—¡Que ya lo sé, pequeño bribón! que ya... lo sé.

—Tratamos de detenerla, sabes. Pero decidió ir por sí sola a casa. Dijo que buscaría a nuestros aliados. Aunque sinceramente, Datsue, no sé que tan aliados podamos considerar a las personas que sólo pagó para contratar los servicios de mi madre.

»Dijo que quería encontrar a ... Ivvatsumi.

Joder, aquello iba de mal en peor. Soroku en paradero desconocido, y su hija metiéndose en la boca del lobo en busca de la mujer más perseguida de todo el país.

—E imagino no tenéis ninguna forma de contactarla. —Era casi una afirmación—. ¿Tenéis algo que perteneciese a Soroku? ¿Algo que huela a él?

Quizá... Quizá todavía podía rastrearle. Quizá todavía hubiese esperanza. Pero, ¿cómo gestionarlo? ¿Estaría su Kage de acuerdo? ¿Aceptaría una misión así? ¿Claramente en contra de los intereses del Señor Feudal de la Tierra?

—Tenemos, pero no de forma directa. El único método de comunicación que usamos son telegramas que enviamos con la red del Estandarte a través del País del Fuego cada tanto —añadió Nahana—. la última respuesta que recibimos fue hace una semana, y nos envió...

Urami, incómoda, intervino.

—Será mejor que lo hablemos más cómodamente, madre. Datsue, acompáñanos —dijo, tomándole de la mano y guiándole a través de la lúgubre fragua de Soroku.

Poco más tarde, acabaron en la cocina y Urami había preparado un té para los tres. Nahana, no obstante, había ido hasta alguna de las habitaciones y había traído consigo un sobre con el sello de cera del hacha que representaba al estandarte, ya roto.

—Léelo.

A medida que leía el panfleto, sus ojos se fueron abriendo más y más. Alta traición. Complots. Agentes infiltrados. Y un ninja extranjero que les había asesorado. Nunca en su vida había visto tantas mentiras contenidas en un solo párrafo. Pero aquello no era todo, oh, no. Lo mejor llegaba al final, cuando sus ojos se posaron en el nombre que había utilizado en la misión y en la gigantesca recompensa que ofrecían por su cabeza. ¡Daban ganas de hasta entregarse a sí mismo para cobrarla!

Y, luego… Luego estaba el retrato.

—¡Oh, venga ya! Pero, mirad, ¡mirad esta nariz! ¡No, hombre, no! ¡Yo soy mucho más guapo, joder! —Que indignante. ¡Qué indignante!—. Pff… Pues la cosa está jodida, sí —resumió, dejando el papel sobre la mesa.

Se lo había tomado un poco a broma, sin querer que sus temores se reflejasen en su rostro. ¡Casi diez mil ryo! ¿Con qué cara iba él a cruzar el País de la Tierra a partir de ahora? No con la suya, eso desde luego. Y lo peor era que podía existir algún cazarrecompensas que decidiese salir más allá de las fronteras para hacerse con el botín. ¡Como si no tuviese ya suficiente con los Generales!

Qué desastre.

Qué desastre…

Qué desastre, sí. Qué insensible, también; que se preocupara por la apariencia de un retrato cuando el resto del panfleto expresaba literalmente la penumbra en la que se había sumido la familia Tākoizu.

—En fin, que no nos debes nada. Puedes irte, si quieres.

—¡Madre, por favor! ¡ha venido, tardó, pero está aquí! no lo alejes, por...por favor —dijo, luego se volteó hacia Datsue con una sonrisa—. hay cosas de Soroku-san por todos lados. Seguro que tendrán su aroma, pero, ¿por qué lo preguntas?

—Porque… —Ahora que lo volvía a pensar, quizá no fuese tan buena idea—. Porque en mi Villa existen ninjas capaces de rastrear olores. Claro que si tienen a Soroku encerrado en una celda… —O muerto, quiso agregar—, no serviría de nada.

Suspiró. Si le hubiese puesto un Sello de Rastreo… ¡Joder! ¡Qué rabia!

—Nahana, mi nombre era una tapadera. La vida que os conté era una tapadera. Pero no yo. Soroku es mi socio, y yo nunca dejo colgado a un socio. Además, ya deberías saberlo: el hierro no olvida.

Quiso esbozar una sonrisa alentadora. No supo si le salió muy bien.

—Pero la cosa está complicada. Joder si lo está. No sabemos si quiera si… —Si estaba vivo.

Desde luego, resultaba ser una incertidumbre si Soroku estaba vivo, o no. Un análisis metódico de las distintas posibilidades daba a entender que era muy probable que hubiera sido capturado, y sentenciado a muerte, tal como recitaba el decreto de los Kurawa. Pero ese es el problema cuando quieres tanto a alguien: la esperanza nunca muere, a la par de que el Hierro no olvida.

