Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
En las puertas de la villa, dos chūnin y un tercer hombre charlaban animadamente en el paso de control. Los dos ninjas, un hombre y una mujer que debían rondar la veintena. El otro hombre, de aspecto algo mayor a ellos, contaba con una larga melena pelirroja y un bigote algo más oscuro, tan largo que le caía por ambos lados hasta la barbilla.
—Pues estaba yo con el shinobi este —decía el hombre pelirrojo—, y el tío estaba consultando un expediente en el ordenador. Total, que veo que de repente cierra los ojos. ¡Como si se me pusiese a dormir, el tío! Juro que quizá me pasé como cinco minutos esperando, algo surrealista.
—Pero, ¿estaba dormido de verdad?
—¡Qué va! Si cuando le pregunto qué hace me suelta: ¡es que el ordenador me ha dicho que cierre las pestañas! —Los tres rieron, pero el pelirrojo sin duda fue el que más alto—. Ah, estos kusareños. ¡Si es que no se enteran con la tecnología!
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Las semanas pasaron, y como bien advirtió el Uzukage, Hayato había recibido una notificación para el viaje que tenía pendiente. Ésta era quizás la hora en que tratase de indagar un poco en los asuntos del Senju, tomar un poco de confianzas con él, o meramente de que éste tomase confianza con el resto de la villa. En realidad, a saber por dónde salía el tiro. Pero fuese como fuese, la única cosa en que podía estar seguro al 100% era que la carta no mentía, y debía presentarse.
Normalmente uno se prepara bastante bien para un viaje en el que no sabe ni el destino, ni la duración. Un mínimo de pillar una mochila, unos víveres, agua... no sé, algo. Pero Siete no era lo que se podría catalogar como un portento físico. Si le daban para cargar una mochila, aunque fuese liviana, de seguro terminaría tirado en una cuneta al paso de unas horas. Derrotado, exhausto, muerto. Era algo que tenía asumido, cargar peso o acciones que requiriesen de fuerza y aguante físico no eran para nada lo suyo. Pero también tenía claro que hay un dicho muy popular: las vacas que entran, por las que salen. Si no eres capaz de cargar con un armario, allá donde llegues búscate la vida, o compra ropa; por poner un simple ejemplo.
Y el dinero es poder.
Es por ésto, que el genin no llevó consigo más que su indumentaria y útiles habituales, no más. Bueno, algo más si, dinero. Bastante dinero, a decir verdad. Apenas llegó a la entrada de la villa, pudo avistar a un par de chūnin hablando con un hombre de cabellera y bigote rojizo. Los tres parecían estar compartiendo batallitas, o en éste último caso un chiste sobre los shinobis de Kusa. Los tres se rieron a carcajadas, siendo el propio autor del chiste el que más. Era un poco ridículo, a menos a ojos del Senju, que el autor de un chiste se riese tanto de su propia obra. Vulgar y para nada remilgado.
—Buenos días. —Saludó a los tres, pues estaba donde él había de estar. Un mero trámite de educación.
Metió las manos en los bolsillos, y de ésta tomó su cajetilla de tabaco y el mechero. En menos de lo que se tarda en decir esternocleidomastoideo, el chico ya tenía encendido el cigarrillo, y le estaba propinando la primera calada. Era el primero del día, y nada mejor que éste pequeño vicio para esperar al Uzukage, al cuál no veía.
Ah, ahí estaba el genin. Por lo que se podía ver, seguía con la puntualidad uzujin.
—Buenos días, Hayato. Justo a tiempo, así me gusta. —Le dio una palmada en el hombro y, con un gesto de manos se despidió de los otros dos—. Un placer, chicos —dijo, con su voz auténtica.
Los guardias sabían que lo suyo era tan solo un disfraz. Hayato, por lo que pudo comprobar, no. Eso hablaba bien de él. La peluca, el bigote falso, el maquillaje… No había perdido la mano con los disfraces.
—¿Qué tal mis pintas? No me reconociste, ¿eh? —Si Hayato iba ligero de equipaje, lo mismo pasaba con Datsue: aparte de la capa de viaje y un portaobjetos que se intuía bajo ella, no cargaba con nada más—. Bueno, vamos tirando. Que perdemos el tren.
