Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Un grito desesperado de auxilio hendió el aire cargado de humo y rompió el ambiente taciturno del despacho del contable de Sekiryuu. Akame se incorporó mientras dejaba el cuerpo de Zaide sobre el suelo, con cuidado de que no se golpeara la cabeza, y empezaba a vocear el nombre del propietario.
—¡Money! ¡Un médico, joder, necesito un médico!
—¡¡Usted lo que necesita es llamal a la puelta como todo el mundo!! —estalló Money, que casi se había caído de la silla por la inesperada, y jodidamente inexplicable, aparición. Se subió los pantalones y le costó trabajo subirse la cremallera y abrocharse el botón—. ¡¿No ve que estaba aquí ocupándome de unos negocios?! ¡Qué falta de considelación!
Un joven zagal que debía rondar la treintena, moreno y con rastas, observó atónito la escena, todavía de rodillas y junto a Money. Se limpió la boca con el dorso de una mano y dio un respingo cuando vio el cuerpo apalizado de un hombre en el suelo.
—Y, pues, a qué viene… ¡¿Pero qué me ha tlaído usted, pedazo de bandido?! —Sus ojos verdes contemplaron con asco el amasijo de carne y sangre que era el cuerpo del inconsciente—. Un momento. ¿Es ese…? —Costaba reconocerlo. Pero aquella barba… Aquellos tatuajes…—. ¿¡Es ese Zaide!?
Continuación de Kaji Saiban, tomo esta trama con Hueco Normal
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Akame ni siquiera prestó atención a los detalles de la escena que Money —el muy pillo— se tenía montada en el despacho. Tales tribulaciones le suscitaban poco interés en esos momentos en los que la vida de un tipo al que acababa de conocer hacía apenas cuarenta y ocho horas podía pender de un hilo. Uchiha Zaide, el cabrón que mantuviera secuestrada a la joven Koko —que en paz descanse—, yacía ahora inconsciente y maltrecho sobre el suelo de la habitación. ¿Quién le hubiera dicho a Akame que sería él, de entre todas las personas de Oonindo, la que luchara por salvarle? Después de saber lo que sabía sobre Zaide. Y es que, amigos, así es la vida: quid pro quo. "Una cosa por otra". Favor por favor.
Y el joven renegado, a Zaide, ese pensaba cobrárselo. Vaya que sí.
Así que, volviendo a lo inmediato, Akame respondió con visible urgencia a la pregunta —totalmente irrelevante— de su contable.
—Sí, Money, joder, es Zaide. Está vivo todavía, pero no te puedo asegurar que eso vaya a seguir siendo así si no le conseguimos atención médica urgente, ¿¡me entiendes!? —puso ambas manos sobre la mesa del negro de las rastas, y luego le miró a los ojos—. A este cabrón hay que salvarlo como sea.
El famoso contable pasó sus manos bajo los sobacos de Zaide y pidió a Akame que le agarrase por las piernas.
—Llevémosle abajo. Estalá mejol.
Bajaron por unas escaleras tan estrechas como empinadas, no aptas para ancianos. Tras ellos, el hombre con el que había estado Money les siguió en silencio, claramente cohibido e incómodo ante la situación. Abajo, se escuchaba el típico sonido de alguien o varios jugando al billar. No había clientes en la barra, sin embargo. Money lo sabía: todavía era muy temprano y anoche había sido fiesta. Los borrachos seguían sin ser persona y los abstemios directamente no pisaban aquel bar.
—¡Despéjenme la mesa! —Dos tipos bien curtidos, con cara de pocos amigos y dagas entre los ropajes, acataron la orden sin rechistar. Eran hombres de Money—. ¡Masao, a vigilal fuela! ¡Que no entle nadie, hoy cerramos pol asuntos pelsonales! ¡Yuto! ¡Te me vas a buscal a Hitoshi y te me lo tlaes! ¡Amenaza con coltal-le los huevos, matal a su esposa o violal a su hija! ¡Lo que sea! ¡Pero te me lo tlaes, y de hecho, no sé qué cojones haces milándome…! ¡POLQUE YA LO TENDLÍAS QUE TENEL AQUí!