—Lo sabemos. Es muy probable que esté muerto, Datsue. Que los Kurawa lo hayan capturado y asesinado tras exprimirle hasta la última gota de información. Pero si después de tres meses no han venido hasta aquí, es porque no han logrado sacarle nada. Eso me dice que, quizás, existe la ínfima posibilidad de que Soroku haya resistido como un guerrero y... aún siga con vida, a la espera de que lograsen quebrarlo. Es lo que yo haría.

»De todas formas, si es que está vivo, ¿cómo lo traeremos a casa? es imposible. Por eso Kitana ha pensado en acudir a Ivvatsumi. Creía que sólo habían dos opciones: ayudar a la hermana a recuperar el trono bajo cualquier método y así poder llegar hasta Soroku de manera legítima, o dejar que los ... ninjas —Soroku se lo había dicho a Datsue, Nahana tenía resquemor por ellos. Sobre todo por los Uchiha—. lo intentaran. Tratamos de contactar con Kusagakure, pero por ser frontera directa han rechazado la solicitud. Luego pensamos en ti, pero ni yo ni nadie somos quiénes para pedirte a ti tal cosa. Por eso no te buscamos. Después de todo, las posibilidades de éxito son mínimas. Ya lo he aceptado así. Pero si me rindo, si nos rendimos, el sacrificio de Soroku habrá quedado en vano. Y su vida, también.

Nahana, siempre tan directa, siempre sin pelos en la lengua, no le costó reconocer la cruda realidad: que había muchas posibilidades de que Soroku no se encontrase ya entre el mundo de los vivos. No obstante, tenía razón en algo: si todavía no habían enviado ningún agente por aquella herrería, era porque quizá no había soltado prenda. Y, si no lo había hecho… A lo mejor todavía seguía con vida. Siendo exprimido, torturado y viviendo en un infierno, pero con vida al fin y al cabo.

—Pero, entonces… ¡No podéis permanecer aquí! Tenéis que buscaros otro sitio, ¡esto es demasiado peligroso! —¿Y si alguien venía? ¿Y si se las encontraban? ¿Por qué demonios se habían quedado? Acaso… ¿Acaso tenían la esperanza de que alguien viniese, para poder descubrir algo más de Soroku aún sabiendo el riesgo que eso conllevaba?—. Espera, espera. ¿A Kusa? —Por los Dioses. ¿Cómo iban a confiar a una panda de kusareños algo tan importante?—. Pff… ¿Por qué no solicitasteis a Uzu directamente?

El porqué, a simple vista, era muy claro.

—Por orgullo, Datsue. Como no sabíamos nada de ti, creímos que no querías saber nada de nosotros. Ahora sabemos que te pasaron cosas. Cosas malas, como a los nuestros. No podemos culparte. ¿Verdad, mamá? ¿no es así?

Nahana no podía mirarlo a la cara.

—Mira, sé que soy sólo una niña, y que no sé nada de tu mundo. Hasta hace nada era tan estúpida que renegaba del mío también, y ahora lo entiendo. ¡Pero tenemos que salvarlo, Datsue! él... él fue a buscarnos.

«¿por qué? ¿no somos sólo amigos de familia? ¿no estamos relacionados salvo porque fue pupilo de mi madre y aún así, se sacrificó por nosotras? ¡a un sacrificio tan desinteresado no se le puede pagar con quedarnos sin hacer nada!

Amigos de familia… Claro. Miró a Nahana. Por lo que veía, todavía la mantenía en la ignorancia. La única de las tres que no sabía la verdad. En condiciones normales, hubiese dicho que aquella era una mentira piadosa. Que descubrir que el hombre que probablemente estaba siendo torturado en una celda oscura y sombría del País de la Tierra, sino muerto, era su padre, no le traería dicha alguna.

Pero aquel era otro Datsue. Uno que había visto cómo sus propias mentiras no le habían traído más que problemas y desgracias. No obstante, no le correspondía a él meterse en aquel asunto. Por eso calló.

—No se hable más, pues. Pedid una maldita misión a Uzushiogakure, explicándolo todo, y yo mismo trataré de convencer a Hanabi-sama si no lo ve claro.

»Y os vais de aquí. Hoy mismo —agregó. No iba a dejar pasar aquel tema por alto tan fácilmente.

Nahana sonrió, incrédula.

—¿Sabes cuánto costaría solicitar una misión así? nos dejaríamos todos los ahorros que hemos podido recaudar en este tiempo, con la ayuda de Shinjaka. ¿Adónde esperas que vayamos sin pasta? ¿eh? ¿adónde? ésto es lo único que nos queda. La Forja.

