Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Cuando el Uchiha, junto a la barra, escuchó lo que le decía Money no pudo evitar sonreírse. No era una sonrisa alegre ni jovial, sino más bien una que quería decir: "te lo dije". Akame no contestó al momento, sino que pareció saborear aquellos instantes de silencio en el paladar antes de sacarse un cigarrillo, encendérselo con toda la tranquilidad del mundo, y sólo después hablar en idéntico tono al que el contable había usado con él.
—Eres un hombre de poca fe, Money —replicó, fumando una honda calada que sintió que le llegaba al dedo meñique del pie—. Zaide ganó el Kaji Saiban.
¡Bam! Akame dejó caer la bomba con todo el regocijo de quien había predicho aquel suceso, incluso aunque él mismo tenía que admitir que nunca había estado tan seguro del resultado. Y de que, en general, toda aquella ceremonia absurda había sido un detrimento para el poderío de Dragón Rojo. Pero eso no lo verbalizó, sino que se limitó a soltar el humo del tabaco en la cara del contable.
—Ahora imagínate como está el Gran Dragón. Tengo que decirte una cosa, Money, un hombre con tanto ojo para los negocios como tú no puede creer que esta clase de gilipolleces son buena idea —disparó, a bocajarro—. ¿Ahora qué? Nuestros dos mejores guerreros, heridos casi de muerte. ¿Cómo se ajusta esto a nuestros planes? Me cago en todo, ¿no era más fácil perdonar a esa jodida fugitiva y ya?
Cuando Akame soltó la bomba, Money no gritó. No hizo aspavientos ni empezó a cuestionar al Uchiha entre exclamaciones. No, porque para eso hubiese necesitado aire en sus pulmones, y la noticia se los había vaciado como una bomba estallándole en el pecho.
Negó con la cabeza, mas algo dentro de él le decía que Akame no mentía. Tuvo que hacer un esfuerzo terrible para imaginarse lo imposible, como cuando tratas de visualizar el infinito del universo. Y, como en ese caso, la imagen de un Ryū derrotado le salió borrosa e imprecisa.
¿Qué si hubiese sido más fácil perdonar a Aiza? Pues sí, claro que lo hubiese sido.
—Yo voté pol eso —se excusó. No era culpa suya. No era su puta culpa—. Pero, Ryū… ¿Tan mal está? Cuando se tlansfolma en dlagón… Es una maldita roca. ¡Una roca!
¿Cómo iba a estar herido de muerte? No lo entendía, no lo entendía.
—El Kaji Saiban siemple fue una buena manela de resolvel disputas intelnas, a coste cero, polque nadie osaba enflentalse a Ryū. Visto lo visto… —chasqueó la lengua. Se sacó un puro de un bolsillo interior y lo prendió—. Selía bueno proponel una altelnativa, brothel.
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Akame se limitó a encogerse de hombros ante la incredulidad de Money. Ya había intuído que un hombre de negocios como él estaría acostumbrado a apostar por el "valor seguro", que el hecho de ir en contra de Ryu no le saldría de dentro. Sería como pedirle que pusiera pasta en una mala inversión: los tipos como aquel simplemente no eran capaces de contradecir su naturaleza. Y sin embargo, ahí estaba, mientras Akame miraba su cara de pasmarote con cierta guasa.
—A la roca más sólida puede partirla en dos un rayo —replicó, y sus palabras eran de hecho más literales de lo que Money pudiera pensar.
Sin embargo, tal y como Akame había previsto, Money sí estaba de acuerdo en que el Kaji Saiban tenía que terminar. ¿Qué vendría después? El joven Uchiha no lo sabía, pero...
—Ahí tienes razón, Money —concedió—. Y dado que parece claro, llegados a este punto, que tú y yo somos las cabezas pensantes de esta nuestra querida fraternidad, creo que sería lo mejor si ambos llegáramos a un acuerdo para presentar... Una propuesta conjunta.
Akame fumó otra vez, examinando al contable con sus ojos de rubí.
—A la roca más sólida puede partirla en dos un rayo.
Money se quedó en silencio, sin saber qué responder. Había sido una apuesta segura, una de esas por las que ni valía la pena poner dinero porque nadie se la jugaría en tu contra. Y había fallado. Al completo.
Tomó una calada de su puro y dejó que el humo se uniese el al de Akame, haciéndose uno.