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Un saludo de vuelta, eso es lo que pudo esperar Hayato como mucho. Era un mero trámite de educación: tu lanzas un saludo, y los de allá te lo devuelven si les viene en gana. Pero lejos de la historia habitual, el desconocido más destacable —El tipo con bigotes largos, el pelirrojo—se acercó al genin le dio una palmada en el hombro en lo que le saludaba. Poco después, se despidió de los otros compañeros, con una voz un tanto más reconocible.
¡Que le partiese un rayo!
¡EL UZUKAGE BIGOTUDO!
El Uchiha sorprendió con creces a Hayato,el cuál se jactaba de que no había podido reconocerlo. Imposible, ni de coña. ¿Quién en su sano juicio ve a ese bigotudo y piensa: "¡Hey!, ese es Datsue"?. Era obvio que le había pillado, su aspecto era de lo más pintoresco.
—Señor Uzukage, por la diosa... ¡que pintas! Jajajaja —no pudo evitar reír. —Ni por asomo hubiese pensado que era usted.
Lo más curioso es que fuese Siete el que se extrañase de las pintas de otro, era el mundo al revés.
No tardó en mencionar Datsue que debían apurarse, pues de lo contrario perderían el tren. Hayato afirmó con un gesto de cabeza rotundo —Si, mejor ponerse en marcha, que esperar en esas estaciones es un rollo. Ya podían poner máquinas de refrescos, juegos o algo. —, y con las mismas, seguiría a bien poder los pasos del Uchiha.
¿Qué pintas? ¿Cómo que qué pintas? ¡Si estaba genial! El bigote estaba volviendo a ponerse de moda, y el pelo largo nunca había dejado de estarlo. «Ah, malditos críos».
El trayecto a la estación de tren fue corto. Datsue se pasó el tiempo rascándose la cabeza —la maldita peluca no dejaba de picarle—, o el lugar donde tenía puesto el bigote —que le daba una calor incómoda—, y hablando de temas menores para romper el hielo. Le preguntó al chico sobre sus habilidades, y también le aconsejó un método de entrenamiento para ganar algo de masa muscular. No le llamó tirillas, aunque quizá sí indirectamente. Entremedias, y sin poder evitarlo, algún chiste sobre kusareños cayó.
Las ventajas de ser Uzukage y estar en un viaje oficial es que iban a gastos pagos. Así que Datsue pagó por una entrada VIP, y así tuvieron derecho a ir a un camarote con dos bancos de cuero —uno enfrente del otro— y en el que cabían por lo menos seis personas. Por suerte, y al menos hasta la siguiente parada, estuvieron solos.
—Tú y yo tenemos una conversación pendiente —dijo, después de haberse comprado un bote de patatas fritas picantes y lo que fuese que quisiese Hayato—. Háblame de esa persona. Tu objetivo.
Imaginaba que aquella sería una respuesta larga, y Datsue dejó caer la vista sobre la ventana del tren. Al otro lado, la Planicie del Silencio discurría a toda velocidad.
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En el camino, habían caído preguntas de todo tipo. En las conversaciones hablaron un poco de todo, desde sus habilidades hasta consejos nutricionistas y de entrenamiento. No le había llamado directamente escuálido o flacucho, pero indirectamente sí que lo había hecho. Pero esas palabras en su mayoría cayeron en saco roto, pues el Senju tenía bastante claro que las habilidades que le primaban mejorar eran las intelectuales, así como sus técnicas ígneas. Cual pirómano, le encantaba prender fuego cosas y ver el desenlace, aunque con una ligera diferencia... el pirómano lo hace por mero gusto de ver el fuego expandirse y arrasar, a Siete le gustaba más el buscar más y mejores maneras de uso para las llamas.
En el tren, tuvieron asientos de primera clase. Era todo un lujo, la verdad. Tenían a su disposición todo un camarote del férreo vehículo, para su goce y disfrute. En lo que pasaron los minutos, y con ello unos carritos de mercancías por los pasillos del tren, se vieron Uchiha y Senju con un paquete de patatas cada uno, así como un refresco de frutas del bosque para el último.
Siete se dispuso a darle el primer trago al refresco en lo que el Uzukage se lanzó de nuevo a la conversación. En ésta ocasión, la charla distaba de ser tan trivial y de relleno como lo había sido la del camino. Tenían una charla pendiente, y parecía recordarlo bastante bien. Sin pelos en la lengua, Datsue preguntó de quién se trataba. Quién era el objetivo de Senju Hayato.
¿Quién?
En realidad la pregunta era más bien... ¿qué?.
