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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
El pesado caminar del amejin dio el último paso. Mientras uno de los pies probaba los adoquines de piedra del largo puente que unía la isla a Yamiria, el otro ya saboreaba la fresca y verde hierba de La Pequeña Blanca, la... bueno, la más pequeña de las Islas del Té. Daruu suspiró y aferró el pergamino de la misión con fuerza. Se lo guardó en la mochila.

El transporte de material había sido un fastidio. Daruu se preguntaba si no habría sido mejor contratar un carro. Pero no, claro, los ninjas no contrataban carros. Y ya que había ido hasta Yamiria, ¿por qué no cruzar el puente y disfrutar de un rico té negro?

Sonrió y observó el pueblecito más cercano con ojos cansados. Y echó a caminar.

Allí encontró una pequeña taberna. No era más que un refugio pequeñito, cuyos parroquianos se contaban con los dedos de una mano. Los habitantes del pueblo podían contarse con los de las dos.

Se sentó en un taburete de la barra y solicitó:

—Un té negro, por favor.

El dueño del establecimiento se quedó mirándole como si fuese un extraterrestre. Daruu, alarmado, echó un vistazo hacia abajo. No, no llevaba la bandana de Amegakure al descubierto —se la había quitado al entrar al territorio del País del Remolino—. ¿Entonces?

—Sólo tenemos té blanco, rojo y verde —dijo.

—¿Pero no se llaman las Islas del Té? —espetó Daruu, que quizás estaba demasiado molesto y llevaba demasiados días sin dormir en una cama decente—. ¿No deberían de tener... yo qué sé, todos los tipos existentes de té?

—Esta isla se llama La Pequeña Blanca. Especializados en té blanco. La Mediana Roja, en té rojo. Y La Capital... en té verde.

—A lo mejor debería de haberse llamado "La Gran Verde", ¿no? —refunfuñó, intentando extraer sentido del humor de un pozo estéril que sólo contenía leche de la mala—. ¿Conoce algún sitio en el que sirvan té negro?

—¿De donde viene usted sirven té negro?

Daruu sacudió la cabeza.

—¿Sí?

—Entonces, de donde viene usted.

Daruu sintió el impulso de levantarle y estamparle el taburete en la cara a aquél camarero. El hombre, gordo, calvo y con el rostro lleno de marcas y arrugas, pareció detectar la ira a tiempo, porque había dado un paso hacia atrás. Pero por la cara nadie habría podido adivinarlo, que seguía tan imperturbable como la de Kōri-sensei.

—Está bien, usted gana —se rindió Daruu, de mala gana—. Póngame un té blanco.
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#2
La entrada de un desconocido en el local animó un poco la desolación que se respiraba a mi alrededor. Estaba entre deprimido y enfadado. El té blanco ayudaba, pero tampoco era un hombro en el que llorar ni un hombro al que darle una paliza así que no me iba a curar ninguna de mis dos enfermedades emocionales.

Como iba diciendo, al menos tenía ese atisbo de animosidad que era la presencia de un extraño. ¿Que cómo podía saber que era un extraño si estaba de espaldas a la puerta? Por la cara del propietario, si hubiera sido un rostro conocido se hubiera encendido como una bombilla a cualquier hora del día en Amegakure, como siempre están nublados...

Me encontraba en una posición cercana a la barra, en la primera mesa si ese modesto galán le daba por voltearse. En cualquier caso, sus palabras fueron como poco graciosas. Tanto que no pude evitar sonreír ante la conversación entre él y el pobre dueño que no sabía ni qué decirle.

—Un té negro, por favor.

Éste no es de aquí, fue el primer pensamiento que provocó su petición en la mente de todos los presentes. Incluso en la de Stuffy, que estaba tumbado a mi lado. El cual estaba inquietamente tranquilo desde aquel incidente con Datsue, como si el espíritu malvado que lo poseía para hacer cochinadas se hubiese liberado del todo.

—Sólo tenemos té blanco, rojo y verde

Si al menos fuera la Capital, pase. Pero, tío, tío, que huevacos hay que tener para venir a la Pequeña Blanca y pedir té negro. HUEVACOS.

—¿Pero no se llaman las Islas del Té? ¿No deberían de tener... yo qué sé, todos los tipos existentes de té?

La típica desinformación del turista que no se entera de nada, si esto es un pueblito de nada, ¿cómo coño van a tener té de todos los tipos?

