Como única respuesta, Datsue pegó un patadón en la pared en lugar de dos.




Tres días con sus tres noches pasaron, pese a que Koko, desprovista de cualquier pista ambiental, había perdido la noción del tiempo.

Su estancia allí había sido de lo más aburrida, aunque mucho más cómoda que los días anteriores. Podía caminar por la celda, incluso ejercitar los músculos y estirar las piernas. También tumbarse y dormir en el duro suelo, que ya era mejor que hacerlo medio sentada con las manos colgando de las esposas.

Yume la había cuidado todo aquel tiempo, llevándole de comer —pescado en su mayoría—, y también un balde para que hiciese sus necesidades. Además, tras la primera noche contó con una manta gorda y abrigada para envolverse en ella, pues la kunoichi había acabado por resfriarse, con todo lo que ello conllevaba: moquera, tos, fiebre ligera…

A veces, Yume se quedaba charlando a grandes ratos con ella, sentada al otro lado de los barrotes. Se le notaba sola, desesperada por tener a alguien con quien hablar. Le preguntaba sobre Uzu, nada importante o delicado que Koko no pudiese responder, sino más bien cosas mundanas. Triviales. Le preguntaba si el viejo puesto de dangos en frente del Jardín de los Cerezos seguía abierto —era el mismo al que Haskoz y Noemi habían acudido una vez, ahora convertido en un puesto de granizados por culpa de la nieta de la dueña—. Le preguntaba si al fin habían reparado el tablón de madera del puente que conducía al Edificio Uzukage, suelto, y que tantos tropiezos había causado. Le preguntaba por las aficiones y divertimentos que las niñas de su tiempo tenían ahora, y por los pubs que se llevaban.

En definitiva, se le notaba que echaba de menos sus tierras. Que tenía morriña por Uzu.

Pero, al tercer día, llegó con otra noticia:

—Me voy —se presentó aquella mañana, tras los barrotes. Por el tono de su voz, Koko pudo intuir que no se iba para volver.

Su estancia había sido mejor de lo que se hubiese imaginado aunque seguía siendo una prisionera. Una a la que cierta mujer estaba cuidando bastante y con la que pasaba horas hablando.

Pasaron los días, Koko seguía sintiéndose mal por varios motivos y el que no pudiera limpiar absolutamente nada de cuando en cuando la afectaba mucho, su pulso por ejemplo era el de un viejales cuyos días estaban contados, pero por lo menos, en términos generales, la sobrellevaba mucho mejor que su compañero.

Entre tiempos la Kageyama aprovechaba para ejercitarse un poco, abdominales, sentadillas, flexiones de brazos… cosas básicas que pudiera realizar en espacios reducidos y que técnicamente a nadie molestaba.

Hasta que luego unos días, Yume apareció, y esta vez no para hablar como la rubia se pensó que haría.

—¿Orden de Zaide? —preguntó algo alarmada.

Antes de recibir una respuesta, la pecosa se puso de pie y se acercó a los barrotes, a paso lento y con las manos siempre por delante del cuerpo para evitar alarmar de cualquier modo a la contraria.

Yume negó con la cabeza.

—Ya no sigo sus órdenes —le respondió, con voz dura como el acero. No obstante, Koko pudo notar que tenía los ojos enrojecidos, típicos de alguien cuando ha llorado—. Ya no sigo las órdenes de nadie.

Yume agarró uno de los barrotes con una mano, y apoyó la frente entre ellos. Parecía que quería decir algo... pero que no encontraba las palabras adecuadas.

—¿Qué? —preguntó acercándose, puede que demasiado.

Aquello le había caído como baldazo de agua fría, si Yume se iba de allí se volvería imposible saber lo que le esperaría a ella, más si Kuma regresaba o si Zaide se cansaba de esperar una afirmativa a su plan. Pero en cualquier caso… Koko sabía lo que tenía que hacer llegado el momento.

—¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Vagarás sola por ahí? ¿con esa bandana rasgada?

