El clon sólo vería internarse al alguacil y a su esposa, muy pero muy extrañados de verlo ahí pese a que supuestamente había partido en otra dirección. No era tan fácil acostumbrarse a los versátiles poderes de los ninja.


—Eso no lo puedes decidir tú— Suspiró pesadamente. —Ay dios, el amo va a estar furioso conmigo— Se llevó la mano a la cara.

—Por mucho que seas el favorito del jefe te va a dar una putiza— Se burlo el pájaro.

Durante unos instantes, Shunsuke no respondió. Parecía estar pensando la respuesta mientras observaba los ojos rojos del Uchiha y su semblante se volvía mucho más serio respecto a todas las veces anteriores que le observó. Finalmente, soltó otro largo suspiro.

—Lo haré sólo si me respondas dos preguntas, y quiero que seas honesto— Entrecerró su único ojo. —Asobu no huyó, ¿verdad?— Estaba relajado, que no amenazante. Quiera que no, ya conocía la respuesta de la primera. —El no huiría dejando cabos sueltos, siempre haría todo de forma limpia y perfecta. No dejando que alguien como tu lo delatase tan fácilmente como lo hiciste allá cuando nos encontramos. ¿Eras tú transformado cierto? Viéndote en el templo, me hiciste dudar de si serías capaz de enfrentarte a Asobu y engañarle. Cómo sea, no me interesa cómo demonios fue derrotado, que en algún momento me esperaba que iba a terminar mal por su actuar. Pero, si hay algo que me interesa mucho saber— Se produjo un tenso silencio. —Dijiste que te contó su historia... ¿Qué tanto nos odiaba?— pronunció con tono melancólico, agachando la mirada.

Datsue se tomó unos breves segundos en responder. Suspiró.

—Sí, llevas razón. No huyó. Murió. No bajo mi filo, he de decir. Pero sí, era yo quien estaba transformado en él. Respecto a lo de si os odiaba… —Hizo un poco de memoria—. La verdad, sí. Hablaba de ti como su puto guardián. Me pidió que acabase contigo, de hecho, cuando todavía creía que iba a ayudarle. Decía que eras un idiota, estúpido y con pocas luces. Y de tu jefe tampoco hablaba muy bien, todo sea dicho.

¿Quería la verdad? Pues ahí le iba: con doble ración.

De entre todas las frases que pronunció, no pasó por alto el hecho de que Asobu quisiese confabularse de algún modo con un enemigo para exterminarlo solo para ser traicionado al igual que el cuando engañaba a las personas, resultando en una ironía que cerraba el ciclo. Respecto a lo de ser estúpido, idiota y demás adjetivos sobre su poca capacidad mental. Bueno, ahí no podía alegar, pero eso no provocaba que doliera menos. En general, su semblante se volvió casi depresivo depresivo. Incluso podría parecer que esos parados pelos también caían con melancolía.

—No puedo culparlo por sentirse así— Volteó la cabeza a la derecha, pensativo y con sonrisa triste. —Pero quién a hierro mata a hierro muere— Soltó un largo suspiró y se bajó del caballo. —Todos tuyos— le dio una palmadita a la yegua para que avanzase con todo y el Yotsuki a la espalda, trotando coqueta hasta Datsue.

—¡Oye Shunsuke! ¿Qué crees que haces? Kua— espetó el ave.

—Cumplir un trato.

—¿Y planeas cruzarte el desierto a pie o que?

El tuerto parpadeó sólo para llevarse luego la mano a la nuca y sacar la lengua por un lado, pasando a reír de forma nerviosa.

—¡Oye oye!— Alzaría ambas manos para llamar la atención del Uchiha. —Este, necesito un pequeño favorcito— Juntó ambas manos en señal de plegaría por lo alto mientras el agachaba la cabeza. —No recuerdo el camino de regreso y pues, Wiraqocha se ha quedado fuera de servicio un tiempo también. ¿Me llevas de regreso a Shirotora? ¡Prometo portarme bien!— Nadie en su sano juicio haría una petición como esa, ni creyendo que las personas fuesen idiotas para olvidar todo el daño que causó. Pero debemos recordar, que Shunsuke era todo menos una persona cuerda.

»Porfiiiiisss~

El Uchiha tomó las riendas de la yegua, la yegua que —él creía— pertenecía a Homura.

—Buena chica, Flamarea, buena chica —dijo, sin atreverse todavía a montar.

No por la yegua, sino por Shunsuke. No quería estar en una posición vulnerable, pues todavía no se fiaba ni un pelo.

—Lo lamento, Shunsuke, pero yo todavía no voy de vuelta al pueblo. —Antes todavía tenía que encontrar a Galante—. Pero te queda poco ya, tranquilo. Mira, por ahí —dijo, señalando a su derecha—. Procura dejar el sol siempre a tu izquierda, y calculo que en una media hora habrás llegado.

