Datsue sonrió, imaginándose en parte lo que estaría sintiendo Hana. Todos habían pasado por aquel momento. El sentimiento de que el resto era muy superior en todo. La sensación de vértigo al creer que jamás les alcanzarías. El miedo. Las dudas.

Todas ellas acababan quedando atrás. Más tarde o más temprano, con trabajo duro y constancia. Había pequeñas excepciones, claro. La suya era una profesión de alto riesgo, y siempre había quienes la palmaban antes. Pero, si incluso Chokichi había conseguido llegar a lo más alto antes de encontrar la muerte, ¿cómo no lo iba a hacer otro cualquiera?

Pensó en decírselo, pero creyó que aquello era algo que uno debía aprender por sí mismo. Que no valía que nadie te mostrase el camino. Así pues, optó por callar, y cuando Eri se despidió, él hizo lo propio.

—Si queréis veros una peli a la noche o echar una partida a las cartas avisad. Estoy en la habitación número uno.

Aquel día, se despidieron. Pero se reencontraron en numerosas ocasiones para seguir entrenando. ¿Conseguiría Hana dominar el Rasengan a tiempo? ¿Lograría Datsue realizar el Chidori sin necesidad de sellos? Solo el tiempo lo diría.