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Katsudon, visiblemente decepcionado porque Reiji no le tomase el bocadillo, se lo guardó en la mochila y comenzó a devorar el suyo. En cuanto dio el primer bocado pareció volver a alegrarse, al menos.
—¿Tenemos que hacer turnos por la noche o todavía estamos en territorio seguro?
—Siempre que acampes a la intemperie, sería sensato hacer rondas de vigilancia, sí —dijo Katsudon—. Aunque estemos en territorio del País del Remolino, hay muchos rufianes por ahí. Ya sólo por si te roban, imagínate. Y mucho peor si te hace una encerrona un ninja enemigo, ¿sabes?
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—Siempre que acampes a la intemperie, sería sensato hacer rondas de vigilancia, sí —Claro que, eso sería siempre y cuando viajaras acompañado. ¿Que hacías cuando viajabas solo y no había hostales o posadas? ¿No dormir? —Aunque estemos en territorio del País del Remolino, hay muchos rufianes por ahí. Ya sólo por si te roban, imagínate. Y mucho peor si te hace una encerrona un ninja enemigo, ¿sabes?
—Ya... Y tenemos gente capaz de colarse como si nada en nuestro territorio y matar a los nuestros. —El tema era, quizás, que si esa gente venia, por mucha guardia que hiciera yo... —Y Zombies, también tenemos Zombies
Bromee para suavizar el tema, aunque quizás hubiera sido mejor no hacerlo, no debía ser un tema de risa.
—Si quieres hago yo la primera guardia. ¿Alguna cosa en especial de la que tenga que estar atento?
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No era un tema de conversación con el que Katsudon estuviera contento, y esto fue evidente, aunque evitó decir nada. No estaba molesto, simplemente incómodo.
—No importa el orden, si no tienes mucho sueño, adelante, haz tú la guardia —dijo—. Si notas algún movimiento sospechoso, despiértame. Aunque, si puedes, asegúrate de que no se trata de un animal —rio.
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Katsudon, pese a lo que había dicho antes, no estaba muy por la labor de contarme que era aquello que tanto temía que nos encontraramos. Parecía muy incomodo con el tema.
No quería presionarlo, pero la desinformación era un arma de doble filo. Podía ser que estuviera mas a salvo sin saber quien o que era el enemigo, pero al mismo tiempo esa desinformación podía hacerme confundir a un enemigo con aliado.
—No importa el orden, si no tienes mucho sueño, adelante, haz tú la guardia —dijo—. Si notas algún movimiento sospechoso, despiértame. Aunque, si puedes, asegúrate de que no se trata de un animal.
Katsudon se rió. Pero con mi nivel eso es algo que podría suceder fácilmente. ¿Pero que podía hacer? Tenía que confiar mas en mi mismo, como habían dicho Datsue y Hanabi. Tenia que confiar en ellos.
—Está bien, haré lo que pueda.
De pasó, mientras estaba atento a mis alrededores, quizás podia seguir practicando mi técnica, aunque seguramente el resultado seria el mismo de siempre.
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Pese a lo poco halagueñas que habían sonado las palabras de Akimichi Katsudon, no hubo percance mayor durante la noche que un par de conejos a los que Reiji avistó corriendo a apenas unos metros de su posición tal y como le habían advertido. Cada uno hizo un par de rondas, hasta el amanecer, cuando Katsudon enlazó ya con la hora de marchar.
Era temprano, porque tenían un camino muy largo por delante. El hombretón se acuclilló con dificultades frente a Reiji y le llamó con un suave (muy suave, en contraste con las manazas del tipo) empellón.
—Eh, chico. Vamos. Es la hora.
Pero no sería la hora hasta después de desayunar, pensó Katsudon, como un buen Akimichi. Se sentó frente a la hoguera y rebuscó en la mochila, sacando una magdalena enorme.
—Tengo más, pero supongo que tu dieta de entrenamiento especial no te lo permitirá.
»Escucha, Reiji. Al final ayer no te conté lo del País del Agua. Pero he estado pensando, y es mejor que lo sepas, definitivamente.
