Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
14/04/2019, 19:47 (Última modificación: 14/04/2019, 19:53 por King Roga. Editado 1 vez en total.)
El calvario inicial dio comienzo. Era quizás una de las partes más peligrosas. Tal y como le advirtió la vaquera, a los caballos no suelen gustarles los camellos.
Fue así que más pronto que tarde algunos de los animales se desbocaron de terror. Esta misma euforia, contagiaría a algunos otros formando una estampida en la cual muchos jinetes apenas y podrían mantener el equilibrio como si estuvieran en medio de un jodido rodeo. Cabe destacar, lo terriblemente letal que podía llegar a ser un accidente durante el arranque.
Pronto se daría cuenta el Uchiha de porqué no cubrían daños y perjuicios, cuando otro competidor casi lo choca, siendo que el caballo se alzó al último momento tirándose de espaldas y cayendo con todo su peso sobre el jinete.
En cambio, vería a Galante y al bandolero sacar ventaja, sorteando a los caídos como si solo fuesen obstáculos de pista. Incluso, tirando de coz y pecho para apartar a los demás del camino. ¿Culparían al animal o al jinete? Era un pequeño vacío legal en la cláusula de jugar limpio.
14/04/2019, 20:05 (Última modificación: 14/04/2019, 20:05 por Uchiha Datsue.)
«¡La hostia! ¡Menudo caos!»
Gente cayéndose de sus monturas. Jinetes aplastados por sus propios caballos. Un golpe de mala fortuna, y podía acabar muy mal. Como ninja que era, no le preocupaba en demasía su seguridad. Había recibido golpes mucho peores que el peso de un camello contra sus costillas. Pero si su montura salía herida, la carrera habría llegado a su fin para él.
Por eso, optó por alejarse un poco del caos, aunque eso le hiciese perder unos pocos segundos, tratando de ser conservador al principio. Sabía que era cuestión de poco tiempo que la ruta se despejase algo más y pudiese cabalgar a gusto.
Con el rabillo del ojo, vio a Bando encabezando la marcha, sacándole cada vez más ventaja. ¿Hora de activar la pequeña sorpresita? No lo creía. Estaba demasiado a la vista, demasiado expuesto. Además, todavía tenía esperanzas en que su pequeña táctica de desestabilización hubiese funcionado, y Bando no diese vuelta una vez llegado al templo.
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Sabia decisión por parte de Datsue, pero no era el único.
No muy lejos de ahí, Homura intentaba tranquilzar a su yegua. En su caso, notaría dos parches en los ojos del animal, justo a los costados para que tuviese que depender totalmente de la guía del jinete. Además, la chica tenía una ventaja crucial que nadie más poseía: era la competidora con el peso mas ligero de entre todos los presentes.
Era así, que una vez calmados los ánimos, un tercio de los corredores ya estaban eliminados, o incluso en el otro lado sino es que heridos.
El rocío del cielo, ahora se había convertido en llovizna.
«¡Mierda!», pensó Datsue, cuando vio los parches en la yegua de Homura. En aquel poco tiempo de carrera, ya había pensado que, de ser necesario, asustaría a su montura con una pequeña y rápida ilusión. Pero con esos parches a los lados de los ojos… Iba a tener que situarse justo delante de ella si quería cruzar miradas.
Y el Genjutsu no lo necesitaba realizar cuando estaba delante… sino detrás.
«Bueno, por ahora céntrate en la carrera, joder. Todavía queda mucho. Eso solo sería como último recurso».
—Vamos, ¡vamos! ¡Arre, arre!
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Datsue optó por tirar de la velocidad. Una jugada un tanto arriesgada, puesto que aunque lograría sacar buena ventaja respecto a las otras monturas, la suya propia probablemente iba a estar fatigada para cuando llegaran a la segunda zona, la zona de resistencia.
Pocos camellos habían optado por seguir esta estrategia, a sabiendas de que la constancia les rendiría mejor ya avanzada la carrera. En su lugar, muchos de los jinetes a caballo eran los que se estaban peleando a sus alrededores por rebasar y sacar ventaja antes de que perdieran el impulso en las dunas. Lo cierto era que por increíble que parezca, los camellos eran mucho más rápidos de lo que podría esperarse.