La realidad era que a la Kageyama le empezaba a preocupar aquello, tanto por lo de Kuma y Zaide como por la propia Yume, después de todo, a pesar de ser una prisionera, ella la había cuidado mucho y con tantas horas hablando había llegado a… cogerle cariño. Es cierto que era compañera de los que la secuestraron, pero ella fue literalmente la única que no intentó matarla y la única a la que vio alguna vez pasarse por ese sector del escondrijo y comprobar el estado de ambos. Así que… Koko de alguna manera la había desvinculado de los demás.

Yume sonrió.

—No es tan malo como crees —le aseguró—. O, al menos, tiene sus partes buenas. ¿Nunca quisiste ser libre, Koko? ¿Serlo de verdad? Levantarte un día y decir… Hoy, voy hacer lo que me dé la gana, cómo me dé la gana y cuándo me dé la gana. Sin tener que oír órdenes de nadie. Sin tener que inclinar la cabeza ante nadie. Simplemente… vivir la libertad en estado puro.

¿Quién mejor para entender ese deseo de libertad que la exiliada del clan Sakamoto? Ya había pasado por esa etapa en la que solo podía asentir ante cualquier orden y cumplir en absoluto silencio, sin voz ni voto, pero ahora… ciertamente, libre como tal no era, si un día Hanabi le mandaba a hacer algo tenía que hacerlo sin chistar, situación aplicable frente a chuunins, jounins y cualquier otro rango posible superior al de genin.

—Pues sí… lo he querido —admitió, desviando la mirada a la bandana de la contraria.

«No va a poder ir muy lejos con eso así »pero no había nada que pudiera hacerse, algunos shinobis más experimentados probablemente reconocerían a la mujer ni bien la vieran, a no ser que haya tenido cambios de look bastante grandes cosa que Koko realmente dudaba. En otras palabras, libertad como tal no tendrá…

«¡Cierto! »una idea se le vino a la mente y la kunoichi se llevó ambas manos a las caderas, recordando así que llevaba otra ropa y ninguna de sus pertenencias. Pero si la memoria no la traicionaba…

Se acercó más a los barrotes, lo más posible al oído de la contraria como si le quisiese contar un secreto.

—Mi compañero ha de tener mi bandana, llévatela —le dijo en un susurro prácticamente inaudible.

Con eso, realmente esperaba lograr compensar mínimamente a la mujer por todo el buen trato que le había ofrecido durante ese tiempo. Sin ella fijo que se hubiese vuelto loca, sin mencionar que le había heridas y salvado de la explosión del sello de Katame, eso último con ayuda de Kuma pero sin ella no hubiese cooperado para nada.

—Nadie tiene por qué enterarse de que te la he regalado, ¿verdad? —añadió alejándose un poco para que viese la sonrisa y un guiño que le dedicó al final.

Yume le sonrió con ternura. Parecía… enternecida.

—Oh, Koko, a veces eres tan inocente… —introdujo una mano entre los barrotes y le apartó un mechón suelto que le caía sobre el rostro, pasándoselo tras la oreja—. De verdad que siento todo lo que te ha pasado —se quedó un rato en silencio, devolviendo la mano al barrote—. No llevo la bandana a la vista a todas partes —le explicó finalmente—. De hecho, la mayor parte del tiempo está escondida en la mochila. Los bandidos solo la usamos cuando nos creemos seguros entre los nuestros, o para fardar de que no tenemos miedo de que la gente nos la vea puesta —se encogió de hombros—. Hay tontos en todos lados —emitió una risilla aguda y corta—. Otros, sin embargo, solo la conservan para recordarse lo que hicieron… o nunca olvidarse de dónde provienen —por el tono en que lo dijo, aquella parecía ser su razón.

Aquello parecía ser una negativa, pero así Koko logró conocer un lado de Yume bastante encantador, le agradaba mucho más así que en su papel de bandido y es que tampoco pensaba que la mujer la estuviese usando todo el santo día, de lo contrario podría decirse que estaría pidiendo a gritos que la atacasen.