»Es una información muy delicada, y nos conviene que... nadie sepa que la sabemos. ¿Entiendes? Bien. Como todas las aldeas, tenemos espías y vigilantes repartidos por todo Oonindo. En el País del Agua hemos perdido el contacto con al menos la mitad. Y los pocos que quedan nos contactan más bien casi nunca. Las noticias que traen son siempre enigmáticas y muy maquilladas, pero por lo que parecen sugerir...
»Heishou Umigarasu, Daimyo del País del Agua, tiene contactos muy importantes en el crimen organizado del archipiélago. Los rumores cuentan que está apadrinando ninjas exiliados y agrupándolos en torno a él, como un pequeño ejército.
»Es una situación complicada. Mejor que pasemos en ese país el menor tiempo posible. Llegar, coger el barco para el País del Hierro, y a la vuelta lo mismo para volver a las Islas del Té. Y mejor no hacer preguntas ni dar a entender que estamos husmeando por allí.
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La noche pasó bastante tranquila. Ni ladrones, ni otros shinobis, ni nada sospecho. No al menos que yo me enterara, bien podia haber pasado algo en los turnos de Katsudon y podía haberlo solucionado el solito. Pero en mis turnos solo aparecieron un par de conejos.
—Eh, chico. Vamos. Es la hora.
Con un suave toquecito con sus grandes manos, Katsudon me avisó para levantarme. Debía ser la hora de marcharse, pero antes de eso, el hombreton se sentó a la hoguera y se saco de la mochila un desayuno acorde a su tamaño.
—Tengo más, pero supongo que tu dieta de entrenamiento especial no te lo permitirá.
¿Era cosa mía o a Katsudon le había dolido demasiado que rechazara su bocadillo? Por que aquello sonaba justamente a eso. Pero si yo ya iba andando mas lento, lo que me faltaba para perder el ritmo era meterme semejante bocadillo o semejante desayuno entre pecho y espalda.
Por suerte para mi, Sakura y su madre me habían preparado comida saludable para un par de días. Luego... Tendría que adaptarme.
»Escucha, Reiji. Al final ayer no te conté lo del País del Agua. Pero he estado pensando, y es mejor que lo sepas, definitivamente.
Definitivamente si. Por que si no, conociéndome, iba a meter la pata hasta el fondo del pantano. Y este, en concreto, era peligroso.
»Es una información muy delicada, y nos conviene que... nadie sepa que la sabemos. ¿Entiendes? Bien. Como todas las aldeas, tenemos espías y vigilantes repartidos por todo Oonindo. En el País del Agua hemos perdido el contacto con al menos la mitad. Y los pocos que quedan nos contactan más bien casi nunca. Las noticias que traen son siempre enigmáticas y muy maquilladas, pero por lo que parecen sugerir...
Un poco mas de información peligrosa para mi. No había tenido suficiente con las dosis de Akame el zombie traidor o lo de los tíos que lo "mataron" .
»Heishou Umigarasu, Daimyo del País del Agua, tiene contactos muy importantes en el crimen organizado del archipiélago. Los rumores cuentan que está apadrinando ninjas exiliados y agrupándolos en torno a él, como un pequeño ejército.
Vamos, un señor importante había sido engañado por el crimen organizado y estaba engañando a shinobis de otros países para que se unieran a él. ¿Que les ofrecería que fuera más jugoso que su lealtad? ¿Poder?¿Dinero?
»Es una situación complicada. Mejor que pasemos en ese país el menor tiempo posible. Llegar, coger el barco para el País del Hierro, y a la vuelta lo mismo para volver a las Islas del Té. Y mejor no hacer preguntas ni dar a entender que estamos husmeando por allí.
Si. Lo mejor era no darle vueltas, y como había dicho el día anterior Katsudon, era mejor esconder la bandana. Pasar rápido y los mas desapercibidos posibles.
—mmm... Entiendo que tenemos que llegar cuanto antes, pero a la vuelta, que nuestra misión ya estará cumplida... ¿No seria mas sensato dar un rodeo y evitar el país del agua?
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1/06/2019, 12:49
(Última modificación: 1/06/2019, 12:49 por Amedama Daruu.)
Katsudon resopló.
—Puf. El único sitio por el que se me ocurre que podríamos volver es por el País de la Tormenta. Es un rodeo un poco grande, ¿eh, chico? —El Akimichi hizo rodar sus ojos—. Además, no sé qué es peor. Esos amejin están locos. ¡Locos, te digo! El otro día uno se coló dentro del puto despacho de Hanabi, joder. ¿¡Te lo puedes creer!?