Lo que pasó a continuación fue una auténtica estampida. Tras la barra, Akame reconoció a una muchacha de pelo mitad negro mitad turquesa, a quien ya había visto en su anterior visita. También a Shikari, que observaba la escena atenta. Concentrada.
—Voy a envial un mensaje a un doctol conocido mío —informó a Akame—. Hitoshi no es mal médico… de barrio. No es ninja, ¿viste? Quizá Zaide necesite algo más… y Money se lo concederá. Sí, sí —Oh, Akame no iba a ser el único que se cobraría aquel favor—. No taldalé. —Hizo un gesto al hombre con rastas—. Venga, vámonos.
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20/11/2019, 20:09 (Última modificación: 20/11/2019, 20:11 por Uchiha Akame. Editado 2 veces en total.)
«Así sí», pensó Akame, complacido al ver la diligencia de los empleados de Money y la simplicidad con la que éste les ordenaba. Sin protocolos, sin lindezas. Había una emergencia, y había que moverse ya. Un marrón por solucionar, de los gordos, y poco tiempo para darle remedio. El Uchiha se movió, obediente y veloz, para agarrar a Zaide y bajarle junto con la ayuda del contable. Al llegar Akame ni siquiera reparó en la presencia de los demás empleados —incluída Shikari—, sino que cuando dejó el cuerpo inconsciente de su primo lejano sobre donde quiera que Money le indicase, se dedicó a examinar los daños.
Akame no sabía una mierda de medicina, pero sí que había sido jōnin. No tenía muchos años de experiencia, pero sí que había vivido más de una —y de dos— reyertas. En resumen: asistido únicamente con el conocimiento de quien ha matado y visto morir mucho y bien, el joven Uchiha trató de discernir cuál sería el recuento final para aquel pobre diablo después de su combate con Ryu.
A las atropelladas palabras de Money asintió con un mero "hum", sin apartar los ojos de su particular paciente, y dejando al otro hacer. Conocía al contable, y sabía que Money había entendido la importancia de salvar a Zaide tan bien como él mismo.
¿La mano? La mano izquierda era un destrozo. Tenía los dedos índice, corazón y anular doblados en posiciones grotescas, claramente antinaturales. Estaban hinchados y con un tono púrpura sucio, feo. Muy feo.
¿La cabeza? Bueno, tenía la nariz rota, de eso no había duda. Le sangraba profusamente y los hematomas alrededor de los ojos estaban tan hinchados que apenas se le distinguían los párpados. En la frente, cerca de la sien, se le había formado un coágulo importante. Uno que no sangraba. ¿Eso era bueno? ¿O malo?
¿Las costillas? Cuando le rajó la ropa para dejar al descubierto el torso, observó un gran moretón en el lateral de su cuerpo, en una costilla. Tras palparlo, Akame no supo muy bien si tenía alguna fisura menor o directamente estaba rota.
¿Hemorragia externa? Más allá del sangrado de nariz, no parecía existir.
—¡Koe! ¡Rápido, trae hielo, trapos limpios y alcohol! —exclamó Shikari, que había visto una oportunidad de hacerse ver. De hacerse útil. Se acercó a prisas a Akame—. ¿Puedo ayudar en algo? No es la primera vez que tengo que hacer curas en el rostro de alguien. —El porqué, Akame se lo podía imaginar.
Koe no tardó ni dos suspiros en traer parte del pedido.
—¡Hielo y trapos! ¡Ahora vengo por el alcohol! —exclamó, dejando varias bolsas de hielo sobre la mesa de billar—. Oye, ese hombro no tiene muy buena pinta —apuntó. Se refería al hombro derecho de Zaide, claramente desencajado—. ¿Queréis que se lo coloque? Cuanto antes se haga, mejor. Y en la mar he tenido que hacerlo un puñado de veces. —La chica apenas llegaría a los diecisiete, pero su rostro se había mantenido bastante firme ante las heridas tan feas de aquel hombre.
