Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Como si de pronto le hubiesen poseído, Daruu giró la cabeza de forma lenta y parsimoniosa, como la bruja de una de esas películas de terror que a Datsue tanto le asustaban. Pero, y aunque con el byakugan era difícil de decir, no enfocó su mirada en él. Era complicado de explicar. Era como si Datsue tan solo fuese una ventana y Daruu mirase más allá.
—Jabalíes —dijo de pronto, sobresaltándole. Datsue apretó los dientes, por el fuerte latigazo en la espalda que acababa de sufrir—. O serpientes, o alguna rata, que dicen que sabe a pollo. Seguro que encontramos algo.
—Pero tío… —farfulló.
Daruu le dio la espalda y levantó un pulgar.
—Y si no, correré el riesgo. Seguro que los pájaros aguantan. ¿Así que se llaman cocos?
Datsue parpadeó dos veces, perplejo.
—Esto… creo que sí. O alguna variedad extraña de ellos, al menos —sacudió la cabeza—. Pero, tío —agregó rápidamente, volviendo al tema principal—, si encuentras un jabalí con esos ojos tuyos me vale. ¿Pero serpientes? ¿Ratas? ¿Putas ratas, tío? Joder, antes un buen pescaito, ¿no? Más fáciles de encontrar, de cazar… y, bueno, ya ni hablemos del sabor. Donde haya un buen pescado a la brasa que se quite lo demás. Por no hablar de los nutrientes, Daruu, los nutrientes —continuaba Datsue, enumerando todas las razones por las que su idea era mejor—. Me vas a comparar los nutrientes del pescado con los de una puta rata, joder, que seguro pillas alguna enfermedad chunga. Tienen mil bacterias y mil… cosasdeesaschungas —terminó por decir, sin encontrar el nombre que buscaba.
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24/04/2018, 16:37 (Última modificación: 24/04/2018, 16:37 por Amedama Daruu.)
El tema principal interesaba muy poco a Daruu, si iba a tener que ver sobre las maravillosas propiedades del pescado, o sobre el increíble sabor cuando lo cocinabas a la brasa. Tuvo que taparse la boca con una mano para no vomitar.
—¡A la puta mierda los nutrientes! Pescado comerás tú, porque yo no —dijo Daruu—. ¡Va, porfa, Datsue, ayúdame a buscar un puerco o algo! —Se dio la vuelta, ahora implorante, cuando antes había estado casi agresivo—. Vengaaaa, ¿vale? ¿Sí? ¡Bien!
Sin recibir una respuesta, Daruu activó su Byakugan y echó a caminar por la ladera por donde habían subido a la colina, moviendo exageradamente los brazos hacia adelante y hacia atrás en una curiosa marcha.
Una vez abajo, registró los alrededores con el Byakugan.
—Si tus ojos se parecen a los míos, podrás ver el color del chakra —diría, si es que el Uchiha le acompañaba—. Mira a ver si ves algún bicho que podamos cocinar.
Antes de que pudiese responderle, Daruu ya estaba enfilando ladera abajo, con un paso militar que —se imaginó Datsue— era característico de Amegakure no Sato. El Uchiha no tuvo más remedio que seguirle, resoplando, con una mano apoyada en la cadera y esforzándose por dar pasos suaves y no castigar su maltrecha espalda.
Finalmente, entre algún que otro gruñido mal disimulado, Datsue descendió la cuesta junto a Daruu, quién de pronto reveló que podía ver el color de chakra. «¡Ajá, lo sabía!»
—¿Qué dices, tío? ¿Qué ves el color del chakra? Joder, ¡qué pasada! —exclamó inocente—. ¿De qué color es el mío? —Sabía muy bien que era turquesa. El mismo color que la superficie del Río Sagrado en las mañanas soleadas.
Luego, miró a izquierda y derecha, y activó su Sharingan.
—Yo no puedo ver el color del chakra, pero… —se encogió de hombros—. Algo ayuda.
Empezó a caminar como si se dirigiese de vuelta a la costa, y, tras un rato de búsqueda, si Daruu le seguía, preguntaría:
—Oye… ¿Puedo hacerte una pregunta personal? —preguntó, con voz más seria de lo normal—. Tú… ¿tú llevas la cuenta? —le miró con el rabillo del ojo—. De los que has tenido que matar, digo.
