Y así, Uzumaki Eri y Sarutobi Hanabi terminaron de desayunar y salieron de la casa de la pelirroja. El mandatario cogió una curiosa caja de plástico con un asa, que había dejado frente a la puerta de Eri, y partieron hacia el centro de la villa.

Levantando cabezas y miradas de curiosos –no todos los días el kage de tu villa se pasea por la calle así como así–, los dos shinobi dirigieron sus pasos hasta el Estadio de Celebraciones. En la entrada, dos chuunin de mediana edad, uno calvo y otro moreno con barba de tres días, se cuadraron en cuanto los vieron llegar.

—Hanabi-sama. Eri-senpai. —El de la izquierda les dedicó una profunda reverencia.

—¿Está libre el estadio, como acordamos?

—Sí, Hanabi-sama. No hemos dejado pasar a nadie.

Hanabi asintió, se dio la vuelta, y con un ademán de la mano indicó a Eri que le siguiese a través del largo pasillo del interior de la grada del estadio. Ya en el ruedo, las gradas hacían de una suerte de pared que bloqueaba el ajetreo del exterior. Allí podrían concentrarse en el entrenamiento. Hanabi caminó hasta el centro de la sala y dejó la caja en el suelo. Se acarició la barbilla, la volvió a coger del asa y se acercó cerca de la grada. La dejó allí con cuidado, y volvió a donde estaba Eri.

—Dime, Eri-san —dijo Hanabi con una media sonrisa—. Creo que ninguno de vuestra generación me ha visto pelear todavía, ¿verdad?

»¿Qué te parece si nos divertimos un poco, eh?

El Uzukage y Eri abandonaron su casa una vez terminaron de desayunar, y, para sorpresa de la muchacha; fuera de la casa había una caja de plástico que parecía haber sido dejada ahí por el Uzukage, pues la tomó en cuanto salió. Eri sonrió ligeramente, pensando que, a lo mejor, no hubiera admitido un "no" por respuesta.

Ambos caminaban por las calles de la villa, ganándose un par de miradas de asombro y giros de cabeza que hacían a la pelirroja sentirse ligeramente incómoda, hasta que por fin llegaron a su destino: el Estadio de Celebraciones. Allí, dos chuunin los recibieron.

—Hanabi-sama. Eri-senpai. —Eri hizo una ligera inclinación de cabeza.

—¿Está libre el estadio, como acordamos?

—Sí, Hanabi-sama. No hemos dejado pasar a nadie.

Hanabi asintió ante las palabras del guardia e indicó a Eri que lo siguiese. Ella asintió y ambos se adentraron al pasillo que daría con el estadio, hasta que ambos se encontraron alejados del bullicio que resonaba fuera de las paredes del estadio para poder entrenar sin ningún tipo de contratiempo. La pelirroja no dijo nada, simplemente esperó a que Hanabi terminase, pero parecía no saber donde dejar la caja.

Al final la dejó cerca de una grada.

—Dime, Eri-san. Creo que ninguno de vuestra generación me ha visto pelear todavía, ¿verdad —ella negó, la verdad es que no conocía ni en qué era experto su líder, ni si quiera lo había visto blandir un kunai—. ¿Qué te parece si nos divertimos un poco, eh?

—¿Quiere decir que... Combatamos ahora? —preguntó la pelirroja, anonadada—. Cielos Uzukage-sama, dudo estar a su altura... —alegó ella, rascándose la mejilla—. Pero no le diré que no.

Y sonrió, con cierto nerviosismo.

El Uzukage se llevó las manos tras la cabeza y le mostró una amplia sonrisa.

—Bobadas, seguro que eres bastante competente —dijo—. Además, no me va a venir mal quitarme algo de tensión del cuerpo... hace tanto que no tengo una buena pelea...