Pero lejos de aceptar un no como respuesta…

—Tómala como un regalo entonces, quién sabe, puede que algún día te ayude a quitarte de encima a unos niños jugando a ser shinobis.

Con eso obviamente estaba tratando de hacer alusión a Datsue y a ella, ya que todo el tiempo los habían estado llamando niños y si bien, es cierto que ninguno de los dos había llegado a la adultez, ya habían llegado a la adolescencia así que… hay que ver hasta qué punto es acertado llamarlos niños.

Yume suspiró. Aquella chica era más testaruda que una mula. En los días que llevaban juntas ya había aprendido a que, cuando se le metía una idea entre ceja y ceja, era muy complicado hacerla cambiar de parecer.

—Está bien, está bien. Si eso te hace sentir mejor… La pillaré —concedió. Entonces frunció el ceño, al darse cuenta de algo—. Mierda, entonces tengo que regalarte algo a cambio —dijo, llevándose un dedo a los labios, pensativa.

Ciertamente, había acabado por pillarle cariño a Koko. ¿Cómo no iba a hacerlo? No se quejaba por nada. No lloriqueaba. No se pasaba todo el día con lamentos. Era limpia, ordenada y relativamente obediente. Además, era una buena oyente. De esas personas con las que uno se podía desahogar, bromear y contar sus batallitas. Cierto era que se había pasado un par de días enfadada con ella, al descubrir que había tratado de asesinar a Zaide. Pero, realmente, no la culpaba. De haber estado en su lugar, hubiese obrado parecido. La única diferencia era que ella sí lo hubiese rematado.

—Hmm…

Al menos había logrado que Yume aceptase el pequeño regalo que le estaba haciendo, aunque bien podría haberle ofrecido alguna otra cosa, pero considerando que ya ni se planteaban el vender el cargamento de armas, la mujer seguramente se podría ir bien armada sin necesidad de que la Kageyama le dejase una de sus espadas. Y decimos espadas porque ni los kunais ni el hilo le serían de verdadero valor.

Lo que sí, al hacer el regalo lo que menos se esperaba la pecosa era algo a cambio, es decir, ella había querido darle algo a la mayor y ya, sin segundas intenciones.

—No hace falta, si no hubieses estado aquí mi estancia hubiese sido mil veces peor y lo sabes —le dijo con absoluta sinceridad.

No podía decir que la había pasado genial allí adentro, justamente porque se la pasaba encerrada, descalza y normalmente con frío. Es cierto que le habían dejado una manta, pero eso era probablemente lo máximo que la mujer podía hacer por ella.

Yume, ajena a la negativa de Koko, estampó la base del puño contra la palma de una mano.

—¡Ya sé! —exclamó de pronto, como si hubiese dado con la idea perfecta—. Hmm… Pero no puedo dártelo mientras estés aquí… —suspiró, y tras unos breves segundos en silencio, dijo—: Tendré que decirle a Zaide que te lo dé por mí.

»Hasta otra, Koko —aquella era la despedida final—. Espero que no nos volvamos a encontrar, por mi… seguridad —le guiñó un ojo—. Procura no estresarte mucho, ¿vale? Tengo la intuición de que muy pronto estarás de vuelta en Uzu.

Y, con aquellas últimas palabras, se fue. Koko la oyó irse a la celda de Datsue, seguramente para tomar ese regalo en forma de bandana. Luego, más pasos por las escaleras y el pasillo superior. No tardó mucho en volver sobre sus pasos, y vio su figura desaparecer entre la penumbra.

Se había ido.

«¿Cómo es eso? »quería preguntarle a Yume, pero en su lugar simplemente arqueó una ceja y ladeo el rostro. Así al menos dejaría en clara su confusión ante la mujer que lejos de mostrarse dispuesta a responder, se retiró.

—Cuídate mucho —alcanzó a decir antes de que la contraria se fuese de su rango de visión.

Y con eso, Koko pasó a estar completamente sola, acompañada de Datsue, que a saber si estaba despierto, consciente o lo que sea. Pero seguro seguía con la mordaza puesta así que no tendría mucho sentido intentar hablar con él.

