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Tomaba un sorbo de su te para tragar el último pedazo de pollo. Mientras lo hacía, escuchaba la explicación de Cuervo. “Es una buena razón. Eso confirma que es un apodo. Quizá debería buscarme yo uno también…” pensaba.
Cuervo fumaba con soltura. El genin desvío su mirada al cigarro casi consumido, pero descarto la idea con la misma velocidad con la que surgió.
Dejó el vaso sobre la mesa y dudo. No le gustaba compartir su historia, pero ciertamente él había abierto aquella puerta, y que menos que mostrar la misma cortesía que el cuervo del shogi. Se sacudió las manos un poco, y asintió con la cabeza -Está bien. No suelo mostrarlo, pero tú me has contestado así que…-
Tan solo había mostrado el sello cuando había sido totalmente indispensable. Un reconocimiento médico era la última vez que recordaba, y siempre había aludido a un nuevo tatuaje. Cuervo no tenía por qué saber la verdad, al menos completa. “Ese es el juego del shinobi. Mentiras, medias mentiras y a veces verdades” . Era un tipo simpático en cierta forma, pero acababa de conocerlo. No iba a contarle su historia de semi esclavitud en un segundo.
Se levantó la camiseta, dejando ver que su cuerpo no era el de un titán, cosa que por otro lado cualquiera podía saber con un simple vistazo. Se le marcaban las costillas, aunque por la buena cuenta que estaba dando de su comida, podía ser genético más que por falta de apetito.
Al final del esternón tenía una pequeña cicatriz de unos 5 centímetros, que aunque estaba bien curada, tenía un tono distinto al de la piel de su dueño.
Sobre el corazón lucía lo que a simple vista era un tatuaje, brillante. Un pequeño kanji negro 橋 (Hashi, puente). Algún curioso se preguntaba si el chico estaba loco, o eran los efectos del sake los que les hacían imaginar a un ninja quitándose la camiseta en mitad de la taberna.-El recuerdo del que te hablaba es este tatuaje. De mi padre, en circunstancias que prefiero olvidar.
Bajó la mirada para observar el sello, mientras sostenía la camiseta con la mano y señalaba con su dedo. -Ahora creo que brilla menos, debe ser el tiempo. Mi madre dice que está como el primer día. Lo tengo desde hace años ¿sabes?
-La cicatriz también es un recuerdo, pero yo era demasiado pequeño para acordarme de nada de ella. No sé si tu… sus ojos se posaron en la cara de Cuervo, pero no se atrevió a continuar. Bajó su camiseta y tomo otro sorbo de té. Ya estaba tibio -Siempre hay una historia detrás de un recuerdo así, ¿verdad? “Y normalmente es triste…” pensó para sí.
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«¡Woah, tranquilo, vaquero!», quiso exclamar Akame cuando aquel ninja de la Hierba empezó a despelotarse allí en medio. Empezó, sólo eso, porque todo acabó quedando en levantarse la camiseta que llevaba; y lo que descubrió le arrancó al Uchiha una expresión tan agria que no hubo manera de disimularla. No era por el tatuaje de Kazui en sí —a él le importaba más bien poco—, sino por toda la historia que le rodeaba. Un kanji bastante simbólico, un pictograma que no se deterioraba con los años, una marca que había tenido desde que gozara de uso de razón...
Akame sacudió la cabeza ligeramente, como si quisiera espantar a una mosca que le había estado incordiando. Parecía bastante incómodo y se le notaba; aquel tatuaje había revuelto rincones de su memoria que él prefería dejar bien cerrados, recordándole que el pasado siempre estaba ahí... Por mucho que uno intentara huir de él. El desasosiego le invadió y apagó el cigarrillo en lo que le quedaba de té en su taza. Parecía absorto, acosado por sus propios fantasmas, cuando de repente...
—¡Malditos gandules! ¡Holgazanes! ¡Sinvergüenzas!
Los gritos resonaron en toda la cantina. El emisor no era sino un hombre robusto y regordete, de ancha espalda y rostro curtido por el sol, que llevaba un kasa de paja sobre su cabeza. Vestía con ropas sencillas aunque algo mejores que las de los jornaleros y campesinos, y llevaba una vara muy larga en la mano. Al verle, los campesinos dejaron las botellas de sake y trataron de salir en tromba de la cantina como quien hubiese visto a un Oni. El problema era que el Tío de la Vara —como Akame le llamaría— se interponía directamente entre ellos y la única salida, de modo que ante semejante tesitura, la mayoría trato de escapar por las ventanas. Otro pidió asilo al cantinero y escondite en la cocina, mientras que un rezagado todavía andaba tratando de levantarse de la silla; ardua tarea gracias a la borrachera que paseaba.