No tendría que preocuparse mucho, salvo por el ya mencionado Galante que corría cómo alma que llevaba el diablo. Era tal, que el Uchiha le habría perdido el rastro hace escasos minutos.
Homura desapareció de su vista también. ¿La habría dejado atrás? El rocín de ella era más un animal para salir a pasear al oasis, pero la pelirroja quizás tuviera algunos trucos bajo la manga.
El paraje estaba adornado con algunos riachuelos que llevaban la poca agua de las lluvias anteriores, percudidas en tierra, dándoles un aspecto sucio y de color café. Por ahora no eran un problema, pues podrías pasar encima sin más temor que el de enlodarte el pie. Digo por ahora, porque las nubes se arremolinaban en el cielo, oscureciendo el desierto ante un espectáculo que sólo una vez cada diez años serían capaces de ver.
Sí, quizá su estrategia fuese arriesgada, pero el Uchiha prefería correr algo ahora, que podía, que no cuando llegase a la zona de resistencia. Allí, tal y como le habían explicado, el terreno era irregular, impropio para cabalgar debido al peligro de romper una pata al animal y las dificultades que suponían correr por una zona embarrada.
—¡Shouu! ¡Shoouu! —dijo, tirando algo de las riendas para bajar la velocidad—. Tranquilo ahora, compañero. Tranquilo ahora. Esto vamos a hacerlo con calma.
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¿Cuantos minutos pasaron? ¿Cuantas horas? Las suficientes para divisar a lo lejos una marea de arena grisácea, sin lucir su habitual dorado producto del sol. Amenokami había decidido pasarse por el sitio y darse un caprichito, regalándoles migajas de su benevolencia a aquel pueblo alejado de su mano. Eso si, aquello no las volvía más transitables.
La pata del camello no solía hundirse en la arena gracias a la forma de sus huesos, pero la leve humedad fastidiaba un poco esta característica. Sin embargo, algo más preocupante tenía por delante.
Huellas.
Huellas anchas.
Huellas anchas de un casco sin herradura.
Las huellas de Galante.
Una hilera muy larga, dejando un rastro que le dictaba que desde hace muchísimo tiempo se le había adelantado. Una pata poco habitual para los animales propios del desierto, pero que aquella cruza rara le venía cómo anillo al dedo. Por eso, es que el bandolero nunca desconfío de su montura. Porque era única en el mundo.
«Puto Bando de los huevos», Aquel hijo de puta le llevaba una ventaja más que considerable, y si su treta de que se entretuviese por el arma no funcionaba, iba a pasarlo muy mal para ganarle. Incluso con el sello que había dejado en su montura, la diferencia era demasiado grande.
«Joder, tengo que hacerme con una cría de Galante. Ese caballo es la hostia»
Por el momento, siguió igual en la carrera, sin transmitirle los nervios al camello. No consideraba una buena idea acelerar justo ahora, y, además, luego había que volver. Era ahí donde se suponía que su camello empezaría a sacar su lado bueno: el de la durabilidad.
Galante era muy veloz, sí… ¿Pero aguantaría aquel ritmo durante toda la carrera?
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Galante iba, más que sobrado. Pocos conocían la verdadera historia de aquel cimarrón que llegó a las manos del Roger bastardo.
Quién no iba tan bien era Homura, a quién divisaría intentando descender de una duna más adelante, aunque las delgadas patas de su rojiza montura trastabillaban en aquel terreno de arena ahora fangosa.
«¡Así que la capulla sí me había adelantado!», pensó, rabioso, cuando vio a Homura en una duna de más adelante.
Giró con las riendas y fue directa hacia ella. ¿Su táctica? La de Bando. Que su camello empujase un poco al caballo, que chocase, que le dejase olerle. Quería provocar el miedo en su montura y dificultarle todavía más la bajada.
