El tecleo se detuvo y el pelirrojo levantó la mirada hacia donde el Uchiha se sentó.

—¿De verdad? Vaya, eso no me lo esperaba. Pensé que solo estaban de paso, pues Renko me dijo que ustedes al inicio no querían quedarse demasiado tiempo— Abrió un cajón de su escritorio y sacó un formulario, extendiéndoselo al Uchiha a la vez que el daba una pluma. —Échale una buena ojeada y luego firma para confirmar que aceptas los términos.

No había nada fuera del otro mundo en aquel papel. Cosas simples como que el corredor se comprometía para no hacer trampa, que los organizadores no se hacían responsables por ningún daño o prejuicio durante la competición, el indicar el tipo de montura y comprometerse a usarla el día indicado y un largo étcetera.

Mientras él leía, Utage se levantó de su asiento y caminó hasta un archivador, sacando de ahí un trozo de tela blanca númerada con el veintidós, que además tenía cintas para ser amarrada.

—Deberás colocarla a un costado de tu animal para identificarte durante la carrera—. la dejó enfrente en el escritorio mientras el suspiraba y volvía a su silla. —¿Qué te hizo tomar esta decisión?

El Uchiha leyó los términos concienzudamente, temeroso de alguna cláusula que pudiese salpicarle en adelante. No la halló, y la firmó con gusto, poniendo sus datos, el tipo de montura y su firma: el Intrépido.

Luego, tomó la cinta con el número veintidós inscrita.

—¿Hmm? Ah, por mi amigo, Riko. Quiere quedarse unos días. Reposo por el golpe, me dice. Aunque yo creo que más bien está encaprichado con… —¿Su hermana? No, mejor no decir aquello. Carraspeó—. En fin, que viendo que me voy a quedar unos días y no tengo nada con lo que pasar el tiempo, decidí apuntarme. Pinta divertido, ¿no?

—Riko, eh—. Una gota de sudor resbaló por su cabeza. —Respecto a eso... Escuché que mi hermana fue a verlo a de nuevo. Te estuvo buscando a ti durante todo el día, pero cómo no te encontró decidió ir a por tu amigo y ponerlo a trabajar con las decoraciones del festival. Ahorita mismo debe estar inflando globos y entrelazando papel corrugado en la bodega. Casi puedo ver a mi hermana metiendo la llave de la puerta en su brasier....— un escalofrío para nada discreto le atacó.

»Sobre si es divertido o no, dependerá de si te gustan los retos extremos. El desierto no es para todos.

El Uchiha rio. Riko, su Genin, inflando globos como si de un mero civil se tratase. Casi hasta pagaría por verlo. Casi.

—Pues a ver si voy a echarle una mano… Después de… Resolver unos asuntos —como era tirarse en la cama a dormir—. ¿Los retos extremos? Oh, esa son mi especialidad. Aunque no tengo ninguna esperanza en ganar. He oído que participa gente muy buena y veterana. ¿Algún consejo para hacer una buena carrera?

—Bueno, hay un truquito que no muchos saben— se refugió nuevamente tras la maquina de escribir, aunque se le notaba cierto nerviosismo. —Digamos que a los caballos domésticos no les agrada mucho el aroma de los camellos, por lo que pueden llegar a desestabilizarse al oler alguno— se detuvo un instante, un error al typear. sacó la hoja del rodillo, la arrugó y la lanzó al bote de basura. Rebotó en la orilla, pero no iba a levantarse a recogerla y quedar aún más en ridículo. —No es trampa, es algo a lo que arriesgas una vez escoges tu montura. Ya te imaginarás porque las clausulas de desentendimiento— Tomó otra hoja y tras ajustarla empezó de nuevo.

»Sucede en la mayoría de casos, así que realmente la primera fase de la carrera es la más caótica.

Datsue envolvió el labio superior con el inferior, mientras asentía, visiblemente complacido por la nueva información obtenida.

—Vaya, ¡pues muchas gracias! —Aunque imaginaba que el famoso caballo de Bando ya estaría más que acostumbrado a los camellos—. Bueno, pues le dejo que siga con su… trabajo. ¡Hasta luego!

Sin más que hacer allí, el Uchiha se asomaría al pasillo, comprobaría de una rápida visual que Homura no se encontraba por allí, e iría directo a su habitación. Cerraría con llave. Se quitaría la ropa. Y…

Pasaría el resto de la tarde tumbado en la cama. Descansando. Recuperando fuerzas. Si nadie le molestaba, no sería hasta el atardecer, cuando la noche hiciese eco en sus tripas, que se levantaría para ver qué había de cenar.

Las horas pasarían, el sol se ocultaría lentamente sobre el oeste, con las nubes sirviéndole de camuflaje, decorando el cielo con una extraña mezcla de naranjas y morados. Así, la luna saldría nuevamente a desfilar con su séquito de estrellas acompañándole como los niños que siguen a su maestra en una excursión. Abajo, la pianola sin pianista, sonando cómo si un fantasma estuviese al mando. Cabe decir que había mucha más gente, pues la conmoción había pasado y la rutina poco a poco volvía a su alegría habitual.