—¡Alimañas! ¡Esperad a que el señor Hirogawa se entere de esto! ¡Os van a caer veinte latigazos a cada uno mínimo, oh, pero primero os las veréis con mi Señora! —vociferaba el capataz, tratando de dar de varazos a los jornaleros que tenía cerca—. ¡Me voy a asegurar de que a partir de ahora sólo trabajéis paleando mierda, gandules!
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Quizá lo último que esperaba era que no le respondiera. En su lugar, Cuervo parecía haber visto a un fantasma. No había que ser un genio para ver que algo le estaba molestando. El genin pensó que quizá había sido él mismo. “Una idea estúpida hablar de cicatrices”
¿Cómo iba a ser una buena idea? Comparar una pequeña, minúscula cicatriz bien escondida con… es de locos “idiota” se dijo a sí mismo “discúlpate al menos”.
Un grito lo saco de su estado de arrepentimiento. Kazui se giró hacia el estruendo, con cara de sobresalto. También se recordó instantáneamente que un ninja debe estar más atento, y cambio su gesto, ahora forzado, a uno de tranquilidad.
Allí, en la puerta del local pudo contemplar a lo que parecía el mandamás entre los mandamenos. El que suponía sería el capataz de todos los que ahora hacían lo imposible para que no les pillaran bebiendo en horas de trabajo. Su figura redonda pero dura, se ajustaba bien al grueso de la puerta. Su vara… no pocos varazos de fresno había dado ese hombre.
Ante la estampida de los parroquianos, el genin miró a Cuervo, un poco inseguro de que hacer. Inseguro de si, también este rendía cuentas ante ese hombre. Apostaba a que no, por sus formas, su vestimenta y la conversación que habían tenido. Pero ciertamente lo había notado intranquilo y esa era una posibilidad.
-¿Pero qué coño…? Sus palabras se atragantaron ante las voces y amenazas no veladas del que ahora entendía que a ciencia cierta era el capataz de aquellos hombres.
-Pero bueno, ¿Qué pasa aquí? Dijo poniéndose en pie ¿Es que no se puede disfrutar de una comida y una conversación sin que entren a gritarte en esta casa? Dijo, intentando rebajar la tensión. Quizá alguien con mayor don de gentes lo hubiera dicho mejor, pero no más claro.
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Mientras Akame elegía mantenerse en un discreto segundo plano de aquel caos que acababa de desatarse en la cantina, Kazui optó por una posición más notoria. Mientras los currantes seguían debatiéndose entre la espada y la pared —uno había caído justo por la ventana y ahora los otros dos que le iban detrás, tenían miedo de que les pasara lo mismo—, el kusajin alzó la voz para tratar de imponerse en mitad de la refriega. Para su mala suerte, Kazui no parecía ser un tipo que supiera realmente hacerse oír, o ver, o notar, o algo. Las primeras reacciones a sus palabras fueron inexistentes, y la bronca siguió su curso; el capataz se movía ahora de un lado para otro del bar, dando varazos en lomo que eran un primor. Las quejas de dolor de los afectados no le detenían, sino que al contrario, parecían reforzar su fervor disciplinario.
— ¡Kujiwara, ¿no estaba tu esposa enferma? ¿No había atropellado un carromato a tu hija hace dos días?! ¡¿Qué eran esas, excusas de mierda, no?! ¡Espera a que Hirogawa-sama lo oiga! —vociferaba mientras daba una auténtica paliza a base de vara a uno de los jornaleros que, demasiado borracho para caminar, se había caído al suelo y estaba hecho un ovillo.
Sin embargo, en un momento dado el capataz pareció reparar en la presencia de los dos muchachos. Sin fijarse mucho en ellos, replicó con aires de superioridad a las palabras de Kazui.
— ¿Y tú quién coño eres, niño? ¡Anda, lárgate cagando hostias antes de que te lleves un varazo tú también!
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Ante la amenaza del Tío la vara, cualquier genin podía verse como mínimo paralizado momentáneamente. Al menos eso pensaba Kazui. Por un segundo se imaginó volviendo a la aldea, a reportar. Se imaginó cojeando y apaleado, en una simple misión de mensajero, donde un capataz armado de mala uva y una vara había impartido más justicia de la cuenta.
Se imaginaba como sería volver y que sus congeneres lo miraran con gesto de desprecio, en lugar del típico gesto de indiferencia. Se imaginaba a sus compañeros de academia rebautizándolo de Kazui el invisible a Kazui el inservible… puto bulling
Uno de sus puntos flacos era que siempre obedecía. Por miedo quizás, por costumbre, por vergüenza… No le avergonzaba decir que este hombre le intimidaba. Con su panza, su cuerpo recio debido a un trabajo físico, su mal carácter, y porque no, la paliza que le estaba dando a todo lo que se ponía al alcance de su vara.
Su primer impulso fue el de despedirse y desaparecer. Pero era un genin, y ese tipo, no era quién para mandarle nada. Porque no lo era ¿no?