—Esta isla se llama La Pequeña Blanca. Especializados en té blanco. La Mediana Roja, en té rojo. Y La Capital... en té verde.

Y qué té blanco, colega. ¡Qué té blanco!

—A lo mejor debería de haberse llamado "La Gran Verde", ¿no? ¿Conoce algún sitio en el que sirvan té negro?

—¿De donde viene usted sirven té negro?

—¿Sí?

—Entonces, de donde viene usted.


Esa contestación me sonó tanto que no pude evitar reírme por lo bajo, tal vez no tan por lo bajo como me gustaría, así que tosí para disimular y me acabé de un trago el té. Me levanté con una sonrisa de oreja a oreja y me dispuse a irme. ¿De qué me sonaba ese tipo de comentario? De Datsue no era, era algo con R. De... ¿Riko? No, es más, ¿quien coño era Riko? Ese nombre... era del torneo ese del que me habló Juro.

Me planté en la puerta mirando los alrededores y disfrutando del olor a campo. Que bonito estaba el paisaje en esa época del año.
Nabi
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#3
Pese a que había intentado por todos los medios que no se notase, Daruu escuchó aquella risita por lo bajo detrás de él, en la mesa más cercana. Venía de un shinobi de Uzushiogakure, a juzgar por su bandana, que llevaba colgando del cuello. Tenía el pelo y los ojos de un color marrón sucio, como el del barro. Pero irónicamente, lo que más destacaba de él no era él, sino del perro negro y tuerto que estaba tumbado a su lado.

—¿De qué te ríes, uzureño? —Desgraciadamente, Daruu no llevaba unos buenos días. Como ya he dicho, estaba cansado, y ahora estaba cansado y molesto porque en aquél pueblo de mala muerte no tenían un puto buen té negro.

Justo en ese momento le sirvieron su té blanco. Sin dejar de mirar al extraño, se llevó la mano al bolsillo del pantalón y depositó unas monedas en la barra. Se giró un momento para coger la taza y le dio un sorbo al té.

No le gustaba tanto como el negro. Probablemente era el mejor té blanco que había probado en su vida. Pero sería mejor si fuera té negro.

—Piérdete, ¿quieres? Vete a molestar y reírte de otro turista. Este no está de humor.
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#4
—¿De qué te ríes, uzureño?

Eso solo hizo que mi risa volviese a atacar. ¿De verdad acababa de decirme eso? ¿Uzureño? ¿Pero de donde venía éste? Diría que era kuseño, pero ni ellos son tan lelos como para llevar el historial de tonterías que llevaba aquí el colega. ¿Venía colocado de hongos o algo? Entonces sí que podía ser que fuese kuseño.

Decidí ignorarle y pasar de largo, total, tontos hay todos los días en todas partes. Pero, como no, un buen tonto no deja de decir tonterías ni cuando le dan una segunda oportunidad.

—Piérdete, ¿quieres? Vete a molestar y reírte de otro turista. Este no está de humor.

Suspiré y me volteé para encararle.

Mira, no sé qué problema tienes con el té, pero antes de venir de "turismo" igual deberías saber donde vas. Mi risa no ha sido más que una manifestación de lo que el pobre tendero no te puede decir porque está de cara al público. Supongo que ya estará acostumbrado a que vengan a la PEQUEÑA BLANCA a pedir un TÉ NEGRO. Es que ha sido mi primera vez y pues, me he emocionado.

Volví a darme la vuelta dispuesto a irme, antes de salir le solté una última perla sin girarme.

Y no te preocupes, que yo no me pierdo, a diferencia de los amantes del té negro, si es que a eso se le puede llamar té.

El muy grandilocuente diciendo que no está de humor, y yo sí, no te jode.
Nabi
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#5
Daruu aguantó el chaparrón como si de auténtica lluvia de su país natal se tratase. Por dentro, una llama ardía, furiosa. Por fuera, lo único que ardía era el té que, contra lo que cualquier persona que se hubiera bebido un té pudiera aconsejar, se bebió de golpe en cuanto el uzureño salió del local. Se quemó la lengua, pero arrugó el morro y apretó los dientes y le dio un poco igual. Se levantó de la silla y se abalanzó hacia la puerta a zancadas.

Abrió y salió cuando el otro se había alejado unos metros.

—¡Eh, tú! —llamó su atención, y escupió a un lado—. Tienes la lengua muy suelta. ¿Tratas a todo el mundo que no es de tu país igual? Sois muy acogedores y amables, los ninjas de Uzushio.