El hombretón se acarició la barbilla, pensativo.
—Aunque también está el País del Rayo... igualmente es un poco pateo, ¿eh? —rio Katsudon—. ¡Bueno, ya veremos, chico! De todas formas, con este cuerpazo que tengo, no creo que se atrevan a asaltarte si voy a tu lado, jua, jua, jua!
Terminaron de desayunar y emprendieron de nuevo la marcha tras apagar la hoguera y recoger sus cosas. Nuevamente iniciaron una larga caminata sin descanso, en la que nuevamente Reiji tuvo que esforzarse por alcanzar al gigante.
La península fue estrechándose. Al cabo de un par de horas, pasaron desde lejos al costado de un castillo tradicional gigantesco. Tenía el aspecto de haber sido abandonado hacía mucho, mucho tiempo. A Reiji le deslumbró un destello desde un ventanuco en la parte superior, y tuvo que apartar la vista.
—Es increíble, alguna de esas armaduras samurai mantienen todavía su brillo intacto. O quizás eran más brillantes aún en su día. No entiendo como este lugar sigue en pie, con las armaduras y armas dentro. ¿Quizás incluso los ladrones tienen más respeto por esos guerreros ancestrales de lo que les concedo?
«O quizás sean más supersticiosos de lo que creo y piensan que les va a caer una maldición.»
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Katsudon resopló.
—Puf. El único sitio por el que se me ocurre que podríamos volver es por el País de la Tormenta. Es un rodeo un poco grande, ¿eh, chico?
Si, pero en teoría, debía ser mas seguro para nosotros y si era a la vuelta, querría decir nuestra misión ya estaba cumplida. Además, se suponía que estábamos en una alianza.
—. Además, no sé qué es peor. Esos amejin están locos. ¡Locos, te digo! El otro día uno se coló dentro del puto despacho de Hanabi, joder. ¿¡Te lo puedes creer!?
Unas semanas atrás me hubiese sorprendido. A día de hoy... Parecía que todo el maldito mundo podía colarse en uzushiogakure. Quizás no fueran los demás, quizás era nuestra seguridad lo que flaqueaba. Por que la primera vez es culpa del otro, pero la segunda es culpa tuya por no haber puesto las medidas necesarias tras el primero.
Y si, estaban locos, aunque no mas locos de lo que yo consideraba que estaban los de Kusagakure. Esos se metieron en una refriega por que si. Sin motivo. Solo para saciar sus ganas de pelear. Pero, en fin, siempre hay gente dispuesta a enseñarle al mundo su nivel de estupidez.
—Aunque también está el País del Rayo... igualmente es un poco pateo, ¿eh?
Aquella...¡aquella era una idea maravillosa! Muchas de las artes de kenjutsu que se conocían ahora, pese a ser los samuráis los "maestros supremos" de la espada, se habían heredado de antiguos maestros de la espada de Kumogakure, que en teoría estaba en el país del rayo.
Quizás escondido en alguna montaña quedaba vivo algún viejo maestro de la espada.
— ¡Bueno, ya veremos, chico! De todas formas, con este cuerpazo que tengo, no creo que se atrevan a asaltarte si voy a tu lado, jua, jua, jua!
Eso también era un problema pese a su confianza. Sobretodo, si queríamos pasar desapercibidos, era un enorme problema.
Al terminar de desayunar nos pusimos en marcha de nuevo. No hacia falta que retomara mi entrenamiento diario. La propia caminata ya fue un entrenamiento, de velocidad y de resistencia. No hubo mas descansos.
Al cabo de un par de horas, vimos de lejos un enorme castillo tradicional. Por su aspecto, no parecía que nadie viviera allí dentro, o quizás, esa era la intención de alguna banda criminal. Tuve que apartar la vista del castillo cuando un reflejo en una ventana me deslumbro.
—Es increíble, alguna de esas armaduras samurai mantienen todavía su brillo intacto. O quizás eran más brillantes aún en su día. No entiendo como este lugar sigue en pie, con las armaduras y armas dentro. ¿Quizás incluso los ladrones tienen más respeto por esos guerreros ancestrales de lo que les concedo?