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«Oops». Sin quererlo, Daruu había revelado que el Byakugan era capaz de distinguir entre colores únicos de chakra. Un punto para el Uchiha.
—Psché. De color mierda —bromeó, y le golpeó el hombro amistosamente con el puño—. Azul mar. Quizás turquesa. Cómo quieras llamarlo.
Cuando llevaban un rato caminando, Datsue hizo una pregunta que él mismo definió como personal. Daruu temía que, de nuevo, aquella conversación se convirtiese en un tira y afloja sobre los datos de sendos doujutsus, pero esta vez la pregunta iba de buena fe. Y era una que le dejó un poco bloqueado.
Se giró para encarar a Datsue y se quedó mirándole como un idiota unos segundos.
—¿Por qué iba a llevarla? —Terminó por encogerse de hombros—. No es algo de lo que haya que enorgullecerse. Pero sí que... sí que me acuerdo de alguna de sus caras. Por las noches. —Pensó, por ejemplo, en los bandidos que habían matado Kaido y él allá en las montañas de Yukio, con tal de poder salvar a Hibagon. O quizás, salvar a una turba furiosa de Hibagon—. Hay un momento en concreto que no podré olvidar jamás, pero no hay ninguna cara de la que me acuerde y no podría tampoco llevar una cuenta de... tanta muerte —comentó, enigmático, pero con una mueca triste. ¿O quizás de asco?
Tras una pequeña broma, Daruu le reveló lo que ya sabía: el color de su chakra era de color turquesa. Datsue alzó las cejas y abrió la boca mientras asentía, haciéndose el sorprendido.
—Así que azul mar, ¿eh? Me pega, me pega —se dijo. Lo cierto era que el Uchiha hubiese preferido un color más molón y feroz, como un rojo sangre, pero de nada servía lamentarse.
Minutos más tarde, tras recorrer un pequeño trecho de la isla en busca de cualquier animalejo que llevarse a la boca, Datsue preguntó a Daruu si llevaba la cuenta de sus víctimas. éste tardó un rato en responder, y cuando lo hizo, le pilló con el pie cambiado.
—Oh, no era por eso —dijo, cuando Daruu explicó que no llevaba la cuenta porque no era algo de lo que enorgullecerse—. Sino porque… Bueno, yo qué sé.
Lo cierto era que no sabía muy bien por qué había sacado el tema. ¿Acaso el Capitán no se había merecido su muerte? ¿Acaso no se la habían merecido el resto de sus víctimas? Todas y cada una de ellas habían tratado de matarle. Más que ejecuciones, había sido en defensa propia. «Matar o morir».
Entonces alzó una ceja, sorprendido. Daruu acababa de dar otra razón para no llevar la cuenta: había demasiada muerte. ¿A cuántos habría matado ya aquel cabrón? Un escalofrío recorrió su espina dorsal. No querría tener a Daruu de enemigo.
Y fue ahí cuando se acordó de un pequeño detalle, un ligero lapsus: el sello que le había colocado horas atrás. Ahora parecía una eternidad.
—La verdad es que es un alivio cuando toca salvar vidas en vez de arrebatarlas, ¿eh? Y hablando de salvar vidas… —carraspeó, mientras miraba desinteresadamente a izquierda y derecha, en busca de algún movimiento—. Quiero que recuerdes una cosa, Daruu. No como una deuda, ni como un pago a largo plazo, pero solo recuerda —dijo, con voz enigmática—. Cuando me veas en esa misión en la que nos enfrentemos, lejos de casa. Cuando, por el cruel destino, a ti y a mí nos toque enfrentarnos por la Villa —«O por una mujer»—, o por lo que sea. Solo recuerda, Daruu…
»Recuerda que te salvé la vida —se detuvo y le miró a los ojos—. A cambio: yo también lo haré —concedió.
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24/04/2018, 23:39 (Última modificación: 24/04/2018, 23:43 por Amedama Daruu.)