—Y, pues, recueldo cuando a usted le plopuse hacel equipo. ¿Y qué me dijo usted? ¿Qué no quería sel mi Muñeca, pues? —sonrió—. Y mírelo ahora. No han pasado ni dos días y ya habla y se desenvuelve como un vetelano. —Dio otra calada—. Una plopuesta conjunta. ¿Qué tiene en mente, blothel?
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El Uchiha sonrió para sí y fumó otra calada, dejando que el sabor amargo del tabaco le inundara la boca. Sabía que estaba caminando sobre hielo fino con aquel tipo, y cualquier paso en falso... ¡Crac! Podía significar que se hundiría en las heladas profundidades. Así que se tomó su tiempo para contestar, y cuando lo hizo, giró primero la cabeza para mirar al médico que todavía atendía a Zaide; y luego, al herido.
Money tomó una pequeña calada y sonrió. Empezaba a calar a Akame. Lo mucho que le gustaba marcar los tiempos. Mantener el misterio. Soltar la información a cuentagotas.
—En un momento previo a nuestlo encuentlo con Umigalasu, a podel sel —respondió, pensativo—. Estas cosas mejol tenel-las claras antes de nueslta glan opoltunidad.
Sin embargo, había una cosa por la que no iba a esperar. Una pregunta que llevaba tiempo en su garganta, luchando por salir. La había mantenido a raya, en vistas de cosas más importantes que demandaban su atención. Pero ahora que poco más podían hacer por Zaide, más allá de esperar —incluso el doctor se había quedado sin heridas que vendar—, no pudo reprimirlo por más tiempo.
Bajó la voz hasta convertirlo casi en un susurro.
—Esa folma en la que apareciste en mi despacho… ¿Cómo funciona? —preguntó, ávido de información.
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Akame asintió: el contable tenía razón. Cualquier cosa que tuvieran que cambiar en el modo de funcionar de Sekiryu era mejor hacerla antes de saltar a la gran apuesta que iban a realizar. Cuando estuvieran tratando con Umigarasu, un descuido, un paso en falso, podía condenarles a todos. Y Akame era bien consciente de ello. Pero también quería marcar él la agenda, sobretodo cuando era quien tenía que descubrir las cartas. Así que, por el momento, prefirió callar.
Mientras el humo del cigarro ascendía y el contemplaba las heridas vendadas de Zaide, Money le hizo otra pregunta; una que, ahora sí, le arrancó una seca y breve carcajada.
—Ya lo creo que te gustaría saber —replicó, sagaz—. ¿Sabes, Money? Quizás las cosas no son como tu las ves. Mi poder, realmente, no es el de aparecerme en los sitios como un vulgar escapista de tres al cuarto. Yo he desarrollado una técnica secreta que me permite quedarme tan quieto, tan quieto, tan quieto... Que me hago invisible al ojo humano. Así que, en realidad, Zaide y yo ya estábamos ahí todo el rato. Sólo que tú nos viste cuando yo quise que nos vieras.
No sabía cómo se tomaría Money semejante chanza, pero Akame tenía bastante claro que ni de coña iba a revelarle su mejor baza a un tipo que había conocido hacía dos días. Tras la extravagante explicación, el Uchiha se limitó a poner su mejor cara de inocencia y a sonreír de forma bobalicona, con mucha guasa.
Money dio una calada al puro y echó el humo por la nariz. Un humo que no se juntó con el de Akame.
—Eles gilipollas. —Directo y al grano. Alguien se lo tenía que decir.
Pasaron los minutos en silencio. Esperando, aguardando a un cambio. Pronto se dieron cuenta que Hitoshi hacía lo mismo. Disimulaba hacer algo, revisar el pulso, la temperatura corporal, las heridas… pero llevaba tiempo sin hacer nada realmente de provecho. Quizá, solo estaba haciendo tiempo, ante el temor de que le hiciesen algo si el paciente no se despertaba. Sus manos volvieron a temblar, y su mirada les observaba de reojo. A ellos y a la puerta. A la puerta y ellos. Y otra vez.
Y otra.
Y…
—¡¿Qué coño…?! —exclamó de pronto, inclinándose sobre el rostro de Zaide—. ¿Qué…? No… ¡No! —chilló, negando con la cabeza de forma vehemente—. No pienso consentirlo. ¡No!
—¿Qué pasa? ¡¿Qué pasa?!
Hitoshi se volvió hacia ellos.
—El paciente… El paciente…
—Dame… un… gra…mo de… omoide, ¡cojones!
Uchiha Zaide había despertado.
