—Y yo al tuyo, aunque no lo creas —añadió, con orgullo. Pocas personas habían contribuido tanto y de manera tan circunstancial en su vida como ese ninja entrometido—. ve, descansa. Y de nuevo, gracias por todo.

Nahana se dio la vuelta y contempló la fragua, más
Viva que nunca. Y con la vida de la chimenea, la llama de la esperanza también renació en su interior.

Todo pasa. Todo mejora. O eso quería creer.

Cuántos recuerdos. La fragua, el calor abriéndole cada poro de piel. El olor a sudor, a brasa, a acero fundido. Las agujetas en el brazo de tanto golpear. Los callos en las manos por sujetar durante tanto tiempo el pesado martillo. Y la ducha, esa rejuvenecedora ducha que le limpiaba de todos los males y sabía a gloria.

Era como viajar en el tiempo y volver a la vida de Guzen. Una vida dura, que por muchos momentos había odiado, pero que ahora no podía evitar sonreír al recordarla. La cena fue de lo más nostálgica. Faltaba Kitana para que estuviese al completo. Bueno, y Furune. Pero ese estaba bien donde le había dejado: en los jodidos abismos del Yomi.

¿Y qué faltaba para completar el día? Bueno, si mal no recordaba —como para olvidarse de algo así—, la visita nocturna de Urami. En bata. A su cama. Estaría bien, no obstante, cambiar un poco cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Estaría bien no hacer el estúpido como aquella vez cuando la echó, muy educadamente, eso sí, de su alcoba.

—Bah… A la mierda —se dijo, impaciente, tras contener el aliento por enésima vez cuando creyó oír algo.

Se levantó, se calzó las sandalias, y salió a la oscuridad del pasillo.

Esta vez, buscaría él darle la pequeña sorpresa.

Víctima de la impaciencia, y a sabiendas que a veces, la vida, no te regala lo mismo en más de una ocasión; Datsue decidió ser él quien tomara la iniciativa aquella noche. Abandonó la comodidad de su cama y decidió pasearte entre la penumbra de la Fragua de Soroku. No tuvo que caminar mucho, no obstante, para encontrar la puerta que daba a la habitación en donde se estaba hospedando Urami.

¿Qué es lo que iba a hacer, entonces?

Cuanto más se acercaba, más se le aceleraba el corazón. Cuando llegó hasta la puerta de Urami era ya un manojo de nervios. No dejaba de tocarse el pelo, de repeinarse y de humedecerse los labios, tan dispuestos a secarse. Balbuceaba, en voz muy baja, distintos discursos que se le iban ocurriendo para romper el hielo.

Eso era lo peor. Muchos de sus compañeros creían que era un tipo al que se le daba bien ligar. Que siempre sabía qué decir en todo momento.

Se equivocaban. La mayoría de las veces, tan solo se dejaba llevar. Improvisaba, y dejaba que la conversación fluyese. Pero cuando planeaba una entrada, oh, en esos momentos era como cualquier kusareño virgen: temblaba como un flan y era un océano de dudas.

«Venga, coño, venga. Ya tienes experiencia en estas cosas. Y sabes que le gustas, porque... Joder, lo sabes. No me seas kusareño y tranquilizate, hostia. ¡Tranquilizate!»

Respiró hondo una vez.

Dos.

Hasta tres veces.

Puso la mente en blanco y abrió, con sutileza, la puerta de la habitación...

Cuando abrió la puerta, se encontró con otra oscuridad, más sinuosa, interrumpida por el destello de una pequeña lamparilla de mesa, a un lado de la cama. Urami leía un libro, aunque se detuvo en cuánto captó la llegada de Datsue.

—¿Uhm? ¿pasa algo, Datsue-kun? —dijo, con voz temblorosa, y una sonrisa entre dientes—. ¿no vendrás a proponerme, en medio de la noche, que nos escapemos por ahí, verdad? si apenas nos... conocemos.

Unas solas palabras, una simple frase, y Urami consiguió despejar todos los nervios que había en él como una corriente de viento arrastrando jirones de niebla.

Sonrió.

—Es curioso que me digas eso —dijo, cerrando la puerta tras de sí y acercándose lentamente a la cama—. Conocí a una chica hace tiempo, ¿sabes? Una chica que me propuso exactamente eso —continuó, siguiéndole el juego mientras se arrodillaba junto a la cama para ponerse a su altura—. Lo recuerdo como si fuese ayer. Era de cabellos castaños y cortos. Ojos pardos. Oh, y tenías que haberla visto en aquella bata. Estaba preciosa.

»Pensé mucho en aquella noche.

Urami le vio acercarse, sin retirar los ojos de los suyos. Había algo en ella que le decía a Datsue que, aún y conociendo lo poderoso y terrorífico que podía ser para alguien ver a los ojos de un Uchiha, esa chica no perdería en aquél concurso de miradas. Sonrió galante ante la historia que coincidía con el cómo se conocieron ellos dos.

—Casualmente, yo también conocí a un niño asustado al que le propuse lo mismo. Primero casi me ahorca entre pesadillas, y luego... me rechazó. Desnuda, lista para él, para ser suya. Y me rechazó. ¿Puedes creerlo?