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Lo cierto es que la chica tomó un rodeo, llendo por la periferia y así ahorrar energía mientras todos atravesaban el centro. Sin embargo, llegada a tan profunda distancia de todas formas tuvo que integrarse al desierto.
—Vamos linda, tu puedes— intentaba que el animal estuviese tranquila.
Sin embargo, sintió un escalofrío cuando el Uchiha ascendió a su posición.
—!Ohnononononono¡ ¡ALÉJATE HIJO DE PERRA! ¡No sabes lo que podría pasar si Flamarea se cae desde aquí— Hablaba más preocupada por su montura que por ella.
Datsue miró a Homura, y tan solo vio un obstáculo que se interponía entre él y veinticinco de los grandes. Entre él y un chalet al lado del mar. Entre él y un velero. Entre él y el paraíso. Sobraba decir que, ante semejante visión, no le importaba lo más mínimo superar el obstáculo aunque fuese partiéndolo por la mitad.
Pero entonces oyó algo curioso. Un peligro insospechado. Si continuaba, no solo estaría jugando el físico de Homura —que mientras no muriese, se la traía al pairo—, sino el de su montura. El de su yegua.
¿Valía más la vida de un caballo que veinticinco mil ryos? ¿De verdad?
—Bah… —Tiró de las riendas y retomó su ruta anterior. Ya encontraría otra forma de ganar.
A la mierda.
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Homura suspiró con un alivio que no había sentido en mucho tiempo. Una caída, una rotura de hueso y adiós todo. Porque una herida al animal era casi una muerte asegurada, no sólo por los costos sino porque aún teniendo el dinero no existían garantías de cura. Tenía todas las ganas de destrozar al Uchiha, pero no iba a arriesgar a su yegua por algo así. Si bien, iba a quedarse rezagada, por la misma dificultad que tenía para bajar, al ser una pendiente igual de peligrosa de todas formas.
—No temas, hazlo por mami. Tú puedes hacerlo, ya nos recuperaremos— la animaba mientras tenía sumo cuidado de no tropezar.
Datsue podría adelantarla a ella, aunque otros competidores aleatorios estaban pisándole los talones. Uno a caballo en capa bayo, dos a camello y un dromedario.
Desde el cielo, un ave vigilaba la escena. Pero esta ave no era un buitre en busca de las sobras, ni tampoco un águila sedienta de presas. Era una... ¿guacamaya? Si, una de color rojo intenso con alas azules, la cuál al ver al Uchiha alejarse y a la pelirroja retrasarse decidió descender y posarse sobre un solitario cactus de los tantos que se hallaban aislados en aquel lugar. Expectante, pero fastidiada.
«La caperucita roja está vulnerable. Es la oportunidad perfecta para obtener el mapa. Ah, maldito Shunsuke, hacerme volar con este clima. ¿Cómo están las cosas por tu zona, Kukulkán?»
No demasiado lejos de aquella zona, en el templo. Otra guacamaya se posó sobre la parte más alta de la entrada, caminando por los derruidos bordes de la edificación, o al menos la parte que no estaba sepultada. Era de un zolor azul claro con el pecho en amarillo. En su caso, parecía divertirse con la escena que tenía delante.
«¡Tendrías que estar aquí, Huracán! Están por empezar los madrazos ¡KUAKUAKUA!.»
Abajo, un desvelado Yotsuki se encontraba parado de frente a la enorme entrada de piedra, mientras una vieja mula estaba atada cerca. Tenía los brazos cruzados, manteniendo la sonrisa socarrona aunque por dentro estaba maldiciendo a Datsue en tantas lenguas antiguas que en vez de estornudos iba a darle una pulmonía de tanto que se acordaba de él. "Ese Uchiha de mierda tenía que abrir la boca." Si no, ¿cómo carajos se enteró Bandō de sus planes? Era la única persona a la cuál se la contó.
El bandolero, con una mirada de todos los diablos seguía montado sobre su terrible caballo negro, pero no parecía querer continuar con el trayecto.
