hubiera marchado del estadio con otra imagen de ella. Pero lo había hecho. Todo el respeto que le había ganado, se había marchado con tan solo unas pocas palabras.

Corrí hasta donde estaba Hanabi.

¡Hanabi-sama! Encontré un médico —¿Que tenia que decir en una situación así? ¿Que se pondría bien, que se mejoraeia pronto? Ninguna de esas cosas encajaba en ese momento. En realidad, no le dije nada más. Miré al médico y a él si le hablé. —Si puedo ayudarle de alguna forma, dígalo.
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Hanabi asintió, y con un movimiento de la barbilla despachó a los jōnin de Amegakure y de Uzushiogakure.

Mucha suerte, chicos —dijo.

En ese momento, Reiji volvía corriendo al lado de otro shinobi.

¡Hanabi-sama! Encontré un médico —dijo el herrero—. Si puedo ayudarle de alguna forma, dígalo.

Ya me has ayudado, Reiji. Sigue siendo mi Escudo, amigo mío. —Sonrió. «Me gustaría decirle que no abra más la boca delante de Kintsugi, pero es que está ella delante.»
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¡Kintsugi-dono! ¡Le pido disculpas! ¡A veces la juventud nos hace ser imprudentes y tener la lengua muy larga! Y no le quepa duda que agradezco su ayuda hoy aquí. Pese a las diferencias.

Kintsugi le había mostrado la palma de la mano al Uzukage, restándole importancia.

No se preocupe —le había respondido, con toda la calma que fue capaz de reunir. Aunque estaba claro que la lengua de Sasaki Reiji era tan afilada como sus espadas y, si lo que estaba buscando era enfriar las relaciones con Kusagakure, desde luego lo único que estaba consiguiendo era retroceder como los cangrejos.

Después de aquello, Reiji fue a buscar un médico; y Daruu y Datsue por su parte se fueron con Kaido para quitarle el Sello del Dragón. Uzukage y Morikage volvieron a quedarse a solas. Aunque no fue por mucho más tiempo.

¡Hanabi-sama! Encontré un médico —Reiji regresó al cabo de varios minutos acompañado por el médico—. Si puedo ayudarle de alguna forma, dígalo.

Ya me has ayudado, Reiji. Sigue siendo mi Escudo, amigo mío —respondió Hanabi.

Parece que todo está en orden por aquí. Debería marcharme a comandar a mis shinobi —le dijo Kintsugi a Hanabi—. Uzukage-dono, contactaré con Arashikage-dono y esperaré por esa reunión. Espero que no se demore mucho, no podemos esperar ni un momento —le recordó. Entonces inclinó la cabeza ante él—. Espero que se recupere de su herida.

Con todo dicho, la Morikage abandonó el estadio. Era hora de reunir a sus shinobi, hacer todo lo posible por rescatar al mayor número de víctimas posibles y, después, regresar sanos y salvos a casa.
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