Un maldito demonio. Un malnacido. Un hijo de una señora que intercambiaba su cuerpo, contando el tiempo, a cambio de unas monedas.
—Pues verá —no se cortó, y le propinó el deseado buche al refresco. —señor Uzukage, se trata de mi padrastro. Ni más ni menos. Pero no es que le odie por ser mi padrastro, ni mucho menos... mi madre es libre de estar con quien quiera, tengo suficiente cabeza como para entender eso. Pero éste tipo... éste tipo es una mala bestia, un maldito demonio. Se aprovechó de la situación de mi familia para casarse con ella, y ahora no es más que una de sus muchas posesiones. No sé que clase de artimañas está usando con ella, pero la tiene amarrada. No literalmente, vamos, si no que de alguna manera está impidiendo que se escape... supongo que alguna amenaza.
»El problema viene principalmente cuando sus apuestas o su humor fallan. En esas ocasiones mi madre pasa de ser su esposa a un puto saco de boxeo. A veces, ni hace falta eso, simplemente se levanta y quiere abrir una puerta con su cara. Y la última vez que intenté detenerlo, tuvo la poca verguenza de usar a unos guardaespaldas para darme una paliza y obligarme a ver cómo le quitaban la mitad de la cabellera a pellizcos...
El Senju miró hacia afuera en ese momento, totalmente indignado e iracundo.
—Ese tipo no tiene perdón de Diosa. —Sentenció, sin saber muy bien si debía sentenciarlo abiertamente.
Quizás el Uzukage le estaba dando confianzas, pero ni por asomo se sentía aún con las suficientes. Ni tan siquiera le tuteaba, o le llamaba por su nombre... ¿cómo iba a confiar del todo en él aún? No, ni de coña. Pero en fin, por lo menos podía confiarle sus propósitos, ¿no?. Si decidía impedírselo, tan solo tendría que buscar otra vía...
Siete tenía bien claro que había de ser como el agua, amoldándose a los problemas y fluyendo, buscando siempre una salida.
Datsue se quedó perplejo. Pocas cosas le dejaban sin palabra, había visto y sufrido de todo, y su lengua de plata, como algunos la llamaban, siempre había sabido moverse en casi todas las circunstancias. Aquella fue una de esas veces en las que no.
—Por las tetas de Amaterasu —soltó, cuando el chico contó el escabroso momento en que su padrastro mandó arrancar media caballera de su madre.
Ahora entendía la postura de Hayato. Había obrado mal con sus negocios, desde luego, pero, ¿quién estaría en su sano juicio con su madre en esas condiciones? Si ya le hervía la sangre a él, sin conocerla, no quería ni pensar cómo estaría su hijo.
Frunció el ceño, su mirada perdida un momento en las Planicies del Silencio a través de la ventana. Cuando habló, su voz sonó más grave que de costumbre.
—Tu padrastro… ¿dónde vive?
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Datsue blasfemó de una manera singular, la verdad es que el chico pocas veces había escuchado una frase hecha como esa. Y no era para menos, la historia de Hayato era peculiar, y para nada recomendable. Sin lugar a dudas, el Uzukage había entendido levemente la situación del chico, levemente pues eso era solo una de sus muchas historias para no dormir. Y aún así, su ceño se frunció y preguntó dónde vivía su padrastro.
—Tiene una mansión en el centro de Yamira, una que tiene las paredes rojizas y el techo color ceniza. Esa es la casa donde suele vivir, pero si escucha problemas, suele irse a su otra casa, la que está justo al lado del cuartel de adiestramiento de guardias de Yamira. Esa otra casa es algo más pequeña, pero tiene grandes muros y puertas blindadas. Casi parece parte de las instalaciones de adiestramiento.
»Como puede imaginarse, señor Uzukage, tiene muchos contactos allí, y la propia guardia de la ciudad le defiende cuando hay problemas. Eso por no hablar de sus dos mejores aliados, unos mercenarios de cuidado.
El Senju le propinó un trago de nuevo al refresco, en lo que se quejaba mentalmente de no poder encender un pitillo.
—Si lo mato... ¿me echarían de la villa?.
La verdad, jamás se había preguntado sobre las consecuencias. Le importaba poco en realidad siempre y cuando su madre estuviese en paz, pero en realidad tampoco había que ir como pollo sin cabeza.