»Mira, he tenido problemas con gente de tu aldea en otras ocasiones, y no me importaría que volviese a pasar. Si quieres pelea, la vas a tener, ¿eh?

Kōri diría "contrólate".

Pero Kōri no estaba allí.

Y las voces en su cabeza decían "me cago en tu puta madre, hijo de una hiena".
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#6
Cuando salí por la puerta escuché como el chico se levantaba apresurado para imitarme, aún así me alejé un poco sin girarme para darle la oportunidad de acobardarse sin que nadie lo viera. Al fin y al cabo, yo era un ninja de Uzushiogakure, de los de verdad, y él, un turista con un gran concepto de sí mismo. Pero al oir su voz solo pude suspirar. Me giré casi a regañadientes para ver qué tenía que decirme.

—¡Eh, tú! Tienes la lengua muy suelta. ¿Tratas a todo el mundo que no es de tu país igual? Sois muy acogedores y amables, los ninjas de Uzushio.

Cuando después del ¡Eh, tú! escupió, me recordó al típico personaje de novela tan cazurro y tan de pueblo que solo hace tonterías, y en parte me volvió a hacer gracia pero me desalentó aún más. ¿Qué hacía yo discutiendome con un paleto?

»Mira, he tenido problemas con gente de tu aldea en otras ocasiones, y no me importaría que volviese a pasar. Si quieres pelea, la vas a tener, ¿eh?


Al principio no dije nada, me rasqué la nuca y sopesé qué hacer. En verdad, no había dicho lo que había dicho para enfadarle, bueno, un poco sí, pero es que tenía un ego que no le cabía y sentía la necesidad imperiosa de ponerlo en su lugar, que fuera el que fuera, no estaba tan alto como él se creía.

Pero de ahí, a darle una paliza a un civil... Ni que fuera amenio.

Mira, eh... Ténegro-chan... No quería ofenderte, a ver, sí, pero solo porque has estado muy maleducado ahí dentro. Y desde luego, te aseguro, que no quiero pegarme contigo. De paso, te recomiendo que no vayas por ahí insultando a shinobis, porque estaras acostumbrado a las buenas maneras de los uzuneses, pero cuando pilles a un kuseño o a un amenio... Un kuseño aún, pero en Amegakure son unos violentos asesinos que no se cortaran un pelo en ir a por ti aunque seas un civil. Yo no podría, por supuesto.

Intenté no sonar agresivo y sonar comprensivo y halagüeño, aunque en realidad no tenía ni idea de cómo sonaba eso.

Y esa gente de mi aldea con la que has tenido problemas... ¿no se llamaría Datsue por casualidad?

No sé porqué me daba a mi que ese tenía que estar metido en cualquier fregado.
Nabi
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#7
A medida que Nabi iba hablando, iba añadiendo un ingrediente más al cóctel de sentimientos que inundaba la cansada mente del pobre Daruu. Pero había un ingrediente inesperado en esa mezcla: la risa. Cuando escuchó lo de Amegakure, no pudo sino echarse a reír.

—Oh, sí. Son malvados, casi inhumanos. ¿Sabes que entrenan a los ninjas con látigos bajo la tormenta? Y si cumplen mal una misión, los atan de un palo puntiagudo para que les caiga un rayo encima —dijo.

—Y esa gente de mi aldea con la que has tenido problemas... ¿no se llamaría Datsue por casualidad?

Vuelco al estómago. Precaución. Indecisión. Cruce de brazos.

—Os conocéis —afirmó en lugar de preguntar—. No fue con Datsue-san. Fue con otro Uchiha. Pero a ese también lo conozco.

Se agarró el obi que ataba su uwagi y le dio la vuelta, revelando la bandana de Amegakure.

—Ahora, ¿te ato de un palo o qué hago contigo?
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#8
—Oh, sí. Son malvados, casi inhumanos. ¿Sabes que entrenan a los ninjas con látigos bajo la tormenta? Y si cumplen mal una misión, los atan de un palo puntiagudo para que les caiga un rayo encima

Qué me vas a contar, si fueras tan culto como yo sabrías que sus atrocidades van mucho más allá de los latigazos.

Entonces mi mente empezó, perezosamente, a procesar información. ¿Se había reído? Eso era como mínimo sospechoso. Empezaba a tener mis dudas de que este muchacho con la cara pintarrajeada fuese un civil normal y corriente, borrachuzo, vagabundo y pobre. Espera, espera. Ojos blancos, cara pintarrajeada...