Normalmente el Yotsuki estaría abajo en la misma mesa de siempre, pero esta vez no estaba asomado por ningún lado. ¿Donde se habría metido? De todas formas, aquello no importaba al Uchiha.

Sin embargo, el que sí se encontraba en aquel lugar era el enfermero, con la mesera de lentes a la par de su mesa, riéndose mientras el rubor se apoderaba de sus inocentes mejillas. Incluso, algunas otras jovencitas e incluso señoras mostraban algo de celos con la cuatro ojos.

El Uchiha huyó de cualquier aglomeración. Se fue a sentar en un sitio libre, viendo que —otra vez—, Riko no acudía para la cena. ¿Qué demonios le pasaba a aquel chico? ¿Seguiría trabajando con Homura? Esperaba que, de estar con ella, estuviese haciendo otro tipo de cosa.

Vio al enfermero, junto a la camarera que le había llevado el desayuno, riendo a carcajada suelta. Roga andaba desaparecido.

«Bah…» No tenía ganas de relacionarse con nadie. Se aseguró de que su comida no contuviese ni la mínima porción de huevo. Comió a gusto, y, si nada se lo impedía, volvió hasta su habitación una vez cenado.

No quería ganarse problemas. Ni llamar la atención. Lo único que buscaba era que los días pasasen rápido hasta el famoso día de carrera.

La noche sería calmada, y el día siguiente, común y corriente.

Homura había acaparado a Riko para todos sus caprichos. Que si repartir volantes debajo de las puertas, que si colocar las decoraciones, que si pintar las líneas de salida, que si montar los pequeños puestos de comida para los vendedores. Si ella daba con el Uchiha, seguramente asignaría la mitad de todo aquello a Datsue, aunque ella tenía un especial interés en vigilar al Kaguya, quién sabe con qué intenciones. En los establos, la esposa del alguacil no sólo alimentaba y limpiaba a los animales, pues si Datsue volvía a verlos notaría que le habían hecho un corte de pelo un tanto ligero a su camello.

Quedaba por montar la tarima para el baile, pero pronto las misteriosas nubes sobre Shirotora rompieron a llorar y el místico líquido conocido cómo agua se resbaló por los tejados y mojó el suelo. Y aún así, la precipitación apenas superaba a una llovizna; Amenokami apenas iba a darles migajas a los habitantes de aquel sitio. Por su lado, algunos decidieron permanecer adentro, mientras otros aprovechaban para recoger algo en cubetas y toneles y guardarlo para sí.

Nuevamente, otro atardecer tranquilo.

En el pequeño bar del hotel, los turistas se juntaron para celebrar que estaba cerca la culminación del Festival de los Arroyos. Tal y cómo cuando llegaron por primera vez a Shirotora, la música reinaba nuevamente y los comensales se turnaban para alegrar el ambiente. Mañana sería el último día que tendría para mentalizarse, pues pasado la carrera daría comienzo a primera hora de la madrugada cuando el sol se asomase en el horizonte.

Entre tanto, el Yotsuki nuevamente se había montado en el escenario guitarra en mano, aprovechando claramente la fiesta. Estaba vez cantaba sobre un enamorado celoso, sin saber si creer en los rumores que contaban sobre su amada. ¿Dónde había estado? Pues con un trabajo que quizás iba a írsele de las manos. "En la que me ha metido el abuelo, sea la madre..." Al menos podía relajarse un rato antes del día importante. Las nubes negras auspiciaban más que una simple lluvia.

Dígase una cosa de aquel pueblo: no había mucho que hacer.

Claro que Riko parecía la mar de entretenido —o, al menos, ocupado—, pero no era así para Uchiha Datsue. Aburrido, pasó la mañana y la tarde casi enteramente en su habitación, tratando de diseñar algún fuuinjutsu nuevo. Había uno que se le estaba resistiendo desde hacía un tiempo. No era para menos, pues, si lograba hacerlo funcionar, estafaría a la mismísima Izanami.

Por eso, aquella noche, tras tomarse unas copitas, el Uchiha decidió estirar las piernas y dejarse llevar por la música. Bailaba con una copa en la mano, distraído y sin prestar mucha atención a nadie, ensimismado en sus propios pensamientos. Entre todos ellos, había un rey claro: ganar la carrera de pasado mañana.

¿Cómo lo lograría, sin hacer trampas? Lo veía difícil. Demasiado. «Pero, no te echan por hacer trampas», pensó. «Te echan por descubrirte haciendo trampas».

Sonrió. Allí estaba la clave de todo.

A muchos no iba a importarles que un adolescente estuviera borracho en medio de un bar, en especial porque seguramente los presentes tenían aún más tragos encima que el Uchiha. Algunos vitoreaban de manera anticipada su propia victoria, mientras otros no tenían pelos en la lengua para maldecir a Bandō, el claro favorito.

—Sarta de animales, agradezcan que Shishio no vino este año— Bufó la cantinera desde su sitio. —Es una lástima, hubiese sido un buen espectáculo— Un enfrentamiento en donde el bandolero prodigio y el mayor veterano de las últimas décadas sonaba a un evento imperdible, pero bien sabía el Yotsuki las condiciones que impedirían aquello.