En realidad, si su sentido de orientación no le traicionaba, el pueblo estaba a su espalda, y no a su derecha.

—A bueno, si estoy tan cerca entonces no hay problema. ¡Gracias!— Dijo alegre el pobre e inocente de Shunsuke, quién de inmediato avanzó con toda confianza, pasando al lado del Uchiha con total indiferencia y más pronto que tarde, dándole la espalda mientras silbaba con toda la despreocupación del mundo. —¡Nos vemos!— Ni siquiera se volteó para despedirse, únicamente levantó la mano y la zarandeó con descaro.

El ave no dijo nada, pero lucía mucho más desconfiada, vigilando de reojo al Uchiha. Que digo de reojo, si estaba torciendo todo el cuello como mejor podía para clavar su mirada en él, cuidando la retaguardia de su invocador.

En algún momento, el ave le haría una seña con el ala, señalando con sus plumas sus propios ojos y luego extendiéndola hacia Datsue, como dejándole entrever que iba a estar vigilándole.

Si no pasaba a mayores, pronto ellos desaparecerían de su vista. Delante de Datsue, continuaba el camino de huellas con rumbo al paradero desconocido de Galante.

Datsue, lejos de exhibir la tranquilidad de Shunsuke, se le quedó mirando. Se le quedó mirando mientras pasaba a su lado, mientras caminaba dándole la espalda, y mucho tiempo más, mientras se alejaba hacia un horizonte de dunas interminables. A él, y a su pajarraco, que parecía compartir la misma desconfianza que él mismo.

Llegado ya a una distancia segura, el Uchiha se montó en la yegua, con Roga todavía encima, y tiró de las riendas para seguir las huellas dejadas por Galante.

Hora de terminar con todos los cabos sueltos.

Junto a Flamarea y Rōga, Datsue el Intrépido reanudó la búsqueda del destrero con paradero desconocido.

Las huellas seguían desviándose más y más de la ruta conocida, manteniéndose en un terreno árido y seco dónde apenas algunas plantas secas recibían el auxilio de la lluvia por el cuál aguardaron todo el año. En algún momento las huellas parecían ir en círculos, en un intento desesperado por arrancarse los makibishis. ¿Cómo un animal que había corrido una carrera de larga distancia mantenía aún tanta energía para alejarse tanto? Buena pregunta, aunque en algún momento las huellas de galope se volvieron más estrechas, indicando que disminuyó su velocidad y pasó a trotar, para luego ceder a la fatiga y ser simples pisadas.

Lo llamativo, es que otras tantas más aparecieron. Eran de cascos más pequeños, sin herradura. No parecía ser uno, dos, ni tres, sino cómo una docena.

Eran demasiadas. ¿Qué significaba aquello?

Datsue tiró de las riendas, mirando detenidamente las múltiples huellas que aparecieron junto a las de Galante. ¿Se había cruzado con otras monturas de la competición, quizá? No lo sabía. Era imposible hacer conjeturas tan pronto.

—Vamos —dijo, reanudando la marcha, esta vez a un paso más lento para asegurarse de que seguía el rastro correcto.



Mientras tanto, muy lejos de allí, un clon suyo se levantaba y tiraba de las riendas de un camello.

—Venga, campeón, suficiente, ¿no? Vamos a la cuadra, anda. Ya verás como allí te hinchas a comer y beber. Te vendrá bien.

Más adelante, las huellas seguían entremezcladas. Más pronto que tarde, cuando la luz del sol de la tarde finalmente parecía estar recuperando su terreno frente a las grises nubes, escuchó un relincho, y luego otro, y otro, y otro. Una manada entera de caballos salvajes, los cuales corrían libres en el páramo cerca de lo que parecían ser ruinas de una ciudad en abandono de la cuál apenas quedaban un par de pozos de agua a la intemperie, ya que el resto de edificaciones estaban derruidas a tal punto de que sólo eran paredes sin techo medianamente sepultadas bajo la arena y con una muy buena cantidad de vegetación seca en la zona.

Algunos simplemente ignoraron la presencia de la yegua roja, aunque otros parecían caminar más lento e inclinar las orejas un poco hacia atrás al notar al jinete en su territorio. ¿Estaría Galante escondido por ahí?

Sería entonces cuando un quejido más humano sería audible, tratándose este del joven Yotsuki que estaba a medio camino entre la inconsciencia y la realidad, llevándose una mano a la sien mientras apretaba los ojos.

—Mierda... ¿Qué pasó?— Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba encima de un caballo y menos de que Datsue estaba con él.


El camello finalmente se levantó ante el arreo de su dueño, caminando despacio pero seguro con rumbo al establo, pudiendo regresar al corral que tenían asignados por la esposa del alguacil.