De pronto, la voz de Hanabi pareció otra distinta, más grave. El joven líder del Remolino pareció crecer al menos un metro, aunque no había ganado altura. No, no era eso. Era la fuerza de su chakra. Por supuesto, Eri había sentido alguna vez la fuerza del chakra en otras personas, pero con Hanabi era muy distinto. Era como si hubiera estado guardando dentro de él la fuerza de...

...un bijuu.

Eri no recordaba haber sentido algo así desde que Ayame perdió el control y tuvieron que pararle los pies, allá fuera en las Planicies del Silencio. Sentía una terrible opresión en el pecho. Le era difícil respirar.

Hanabi se llevó la mano derecha al interior de su haori de kage y alcanzó algo a la espalda. Desplegó frente a sí un pergamino, y con la otra mano asió y sustrajo lo que parecía ser un bastón de madera. Arrojó el pergamino a un lado y sopló. Dos pequeños chorros de fuego fueron a parar a cada uno de los extremos del arma. Después de eso, Hanabi se puso en guardia, sujetando el bastón con la siniestra firmemente frente a él.

—¿Quieres probar suerte? —Guiñó un ojo.

—Bobadas, seguro que eres bastante competente —dijo—. Además, no me va a venir mal quitarme algo de tensión del cuerpo... hace tanto que no tengo una buena pelea...

Eri tragó grueso, justo cuando escuchó como la voz de Hanabi pareció cambiar, a un tono más... potente. Es más,incluso pareció que él mismo había crecido, había cambiado en su totalidad. ¿O era su impresión? No, imposible, ella estaba allí, y él igual, era solo que... Algo había crecido, algo que... Provenía del mismísimo Hanabi.

¿Acaso era... su chakra? ¿Aquello era chakra de forma natural? ¿O es que tenía algo dentro?

Recordó cuando Ayame se descontroló, pero aquello no tenía ni pies ni cabeza, ¡aquel hombre era una bestia en sí! Contuvo la respiración y miró detenidamente los movimientos de su líder, el cual sacó de uno de sus pergaminos e hizo emerger de él un bastón de madera, prendiendo ambos extremos. «Fuego...»

—¿Quieres probar suerte?

—Está bien —murmuró ella, adoptando una postura de defensa, preparándose para el combate—. Estoy preparada, Uzukage-sama.

Pese a que la pregunta de Hanabi había sido una verdadera invitación a dar el primer golpe, Eri no lo tomó así, y tomó una postura defensiva. O quizás sí que lo hizo y no se atrevió a dar el primer paso. En cualquier caso, Hanabi asintió y despegó los pies del suelo en una rápida acometida hacia su jounin. Salvó la distancia que les separaba tan rápido que a Eri casi no tenía tiempo de reaccionar al bastonazo lateral que, de izquierda a derecha, pretendía golpearla en el costado.

Hanabi fue el que tomó la delantera, corriendo hacia ella dispuesto a pegarle un bastonazo lateral que probablemente la dejaría hecha mierda nada más rozarla, así que saltó lo más rápido que puso hacia atrás, evitando el golpe por muy poco.

Nada más aterrizar, lanzaría sus dos shuriken hacia la posición de su kage, luego haría el sello del carnero para sacar dos cadenas por las palmas de sus manos.

Eri dio un ágil salto hacia atrás que consiguió evitar que la ofensiva de Hanabi tuviera acierto —cabe decir que con extrema dificultad y por un pelo, puesto que sintió el calor de las llamas lamer su abdomen—. Nada más poner los pies en la arena de combate de nuevo, la Uzumaki lanzó dos estrellas ninja al Uzukage, quien valiéndose de su bo y de un movimiento en hélice desvió las armas hacia un lado y hacia otro, clavándolas en el suelo.

El Sarutobi quedó a la espera de que Eri contraatacase, observando con admiración las dos conocidas cadenas Uzumaki que la chica habia desplegado.