“Joder, joder, joder, ¿Qué hago? ¿Qué hago ahora? ¿Qué harías tú papá?” Se imagino al bueno de Yoma, con su más de metro ochenta y su voz ronca. Quizá su aspecto ya hubiera sido suficiente. Pero si no, Yoma habría hablado. No era un tipo elocuente, pero era listo. Era muy listo. Y Ukita siempre dice que el pequeño Kazui se parece a su padre. Está claro que, sin don de gentes, o salía a ostias, o… siendo inteligente. La vía de la violencia siempre está ahí.
“Uno, dos, tres…” respiró, y su expiración fue en forma de un profundo suspiro “Vamos chaval, eres más listo que eso. Ahora eres un genin, y tienes cierta autoridad. Hazte valer”
Se giró, dejando que el brazo de la badana se viera un poco más. Colocó bien su silla y volvió a mirar al capataz en cuestión de un par de segundos.
-No sé quién eres y en realidad no me importa demasiado, no puedes ordenarle a un shinobi. No tienes autoridad para hacerlo y yo no tengo porqué escucharte.
-A menos que este local sea tuyo, no vengas a decirme que me vaya. No voy a hacerte ni puto caso. Tu sin embargo si deberías salir de aquí, ahora. Espera a estos fuera si quieres, estoy seguro de que se irán ahora que te han visto. No hay razón para seguir con esto aquí.
Intentaba sonar tranquilo, con su natural estado de calma. Pero no pudo evitar en algún momento mirar la vara. Y llevar una mano cerca de su portaobjetos.
¿Se la estaba jugando pinchando a un tipo grande y cabreado? Si.
¿Le parecía que el emblema de su villa estaba visible y podía ser un elemento disuasorio? Si
¿Estaba nervioso, aunque se esforzaba en no demostrarlo? Oh, ya lo creo que sí.
Pudo darse cuenta de cómo Cuervo se mantenía al margen. “Perfil bajo” pensó. “Ha sido más inteligente que yo.”
Estaba atento al capataz. No había que ser muy avispado para darse cuenta de que era un hombre de mecha corta, y vara larga. Se la había jugado a una carta arriesgada. Si la cosa iba mal, era la segunda partida que perdería en esta mañana.
Y quién sabe, quizá esto fuera más caro de lo que pensaba.
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Al capataz, que había detenido por un momento su noble paliza a uno de los agricultores para escuchar lo que aquel niño tenía que decirle, se le iba hinchando una vena en el cuello con cada palabra que decía Kazui. Sin embargo, tal y como el genin había previsto, su placa identificativa parecía tener algún tipo de efecto disuasorio en el mandamenos. Porque la vara del hombre, tan recia como él, se había detenido y ahora oscilaba temblorosa, indecisa. ¿Estaría a punto de cruzarle la cara al genin con ella? ¿O realmente iba a detenerse en su golpiza? Las palabras de Kazui eran valientes pero cautas, y aunque a él le faltara del todo el carisma para imprimirles algo de seriedad que invitara a tomárselas en serio, estaba claro que había sido suficiente —en conjunto— para hacer dudar al capataz.
—Niñato de los cojones, ¡a ver si te enteras! —no habló hasta momentos después, como si le hubiera llevado todo aquel tiempo recuperar el valor de enfrentar a un ninja, por joven que pareciese—. Estas son las tierras del Hirogawa-sama, y donde manda capataz no manda arriero. ¡Así que no tienes ninguna autoridad!
Conforme hablaba, el tipo se iba encendiendo más. Aunque lo cierto era que al haber centrado toda su atención en aquel muchacho, que tan valientemente se había puesto delante del toro, los demás jornaleros estaban aprovechando para escapar.
—Aquí el que manda soy yo, ¿te enteras? —le espetó, acercándose con un paso amenazador. Entonces se volvió hacia el agricultor al que había estado vareando, que trataba en ese momento de ponerse en pie—. Y tú quieto ahí, pedazo de basura. Como muevas un dedo, te cuezo a varaz...
Las palabras se le ahogaron en la boca. O mejor dicho, se le atragantaron. O se le despeñaron, para más señas. Porque un puño hueso pero recio y curtido impactó, sin que ninguno de los presentes lo hubiera visto venir, en plena quijada del capataz. Recio como era, el tipo se tambaleó un momento, pero conservó el equilibrio... Hasta que otro piñazo le sacudió el rostro. La vara se le cayó de la mano cuando perdió fuerzas, y el tipo cayó pesadamente de espaldas como un saco de papas, todavía consciente pero muy aturdido.
¿El responsable? Nada más y nada menos que Uchiha Akame. O Cuervo, como se había hecho llamar allí. El exjōnin le acababa de soltar dos reverendos puñetazos en toda la facha a aquel hombre, y a pesar de su floja complexión, la sorpresa y el saber dónde darlos habían jugado a su favor. Claro que no todo el mundo estuvo de acuerdo con aquello...