Datsue agarró un nuevo hilo de conversación, y al tirar de él comenzó a hablar de una forma como poco enigmática. Se marcó un curioso discurso, de esos que se pronuncian despacio y pretenden esconder algún secreto. Pero si lo había, Daruu no lo encontraba. Torció la cabeza hacia un lado, confuso. Ya había habido varias veces en las que Datsue se había comportado así. «Quizás es su forma de hablar.»
—Me temo que si nuestras Villas se enfrentan poco podremos hacer —dijo, triste—. Salvo, quizá, no... ¿matarnos si no es necesario? Sería agradable.
Se dio la vuelta.
—Como sea, eres el último que querría tener como enemigo. Por cierto...
»Si lo dices por lo que acabo de decir de las muertes, si quieres luego, cuando estemos sentados en una hoguera comiéndonos una buena pieza (y bebiendo agua de esos cocos, que ya podría ser hidromiel), te lo cuento.
En el fondo, siempre venía bien desahogar esas cosas.
—¡Eh, mira, allí! —señaló inútilmente, pues Datsue no podía ver a través de los árboles—. ¡Hay un par de jabalíes! ¡Jabalíes, Datsue, no ratas!
Daruu subió a la copa de un árbol y guió la marcha. Allí, en un claro del bosque, habían un par de cerdos hozando. Eran grandes y tenían grandes colmillos, que sugerían que quizás fuera hasta mala idea para un ninja enfrentar a un jabalí directamente. Una cornada mal dada, y a tomar por culo. Daruu lo había leído en algunos libros, donde Señores Feudales llegaban a palmarla por ser demasiado confiados durante sus cacerías.
—Me temo que si nuestras Villas se enfrentan poco podremos hacer —dijo, y a Datsue le alegró intuir que había un tono triste en sus palabras—. Salvo, quizá, no... ¿matarnos si no es necesario? Sería agradable.
—¡Exacto! —exclamó con júbilo, señalándole con un dedo—¡A eso me refiero, joder! Sería agradable cuánto menos, Daruu, ¡cuánto menos! —«Y quien dice enfrentarse por las Villas, dice enfrentarse por la venganza hacia una mujer».
Le alegraba descubrir que Daruu era diplomático, razonable y justo. Quizá, si algún remoto día ataba cabos y descubría que había sido él el responsable de todo, todavía quedase esperanza. Esperanza de que no le partiese la boca nada más verle.
—Como sea, eres el último que querría tener como enemigo. Por cierto...
»Si lo dices por lo que acabo de decir de las muertes, si quieres luego, cuando estemos sentados en una hoguera comiéndonos una buena pieza (y bebiendo agua de esos cocos, que ya podría ser hidromiel), te lo cuento.
Pues ahora que lo decía, algo sí tenía que ver. Entre otras pocas cosas. Un par, para ser concretos.
—Pues estaría guay —reconoció. Datsue nunca se negaría a escuchar una buena historia al calor de una hoguera y con un buen trozo de carne a la brasa entre sus manos.
Entonces, de pronto, Daruu le sobresaltó. Acababa de ver algo con aquellos ojos suyos. No un jabalí, sino dos. El estómago de Datsue rugió con fuerza, y la boca se le hizo agua. Impaciente, y cojeando ligeramente por el dolor de cadera que todavía le perseguía, el Uchiha siguió a su compañero hasta la copa de un árbol.
Allí los vio, en un claro del bosque, totalmente ignorantes de su presencia.
—Nos hubiera venido bien coger la ballesta —murmuró, con la vista centrada en los dos animales. ¿Cuál sería la mejor estrategia a seguir? Pasaba de lanzarle ningún katonazo, o sello explosivo, porque quería comérselo tierno y no chamuscado—. ¿Tienes alguna técnica con la que rematar a uno sin jodernos al mismo tiempo la comida? Yo creo que podría atraerlos… Y sino… —Datsue no terminó la frase. Prefería el plan A al B. De lejos.
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25/04/2018, 00:19 (Última modificación: 25/04/2018, 00:19 por Amedama Daruu.)
Daruu miró a Datsue, pensativo. Ya había utilizado aquella técnica contra él, en el torneo. Quizás podía permitirse arriesgarse a que descubriera cómo funcionase. Pero estaba escéptico.