—Quizás. —Dije mientras hacia una pequeña reverencia en señal de respeto a aquellos antiguos guerreros. —O quizas sea una tapadera. Quizás alguna organización de villanos haya decidido mantenerla en ese estado para disimular que esconden ahí, quizás bajo el suelo, su base secreta.
Aunque lo dije bromeando, tampoco era una idea muy descabellada ¿No?
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Katsudon se echó a reír.
— ¡Anda, anda, no digas bobadas! —dijo—. Curiosos y turistas. Como mucho, alguien que se está escondiendo, eso sí es verdad. Una vez tuvimos que sacar de ahí a un fugitivo del Señor Feudal.
»Pero casi siempre está vací...
¡¡AAAAAAAAAAAAAAH, SOCORROOOOOOOOOOOOOO!!
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Por lo menos esta vez, cuando hablé de los malos, no se encerró de nuevo en su burbuja, si no que se rió como si hubiese dicho algo gracioso. Esta broma si la había pillado.
— ¡Anda, anda, no digas bobadas! —El viaje era largo y tedioso, había que amenizarlo de alguna manera, aunque fuese bromeando—. Curiosos y turistas. Como mucho, alguien que se está escondiendo, eso sí es verdad. Una vez tuvimos que sacar de ahí a un fugitivo del Señor Feudal.
Bueno, entonces mi alocada teoría no era tan descabellada, pese a ser una broma. Si podía usarlo un fugitivo, podía usarlo una organización criminal como base secreta.
»Pero casi siempre está vací...
¡¡AAAAAAAAAAAAAAH, SOCORROOOOOOOOOOOOOO!!
Un grito de auxilio interrumpió a Katsudon cuando estaba a punto de decir que aquél castillo no solía tener habitantes. Por instinto, lleve mi mano a la empuñadura de mi espada y busque con la mirada el origen de aquel grito.
Antaño, cuando solo era un arrogante, erróneamente hubiera salido corriendo en dirección al grito. Pero ya no. Yo no era ningún heroe.
De cualquier modo, quien tomaba las decisiones era Katsudon. El era el shinobi de mayor rango en aquella misión y yo solo estaba a su cargo. Decidiera lo que decidiera, mi deber como ninja era obedecerle.
— ¿Que tenemos que hacer? Parece que hay alguien en peligro...
Si decidía que teníamos que seguir adelante e ignorar la llamada de auxilio, por mucho que me remordiese la conciencia en el futuro, no me quedaría mas remedio que hacerlo.
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Katsudon echó a correr hacia el edificio en ruinas.
—¡No tenemos tanta prisa, vayamos a ver qué está pasando! —Si estaba en sus grandes manos salvar una vida, Reiji podía dar por hecho de que así lo haría. Fue entonces cuando comprendió que el hombre había sido hasta compasivo con su caminar. Ni con el mayor de los esfuerzos podría alcanzarle. Cuando Katsudon ya estaba atravesando las verjas del recinto, él todavía estaba a mitad de camino.
Los retumbantes pasos de Katsudon subieron a toda prisa unas escaleras. Desde fuera, Reiji escuchó otro grito. Luego, el silencio.
El jardín del castillo le recibió con los brazos abiertos. Abandonado hace generaciones, la vida vegetal se había adueñado del camino a la entrada, y ahora estaba todo recubierto de un césped salvaje. a ambos lados de la entrada había sendos rosales con espinas retorcidas.
Ya dentro, simétricas escaleras de caracol a izquierda y derecha le aguardarían, en el inicio de un gran hall con varios cuadros de naturaleza y, sobretodo, de guerra, con soldados y sus caballos, lanzas, katanas. Una larga mesa de comedor yacía medio destrozada en todo el centro.
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—¡No tenemos tanta prisa, vayamos a ver qué está pasando!
Katsudon grito mientras echaba a correr dirección al castillo. Se había contenido al andar. Por que por mucho que corriera yo en aquel momento, a esa velocidad, jamas iba a alcanzarle.
Las cosas fueron frenéticas durante unos segundos. Las pisadas de katsudon subiendo unas escaleras. Otro grito. Luego, un incomodo y largo silencio.
Hasta mis ojos, nada expertos en jardinera, eran capaces de ver que el jardín no se había cuidado desde hacia siglos. Las plantas eran dueñas de prácticamente todo, y adornando la puerta se alzaban dos rosales de espinas retorcidas.