—¿¡Pero qué demonios has hecho, desgraciado!? —el enorme cantinero se acercó a la escena, escandalizado, sin apartar los ojos del capataz que yacía muy aturdido sobre el suelo—. ¡Le has pegado! ¡Le has pegado al capataz de Hirogawa-sama! Ay dioses, ay dioses, ay dioses... ¡En mi cantina! ¡Estoy arruinado! ¿¡Sabes la de problemas que me acabas de causar, vándalo!?
Akame parecía ajeno a las quejas del cantinero, aunque su rostro mostraba una expresión agria, y no despegaba los ojos del suelo.
—¡Largo! ¡Largo de mi cantina, liante!
El Uchiha se dio media vuelta y enfiló la salida. Por el camino dejó un par de billetes en la mesa en la que hacía tan sólo un rato había disfrutado de unas buenas partidas de shōgi, recogió su kasa de paja y se lo colocó en la cabeza, y salió del bar.
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Las palabras del genin parecían haber hecho solo un efecto parcial. El capataz había percibido que simplemente intentar apalearlo no sería la mejor opción, pero algo en su fuero interno se lo pedía.
Conforme el muchacho hablaba, el hombre se iba encendiendo, pero se contenía por el momento.
La réplica del capataz fue subida de tono. Se acercaba, y Kazui estaba nervioso.
Cuando aquel hombre se acercó con paso amenazador, vara en mano, los nervios pudieron a Kazui, y su mano se dirigió al interior de su portaobjetos. ¿Estaba dispuesto a defenderse? Pues claro que sí. Él era el genin.
-Tu no me mandas… respondió con tono nervioso. Su mano se cerraba en la empuñadura del kunai. El ambiente se hacía tenso por momentos.
Y así, sin esperarlo, el cuervo atacó a su presa. Fueron 2 golpes, sencillos a simple vista. La realidad es que no es necesario embestir con la fuerza de un toro para derribar a un hombre, y esos golpes estaban bien puestos y mal encajados. El genin no era un portento físico, pero había practicado lo suficiente en la academia como para encajar más de un golpe. Esos no eran puñetazos normales.
Kazui no sabía nada Cuervo aunque una cosa es segura, esa no era su primera riña de bar.
Así estaba la situación, el capataz estaba en el suelo casi grogui, y el cantinero asustado como un niño pequeño que rompe el jarrón favorito de su madre. Cuervo pagó, recogio sus cosas y salió por la puerta sin mirar a nadie. El genin no sabía qué hacer.
-Pero que coño…
“Este tío… lo ha tumbado sin problemas con 2 golpes. Y estoy seguro de que podía haberlo matado de uno solo… ¿Quién coño es este tío?”
Una lucha interna. Su cabeza era un hervidero. Por un lado, quería ir a buscar a ese tipo. Cuervo. Un tipo bastante misterioso ciertamente, que es capaz de deshacerse de ese gordo con 2 golpes y en un abrir y cerrar de ojos. Eso cuando no gana a todo el bar al shogi. Ese tipo no era normal. Quería conocerlo.
Por otro lado, la mirada de Cuervo ya dejaba ver que no iba a tolerar que nadie se metiera en sus asuntos. ¿Era un tipo peligroso? ¿mercenario tal vez? ¿Y si se cansaba de ver al genin de Kusa y era él el que acababa inconsciente?
“Joder, joder, joder…. Decidido, tanto si está bien como si no. Voy a irme”
No sabía muy bien que hacer, pero viendo el percal, una cosa estaba clara. No era tan tonto como para quedarse a descubrir el final de esa historia. Dejó sobre la mesa los Ryos. Cogió su capa y fue hacia la puerta tan rápido como pudo permitirse.
Hacia un lado encontraría el camino por el que había venido. Al otro el sendero continuaba hacia no sabe muy bien dónde. Ojearía con intención de buscar al Cuervo. Si no, poner tanta tierra de por medio entre él y esa cantina.
¿Esa era la opción más inteligente? Ni idea. La más práctica desde luego que sí.
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Mientras el cantinero trataba de socorrer al captaz, que ya más espabilado había comenzado a proferir improperios contra aquel "chico de cara quemada" y sus trabajadores otra vez, Kazui se apresuró a salir a escape de la zona de los hechos. Buena elección; incluso aunque un simple jefe de jornaleros no fuese un rival a batir para él, aquel tipo con vara era la voz y la voluntad del señor de las tierras en aquel lugar. Enfrentarse a él era considerado por los habitantes como contradecir la propia voluntad de su señor, cosa que uno debía evitar a toda costa si quería seguir conservando la cabeza sobre los hombros.
Cuando el kusajin abandonó la cantina en dirección al sendero, pudo ver al Cuervo caminando en su misma dirección, aunque algo más adelantado, mientras se encendía un pitillo. Su andar parecía molesto, e incluso pateó una piedra, y rezongaba por lo bajo murmullos ininteligibles.