Su estómago rugió con autoritaria impaciencia.
Claro que, por otra parte... estaba demasiado hambriento como para no dar todo de sí. ¡Y qué coño, Datsue había demostrado ser un buen amigo!
Más tarde se daría cuenta de la verdad.
—Está bien. Atráelos —dijo, con total seriedad—. Tú sólo confía en mi, ¿vale? Veas lo que veas, sé lo que hago y por qué.
Daruu activó su técnica del silencio, y saltó a la rama de al lado. Sus pisadas no hicieron ruido al caer, y sus ropas parecieron no rozar con los arbustos cuando se metió dentro de ellos.
—Está bien. Atráelos —dijo, con total seriedad—. Tú sólo confía en mi, ¿vale? Veas lo que veas, sé lo que hago y por qué.
¿Confiar en él? Datsue no confiaba ni en su madre. Pero se encogió de hombros.
—Está bien, Daruu el Enigmático —le guiñó un ojo, y bajó con cuidado de no hacer ruido por el tronco del árbol. Una vez allí, realizó unos sellos y se transformó en un jabalí con el Henge no Jutsu.
Su idea había sido hacerse pasar por hembra y atraer a los dos jabalíes con sus encantos. Una vez transformado, supo que había dos grandes errores en su plan: el primero, que no sabía si los dos animales del claro eran machos; el segundo, que no sabía las diferencias entre un jabalí hembra y macho, aparte del obvio.
«Lo hecho, hecho está, coño. Dale ahí con un par de huevos. O, bueno, en este caso, ovarios».
Con un trote torpe al principio, la jabalia intrépida se aventuró en el claro del bosque. Primero con la cabeza gacha, como si estuviese olfateando un rastro. Luego, al acercarse más, la levantó, observando con sus nuevos ojos pequeños al par de animales. Se acercó un poco más —hasta quedar a unos diez metros—, y ahí se detuvo, emitiendo ese gruñido tan característico de los jabalíes.
«Vamos, pequeñines. Acercaos a mamá».
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Daruu se movió entre los arbustos con cuidado. Pese a que gracias a su técnica no se produciría ningún ruido que pudiese alertar a los animales, sí que podrían ver moverse las hojas de los arbustos. Para ello también confiaría en el plan, fuese cual fuese, de Datsue. No tardaría en averiguar el ingenioso, simple pero efectivo truco del chico.
Aunque, por supuesto, los jabalíes se acercaron con mucha desconfianza. No en vano el Henge no Jutsu es incapaz de replicar el olor de otra especie. Como si Datsue fuese una especie de bicho raro del mundo jabalí, los animales dieron pasos titubeantes hacia él...
...y detrás de ellos venía Daruu, agazapado, sin producir ningún ruido. Llevándose el dedo índice a los labios, indicó a Datsue que no se moviera...
...y hendió sendos kunai en los cuellos de los cerdos, apretando con fuerza al suelo tras derribarlos, llevándose alguna que otra coz pero acabando con sus vidas de forma más o menos rápida y limpia.
¡Pluf! Una nube de humo envolvió al jabalí en el que se había convertido Datsue, y su verdadera figura surgió tras ella.
—Uau, estás hecho todo un cazador, Daruu —dijo, impresionado. No pudo evitar pensar, no obstante, que un día llegase a ser su cuello y no el de un jabalí el que sufriese el enfermizo sigilo de Daruu. A tres metros, y ni había oído una sola de sus pisadas. Más le valía rezar porque no descubriese nunca lo que le había hecho—. Aunque quizá con uno hubiese bastado. En fin —continuó, encogiéndose de hombros y remangándose—, manos a la obra.
Había visto alguna que otra matanza de cerdo en su pueblo natal, la Ribera del Norte, y creía saber más o menos lo que hacer. Agarró las patas traseras de uno de los animales y con un fuerte gruñido las levantó hasta poner al cerdo casi en vertical, dejando que la sangre corriese por el cuello degollado del animal.
—Es… importante… —farfullaba, con todos y cada uno de sus músculos tensados por el esfuerzo—, desangrarlo rápido… —un charco de sangre empezó a formarse bajo sus pies—, para que la carne… no pierda… su sabor.