Por Yamira, Datsue entendió que Hayato se refería a Yamiria. Por lo demás, el muchacho tenía bien estudiados los movimientos de su padrastro. O eso parecía. El hombre contaba con el apoyo de ciertos guardias corruptos de la capital, y, concretamente, de dos mercenarios que tenían asustado al genin.
—Si lo mato... ¿me echarían de la villa?
¿Echarle de la Villa? Por primera vez, Hayato estaba siendo bastante ingenuo al respecto. El castigo por un acto así era mucho más severo que el exilio. De hecho, el exilio nunca era una opción. Al contrario, para todo ninja, exiliarse era un delito en sí mismo.
No obstante, prefirió responder por otro lado.
—No si es para cumplir con tu misión.
De lo contrario… Bueno, de lo contrario, Hayato prefería no saberlo. Datsue estaba seguro de ello.
—Tu padrastro… ¿cómo se llama? Creo que todavía no me has dicho el nombre. Y dime, ¿a qué clases de negocios se dedica un tipo que tiene comprados a guardias y mercenarios por igual? Nada bueno, intuyo.
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26/02/2022, 16:28 (Última modificación: 2/03/2022, 19:02 por Senju Hayato. Editado 1 vez en total.)
El Uzukage respondió a la pregunta de Hayato de manera curiosa, si era su misión matar a ese demonio, no recaería condena alguna sobre su cuello. Y pensándolo bien, tenía toda la razón del mundo. Si alguien estipulaba una misión de asesinato para ese hombre, y daba la casualidad de que se le encargase a Hayato la misión, estaría en todo su derecho. Podría quitarle la vida como un anciano le quita un caramelo a un pobre e indefenso bebé.
Aunque a veces, el bebé resulta victorioso armado con una pistola.
El interrogatorio de Datsue no hacía más que comenzar, inquiriendo más información sobre el padrastro de Siete. La verdad, no era algo que le agradase del todo, actuar como un puñetero chivato. Pero por otro lado, hay un dicho muy antiguo que le encantaba a Hayato: "En la vida, toda situación o persona te pone una puerta delante. Tú decides si la cruzas, o pones tu propia puerta. Pero cruzar una puerta que te ponen, no te hace tener menos valor a haber puesto tu propia puerta".
Ahora mismo, tenía la oportunidad de hacer las cosas más sencillas, y sería de necios rechazar una oportunidad como la que le estaban brindando.
—Su nombre es Momori Kuzogane —Reveló. —, y sus negocios son varios, aunque principalmente "seguridad" a diferentes comercios. En realidad, la seguridad más que frente a otras bandas es frente a su propia gente. También dicen que tiene mano en el mercado ilegal de órganos, aunque de ésto último es algo en que aún no puedo poner la mano en el fuego. Lo que si sé, es que tiene sobornada a mucha gente en la ciudad, y preguntar por sus negocios no es cosa fácil...
Menuda buena pieza, pensó del tal Kuzogane. Un mafioso en toda regla, que otorgaba protección a los negocios que lo requerían. ¿Y a los que no lo requerían? Ya se encargaría él de que los terminasen necesitando. El mercadeo con órganos era ya la guindilla.
—Me he enfrentado a tipos de esa calaña. No es tarea fácil, desde luego. —No quería hacerle promesas vacías—. Muy bien, elaboraré un plan al respecto. Hablaremos más adelante, Hayato.
* * *
Unas horas más tarde, los dos jóvenes se bajaron del tren en la primera estación. Era una acción un tanto curiosa. Si querían llegar cuánto antes a Amegakure, debían ir a la parada de Tanzaku Gai, y luego caminar hasta la estación de Yachi para tomar el tren directo hacia las proximidades de la Villa de la Tormenta. Existía otra ruta que les evitaba tener que caminar, más rápida, pero ello implicaba traspasar las fronteras del País del Bosque. Romper el veto de la Morikage justo antes de la reunión no parecía una buena idea.
No obstante, no habían tomado ni una ni la otra opción. Datsue se había bajado en la estación de los Herreros, y sin querer dar detalles del porqué, se había puesto a caminar en una dirección muy concreta.
—Me dijeron que estaba por… Sí, sí, creo que vamos bien.
Fue entonces cuando Hayato se dio cuenta.
Se estaban dirigiendo a un sitio que él sabía muy bien.
Ante sus narices, el Panda Fumado se dibujó en el horizonte.
Dejo que describas tú el local
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8/03/2022, 01:44 (Última modificación: 8/03/2022, 02:43 por Senju Hayato. Editado 1 vez en total.)