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En la cabeza del genin se amontonaban los hechos de los últimos minutos. El subidón que le había dado estaba bajando.
Entornó un poco los ojos ante el cambio de luz al salir al exterior. Rápidamente se recompuso y miró a ambos lados. A lo lejos pudo apreciar la figura delgada que se alejaba. Corrió hacia él.
El muchacho no era especialmente rápido, sino más bien especialmente lento, pero lo sabía. Había intentado durante tiempo pulir esa cadencia con una mayor resistencia que otros compañeros no tenían. Pronto alcanzaría a Cuervo.
“Y ahora ¿Qué le digo? “ Pensaba, mientras la distancia que los conectaba se hacía cada vez más pequeña.
-¡Eh!, ¡Cuervo! ¡Espérame! Gritó.
Con su trote cochinero, estaba cerca de alcanzar al viajero. Percibió el olor del humo del cigarro. “Joder, se las pasa fumando” El tipo parecía enfadado, o como mínimo molesto. Conforme más se acercaba, tenía menos idea de porque lo había seguido.
-Oye, oye Cuervo. No me has dado tiempo a agradecértelo.
Fue lo primero que se le pasó por la cabeza. No sabía si el joven lo había hecho por propio interés, por defensa de los campesinos que jugaron con él, o por defender a un genin verde e inexperto. Pero aún sin llegar a alcanzarlo del todo, se lo agradecería.
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Akame se detuvo, volteándose ligeramente para ver al genin de Kusa que corría tras su estela. Todavía con el cigarro en la boca, el Uchiha le examinó con ojo crítico; «es tan inocente que haría sonrojarse a una geisha, y aun así, parece buen chaval», se dijo. Después de ver actuar a Kazui las sospechas sobre que pudiera ser un ninja de élite encubierto se esfumaban —o eso, o era uno condenadamente bueno— y simplemente quedaba un muchacho recién salido de la Academia de la Hierba con gran gusto por el té y el shōgi. En ese sentido, se parecían. Cuando el genin llegó hasta él, Akame negó con la cabeza.
—No tienes nada que agradecerme, Kazui-san —todavía se le veía molesto, pero ahora el enfado iba dando paso a la resignación—. Pegar a ese tío ha sido imprudente, y estúpido, y... —Akame soltó un suspiro y se encogió de hombros—. En cualquier caso, era mejor si lo hacía yo, tú tienes demasiado que perder... Y más con esa bandana en el hombro. No hace mucho que te has graduado, ¿verdad?
Se llevó el cigarro a la boca y fumó una calada.
—Querías ayudar a esos tipos, lo he visto en tus ojos... Sabías que estaban haciendo algo mal, pero que no merecían ese castigo; ser apaleados como perros salvajes. La justicia —la propia palabra parecía tener mal sabor en su boca—. La justicia no tiene mucho que ver con ser ninja, eso lo aprenderás pronto. A esa misma gente a la que quieres proteger, puede que el día de mañana tengas que joderles vivos. Quien pone la pasta manda, y casi nunca suelen ser los de abajo.
Akame soltó una risa melancólica y amarga.
—Eso nunca te lo cuentan en la Academia.
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Aunque el genin no era alguien especialmente carismático, era observador. Se dio cuenta de que Cuervo estaba molesto, pero no con el capataz en sí, ni con el hecho de haberle soplado dos kates, bien merecidos en opinión de Kazui. Más bien por el hecho de que se tenga que llegar a ese extremo.
Quizá esos campesinos deberían pensar en su trabajo un poco más. Quizá ese señor Tu… como se llame, debería dejarles un poco más de cancha. Quizá el gordito de la vara podía haber usado un periódico, al fin y al cabo, la humillación de ser pillado y disciplinado en público ya era una derrota.
-No, no mucho la verdad. Me gradué, pero me tomé algún tiempo para ayudar en el negocio familiar. Así que no he ejercido mucho como shinobi.
El humo llenaba el ambiente, por encima de los olores típicos del campo.
—Querías ayudar a esos tipos, lo he visto en tus ojos... Sabías que estaban haciendo algo mal, pero que no merecían ese castigo; ser apaleados como perros salvajes.
La justicia —la propia palabra parecía tener mal sabor en su boca —. La justicia no tiene mucho que ver con ser ninja, eso lo aprenderás pronto. A esa misma gente a la que quieres proteger, puede que el día de mañana tengas que joderles vivos. Quien pone la pasta manda, y casi nunca suelen ser los de abajo.
El joven se sorprendió ante las palabras que el viajero le lanzaba. Agachó la cabeza y miro al suelo. Mirando nada en particular. Escuchaba a Cuervo desempolvar parte de sus ideas y experiencias y pasárselas a alguien más joven. Nunca se había parado a pensar que su trabajo no fuera más que obedecer. Que en el fondo, los ninjas solo son soldados, especiales, pero soldados.