¿Qué había que hacer después? «Ah, sí, lo abrían en canal y le quitaban las vísceras». Aunque, ¿realmente era necesario? No es como si fuesen a aprovechar toda aquella carne. Lo más que harían sería darse una buena comida con algunas partes y dejar el resto para los carroñeros.
—¿Qué te parece… si… vas preparando… la hoguera? —preguntó entre jadeos. El dolor de espalda, que le había dado una ligera tregua, ahora le estaba matando—. O si le das bien a esto… te encargas tú… y yo me ocupo del fuego.
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Datsue halagó la particular habilidad de Daruu para cazar, quien no se sentía particularmente a gusto con las alabanzas en esa dirección. Aparto la vista, incómodo, mientras el Uchiha, tan ancho y tan pancho, agarraba a uno de los dos animales por las patas y lo ponía en vertical, mientras explicaba el por qué lo hacía. Daruu ni sabía ni quería saber de dónde venía aquél conocimiento, pero había visto venir el momento en el que tendrían que despellejar a los cerdos, y el sólo pensarlo le revolvía las tripas. Una cosa era matarlos, sí, y otra era...
—¿Qué te parece... si... vas preparando... la hoguera? —jadeó Datsue. No sabía lo feliz que le había hecho a Daruu que le encargasen una tarea lejos de allí—. O si le das bien a esto… te encargas tú… y yo me ocupo del fuego.
—Oh, no, no —rechazó Daruu, mostrándole las palmas de las manos, al tiempo que daba un paso hacia atrás—. Se te ve experimentado en esto. Prepáralos, yo iré a buscar madera y hierba seca para... para la hoguera.
Daruu se dio la vuelta y caminó hacia la maleza. Hacia el extremo que quedaba más lejos.
· · ·
Si en algún momento Daruu había tenido la tentación de dejar pasar la carne de cerdo y hacerse vegetariano, dicha tentación acababa de ser cortada por la mitad. El bocado sabroso y grasiento del muslo de jabalí, correoso, le llenó la boca. Los jugos le caían por la comisura de los labios y le manchaban el jersey.
Datsue le hubiese dado la razón a Daruu, pero estaba demasiado ocupado devorando el trozo de carne que tenía entre manos. Hecho por fuera, pero jugoso por dentro, como a él tanto le gustaba. Solo les faltaba una buena botella de agua —tras tremenda borrachera Datsue estaba sediento— para que aquel manjar fuese perfecto. Tenían los cocos, sí, pero ya se había bebido el líquido que contenían los suyos y le daba pereza ir a por más.
—¿Nio pue’es iacer a’go…? —Datsue tragó lo que estaba masticando—. ¿No puedes hacer un Suiton de los tuyos para ahorrarme ir a por más cocos? —Justo al formular la pregunta, se dio cuenta de algo—. Aunque… Ahora que lo pienso, ¿el agua de los jutsus es potable?
El Uchiha todavía recordaba el tremendo lago que Daruu había creado de la nada en su combate en el torneo. Ojalá lo hubiese llevado con él en la aventura que había vivido junto a Aiko en el País del Viento. En el océano de arena, encontrarse con una fuente de agua era como tratar de localizar un kusajin valiente. «Un imposible, vaya».
—Oye, y hablando de muerte —añadió, en alusión a lo que acababa de decir Daruu. Dio otro bocado al trozo de cerdo que tenía entre manos—. Me debes una historia —le recordó, con la boca llena.
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—No, no, el agua de un Suiton no es potable —dijo Daruu, riendo—. No me preguntes tampoco cómo lo he averiguado, anda.
Tomó uno de esos frutos y bebió por un agujero que había hecho con una piedra. Arrugó el morro: por mucho que agradeciese el líquido, también sabía a la fruta. No le desagradaba del todo, pero era como intercalar el postre con la cena.
—Como mucho, te puede servir para refrescarte, en una travesía por algún lugar que haga mucho calor —dijo—. Aunque puede ser contraproducente. Estás gastando energía, al fin y al cabo.