El Uzukage pareció entender bastante bien el tema de su padrastro, como si en más de una ocasión se hubiese topado con personajes de esa calaña. Ciertamente no sería extraño, hasta tomar las riendas de la villa seguro que había pasado por demasiadas aventuras y desventuras. A saber todo lo que había vivido hasta ponerse el sombrero. En última instancia, aclaró que trazaría un plan, y que hablarían más adelante al respecto.
—De acuerdo. —Concluyó, y con ello la travesía continuó con charlas un poco más irrelevantes.
[...]
Para cuando el tren paró, lo que les rodeaba no era ni mucho menos lluvioso. Aún estaban lejos, y eso era algo que hasta él sabía. Lo que no entendía del todo es el porqué bajaban ya del tren, pues podían acercarse un poco más, ¿no?. Habían bajado en la estación de los Herreros, y con paso sereno y firme, sendos shinobis comenzaron a trazar una ruta que bien conocía el genin. No fue hasta que Datsue habló de nuevo que el Senju entendió lo que buscaba. Por aquél sitio, concretamente por aquél sendero, solo podían toparse con una cosa...
Casi en mitad de la nada, se hallaba un edificio de madera con tono casi negruzco de dos plantas, y casi cuarenta metros de ancho por treinta de largo. Numerosas ventanas de madera blanca daban un poco de luminosidad al interior, o eso dejaban intuir pues desde fuera tan solo podían verse una cortinas de color caoba. El tejado estaba conformado de tejas blancas, y para culminar la obra en cada esquina del mismo había una figura de un oso panda con una pipa. En la puerta principal, una de madera blanca bastante robusta y grande, se encontraba un tipo apoyado y fumando un cigarrillo.
—Sí, la orientación no le ha fallado.
En lo que continuaban andando, el tipo de la puerta no titubeó un segundo, y se reincorporó y abrió la misma. El tipo, de casi dos metros, una masa muscular abrumadora, y unas pintas de pocos amigos que casi asustaba, sonrió al par de "viajeros".
—Buenos días.
Lo primero que se podía ver tras la puerta era una sala enorme, de suelo negro y paredes blancas, con numerosos sillones de cuero también de tono negruzco, y entre cada conjunto una mesa pequeña redonda de color blanco. Al final de la sala había una escalera de caracol negra, y un poco más a la derecha un par de puertas. Una tenía un cartel de un bigote, y la otra tenía una flor. Al lado contrario de la escalera había una gran barra, donde se podían intuir una gran cantidad de licores, y cachimbas.
A éstas horas no parecía haber nadie, tan solo el portero y una camarera de muy bien ver jugando a las cartas en un extremo de la barra.
—Bueno días, Hogo. —Contestó al hombre. Luego miró al Uzukage, y preguntó sabiendo ya la respuesta: —¿Quiere pasar?
Datsue, todavía bajo su subterfugio —que consistía principalmente en una melena pelirroja y un bigote bien poblado—, observó con curiosidad el establecimiento por fuera. El sitio era de madera, probablemente de manufactura barata, pero jodidamente grande y de dos pisos. Adornando las paredes se encontraban los famosos pandas fumando pipa. «Aquí se deben hacer unas fiestas de cuidado».
—Buenos días —saludó, con su voz cambiada, al hombretón que parecía custodiar la entrada. Luego, Hayato le preguntó una obviedad—. ¡Pues claro, Siete! ¡No hemos venido para quedarnos afuera!
Rio, y fue el primero en pasar. Era una sala muy espaciosa, llena de sillones de cuero alrededor de meses redondas donde la gente podía sentarse a beber y, intuía, fumar cachimba. Gente que lucía por su ausencia. Normal, pensó. Nadie iba por la mañana a un establecimiento nocturno, a no ser que siguiese borracho de la noche anterior.
Existía una escalera de caracol negra que conducía al segundo piso, y, a un lado, un par de puertas que Datsue se imaginó conducían a los cuartos de baño.
—Ah, ¡tú sí que sabes montártelo, Siete! —exclamó, haciendo un silbido de admiración. Luego, curioso, añadió:—. ¿Qué tienes arriba?