-No me hice ninja para proteger a la gente. Eso esta bien, pero es un añadido, no mi fin. Lo hice porque necesito respuestas. Necesito aprender…
Ante la risa melancólica y amarga, Kazui volvió a mirar a Cuervo. Con gesto de sorpresa.
—Eso nunca te lo cuentan en la Academia.
“Academia…” entre todas las palabras, esta fue la que capto una mayor atención. Cuervo el viajero había terminado diciéndola.
Frunció el entrecejo y respondió -Has dicho… ¿has dicho que no te lo cuentan en la academia?
Quizá encajase ahora el puzle. Su resentimiento, su sensación de injusticia. Su entrenamiento… Joder, claro que había dicho academia. “¿Es que acaso eres un ninja, Cuervo?” La pregunta resonaba en su cabeza. Está claro que sí. Por un momento pensé en que solo fuera un mercenario. Quizá es un mercenario, pero ¿puede ser que fuera un ninja?
-Tu… tu eres un ninja ¿verdad? Miro a su cara, a su cicatriz y dudo -O lo fuiste al menos… ¿no?
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27/09/2019, 10:35
(Última modificación: 27/09/2019, 10:35 por Uchiha Akame.)
«¿Así que necesitas respuestas?» Aquella contestación de Kazui le había llamado mucho la atención. Verás, querido lector, en experiencia de Akame había tres tipos de ninjas. Los que se habían metido en esto para proteger a sus seres queridos, para convertirse en grandes shinobi que pudieran erigirse como un escudo entre la barbarie y la civilización. Los que se habían alistado para beneficio propio; dinero, gloria, fama... Motivos tan legítimos como otros cualquiera. Y por último, los que no querían ni lo uno ni lo otro. Esos eran los más peligrosos, los insondables, los más difíciles de predecir. ¿Qué quiere una persona que no ansía ni proteger a los suyos, ni ser reconocido y rico? Eso sí que puede llegar a ser un misterio. Y por esa misma razón, Kazui intrigaba, repentinamente, a Akame.
Sin embargo, antes de que pudiera preguntar por ello, el de Kusa le lanzó varias suposiciones muy acertadas. Al fin y al cabo, el Uchiha no había estado escondiéndolo precisamente; su pasado le perseguía y era tan visible como la horrible quemadura que desfiguraba su rostro. Akame se tomó un rato en contestar, mientras seguía caminando y fumando por el sendero. Cuando lo hizo, con aquella voz rota suya, cascada por el alcohol, derrochaba una mezcla de nostalgia y resentimiento.
—Cuando me acuesto soy incapaz de dormir más de dos horas seguidas sin despertarme a comprobar que todo está bien. Entro a un sitio y mis ojos, por su cuenta y riesgo, analizan el entorno; vías de escape, posibles amenazas, presencia de civiles. Cuando hablo con alguien, constantemente busco en su rostro y en su lenguaje corporal detalles que puedan revelarme su estado de ánimo, o si está mintiendo, o si es una amenaza. Mis manos siempre buscan el tacto recio de una empuñadura y mis dedos se mueven solos. Todavía me sé de memoria más de cincuenta combinaciones de sellos manuales, que podría hacer con los ojos cerrados.
Suspiró. En aquel momento Uchiha Akame, un peligroso criminal de alto rango clasificado por las Tres Grandes Aldeas como una amenaza para Oonindo y con una recompensa de quincemil ryōs sobre su cabeza, parecía un muchacho derrotado.
—¿Es posible dejar de ser ninja, Kazui-san? —le devolvió la pregunta—. Quiero pensar que sí, pero... La verdad es que esto —alzó ambos brazos, como queriendo abarcar todo a su alrededor—, este mundo, nunca nos lo permitirá.
Calló durante unos instantes, y luego, como si acabara de salir de un particular trance, parpadeó varias veces y volvió a darle un par de caladas al cigarrillo.
—¿Y qué hay de ti, eh? ¿Cuál es la pregunta a esas respuestas que esperas encontrar en el Camino del Ninja?
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—Cuando me acuesto soy incapaz de dormir más de dos horas seguidas sin despertarme a comprobar que todo está bien. Entro a un sitio y mis ojos, por su cuenta y riesgo, analizan el entorno; vías de escape, posibles amenazas, presencia de civiles. Cuando hablo con alguien, constantemente busco en su rostro y en su lenguaje corporal detalles que puedan revelarme su estado de ánimo, o si está mintiendo, o si es una amenaza. Mis manos siempre buscan el tacto recio de una empuñadura y mis dedos se mueven solos. Todavía me sé de memoria más de cincuenta combinaciones de sellos manuales, que podría hacer con los ojos cerrados.
El joven genin escuchaba atento. Si todo lo que contaba era cierto, sus habilidades estaban a años luz de las del joven kusareño. Pero bajo toda esa información, las palabras del viajero le sentaban como un jarro de agua fría. ¿Era posible entonces ser un ninja y una persona normal al mismo tiempo? Seguramente no. Al menos no, si no has tenido una vida normal.