—Carajo —se quejó mientras se apoyaba contra la pared e iba deslizándose lentamente hasta que su trasero llegó al piso.

«¿Y ahora? »ya no tenía compañía, nadie que se encargaría de ”sacarla a pasear” ni nada del estilo, en lugar, estaba sola, abandonada, aislada. Lo que sí, esperaba que Kuma no decidiera aparecerse por allí, o seguro que la pasaba mal. Prefería incluso a Zaide.

Dos figuras espectrales hablaban en el interior de una cueva.

—Tenías razón —decía una silueta borrosa—. Se encontró con ellos en el Bar de los Ahogados.

Si aquel ser espectral representase también los gestos de cara, aquella figura hubiese fruncido el ceño y sonreído a la vez.

—Ese cabrón… Nos queda poco tiempo, entonces. Trata de ganarme algo, ¿huh?

Y, con aquellas últimas palabras, desaparecieron.




Un día había pasado desde que Yume se había ido, pero Koko ya lo notaba en todo, salvo en la comida. La comida seguía estando igual de bien cocinada —lo que le sugería, sin duda, que Zaide había sido el cocinero todo aquel tiempo—, pese a que tuviese ausencia de muchos condimentos. Si le quería ver el lado positivo, al menos, estaba comiendo sano y natural. En el resto… hubo muchos cambios. Quizá pequeños, pero que al estar encerrada todo el día sin hacer nada, se agigantaban.

Lo primero, había perdido a alguien con quien hablar. Zaide apenas emitía un par de gruñidos al llevarle la comida y otro par al irse. Tampoco le retiraba el balde como había hecho Yume hasta entonces, sino que simplemente se lo dejaba allí. Y, por supuesto, no la sacaba para que pudiese darse una ducha.

Sin embargo, en aquella ocasión, se acercó a su celda sin nada entre las manos. Quería hablar. Koko se fijó en que ya no se apoyaba en un bastón, y que su cara demacrada y chupada había ganado color y consistencia.

—El tiempo se ha agotado —su voz tampoco sonaba tan rota y agrietada como antaño—. ¿Ya has decidido qué hacer?

Aburrimiento, desesperación, estrés, lo tenía todo, acumulándose lentamente aunque por suerte la comida le llegaba regularmente así que podía ir agradeciendo a Zaide por ello, aunque esos pescados eran tan insulsos cómo los que había estado comiendo antes.

Para empeorar las cosas, no había tenido la posibilidad de ducharse, o hacer cualquier cosa relacionada a la higiene. Algo sin dudas espantoso para ella.

Hasta que Zaide llegó, en mejores condiciones que cuando le conoció y básicamente le exigió una respuesta.

Para ese momento Koko estaba sentada usando la pared del fondo de la celda como respaldo y usaba sus rodillas como soporte para sus brazos. Alzó la mirada, guardó silencio por unos instantes y finalmente, respondió.

—Contacta con Nagisa, ella te dará lo que quieres y seguramente más también —dijo muy segura—. Ve con cualquier otro y ten por seguro que incluso el Uzukage tendrá oportunidad de pasar a saludarte.

Obviar el nombre era… bueno, obvio, siempre se habló de la familia de Koko, los Sakamoto, el prestigioso clan que siempre fue leal a Uzushiogakure, ¿para qué dar el nombre completo si ya se conocía el apellido? Inútil, pérdida de tiempo y saliva.

Escuchó la risa socarrona de Zaide desde el otro lado de la celda. Parecía que en aquel momento estaba de buen humor.

—Tienes en muy alta estima a tu Uzukage, ¿huh? Pensar que va a levantar su sucio culo del sillón para rescatar a una gennin... —rio de nuevo, esta vez nasalmente. Shiona, la antigua Uzukage de Koko, lo había hecho por Haskoz. Pero, ¿era Hanabi igual?—. Ven, acércate —le pidió, pasando los brazos por los barrotes y haciéndole un ademán con la mano.

»Dime, ¿quién es esa Nagisa? ¿Qué papel tiene en la familia?