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El Uchiha dejó escapar una leve carcajada ante las palabras de Money; puede que no fuera el tipo más carismático del lugar, pero sabía dar evasivas y sacar de quicio a alguien cuando lo necesitaba. Como, por ejemplo, cuando tenía que evitar contestar preguntas impertinentes.
De repente hubo un grito, una pregunta, una petición. Akame observaba el cuerpo magullado y vendado de Zaide con ojos insondables mientras este balbuceaba en búsqueda de su dosis. Ah, el joven Akame conocía bien lo que era eso: el hambre. Un ansia tan grande que te hacía querer arrancarte el corazón del pecho. Sin embargo, también era consciente de que una sola probada a la magia azul era suficiente para que un ex-adicto —si es que alguna vez ellos llegaban a desengancharse del todo— volviera a recaer con toda la fuerza de una losa de granito. Así que, descartando el gesto, se limitó a negar.
—Ni lo sueñes, calvo. No vas a volver a probar esa mierda en tu vida, o al menos no bajo mi guardia.
Money asintió con vehemencia ante las palabras de Akame.
—¡Ni bajo la mía! —exclamó, guardándose disimuladamente una bolsita azul en un bolsillo de su túnica.
—So… Solo para el… dolor… ¿Huh? —logró articular. Apenas se le veían los ojos de tan hinchados que tenía los párpados y su cara estaba completamente vendada.
—Y, pues, ¡dale un tlanquilizante o algo!
—Ya le di —dijo el doctor, que pese a las circunstancias, se veía visiblemente aliviado—. No voy a darle más dosis. Lo que necesita ahora es mantenerse despierto. Con semejante contusión es malo dormir.
Zaide quiso protestar. Lo supieron por cómo entreabrió la boca y emitió un gorjeo roto y seco. Pero se le habían agotado las fuerzas hasta para articular. Estaba roto. Deshecho. Quién sabía si hasta con secuelas permanentes, más allá de las obvias: no hacía falta ser Uchiha para considerar una gran pérdida la ceguera de un ojo.
Las siguientes horas fueron aburridas. Llena de silencios, de ver el tiempo pasar en la aguja de un reloj, del tedio más absoluto. No fue hasta bien entrada la noche, ya de madrugada, cuando un nuevo invitado apareció por la entrada. El guardia que custodiaba las puertas le dejó pasar ante el asentimiento de Money, y la figura estrambótica se dirigió directa hacia Akame.
Estrambótica, sí. Vestía un largo abrigo negro. Guantes marrones que le llegaban casi hasta el codo. Sombrero, también negro. Una máscara blanca de pico fino y con cresta, que recordaba al de un herrerillo capuchino. Y unas gafas oscuras sobre ella.
—El paciente, ¿no es así? —afirmó con voz templada, haciendo un pequeño examen visual a las quemaduras que le cruzaban el rostro a Akame.
—No, no. ¡Aquel! —exclamó Money, llevándose una mano al rostro. Su doctor de confianza, como él lo llamaba, era un poco despistado a veces.
—Por supuesto que aquel —dijo, como si no se hubiese equivocado en absoluto.
—Llegaste rápido, galeno. —Veinte horas para ser exactos.
—Tuviste suerte de que estaba cerca.
Money asintió. Miró de reojo al doctor del pueblo, que llevaba un buen rato con ganas locas de largarse de allí. Money lo sabía por la forma en que no dejaba de mirar la puerta, por ese talón derecho que no dejaba de subir y bajar, y por esos ojos que le buscaban de cuando en cuando, como quien espera al momento ideal de lanzar su flecha. O su petición, en el caso de él.
—Hitoshi, espélame en mi despacho. En seguida subo y te pago pol los selvicios plestados.
—No… No es necesario, de verdad —dijo, si bien no muy convencido.
—¡Tontelías! ¡Que no se diga que Money no es pagadol! ¡Sube he dicho!
Hitoshi dio un respingo y subió como un cohete por las escaleras. El doctor de confianza de Money seguía examinando el cuerpo de Zaide, que finalmente había sido vencido por el sueño.