—Os conocéis No fue con Datsue-san. Fue con otro Uchiha. Pero a ese también lo conozco.

¿Otro Uchiha? ¿De Uzu? ¿Había más Uchihas en Uzu? Desde luego... estos Uchihas procrean como conejos. Espera, espera. Datsue me contó algo de algún hermano suyo... ¿Ayame? ¿Apame? Sé con certeza absoluta que acababa en Ame, porque pensé "Joder, llamandose **ame, tiene que ser un traidor hijo de un chacal" o algo así. Tambien es que Datsue metió mierda, aunque si Datsue había dicho cosas feas de él, seguramente fuese porque es buena persona. Ese tal Uchiha **ame ya me empieza a dar pena.

Lo importante es que había dicho que conocía a Datsue, así que ya podía empezar a manchar de mierda su reputación, MUAJAJAJAJJAJAJAJJAJA. ¡Te arrepentirás del día que traicionaste al perro equivocado!

Entonces, sin venir a cuento, el desconocido se llevó la mano al obi con el proposito de enseñarme su verga, el muy marrano. O eso creía yo, que puse las manos entre medias para que me tapase la visión de su entrepierna. Gracias a Shiona-sama que solo quería enseñarme su bandana de Amegakure.

Me has asustado, pensaba que ibas a... — sacarte la chorra e intentar violarme. Pero esas palabras no salieron de mi boca porque él habló.

—Ahora, ¿te ato de un palo o qué hago contigo?


Me quedé unos segundos helado, petreo, perruno, y entonces contesté.

De verdad, que me siento muy alagado, pero no puedo corresponder tus sentimientos. Yo... soy hetero... así que nada de hacer cosas conmigo ni de atar a palos. Respeto las practicas de tu villa, pero aquí no sodomizamos a nadie por incumplir misiones, y menos aún cuando yo no he fallado ninguna.

Tal vez él no me había dado las señales, sin embargo, el llevarse la mano al obi sin avisar ni nada era totalmente malinterpretable y encima después viene diciendo cosas de palos... Estos amenios son unos degenerados. Mantuve mis manos en alto entre él y yo, esperando que en cualquier momento me asaltase e intentase violar con su verga al viento.
Nabi
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#9
—De verdad, que me siento muy alagado, pero no puedo corresponder tus sentimientos. Yo... soy hetero... así que nada de hacer cosas conmigo ni de atar a palos. Respeto las practicas de tu villa, pero aquí no sodomizamos a nadie por incumplir misiones, y menos aún cuando yo no he fallado ninguna.

Daruu no podría haber imaginado una respuesta más fuera de lugar. De cualquier otra persona, hubiera reaccionado inmediatamente pensando que aquello era una broma, una chanza o una burla más de un provocador. Pero uno miraba a la cara de aquél muchacho y descubría sinceridad. ¿Y en qué momento alguien reacciona así si ha estado siguiendo la conversación hasta entonces? ¿Quién sería capaz de hacerlo? «Un loco, sin lugar a dudas.»

Era como si Daruu y el chico fuesen aparatos radiofónicos sintonizados en diferentes ondas. Daruu hablaba sobre algo, y él respondía algo aleatorio, con sentido pero yéndose por tantas ramas que al final el receptor acababa perdiéndose.

Como narrador, debo decir que romper la cuarta pared está sobrevalorado, pero estoy seguro de que si aquellos dos chicos hubiesen sido administradores de, no sé, un portal en línea donde se cuentan historias, seguramente ocurriría lo mismo día tras día mientras intentaban ponerse de acuerdo en el lugar reservado para la administración.

Así pues, Daruu podría haber hecho muchas cosas. Podría haber reaccionado bien, o podría haber reaccionado mal. Pero lo único que sentía en ese momento era... estupefacción. Y lo único que pudo decir fue:

—Eh.

Se rascó la cabeza, confuso.

«¿Se habrá olvidado la medicación?»

Terminó por darse la vuelta y echar a caminar hacia el puerto. El País del Remolino era más extraño cuanto más conocía de él. Lo mejor era salir de allí y olvidar aquellas epopeyas de locura.

—Mira, tío. No me rayes.
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#10
A ojos de aquel lunático, estaba claro que se pensaba a la inversa la situación. Como si que alguien hablase de empalar y entonces se llevase la mano al cinto que guarda su ropaje junto fuese lo más normal del mundo.