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La voz apremiante de Shikari sobresaltó al muchacho, que dio un respingo en el sitio. Cuando Akame se volteó para mirarla, parecía que no fuese capaz de reconocerla: la muchacha se movía con soltura en semejante situación, sabiendo incluso qué clase de materiales eran los más precarios pero útiles para resolver lo que pudieran hasta que el médico hiciese acto de presencia. Akame no supo qué decir, así que se volvió de nuevo hacia Zaide. Apretó los dientes y se sacó un kunai de la manga derecha.
—Tiene un coágulo de sangre en la frente... Deberíamos drenarlo —aventuró, aunque ni de lejos estaba tan seguro o calmado como aparentaba—. Coge esto y limpia la hoja con alcohol.
Le tendió el cuchillo a Shikari. Luego la voz de Koe, la chica del pelo tintado de turquesa, llamó su atención. Akame apreció el detalle del hombro, que estaba totalmente en la puta; él no tenía ni idea de cómo colocarlo debidamente, así que optó por hacerse a un lado.
—Todo tuyo —asintió—. Y déjame los trapos.
El Uchiha tomó uno de los trapos y se lo colocó bajo la cabeza a Zaide, para asegurarse de que estuviera ligeramente levantada. [p=darkkhaki]Si hay una hemorragia nasal, podría correr el riesgo de ahogarse con su propia sangre como no le levantemos un poco la cabeza[/color], valoró, tanteando el terreno. Luego le presionó el tabique para intentar detener el flujo de sangre que le salía de la nariz.
Shikari asintió ante la afirmación de Akame. Lo cierto era que ella no tenía ni puta idea tampoco. Sus dotes en la medicina no iban más allá de limpiar heridas y aplicar hielo a moratones a compañeros y compañeras cuando a alguno de los clientes se le iba de las manos. Que no pasaba a menudo, pero lo suficiente. Demasiado.
—Voy —accedió, tomando la hoja que le prestaba y corriendo a la barra. Le vertió directamente un chorro de la botella más fuerte que tenía, llamada Espíritu Revitalizador—. Alcohol puro, puro, no es… Pero casi. —Había visto a hombres de pelo en pecho dar tumbos por la taberna con solo un chupito de esos.
Mientras tanto, Koe había dejado los trapos a Akame y procedía a colocar el hombro dislocado.
—El truco está en el tacto —dijo ella, tomando el brazo de Zaide—. En las películas siempre lo hacen de un tirón, pero eso es una puta animalada. —Flexionó el brazo de Zaide en un ángulo de noventa grados, y, muy lentamente, empezó a girar hacia afuera, haciendo una rotación externa en el hombro. Llegado a cierto punto empujó suavemente y…
Clac.
—¡Conseguido!
Akame, por su parte, había conseguido detener la hemorragia. Eso sí, notaba que si le soltaba ahora la nariz, el sangrado volvería a bajar.
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Akame tuvo que reprimir una exclamación de júbilo cuando oyó un característico clac, indicativo de que Koe acababa de ponerle el hombro en su sitio al maltrecho Ryutō. Porque, ¿tenía que ser eso, no? En las películas el hueso siempre hacía "clac" cuando lo encajaban en su sitio. Akame tragó saliva y esperó que los filmes, por una vez, estuvieran en lo cierto sobre algo.
Tampoco pudo pararse mucho a pensarlo, claro, porque él mismo tenía otra tarea entre manos. Cuando Shikari volvió con el kunai esterilizado —muy optimista era decir algo así—, el Uchiha le pidió que ocupara su lugar deteniendo la hemorragia nasal para drenar él mismo el bulto de sangre de la frente. Con el kunai en la mano diestra y un trapo en la siniestra, el muchacho se aproximó a la zona de operación: arrimó la punta del cuchillo al bulto, y la clavó con firmeza pero sin pasarse. Esperaba que fuera suficiente como para que la sangre empezara a brotar, descongestionando aquel bulto que tan mala pinta tenía. Su mano izquierda se mantenía atenta para ir limpiando con el trapo cuanta sangre saliera.