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El hombre de melena y bigote rojizos aceptó abiertamente la invitación, y no fue si no el primero en adentrarse en el local. Avanzó un poco, seguido por Hayato, y no tardó en exclamar que sí que sabía montárselo, acompañando la admiración con un silbido. Y como era obvio, no tardó en cuestionarse qué había arriba. No era el único, todos lo hacían al entrar. Había sido todo un éxito para el negocio esa curiosidad pasajera en la mayoría de clientes.
—Es mejor verlo que oírlo, la verdad. —Y un gesto con la mano sirvió de señal para que le acompañase.
Hayato avanzó por la sala, y alzó levemente la mano hacia la barra, saludando a la chica. Tras lo cuál, tomó la barandilla de la escalera, y comenzó a subir los peldaños de caracol. Para cuando llegó al último peldaño de la escalera, el suelo cambió de tono, y la madera se hizo reina de la sala. La madera cubría la mayor parte visual de la enorme sala, siendo suelo, pared e incluso techo. Eso sí, de un tono negruzco, por acompañar la estética y el símbolo del local. A ambos laterales de la sala habían varios altavoces, un genial invento del País de la Tormenta que amplificaba con creces los sonidos trasmitidos por cables desde instrumentos e incluso el "micrófono". Al fondo había un gran escenario, de casi veinte centímetros de altura y elaborado de la misma madera que el resto de la sala, y decorado por varias ramas de bambú a sendos laterales del mismo. El centro del escenario tenía un largo metal que agarraba el mencionado artilugio, el micrófono, y a los lados había unos cuantos instrumentos musicales. Entre altavoz y altavoz, una enorme figura de un oso panda de casi dos metros de altura. Obviamente, todos los pandas fumaban.
Lo que nadie esperaba, es que los osos panda escupieran espuma en pleno cénit de los conciertos.
Al fondo, justo tras el escenario y un tanto lateralizado hacia la izquierda, había una puerta de metal negra. En la puerta colgaba un cartel que decía: 37. Quizás alguien no conocedor no entendía a simple vista qué sentido pudiese tener ese cartel. Alguien que conociese a ambos propietarios, lograría llegar rápidamente a la solución... el número y apodo de sendos chicos.
—Aquí está la mejor parte del local, una sala para música en directo que puedes disfrutar incluso desde abajo. La idea está teniendo bastante éxito, aunque el cambio tan radical ha hecho que aún sigan apareciendo viejos clientes por la zona. —El chico se cruzó de brazos. —Ésta pequeña joyita está siendo algo menos beneficiosa que antes, pero está produciendo un ingreso algo más estable. Vamos, que no hay tantos picos de perdidas y ganancias como antes.
»Bueno, y allí tiene también la oficina, que es algo pequeña pero está bastante bien. Y obviamente insonorizada, porque sería una tortura para la pobre Tres. Seguramente estará allí, por si quieres ver la oficina, o si lo que prefiere un trago... no hay problema, podemos bajar.
Datsue asintió, complacido con el cambio que había pegado el local. Una parte de él hasta le fastidiaba no haber venido a la noche para tener la oportunidad de pegarse unos bailes. «¿Volveré a tener la oportunidad de salir de fiesta, siquiera?», se preguntó con amargura.
Había tomado el puesto de Uzukage con ilusión y cierto estoicismo, pero no podía evitar echar de menos ciertas cosas. Lo que más le estaba matando era el maldito horario. Como Jōnin, uno tenía que hacer las misiones que le encargaba la Villa. Eran misiones jodidas, con etapas largas fuera de casa y la mayoría de veces con pocas comodidades, sí, pero cuando llegabas a casa te rascabas los cojones y el día era tuyo. Ahora, en cambio, el día no le pertenecía. Estaba en casa, sí, pero apenas tenía un respiro, un momento para dedicárselo a él. A algún hobbie. O a simplemente tirarse en la playa y quedarse dormido a la luz del sol.
—Dejémosla. No quiero molestar —dijo, sobre la posibilidad de ir a la oficina donde se encontraba Tres. En su lugar, optó por bajar y tomar asiento en algunas de las mesas libres. Es decir, en cualquiera salvo en la que se estaba jugando una partida de cartas—. Has pegado una buena remodelación, Hayato. Mi enhorabuena.
Una parte de él, no podía negárselo, había estado nervioso por lo que se pudiese encontrar. ¿Y si Hayato no le había hecho caso? ¿Y si seguía vendiendo droga? Por suerte, ni Hayato ni Datsue tendrían que descubrir qué hubiese pasado en ese supuesto.
—Ahora toca el siguiente paso.
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