Vaya, así que estaban en bancarrota. Se lo imaginaba. Se imaginó también, sin necesidad de preguntar, que cuando se lo solicitaron a Kusa fue tres meses atrás. Tres meses en los que habían gastado los pocos ahorros que podían llevarse encima.

—Pero… ¡Si ni la tenéis funcionando! —se quejó. ¿De qué servía una forja apagada?—. Joder, eres una descendiente del Señor del Hierro. ¿No eráis cinco? ¿No puedes pedir ayuda a uno? Estáis… ¡Estáis unidos por el hierro! ¡Tienen la obligación de ayudarte! ¿No?

Urami intervino, tras acabar su taza de té.

—El problema es que nuestra familia ha caído en desgracia, Datsue. ¿No leíste lo que dice el decreto?

—Se nos acusa de traidores. De conspiradores. De terroristas. ¿Crees que los otro cuatro Señores del Hierro perderán sus relaciones con los Feudales de cada país por ayudar a unos disidentes? —Datsue tendría que recordar las clases impartidas por Soroku acerca del sistema de los Señores del Hierro. Eran cinco, uno por cada país, de familias descendientes de los primeros 5 firmantes del tratado cuando la nueva era de Oonindo dio comienzo. Es evidente que la institución como entidad debía tener una relación estrecha con los nobles de sus tierras, para lograr mejores acuerdos y que el negocio de la herrería continuara creciendo exponencialmente, desarrollándose, expandiéndose hasta rincones que sin la influencia correcta, resultaba ser todo un desafío alcanzarlos. En otras circunstancias, si los Tākoizu hubieran solicitado una coalición para apoyar a la desterrada de los Kurawa, quizás, otro gallo cantaría, pero no fue el caso—. ya te dije que lo perdimos todo. Hasta el nombre de mi familia, y el apoyo que conlleva ser bisnieta de Lord Yunkai.

No era suficiente que Soroku estuviese en paradero desconocido. Ni que, para rescatarle, si es que todavía estaba vivo, tuviese que enfrentarse a la jodida familia feudal del país. Es decir, a su maldito ejército. No, es que los Takoizu lo habían perdido todo. Es que ni podían pagar el precio de una misión semejante. Es que ni siquiera podían pedir ayuda a su gremio.

Estaban en la mierda. En la nada más absoluta.

Oh, maldito el día en que habían aceptado el encargo de Ivvatsumi. Seguro que Nahana se lo recriminaba cada día. Cada maldita mañana que se levantaba.

—Joder… Pues… Tendré que hablarlo yo directamente con mi Kage, y rezar para que el intento de Ivvatsumi por hacerse con el poder le parezca algo conveniente donde meter las narices. —Si ayudaban a Ivvatsumi a alzarse con el poder, luego la Señora Feudal del país les debería un enorme favor de por vida. Eso estaba bien. Como cuando Shiona ayudó a Kenzou a ponerse el sombrero de Kage.

Pero sabía que era mucho más complicado que todo aquello. Y que ni la mejor labia del mundo harían convencer a su Uzukage. A no ser, claro, que a él ya le estuviese rondando dicha idea de antemano.

—¿Vosotras qué vais a hacer? No podéis depender de Shinjaka por siempre…

En efecto, no podían depender de Shinjaka. Pero y Shinjaka, ¿de quién dependía ahora, con Soroku lejos? ¿la forja, a manos de quién pasaba? ¿iba a estar muerta de por vida, o sería su aprendiz de toda la vida quien tomara las raíces de la fragua, manteniendo vivo el recuerdo de Soroku-sama?

Nahana le miró con frustración por no tener una respuesta.

Y Urami... Urami siempre había querido escapar de esa vida. Nunca se sintió parte, en su totalidad, de los arraigos de su hermana y de su madre. Mucho menos de Soroku, a quien conocía como un amigo de la familia y no como lo que era: su padre. Por ello, Datsue pudo notar en ella ese semblante, el mismo con el que trató de convencerlo aquella noche, en su cuarto. Cuando Datsue la rechazó. La mirada soslaya de la bella joven decía: llévame contigo, no me dejes aquí. Escapémonos.

Aunque su boca nunca lo dijo. Todo se quedó en su cabeza como una fantasía inconcebible para los momentos tortuosos que estaban viviendo todos. Eso no quitaba que, quizás, era lo que su corazón deseaba.

—Si esos hijos de puta me quieren muerta, que vengan, yo les estaré esperando. Mientras tanto, queda esperar los resultados del viaje de mi hija y ver qué dice tu Kage.