Alzó las cejas con asombro cuando Cuervo mencionó los 50 sellos. Para él, que no se consideraba tonto en absoluto, recordar unos pocos era complicado. Estaba claro que la persona que tenía en frente fue algún día más que un simple viajero que juega al shogi.
Cuervo parecía cansado, pero no era un cansancio físico. Ese suspiro era más bien un hastío que le corrompía. Y parece que se estaba desahogando con el muchacho como si lo conociera desde hace tiempo. Tras el suspiro, Kazui se percató de cómo debía ser vivir siendo un ex shinobi. Cómo debería ser recordar momentos de tu vida que preferirías no haber vivido, y sonrió. Una sonrisa triste.
—¿Es posible dejar de ser ninja, Kazui-san? —le devolvió la pregunta—. Quiero pensar que sí, pero... La verdad es que esto —alzó ambos brazos, como queriendo abarcar todo a su alrededor—, este mundo, nunca nos lo permitirá.
El genin miró a su alrededor por un segundo, por instinto, pero al entender el ejemplo bajo la vista reflexionando sobre esas palabras. Y asintió, asimilando el mensaje.
El mundo no es cruel. Simplemente no te deja olvidar quién eres y que has hecho. No te deja olvidar a quienes has perdido y por mucho tiempo que pase, una esquirla de ese dolor te acompañará. Aunque si se olvida a veces de los que siguen con nosotros, y de nosotros mismos. Vale, es un poco cruel, pero es lo que hay.
El silencio se hizo dueño del paisaje por unos instantes. Luego el humo y el aroma del tabaco se hizo más presente.
—¿Y qué hay de ti, eh? ¿Cuál es la pregunta a esas respuestas que esperas encontrar en el Camino del Ninja?
Kazui alzó la vista. Y dudo. Por un segundo no sabía muy bien que decir. Mejor dicho, no sabía cómo decirlo.
-Veras… quizá no fui todo lo sincero que debería al hablarte de mi recuerdo.
Mi familia no procede de un gran linaje de shinobis. Ni de uno mediocre. Ni de ninguno en realidad. Mis padres eran posaderos, ¡y muy buenos en lo suyo! – añadió con orgullo-.
- Al nacer, yo contraje algún tipo de enfermedad. O quizá la traía antes de nacer. No lo sé. Lo único que sé es que cuando no había médico capaz de curarme, una figura misteriosa y adinerada acudió a su rescate. A mi rescate en realidad.
Se llevo la mano a la cicatriz, señalando con el dedo.
-Me curó. Me hizo algo, y me dejó esta cicatriz. Pero a cambio nos esclavizó. Como a muchos otros. Este tatuaje – dijo poniendo la mano sobre su pecho -es un sello que obligó a mi padre a ponerme. Al igual que él ponía a todos los progenitores de cada familia. Un sello con el que podía someternos y hacernos sufrir. Tras años de trabajo, mi padre ideó un plan de fuga. Era un tipo inteligente ¿sabes? Te habría caído bien. -Sonrió con cierte tristeza.
-Eliminamos al cerdo, y mi padre falleció en el intento. Hasta aquí, una historia triste, pero nada raro. Creo.
Trago saliva. La muerte de su padre aun le arrancaba alguna lágrima a veces, y no quería que fuera en este momento. Suspiró y recordó la cara de Hideki, el salvador. Como un interruptor, la ira apagó la pena. Dejó algo de tiempo para que el viajero asimilara la información. No sabía cuan versado estaba este en artes ninja, pero sabía o al menos suponía por su conversación y su partida, que tenía una mente ágil y rápida.
-Antes de inscribirme en la academia… no, mejor dicho. Me inscribí en la academia cuando sin saber cómo, ni por qué, hice crecer una flor. Una flor que acababa de arrancar. Me pareció… demasiado raro. He preguntado aquí y allá, pero sin atreverme a decir nada en realidad.
-Quizá te suene cobarde para un genin, pero tengo miedo. Aún no se lo he contado a nadie. Necesito respuestas. No irás a contárselo a nadie ¿no?
“Mierda, se me ha ido la lengua muchísimo. Joder. No tengo filtro. Al menos no se lo estoy contando a un superior de mi villa. “ se consoló.
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Confome Kazui le iba relatando su historia, el Uchiha no pudo sino sorprenderse de una forma que no supo encajar muy bien por las múltiples similitudes que podía encontrar entre la suya propia y la del genin de Kusa. Casi parecía que en realidad ambas hubieran partido del mismo mito, que se había ido deformando y contando de boca a boca, y de distinta forma, a lo largo de las generaciones. Pero no lo era, claro; sino una historia muy real. La de las vidas de ellos dos, tan distintos como eran, tenía muchos puntos en común. El colofón final fue una habilidad que Kazui decía tener y que, supuestamente, le había permitido... «¿Estimular el crecimiento vegetal con su simple tacto?», se preguntó Akame. O, al menos, eso era lo que se podía deducir de las palabras del kusajin.