Fue el turno de Eri para atacar, ya que Hanabi se había quedado a la espera en su sitio tras haber desviado ambos shuriken que había utilizado la chica, así que, sopesando qué podía hacer, tragó saliva y con las cadenas sujetas entre sus manos, corrió hacia su Kage a toda velocidad, parando a unos pocos metros para lanzar una de sus cadenas hacia su posición.

No esperaba dar, pero necesitaba saber algo más de Hanabi si pretendía al menos hacerle frente.

Eri tomó la iniciativa cedida por Hanabi, iniciando una carrera hacia su contrincante. Se detuvo a cierta distancia prudencial y le arrojó una de sus cadenas. Hanabi apoyó el bo en el suelo y gracias a él se elevó en el aire ágilmente unos metros. Cogió el bastón con ambas manos y, esperando aterrizar encima de su jounin, trató de golpearla con el bo.

—¡Te tengo, Eri!

Lo que Eri no esperaba ni sabía es que si se apartaba de su trayectoria. Hanabi golpearía el bastón contra el suelo y no contra ella. liberando un estallido flamígero que eliminaría la técnica del arma pero que haría que el fuego besara a Eri; el beso cruel y ardiente de un amante peligroso.

El Uzukage vio llegar el ataque y, usando su bastón como impulso, se elevó para esquivar el golpe. Aprovechando el elevamiento sobre la chica, el hombre sujetó fuertemente su bastón y buscó golpearla desde el cielo.

—¡Te tengo, Eri!

«¡Mierda!»

La chica trató de esquivarlo moviéndose hacia la derecha rápidamente, pero al final resultó no ser del todo fácil de esquivar como podría verse desde fuera. Hanabi había golpeado el suelo con el bastón, liberando una corriente de llamas que la alcanzó, sin llegar a poder ser esquivado.

Gruñó ante las quemaduras, ahogando el dolor que sentía mientras golpeaba las partes que habían sido alcanzadas por la llamarada que había expulsado su Uzukage, y bufó, recobrando el aliento que acababa de perder.

—Me tienes, Uzukage-sama —alegó, mostrando tras ello una sonrisa—. Creo que todavía tengo que entrenar mucho para poder alcanzarte.

El fuego de Hanabi alcanzó a Eri, que atravesó en llamas el círculo y se situó fuera de él. Hanabi se recompuso y se levantó, poniéndose de nuevo en guardia mientras Eri se recuperaba del ataque.

—Me tienes, Uzukage-sama —alegó ella, mostrando tras ello una sonrisa—. Creo que todavía tengo que entrenar mucho para poder alcanzarte.

Hanabi mostró una sonrisa afable, se puso recto y arrojó el bastón hacia un lado. Éste rebotó un par de veces en el suelo, tras lo que perdió el efecto del jutsu flamígero y sus llamas se extinguieron. Hanabi se sacudió las manos y se dio la vuelta.

—Sí, bueno. Suficiente por hoy entonces... —dijo, decepcionado. Era de esperar. Había muy poca gente que pudiera hacerle frente en un combate directo. Ni siquiera Katsudon. Y él se moría por tener una buena pelea—. Empezaremos con el entrenamiento, pues. —Se acercó a la caja que había dejado apartada, la asió y caminó de nuevo hasta colocarla al lado de Eri. Se arrodilló frente a la caja y le quitó los dos cerrojos simples con la ayuda de una mano. Abrió la tapa, y desveló un tesoro de... ¿globos de agua?—. Usaremos estos —dijo.

—Sí, bueno. Suficiente por hoy entonces...— dijo su Kage, y a ella le sonó como a... ¿Decepción? Aun así, sabía que a ella le quedaba un largo camino para llegar al nivel donde se situaba el Uzukage, así que, tras limpiarse la ropa y medir un poco las quemaduras que había sufrido —no muy graves—, esperó a que Hanabi tomase la caja, trayéndola hasta la posición de la pelirroja.

Quitó los cerrojos, y Eri miró con curiosidad lo que allí podría haber, ¿una especie de pergamino ultrasecreto? ¿Píldoras? ¿Un método de conseguir el Rasengan antiguo y solo pasado de generación en generación o...?