—Akame, ven. Deja al galeno examinal a Zaide tlanquilo —le llamó, tras la barra. Le condujo hasta la bodega y bajó la voz—. ¿Sabes usal el Sennō Sōsa no Jutsu? Y escúchame, calaquemada —agregó, viéndolo venir. Tenía un sueño del copón y no estaba para tonterías—, no me vengas con tus evasivas de mielda o tú y yo vamos a tenel un ploblema. —Incluso muchos de los suyos pensaban que no era más que un contable. Un hombre de números. Eso le gustaba. Le ahorraba muchos disgustos, mucha sangre. Pero Raijin sabía que él era algo más que eso—. Necesito que vayas junto a Hitoshi y le hagas olvidal. Ryū tiene esta nolma, ¿viste? Nadie puede vel a un Cabeza de Dlagón sanglal…
Y cuando sucedía, solo había dos opciones. Solo dos.
—¿Me complendes? Hitoshi no vio nada. Lo dejamos inconsciente en un callejón con un soble de dinelo, pol que Money siemple paga sus deudas, y asunto resuelto.
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27/11/2019, 19:09 (Última modificación: 27/11/2019, 19:11 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Raijin sabía que Money era algo más que un simple contable, claro, y Uchiha Akame también. ¿El resto de Sekiryuu despreciaba las habilidades combativas de aquel tipo? Normal, porque ellos no eran capaces de ver la verdad. Pero Akame, gracias a la herencia de sangre de sus antepasados, había calado bien la potencia del chakra de Money y sabía que si bien no era un rival tan formidable como Ryu o Zaide —dos auténticos titantes—, tenía el nivel de un chuunin avanzado. Desde luego, no era un tipo al que cualquiera pudiera tocarle las pelotas y salir indemne del asunto.
Así pues, cuando Money le dejó bien claro lo que quería que hiciera —y porque Akame estaba casi tan cansado como el de las finanzas—, el Uchiha no rechistó. No dijo una palabra. Se limitó a asentir con diligencia y, mientras lanzaba una última mirada a "galeno" —no se fiaba demasiado de un doctor que no era capaz ni de identificar a sus pacientes—, desapareció escaleras arriba para ir al encuentro de Hitoshi.
Abrió la puerta del despacho con autoridad pero sin desprenderse de aquella parsimonia que le encajaba tan bien a su sobria figura. Akame tamborileó sobre el marco de madera con los dedos para llamar la atención del médico, buscando su mirada. ¿Que si sabía borrarle la memoria a alguien? Nunca lo había intentado, pero para él, hiptonizar con el Saimingan a una víctima era tan natural como respirar. Le salía solo.
—Buenas noches, doctor Hitoshi —fue cuanto pudo oír el otro antes de caer rendido, presa de un sueño irresistible que se lo llevó directamente al reino onírico.
Luego Akame tomó una aguja, se arrodilló junto al médico y realizó la técnica en cuestión. Todos los recuerdos relativos a lo que había sucedido allí desde el momento en el que los hombres de Money le habían sacado de casa para llevarle a la tasca, desaparecieron. Sellados, ocultos en un rincón recóndito de su memoria que nunca —o eso esperaban en Sekiryu— sería capaz de remover. Cuando estuvo hecho, el Uchiha volvió tras sus pasos, junto a la barra. Junto a Money.
—¿Se le ofrece algo más a Vuecencia? —preguntó con tono sereno pero no carente de cierta retranca.
Limpio. Preciso. Disciplinado. Riguroso. Akame había ejecutado el plan sin contratiempos ni deslices, como si todavía fuese un verdadero…
…profesional. Cuando bajó, se encontró con una pequeña discusión entre Money y galeno.
—Y, pues, ¡¿tú quieles desplomalme?!
—Mil ryōs para asegurar que su hombro no se vuelva a dislocar, pues este tipo de percances son muy traicioneros. Quinientos ryōs para asegurar una correcta solidificación de los huesos de los tres dedos —parecía que ya se lo había dicho, por lo menos, dos o tres veces, porque Money asentía impaciente sin estar prestando mucha atención—. Quinientos ryōs para acelerar la recuperación del cartílago costal, costilla sexta. Mil ryōs para sanarle la cara y que no le quede un estropicio como el de tu compañero. Dos mil ryōs para reconstruirle la nariz y que quede como nueva. Un total de cinco mil ryōs. Y usted sabe que no me gusta hacer chapuzas, así que o coge el pack completo, o me voy de aquí. No pienso poner en riesgo mi reputación. Ese es el deal.
—¡Y, pues, usted es un terrorista del money! ¿Me oye bien? ¡Un terrorista! ¡Un chantajista, estafadol, pendenciero, camorrista, abusadol, denostadol, y un criminal! ¡Eso es usted!
El galeno recibió la cascada de insultos como un acantilado impertérrito.