»me dio la impresión de que estaba enamorado de otra.

—Ah, así que era un niño —dijo, tratando de poner cara de ofendido—. ¿Y dices que te rechazó? —preguntó, en tono agudo, como si fuese la cosa más extraña e incomprensible del mundo. Negó con la cabeza—. Yo creo que lo que le pasaba a ese chico es que estaba un poco confundido, ¿sabes? Qué demonios, muy confundido, por lo que me cuentas.

Confundido y agilipollado. E imbécil. Y estúpido. Por los dioses, solo de recordarlo le daba vergüenza.

Pero ya no más.

Nunca más.

—Ya no lo está. —Y se inclinó hacia ella y la besó.

Y... la besó.

Ella se lo devolvió, sin reparo alguno. El libro cayó de sus manos, que rodearon a su fraternal, sumiéndose ambos en el éxtasis del amor. El beso llevaría a las caricias, las caricias a la desnudez, y la desnudez, a la unión entre dos almas que se habían encontrado, la una con la otra, en los momentos que padecían la mayor necesidad.

¿Duraría? ¿quién sabe. Pero no existiría mejor momento que aquél para entender que el ahora es hoy, y que en el mañana nunca sabremos quién estará.


Datsue despertó, y ella todavía dormía, en su regazo.Su aroma, el tacto de su piel desnuda sobre su torso, había convertido aquél amanecer en uno mágico. Había sido su mejor noche, aunque con el sabor amargo de nacer de una realidad tan triste como la de no tener a Soroku en libertad. O vivo.

Datsue se permitió saborear su despertar por unos largos momentos. Hacía tiempo —demasiado— que no sentía el cuerpo de una mujer reposando contra el suyo. El aroma de su pelo empapándole el olfato. Su suave respiración haciéndole cosquillas en el pecho. Su suavidad. Su calor.

Una yema de su dedo índice subía y bajaba por la espalda de ella. Le acariciaba las costillas. Subía hasta los omóplatos. Hasta el cuello. Hasta detrás de la oreja. Y volvía a bajar.

Ojalá todas sus mañanas fuesen así.

Pero entonces, cuando su mente empezó a trabajar, las preocupaciones volvieron a llegarle, atenazando su mano. ¿Qué iba a hacer con Soroku? ¿Cómo iba a convencer a Hanabi de embaucarse en semejante misión? ¿Cómo siquiera de que le permitiesen llevar a Urami a la Villa?

Y luego todavía quedaba su Hermano.

Uchiha Akame.

Aqueo traidor...

Aquel sucio traidor.

Como si fuera capaz de percibir los turbios pensamientos que agobiaban la mente del joven jounin, Urami le acarició la barbilla, aún con los ojos cerrados.

—¿No estarás pensando en irte, y dejarme aquí, no? —dijo, entre risas. Luego le dio un beso, apabullándole en un abrazo más fuerte—. ¿cómo amaneces?

Primera vez que alguien se lo decía, suponía ella. Lo mejor era disfrutarlo.

¿Cómo amanecía?

—Como nunca —respondió, enérgico, devolviéndole el beso.

Y el beso siguió a otro beso. Y luego a otro. Y luego ya no se contentaba con sus labios, sino que sus besos buscaron nuevas zonas que explorar. Y luego… Bueno, eran jóvenes, en sus primeros días de romance. La cosa continuó por dónde debía continuar: hacia los fuegos artificiales.

Una hora más tarde, Datsue empezó a vestirse.

—Dios, me quedaría aquí todo el día, en serio. Pero creo, creo que esta vez sí hay que ir arrancando, ¿eh? —dijo, inocente, como si no tuviese él la culpa de haberse entretenido más de la cuenta—. O no llegamos a Uzu en la vida.

Una hora más tarde, luego de aprovechar el momento, y satisfacer cualquier indecoro que pudieran tener guardado; los dos amantes se vistieron, con la decisión de partir de ahí, ya tomada. Tiempo después, se encontraron con Nahana en las afueras, para la última despedida.

—En cuanto tenga novedades de Kitana, nos contactaremos. Quizás pueda traer noticias que faciliten que tu Kage acepte la misión.

Eso sería maravilloso.

—Ojalá —dijo, sincero—. Eso me vendría muy, pero que muy bien.

Porque ahora mismo tenía los bolsillos poco menos que vacíos. ¿Qué ofrecer a su Kage? ¿Con qué convencerle, más allá de lo ético y moral? ¿Siquiera lo era realmente? Después de todo, Nahana había ayudado a un enemigo al trono a conspirar contra su legítimo heredero.

Problemas. Problemas y más problemas que tendría que resolver. Pero no hoy. No en aquel momento.

—Cuídate mucho, Nahana.

—Y tú. Fue un honor tenerte de pupilo.

Acto seguido, se despidió de Urami y... se perdió en los confines de la forja, abrazada por la soledad, y los recuerdos de lo que un día fue. Ahora era tiempo de que Urami viviera su propia vida, y no podía estar más feliz con su decisión.

Y sabía que Datsue la cuidaría. Que era un muchacho de bien corazón.