Las expresiones de aquel extraño no se habían movido de la linea que separa la seriedad de la ira incontrolada, estaba justo en medio constantemente. Además, le añadía un componente de egolatría impresionante, como si el mundo no fuese lo suficientemente bueno como para que su pie lo pisara.

Ni intentándolo hubiese encontrado un espécimen tan puramente amenio como lo parecía aquel nativo.

Con el tiempo y la peor compañía que te podías encontrar en la Academia de las Olas, aprendes a evaluar a la gente por su reacción ante cosas absurdas o bromas. Y aquel chaval era de los enfadados con el mundo, todo es culpa de sus alrededores, puto mundo que les odia.

Vamos, un miembro honorifico de la gran Amegakure, obviamente a los buenos shinobis de la villa les quitan el humor a latigazos. Pero nada me tenía preparado para la oración mítica que me dedicó al irse.

—Mira, tío. No me rayes.

Me reí de nuevo, ese chaval era un saco de sorpresas. De cualquier forma no podía dejarle marchar sin saber su nombre y contarle la historia de Datsue, así que me interpuse en su camino, seguido de Stuffy.

Espera, espera, esa cita necesita el nombre del autor. "Mira, tío. No me rayes." Amenio, 218. No suena guay. Además, tienes que decirme de qué conoces a Datsue y yo tengo que decirte de qué conozco a Datsue. Venga, tío, no te piques, tronco.

Parecía que me estaba riendo de él, y un poco sí, pero eran bromas inocuas, para aligerar el ambiente que él se encargaba de sobrecargar con negatividad y violencia.
Nabi
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#11
El desconocido se rió a sus espaldas. Honestamente, estaba empezando a darle miedo —de los desvaríos de un loco uno no podía fiarse—, de modo que activó su Byakugan y siguió caminando. Incluso cuando el extraño volvió a importunarle ya reírse de él, siguió caminando.

Sin darse la vuelta, con el brazo extendido, le hizo un corte de mangas.

—Te he dicho que no me rayes. Déjame en paz, imbécil.
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#12
Para mi sorpresa, todas las venas de la cara se le inflaron como si fueran globos, despertando mi preocupación. ¿Estaría poseido y por eso era tan gilipollas? Tal vez había estado riendome de alguien que estaba siendo atacado psicologicamente por un espiritu malvado. ¿Serían las drogas que le dan en Amegakure a sus genins? En cualquier caso, volví a alcanzarle sin dificultad, ya que no había aligerado el ritmo, sino que iba andando.

Oye, ¿estás bien? ¡Tienes las venas hinchadas! ¿Has comido algo en mal estado?

Me puse serio, el color de su iris era curioso, pero que la cara se le deformase así sin motivo alguno era peligroso. Si eso seguía le explotarían los ojos. Y estaba claro que estaba vinculado con su mala hostia de una forma u otra, porque se le habían inflado al volverse más borde todavía.
Nabi
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#13
Daruu echó mano de su portaobjetos y lanzó una bomba de humo al suelo.

Luego, formuló un sello del Tigre y, gracias al Sunshin no Jutsu, recorrió una distancia considerable, pasando al lado de Nabi y de Stuffy. Sólo dejó en su lugar una pequeña brisa.

Otro uzujin a la lista. ¿De verdad no había ninguno normal? Hasta ahora, sólo Eri y Datsue habían demostrado tener la cabeza sobre sus hombros. Porque aunque algo dentro de él había hecho las paces con Akame, había mostrado signos inequívocos de demencia.

«Quizás algún día pueda apreciar a estos uzureños. Pero de momento, no me estáis tirando a la cara a vuestros mejores representantes...»
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#14
Si alguien no entendía nada era yo. Desde luego el cien por cien de amenios con los que me había cruzado hasta ahora tenían un ego por encima de sus posibilidades. Era él el que se comportaba como un borde ante el pobre tetero, el que despues sale detrás tuyo a pedirte amor y cuando te preocupas por él, coge y se pira tirando una bomba de humo.

¿Qué le pasaba a aquel muchacho? Ni siquiera había sido capaz de presentarse. Qué vergüenza. Me rasqué la nuca, intentando entender algo de todo aquello. Tras unos segundos me encogí de hombros y decidí irme en dirección contraria por si acaso, igual si me lo volvía a cruzar le acababa de explotar la cabeza.

Al menos había sacado algo en claro, prefería a los kuseños antes que a los amenios. Están locos estos amenios.
Nabi
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