—Money, sabe que no negocio. Pertenezco a la Tercera Orden de Galenos sin Fronteras, primero en la Promoción de Médicos del Mundo, galardonado con la Aguja de Oro en tres años consecutivos, cuatro en cinco años, y reconocido como el mejor cirujano de todos los tiempos. —Money sabía que la mitad de títulos eran inventados; como también sabía que, pese a las ínfulas de grandeza, el tío era bueno. Tanto que no había sido pocas las veces que lo había intentado reclutar para Dragón Rojo—. Comprenderá que tengo una reputación que mantener.
Money bufó, negando una y otra vez con la cabeza.
—No, Akame, no. No se me oflece más. A no sel que tengas cinco de los glandes pol ahí, ¿viste? ¿Los tienes?
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El Uchiha no estaba prestando demasiada atención al intercambio de palabras entre Money y Galeno; después de más de veinte horas esperando allí se encontraba ciertamente cansado, con la cabeza zumbándole como un avispero por la ingente cantidad de cosas en las que iba a tener que ponerse a pensar al día siguiente. Zaide, Ryu, el método alternativo para resolver los empates que tenía que presentarle a Money, el Genjutsu con el que Zaide había ganado el combate, su ceguera en el ojo izquierdo, el propio dolor de Akame en el mismo al ejecutar Uzume —cosa que nunca le había ocurrido con tanta intensidad y con una hemorragia externa—. Demasiado.
Así, cuando el contable se volvió hacia él y le increpó de mala gana, Akame se encogió de hombros y se limitó a terciar.
—Te podrías ahorrar mil por lo de la cara. Ser feo no es tanto drama, y este vejete a su edad ya no está para andar persiguiendo falditas. Si quiere aliviarse, que pague, y a esas no creo que les vaya a importar que parezca un cardo —remató con cierta acidez—. ¿Qué?
—Nada, nada. Y, pues, un poco oldinalio pol su palte, blothel —rio—. Pelo muy aceltado también. Hágase pues.
—Me parece que no me he explicado bien —replicó el galeno, todavía tras su máscara—. No hago chapuzas. Después de todo, mis pacientes son la prueba de mi buen hacer. Son mi certificado más válido. El sustento de mi negocio, del boca a boca. Cuando lo vean, han de saber reconocer mi trabajo. Han de saber que fui yo, y no un chapucero, quién obró el milagro. Lo que no puede ser es que por ahorraros unos cuartos mi nombre quede en reputación. Mi nombre. Galardonado tres años consecutivos, y cuatro en cinco, con la Aguja de Oro. Primero en…
—¡POOOOL DIOOOOOS! ¡¡¡TOME Y CÁLLESE!!! —Money se sacó un rodillo de billetes, le dio la mitad estampándoselo en el pecho y se guardó el resto—. ¡Cinco mil! ¡CINCO MIL! ¡Ahora haga su tlabajo y asegúlese de que ese puto Uchiha quede con la sesela bien puesta, polque pienso coblál-le hasta la última moneda!
Pasó al lado de Akame sin dirigirle siquiera la mirada y desapareció escaleras arriba. Se escuchó el portazo que dio en todo el pueblo. Y, segundos después, aún pudo oírse:
—¡Hasta la última moneda!
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Mientras aquellos dos ilustres caballeros finalizaban el cierre de su fructífero acuerdo de negocios —Zaide, de estar consciente, debía alegrarse— Akame se empinaba una botella de agua y se encendía un cigarro. Hacía un par de horas que no comía nada y el estómago empezaba a rugirle, pero de sólo imaginar que tenía que volver a la dichosa cueva se le quitaba el apetito. «Puede que Zaide tenga razón, con este trato quizás nos acomodemos... Pero, ¡joder! ¿Dormir en una puta gruta? ¿Comer latas de conserva y cagar en una letrina?»
¿Era eso lo que se merecían los tipos más poderosos del País del Agua? Probablemente no. Pero Akame aquella noche sólo quería un maldito kebab caliente y una lata de cerveza. Tendría que pasar sin lo segundo, claro, so pena de volver a recaer en sus malos hábitos. Pero lo primero...
—Eh, Money —llamó al otro, antes de que diera su sonado portazo—. ¿No sabrás dónde hay un kebab cerca de aquí?
El Uchiha ensanchó una sonrisa de anticipación, con el cigarrillo todavía colgando de la comisura de los labios, y una fina línea de humo gris ascendiendo desde su punta incandescente.
«Espero que eso de los kebabs exista en Mizu no Kuni...»