—Koe, rápido, echa alcohol ahí antes de que se infecte —pidió a la del pelo teñido, señalando la herida abierta en la frente.
La sangre brotó del bulto de la frente como un farolillo rojo ascendiendo a lo lejos en la celebración de Año Nuevo en Uzushiogakure no Sato. No era mucha, más bien un hilillo, pero la suficiente como para descongestionar.
—V-voy. —Koe empapó un trapo en la botella de alcohol y, con cuidado, humedeció la herida con aquel improvisado y tan recurrente desinfectante—. Que… ¿Qué le ocurrió?
Shikari posó sus ojos en ella, con una mirada de: mejor no preguntes. Volvió a fijar la vista en el cuerpo, y se dio cuenta que no podía hacer mucho más por él. Habían hecho lo que buenamente habían podido con lo más urgente.
—Oye, quizá este no sea el mejor momento, pero… —carraspeó—. ¿Se solucionó lo mío? ¿Todo va como me prometiste?
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Las dos muchachas, útiles y serviciales al principio, empezaban a hacer demasiadas preguntas. O, claro, lo que a Akame —en esa situación concreta— le parecía que eran demasiadas preguntas. Tal vez pensaban que habían salvado el día, que todo estaba arreglado y que aquel tipo moribundo ya no iba a estirar la pata; el Uchiha, por su parte, no estaba para nada convencido de eso. E incluso si Shikari y Koe encontraban el momento para relajarse y empezar a preguntar lo que no debían, Akame no creía que fuese el adecuado. ¿Cómo demonios iba a serlo?
El Uchiha le dirigió una mirada asesina a una, y luego a otra, esperando que eso bastara como respuesta.
Con eso bastó. Por el momento. Vivir en continua incertidumbre era como aguantar la respiración: por mucho que luchases, al final acababas volviendo a abrir la boca.
Oyeron voces fuera.
—¡Entra ahí!
—Voy, voy —dijo el hombre, que no paraba de recibir empujones por mucho que fuese a paso rápido. Entraron por la puerta, él y el tal Yuto, y este último le fue agarrando de la camisa hasta arrastrarle junto a Zaide—. ¡Por los dioses! —exclamó. El doctor Hitoshi no debía llegar a los cuarenta. Tenía la mirada castaña, el rostro afable y llevaba un bolso entre las manos—. Pero, ¿qué le ha pasado a este hombre? —Sus ojos se pararon en los dedos rotos del paciente—. Le habéis… ¿Le habéis torturado? —preguntó con voz chillona.
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Akame avanzó hacia el médico, impretérrito como una jodida locomotora, con los ojos rojos de sangre del Sharingan y una mueca amenazadora en la cara. Si bien el muchacho nunca había sabido imponerse, extendió su chakra más allá de los confines de su cuerpo para que afectara a todos alrededor; la ocasión ameritaba que hiciera su mejor intentona. Se plantó frente al médico y le miró directamente a los ojos. Cuando habló, su voz sonó muy calmada e impersonal, en contraste con la tormenta roja que se desataba en sus iris.
—Nadie ha torturado a este hombre. Pero ahora necesito que le salves la vida. ¿Me estás entendiendo? —Akame se acercó un poco más—. Él tiene que vivir. No es una petición, ni un deseo. Es una constatación: ese hombre no va a morirse aquí, ni ahora. Dicen que eres un buen médico: pues obra. Obra como si te fuese la vida en ello.
Luego se apartó, dejando vía libre hasta la mesa sobre la cual reposaba Zaide. El exjōnin era consciente de que si intimidaba en demasía al doctor corría el riesgo de que el pulso le fallara, de que los nervios le jugasen una mala pasada. Pero también estaba desesperado y muy, muy cabreado con algunas personas con las que habría de tener ciertas palabras. No quedaba lugar para jugar al ratón y al gato: aquel doctor tenía que saber que si no salvaba la vida a Zaide, él saldría de aquel bar en una caja de pino.