Que irónico. Frente a un rosal se alzaba un espadachin que tenia tatuado un espadachín en un rosal. Miré al cielo, por si de casualidad también había golondrinas por allí.
Tampoco perdí el tiempo en cosas supersticiosas. Me adentré en el castillo en busca de katsudon y la fuente de los gritos. Nada mas entrar, a ambos lados de la entrada, se alzaban escaleras de caracol. El sitio estaba lleno de cuadros llenos de polvo cuyos dibujos aún podían verse. Guerra y naturaleza. También habia una mesa rota.
Pero todo eso no era importante. Lo que era realmente importante era ¿Por que escalera había subido el grandullón?
Intente fijarme en el suelo o escuchar algún ruido. Por el sonido de las pisadas de katsudon, quizás la piedra estaba dañada o algo.
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A los oídos de Reiji llegó el murmullo de una conversación amortiguada por los muros de hormigón. Pese a que el exterior estaba destartalado, Reiji se dio cuenta enseguida que el interior estaba suficientemente bien conservado. No había ningún rastro evidente que sugiriese qué escalera había tomado Katsudon, pero si aquella planta era indicativa de algo, las dos escaleras llevarían exactamente al mismo sitio.
De hecho, llevaban a los extremos de un pasillo largo con varias puertas. En el centro había otras escaleras. A sendos lados del pasillo se exhibían múltiples armaduras de guerreros samurai. A algunas les faltaba el casco. Al parecer los ladrones no tenían tanto respeto, al fin y al cabo.
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A lo lejos se escuchaban voces hablando. ¿De donde venían? Era una pregunta imposible de contestar, yo ni siquiera era capaz de distinguir ni una sola de las palabras que decían. Por no poder, ni siquiera podía identificar si se trataba o no de la voz de Katsudon.
Como no vi ni rastro de alguna señal que me indicara por donde había ido Katsudon, subí por una de las dos escaleras solo para descubrir que ambas llevaban al mismo sitio.
Ambas conectaban por un pasillo largo con varías puertas. El pasillo estaba decorado por armaduras de Samurái a las que, en algún caso, les faltaba el casco. ¿Por qué alguien se llevaba solo el casco?
No le dí muchas vueltas al asunto. Tenia que reunirme con Katsudon cuanto antes, pero también tenía que tener cuidado.
Llevé mi mano a la empuñadura de la espada mientras caminaba por el pasillo en dirección a las escaleras del centro, intentando escuchar por si, en algún momento, conseguía discernir la voz de Katsudon en algún punto.
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Y la voz de Katsudon llegó de aún más arriba, el tercer piso. Reiji recordó, de pronto, que fue precisamente desde la ventana del tercer piso que dislumbró aquél destello.
Esta vez, las dos voces llegaron con claridad.
— ¡Pero mujer! ¡Si son sólo armaduras!
— ¡Ya, ya lo sé! P-pero es que por el rabillo del ojo me pareció ver que se movía y creí que...
— ¿Qué va a ser? Además, con esa espada que llevas seguro que quien te ataque iba a sufrir más que tú.
Se pudo oír el sonido metálico de una espada envainándose.
— Tamashigiri sirve para cortar la carne, a pesar de su nombre, no a un... a un...
— ¿A un qué?
Justo en ese instante la cabeza de Reiji asomó por la escalera. El muchacho vio al hombretón, acuclillado frente a una muchacha rubia, con el pelo corto, los ojos grises y con pecas oscuras por todo el cuerpo que destacaban notablemente de su tez paliducha. Tenía varias cicatrices en los brazos y en las piernas, y una particularmente grande cruzándole toda la cara. Miró a Reiji con curiosidad.
— ¿Otro shinobi?
— ¡Ah, Reiji-kun! Me complace anunciar que se trataba de una falsa alarma —rio bonachón Katsudon.
La mujer vestía con un kimono largo, unas geta y unos tabi y llevaba una espada de considerable envergadura con la vaina de color plata y una inscripción en la lengua tradicional, escrita enteramente con ideogramas, que rezaba (o al menos la parte que él podía ver desde allí):
...el cuerpo sin cortar el al... porque un guerrero tullido aún... sólo pierde si ha perdido su...
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