Finalmente, el de cabellos tricolor bajó del escenario, subiéndose en su lugar un par de morenos que tocaron algo similar a una cumbia, causando que muchos más ocuparan la pista de baile. Pasó a la barra a pedir, cómo no, un batido de chocolate. No se trataba sólo de que no tenía edad para beber, sino que directamente pasaba del sabor de la mayoría de bebidas alcohólicas, las cuales nunca han sido agradables a su paladar. ¿Entonces ya las había probado? Un incidente a los cinco años que es cuento para otra ocasión.

Tomó su bebida y se mantuvo en silencio en la barra, hasta que un grito proveniente de la calle interrumpió nuevamente la algarabía.

—¡EL BANDIDO A VUELTO!— Se escuchó desde las afueras.

No lo dudó ni un instante y esquivando a cuanto borracho estuviese en la pista, salió corriendo al exterior, aunque la escena no era para nada lo que esperaba. "¿¡Pero qué demonios!?" Muchos pensamientos similares rondaban las cabezas de los curiosos que estaban afuera.

Aquel al que llamaban Sadao, estaba parado en el tejado del edificio de enfrente. Y esto no lo digo en pretérito imperfecto, no, hablo en el más literal de los pasados, pues antes de alguien pudiera decir algo el shinobi cayó desde su posición hasta el suelo de la calle. Algunos, temerosos, se acercaron a ver cómo estaba: No respiraba. ¿Había muerto con aquella caída realmente? "Algo no anda bien aquí." No hubo ataque esta vez, pues el victimario se había convertido en la víctima de algo peor.

«¡Anda, no me toques los huevos!» ¿Es que no podía tener ni una noche de tranquilidad? ¿Siempre tenía que pasar algo en aquel pueblo? ¿Y dónde se había metido Riko, ahora que lo necesitaba?

Malhumorado, dejó la copa junto a la barra mientras avanzaba a empujones hasta la salida. Lo hizo justo a tiempo para ver cómo el bandido que había logrado escapar la noche anterior se precipitaba hacia el suelo. Hacia su muerte.

¡Crash! Sonó a roto.

—No jodas… —Aquello le pareció surrealista.

Activó el Sharingan, y en lugar de ir a por el cadáver, subió haciendo uso de su chakra hasta el edificio al que el hombre había estado subido. ¿Le habría empujado alguien? ¿O simplemente se había suicidado?

Qué extraño. Qué extraño era todo aquello.

—Oh no— Homura llegó corriendo, para luego tomar de los hombros al Yotsuki y sacudirlo con violencia. —Rápido, averigua que está pasando.

—Podría hacerlo si me sueltas— Apartó los brazos de la pelirroja con el suyo propio. —Datsue ya se adelantó...— decidió seguirle el paso y escalar la misma pared.

Arriba, lo primero que vería Datsue en el otro borde sería una silueta cubierta con una capucha y una capa. Alta, delgada. Pero el negro que le envolvía no era lo más siniestro, sino el hecho de que sus pies realmente no estaban tocando la orilla, simplemente estaban suspendidos entre el espacio sobre el callejón. Esta silueta no se giró en ningún momento para verle, no. Era lo suficientemente astuta para no hacerlo.

—¡Datsue!— anunció su llegada, saltando al tejado.

Quienquiera que fuese esa persona, no tenía las intenciones de que su identidad fuesen relevadas, por lo que se echó a correr, o mejor dicho a volar; tanto en sentido figurado cómo literalmente, porque la velocidad con la que lo hizo sobrepasaba en demasía a los shinobis.

—¿Qué?— Él no vio absolutamente nada.

«¿Qué coño…?»

Una silueta negra se suspendía en el aire al otro lado. Flotaba, literalmente, en el aire. Datsue jamás había visto cosa igual. No tenía un chakra especialmente potente, ni grande, pero su velocidad…

Cuando arrancó a volar, el Uchiha supo en aquel instante que era inútil tratar de seguirle. Era demasiado rápido para él. Casi era hasta demasiado rápido para sus ojos.

—Interesante… —¿Quién demonios era aquel tipo? ¿Qué tramaba? Desde luego, no era como los hombres a los que se había enfrentado la noche anterior. Ese estaba a otro nivel. Ese jugaba en su liga—. Parece que este pueblo no va a ganarse más que disgustos.

Y esperaba que, cuando sucediesen, él ya estuviese muy lejos. Algo le decía, sin embargo, que volvería a ver a aquel tipo antes de finalizar la famosa carrera.

—¿De qué estás hablando?— caminó hasta el uzujin y quiso verle de frente. —Verte mirando a la nada es tétrico, es cómo si acabases de ver un fantasma— Se llevó las manos a la cintura.

Abajo, los curiosos se aglomeraron en un círculo alrededor del bandido caído. Incluso alguien gritó que llamaran al médico del pueblo, sin saber que nada se podía hacer ya por aquel pobre cretino.

—No me pagan lo suficiente para esto... Es más, ¡ni siquiera me pagan nada!— Bufó mientras trataba de asimilar lo ocurrido.