Hitoshi tragó saliva. Bajó la mirada y comprobó que le temblaban las manos. Respiró hondo. Una. Dos. Tres veces.
Las manos ya no le temblaban.
—Muy bien.
Abrió la mochila, se puso unos guantes, los empapó con un líquido, y comenzó la exploración. No tardó mucho en oír la voz del Cara Quemada a su espalda. ¿Qué si necesitaba algo? Pues, ahora que lo decía…
—Tranquilidad.
Justo en ese momento, la puerta se volvió a abrir. Era Money.
—¡Hola, papis, ¿cómo va la cosa?! —quiso saber de inmediato. Miró a Akame—. He enviado un herrelillo capuchino en busca de mi doctol pelsonal. No te pleocupes, sabe que soy buen pagadol. Vendlá con plontitud. —Miró a Hitoshi. Volvió a mirar a Akame. Entendió que al doctor ya le habían dado el discurso de motivación de rigor y le dejó hacer.
Pasados unos minutos, la mesa de billar estaba irreconocible. Lleno de vendas, antisépticos, cremas, objetos punzantes y cortantes, pinzas… Uchiha Zaide tenía la cara vendada como en su día la había tenido Akame. Su mano izquierda se escondía bajo una bolsa llena de hielo, con los dedos enderezados, tenía la nariz taponada por algodones empapados de carmesí y Hitoshi se encontraba en aquellos momentos palpando sus costillas.
—Puede que tenga una costilla rota —anunció, con el ceño fruncido—. Mientras no baje la inflamación es difícil asegurarlo. —Luego volvió a palpar la cabeza—. Lo que me preocupa es que no se haya despertado todavía. El corte en el bulto de la frente… ¿se lo hicisteis vosotros?
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Una sonrisa fugaz cruzó el rostro del Uchiha cuando el médico le hizo caso, y obró. Porque no vio en su rostro más miedo, ni desesperación, sino la determinación del profesional que sabe que su vida depende de que haga un buen trabajo; y que se sabe capaz de ello. Akame podía respetar eso, de modo que accedió a la petición de Hitoshi y no volvió a atosigarle, ni a decir palabra. Con una mirada enderredor, a los demás presentes, trató de transmitirles que era menester que hicieran lo mismo: ver, oír, y callar.
Cuando Money cruzó la puerta, el Uchiha le recibió como a agua de Primavera. Sin embargo, su emoción duró poco: el médico personal del contable todavía no estaba allí. Akame chasqueó la lengua, molesto, pero no dijo más.
Durante aquellos minutos, que a él se le hicieron horas, Akame se mantuvo apartado de la mesa de billar, pero con los ojos fijos en lo que ocurría. Con todo el jaleo incluso se había olvidado del dolor punzante que le atenazaba el ojo izquierdo, y del hilillo de sangre que surcaba su rostro y que ya se había secado. Cuando Hitoshi quiso saber si habían sido ellos quienes le habían drenado el bulto de sangre, Akame asintió.
—Así es. Tenía un bulto lleno de sangre, pero no estaba saliendo por ningún lado. No soy médico, pero he visto suficientes heridas, e inflingido otras tantas, como para saber que la sangre tiene que estar o bien dentro, o fuera, pero no entre medias.
—Muy bien hecho. Quizá le haya salvado la vida, joven.
Era difícil saberlo. Primero, tendría que sobrevivir. Primero, tendría que despertarse.
—Ey, aquí no se les necesita, mamis —dijo Money, llamando la atención de Koe y Shikaru—. Anden, tómense el día libre. Pala que luego digan que no las tlato bien.
Mientras las dos marchaban, el doctor seguía haciendo cuidados en las heridas de Zaide. Money hizo un gesto con la cabeza a Akame para que le acompañase a la barra. Bajó la voz.
—Y, pues, ¿qué pasó, blothel? Ryū le machacó, como augulé. Pelo… —frunció el ceño—. ¿Pol que no se ocupó Kyūtsuki del ploblema? —Solo se le ocurría una teoría—. Ryū quiso rematal-lo, ¿y tú lo salvaste?
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