—Me da igual que Shishio sea tu maestro o lo que sea. No estás en derecho de decidir el destino de nuestro patrimonio. Es algo que hemos resguardado y sólo porque a la bruta le salga de la concha cambiar las cosas no va a suceder. Kawaraga fue el padre que yo no tuve, fue el patriarca de este pueblo. No puedo permitir esto, así sea degollándote aquí mismo— mantenía las manos en las riendas, pero en cualquier momento un arma podía aparecer en sus manos.
—Aún tenemos otro enemigo que enfrentar, ¿o acaso piensas perder el tiempo aquí y dejarle servido todo en bandeja de plata para que se la robe?— alzó la ceja.
—No tiene el mapa. Y no va a tener el mapa. ¡No si te elimino aquí ahora y me lo quedo!— más pronto que tarde, tres navajas salieron voladas al entrecejo del Yotsuki.
—¡Whoa!— se tiró de espaldas, cayendo de culo con tal de tener polvo en las posaderas y no acero en la cara. Giró la nuca hacia atrás, viendo los proyectiles clavarse en el muro de atrás.
El bandido extendió su chaqueta, dejando a su vista una enorme cantidad de objetos punzocortantes dispuestos para ser tomados y lanzados en dirección a su oponente.
—¡Quédate quieto!— Amenazó mientras lanzaba más y más dagas en forma de picas de naipes.
Dos le pasaron cortando el pelo de la nuca, la otra quedó a un centímetro de los dedos de su pie, obligándolo a frenarse. Una más le cortó el brazo izquierdo y la otra le rasgó el chaleco. Y sin embargo, Rōga no tenía la mínima intención de contraatacar. "La puta madre, que no quiero lastimar a este pendejo. Joooodeeer, pero tampoco puedo seguir esquivándolo. ¿Cómo verga es que es tan rápido? Este hijueputa tiene mejor puntería que yo." Hizo lo posible por seguir saltando y esquivando.
En algún lugar lejano, una tercera guacamaya posada sobre el hombro de cierto tuerto castaño recibía las pláticas de las otras dos. «Compórtense par de inútiles.» Era una guacamaya militar, con una voz muy femenina pero ruda.
—El mandadero de Shishio se está enfrentando a un competidor de la carrera en el templo, el bandido. Mientras, la niña de rojo parece estar aislada en las dunas. ¿Por quién planeas ir?— Observó de reojo a su invocador.
—No lo sé, Tepeu, no lo sé. ¿Qué me aconsejas tú?
—Deja que se maten los dos que están en la entrada, pero a ti te tocará eliminar directamente al usuario de katon que mencionó Asobu. Quizás esté concursando en la carrera, aunque no conocemos su rostro. Asalta primero a la Reisei y luego sólo es de esperar a que aparezca el otro. Si vas al templo, te lo encontrarás de una u otra forma al ser un punto clave de la competición— se rascó las plumas del ala con el pico.
—Creo que te haré caso, si son ninjas o criminales no me importa tanto que desaparezcan... Buen trabajo, díselo también a tus hermanos.
—Vamos, vamos. Un pequeño esfuerzo más, campeón —animaba a su camello, al ver que más contrincantes le estaban pisando los talones.
Su estrategia era clara, ir directo al templo, y buscar por sus inmediaciones la famosa flor de napal rosa. La planta de la que crecía era bastante característica, si tenía buena vista, no debería serle difícil encontrarla. ¿O quizá sí? No tenía ni idea de la abundancia que había por allí.
Una vez pasase junto a las puertas del templo, dejaría un Kage Bunshin —quien activó el Sharingan—, al que prestaría su pergamino pequeño. Apenas prestaría atención en Roga y Bando. Tenía cosas más importantes en las que centrarse.
Qué inconsciente. No tenía ni idea de lo que se estaba gestando entre bambalinas.
El clon se acercó a ellos a pasos apurados.
—¡Ey! ¿Qué está pasando?
PV:
250/250
–
CK:
290/320
–
-30
–
Datsue:
136/160
– Clon:
136/160
–
-18
–*Sharingan activado*
Pergamino pequeño: Katon: Sogekihei Doragon sellado. [En manos del clon]
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