¿Globos de agua?

—Usaremos estos —dijo.

—¿Qué haremos con estos globos de agua, señor? —preguntó la kunoichi, mirando ligeramente ceñuda lo que se encontraba dentro de la tan misteriosa caja que Hanabi había traído.

Hanabi metió la mano en el cofre y agarró un cubo de agua. Lo levantó lentamente, consciente de que Eri mantenía una mirada fija en él. Y de pronto...

...se lo lanzó a la cara. El globo estalló, empapándola. Hanabi se echó a reír.

—¡Pelea de globos! Jaja, ay, lo siento, perdón... me dejé llevar. Están siendo unos días muy duros —dijo, triste, permitiéndose dejar de ser, por un segundo, el Uzukage que todos necesitaban que fuera. Cogió otro globo y se lo enseñó a Eri—. ¿Ya estás? Lo siento, ¿eh? A ver, el Rasengan es una técnica que se basa en la manipulación de forma del chakra. Existen dos tipos de manipulación, la elemental y la de forma. Pues bien, en esta, se manipula la forma de forma pura. Algo complejo.

»Lo que debes hacer con estos globos es impregnar el agua del interior de tu chakra, y conseguir girarlo a toda velocidad hasta que... —El globo de agua empezó a agitarse. Gracias a la forma cambiante de la goma, Eri fue capaz de comprobar que, en efecto, el agua giraba en el sentido de las agujas del reloj, cada vez más rápido, hasta que...

CHOF.

Esta vez fue Hanabi el que se empapó.

»¿Ves? Es sencillo. Prueba.

Hanabi metió una de sus manos en el maletín y tomó uno de los globos, levantándolo con cuidado mientras Eri miraba fijamente lo que iba a hacer, y, como si lo hubiera estado pidiendo con el rostro, el líder de Uzushiogakure terminó por lanzarle el globo a la kunoichi, empapándola completamente.

—¡Pelea de globos! Jaja, ay, lo siento, perdón... me dejé llevar. Están siendo unos días muy duros —dijo, algo apenado, pero Eri solo pudo hacer un puchero, como cuando se los hacía a su hermano mayor de críos, sobre todo cuando algo la molestaba pero no quería regañar con él. Hanabi cogió otro globo y se lo enseñó a Eri—. ¿Ya estás? Lo siento, ¿eh? A ver, el Rasengan es una técnica que se basa en la manipulación de forma del chakra. Existen dos tipos de manipulación, la elemental y la de forma. Pues bien, en esta, se manipula la forma de forma pura. Algo complejo.

—Comprendo... —murmuró la chica mientras Hanabi comenzaba a hacer que el agua en el interior se agitase.

—Lo que debes hacer con estos globos es impregnar el agua del interior de tu chakra, y conseguir girarlo a toda velocidad hasta que... — la goma se removía, y el agua de dentro parecía girar, hasta que...

CHOF.

Hanabi quedó igual de empapado que ella.

—¿Ves? Es sencillo. Prueba.

No muy convencida de si podría lograrlo, cogió uno de los globos de agua que quedaban en el maletín con cierta cautela y sobre todo miedo a romperlo antes de poder hacer nada. Una vez en su mano —y sin romperse—, se concentró para intentar hacer girar el agua de su interior.

Pese a que el agua en el interior del globo se reveló contra su prisión, agitándose furiosamente, dando la sensación de que iba a salir... lo único que consiguió Eri fue que se produjera un pequeño agujero, del que salió un chorro que cayó, en arco, encima de los otros globos, desinflando el suyo poco a poco.

—Casi —dijo Hanabi, sonriente—. Por poco. ¡Ey, Eri! Prueba a mover el agua para el mismo lado con el que darías vueltas con la cucharilla en una taza de café. —Se quedó un momento mirándola—. ¿Qué? ¡No me mires así, pruébalo!