—El poder de hacer crecer vida vegetal... Ciertamente, nunca he oído hablar de nada como eso. Siendo de Kusagakure no sato, la Aldea Oculta entre la Hierba, sería de esperar que alguien de tu Villa pudiera darte las respuestas que estás buscando —aventuró el criminal. Luego soltó una risilla chistosa y agregó—. ¿Has probado a buscar información de ello en la biblioteca? Porque tendréis bibliotecas, me imagino.
«Bueno, es jodidamente irónico esto. Si tuviera que inventarme un Kekkei Genkai al modo de Kusa, probablemente sería similar a lo que este tío me está diciendo». Akame rió para sí con su propio chiste, luego se echó a un lado del sendero y arrancó un tallo del suelo. Alargándoselo a Kazui, se puso el cigarro en la boca y habló.
—¿Lo has hecho más de una vez? A ver, dale. Inténtalo.
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—El poder de hacer crecer vida vegetal... Ciertamente, nunca he oído hablar de nada como eso. Siendo de Kusagakure no sato, la Aldea Oculta entre la Hierba, sería de esperar que alguien de tu Villa pudiera darte las respuestas que estás buscando. ¿Has probado a buscar información de ello en la biblioteca? Porque tendréis bibliotecas, me imagino.
-Si. Bueno, no. Pregunté en la academia, pero no fui en persona. La mayoría de los registros de habilidades fuera de lo normal no están al alcance de un genin recién licenciado sin una buena razón. Y si doy mi razón, tendré que explicarlo. Por si no lo has notado, lo mío no es el don de gentes, si miento seguro que me pillan. – Con un suspiro terminó la frase. Esperaba encontrar más respuestas, pero tenía que buscar quizá por los cauces normales.
—¿Lo has hecho más de una vez? A ver, dale. Inténtalo.
Extendió su mano, y tomo el tallo que Cuervo le pasaba. Era lógico que quisiera una demostración. Sostuvo con fuerza el tallo con la mano izquierda cerrada en un puño. El extremo sobresalía hacia su mano derecha, que lo sostenía con la palma hacia arriba.
-Lo he intentado otras veces. Desde que entré en la academia puedo controlar mejor esto. Al menos no me cuesta un esfuerzo tan grande…
Cerró los ojos y se concentró. Recordó como las primeras veces fueron sus sentimientos los que disparaban, por así decirlo, el cambio.
Lo que en un principio era un proceso largo que podía llevar algún minuto, ahora normalmente le llevaba unos pocos segundos. Normalmente… “Joder… no me sale. A ver, respira. Respira…” El hecho de mostrárselo a alguien le resultaba incómodo. No terminaba de conseguir centrarse.
Se centró en esas emociones. La diferencia era que ahora conocía el chakra de otra manera. Una más formal, más empírica. Poco a poco notó como su ser se encendía un poco, y su fuerza fluía. Contuvo la respiración un par de segundos. Se obligó a hacerla fluir ese calor hacia sus manos. Luego un poco más allá. Un poco más. Sintió como fluía y se desprendía de sus manos.
Cuando abrió los ojos, el tallo aún estaba creciendo. Expiró el aire con un pequeño suspiro y el crecimiento se detuvo poco a poco hasta terminar.
Lo que fuera un tallo, poco mayor a una mala hierba común, ahora medía tres palmos más. Habían crecido hojas desde su base, desde el lugar donde el genin lo sostenía, se había bifurcado levemente y en la punta del tallo principal nacían pequeños capullos y yemas preparados para germinar y para seguir dando hojas, respectivamente. Por su parte, desde la empuñadura de Kazui se desprendía ahora un manojo de raíces.
“No está mal. Me ha costado arrancar, pero apenas me he cansado” Kazui sonreía internamente, satisfecho con su resultado. Notaba que se le había escapado un poco de su energía, pero la planta era pequeña y se notaba mucho mejor que en otras ocasiones.
-Desde que estuve en la academia me cuesta algo menos. Antes era un esfuerzo mucho mayor, que me tomaba más tiempo. No voy a decir que me salga natural… pero como has visto, no me es difícil.
He probado con otras plantas, y me ha funcionado con todas, más o menos.
Tendió de nuevo el tallo al viajero para que lo observara. Sentía curiosidad por saber su opinión.
-He pensado en esperar. Conseguir alguna misión que, o bien me dé la posibilidad de trabajar con alguien que me facilite el acceso, o bien surja la necesidad de investigar algo… y desviarme un poco…
En fin. Como eres un viajero, supuse que podrías decirme algo al respecto de esto. “Quizá otro enfoque, o simplemente pueda explicarme que cree que ha visto…”
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