Datsue le recordó que Daruu le debía una historia, cuando antes, cuando había mencionado su sangre fría, el muchacho se lo había dejad caer. El amejin suspiró, clavó la vista en el suelo y comenzó:
—Era una tarde lluviosa de... —se interrumpió un momento, luego se permitió soltar una risilla—. Bueno, joder. En el País de la Tormenta siempre llueve.
»Yo era apenas un crío. Estaba con mi madre, en Shinogi-To, comprando ingredientes para su cafetería. Un borracho me empujó y se llevó a mi madre del brazo a un callejón. Le inyectó algo que la... durmió. Al principio, me quedé paralizado. Pero fui detrás de él, y... Bueno, estaba claro que lo que iba a hacer era violarla.
»Fue en ese momento cuando desperté el Byakugan. Y sin comprender todavía qué era ese poder, lo utilicé para coger un vidrio del suelo, saltar y rajarle la yugular al borracho. No me lo pensé. Ni siquiera pensé ni un momento lo que estaba haciendo.
»Por todo lo que pasó, me quedé en shock. Pero cuando mamá despertó y todo el peligro había pasado, ella me enseñó que gracias a que no dudé pude salvarla, quizás no solo de la violación, sino de que luego la asesinara. También fue ese día cuando decidí que sería shinobi.
Levantó el brazo y observó unos segundos el muslo de jabalí que tenía en la mano como si fuese algo sobre lo que reflexionar profundamente. Con los ojos perdidos.
—Por mi, dar muerte siempre está justificado si es por el bien mayor de salvar a alguien, o de salvar tu pellejo, también. Eso también está bien. —Dibujó una sonrisa triste—. Puede ser desagradable, pero es lo que hay. Y luego, la academia me enseñó más cosas. Me enseñó que puede ser la única opción para propiciar un bien mayor. O un mal menor.
»Mientras no perdamos la humanidad... y eso sólo pasará si disfrutamos de matar a alguien. ¿Eso te ha sucedido, Datsue? ¿Alguna vez has disfrutado por matar a alguien? No hablo de sentir que has hecho justicia porque ha sido una venganza. Disfrutar por el hecho de clavar el puñal.
»Eso es lo más despreciable que existe. —Le dio un bocado más a su cena.
La historia narrada por Daruu, cargada de suspense, un terrible giro y la salvación final, pudo verse perfectamente reflejado en el rostro de Datsue. Primero, el Uchiha seguía devorando el muslo de cerdo como si llevase días sin comer —cosa que tampoco era muy lejano a la realidad—. Luego, cuando Daruu llegó al momento de la inyección somnífera, empezó a masticar de forma lenta, como si no quisiese que el propio ruido de su boca le impidiese oír en lo más mínimo el relato. Cuando éste reveló las intenciones del borracho —violar a su madre—, Datsue se quedó con los dientes clavados en el muslo, paralizado, a medio camino de darle un buen bocado.
Luego apartó los dientes y tragó saliva, oyendo el resto del relato en un silencio sepulcral. «Así que el byakugan también se despierta tras una emoción fuerte», dedujo. Todavía recordaba la manera en la que lo había despertado él…
… Sacudió la cabeza. No era el momento de pensar en ello.
—No, no lo he hecho —¿Qué si había disfrutado matando a alguien? Ni de coña. En todos y cada uno de aquellos momentos, Datsue se encontraba demasiado asustado como para hacerle hueco a ninguna otra emoción—. Aunque tampoco he matado a nadie de forma tan… visceral, ¿sabes lo que te digo? No creo que sea lo mismo apretar el gatillo de una ballesta, o carbonizar a unos locos sádicos con una técnica ígnea desde la distancia —Datsue se refería a su aventura en Isla Monotonía junto a Kaido y su Hermano—, que tener que apuñalar a alguien, o matarle con tus propias manos. Creo que eso… impacta más.
Casi le dolía reconocerlo, pero se entendía mejor con Daruu que con muchos otros compañeros de su Villa. Si pudiese volver atrás en el tiempo…
Quizá…
Quizá…
«La historia ya está escrita», se dijo. «No hay quizáes que valgan. Y aunque quisiera, no podría quitarle el sello». Ayame se merecía aquella venganza, sin duda, pero Daruu era harina de otro costal.
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