¿Qué había pasado? Oh, pues…

Le tiró del pelo de la nuca y le propinó un tremendo puñetazo en la sien que le mandó volando al suelo.

—Shoou. ¡Shooou! —exclamó, tirando de las riendas para bajarse de la yegua.

Al bajar al suelo, aprovechó para propinarle una nueva patada a aquel cretino, esta vez en las costillas.

—¿Qué pasó, Roga? Bueno, entre otras cosas, que me traicionaste. Que me atacaste por la espalda.


Tentador, sin duda. Lo de cortarle las manos le parecía exagerado, pero por el resto… Era de lo más tentador.




Hecho su trabajo, y dejado el camello en buen lugar, el clon desapareció en una nube de humo.

Si no se había despertado por las buenas, aquel puñetazo si que lo hizo volver al mundo de los vivos de muy mala manera, cayendo sobre su costado derecho del cuerpo. "Vaya mierda de actitud." Apretó los dientes con rabia, abriendo los ojos cómo mejor podía para observar que el que le acababa de atacar ni siquiera se trataba de Shunsuke, sino de aquel condenado Uchiha de la Espiral. "Huh. Al final si que resultó ser un hijo de puta." Ni de broma iba a poder enfrentarse a él en su condición. Que de hecho, en cuanto le lanzó la patada apenas y tuvo tiempo para interponer el brazo izquierdo para bloquear y protegerse, más por instinto que por habilidad. Que de otra forma, iba a terminar noqueado de nuevo. "Pero..." De una u otra forma, iba a dar guerra. Tanto que incluso Datsue notaría que aquel débil chakra que notó desde la primera vez que se conocieron en aquella barra, ardía un poquito más.

—Traición, ¿eh?— Escupió saliva, sin poder levantarse siquiera del suelo. Simplemente, ladeó la cabeza y afiló la mirada. Ni en su mayor momento de debilidad, iba a permitir darle gusto a su rival de verle con el orgullo quebrado. Por mucho que intentase humillarlo o escarmentarlo. Esa arrogancia se la iba a llevar a la tumba. —Dijiste que no me ibas a ayudar y que el pueblo tampoco te importa, pero en cuanto ves el símbolo de ryōs seguido de un número con varios ceros a la derecha cualquier medio justifica tus propósitos. No te importa pasarle encima a quién sea y eso incluye usarme para distraer a Bandō de la carrera— Se quejó por la falta de aire y cerró los ojos del dolor. —Mi objetivo era claro. No dejar que nadie tuviese el arma, y entre esos nadie estábamos tú, yo, e incluso mi propio abuelo. Quise pagarte con tú misma moneda, pero veo que cuando te juegan a tu manera te pones a juzgar a otros sin quitarte primero la pajita que tienes en tus propios ojos— Resolló con dificultad.

»Los dos usamos al otro a nuestra manera para nuestros propios objetivos, que a decir verdad, es algo muy lamentable. Ninguno de los dos podemos negar eso. Ni siquiera te molestes en hablar de lo de los bandidos o lo del Doctor Hayashi, que yo tampoco pienso ponerme a presumir de un buenhechor que no soy. Yo confieso mis faltas, ¿y vos?

Se llevó la mano a los ojos, restregándoselos con el dedo mientras terminaba apoyando la mitad de su cara contra la húmeda arena en un intento por descansar de forma mínima. Ni toda la ayuda de Shunsuke por sanar parte de sus heridas fueron suficientes para aliviarle.

Él era muy honesto, además de que Shishio siempre le enseñó que podía ser libre cuanto quisiera, media vez asumiera las consecuencias de sus acciones. "Aunque el abuelo también me ha metido en una grande." Por sobre todas las cosas, seguía tratando de llevar la confrontación de la forma más pacífica posible, sea la ironía. Y sin embargo, nada de lo que dijera Datsue iba ya a amedrentarle, porque no podías recriminarle nada más a un acusado que ha confesado todo. Ahí, es donde estaba la diferencia, que él no necesitaba tirar de ensayados discursos. Era al final de cuentas, un niño normal que no resaltaba en lo absoluto de ninguna forma en especial por mucho que él se presentase a sí mismo como la última ame-cola del desierto. Tan grande y tan simple a la vez, con la que la sinceridad era mucho más contundente que toda la elocuencia del mundo.

Sonreiría, de no ser porque al más mínimo esfuerzo le dolía todo.

Cháchara, cháchara, cháchara. Aquello no importaba. ¿Quién tenía más o menos razón? ¿Quién contaba con la victoria moral? No importaba.


—¿Qué hablas, payaso? —le espetó—. ¿Qué me hablas de ryos, de lamentaciones, y de reconocer tus faltas? Yo no te juzgué, imbécil, yo solo dije que me atacaste por la espalda.


—Y me importan una mierda tus motivos. Has de saber que cuando jodes a Datsue el Intrépido, tienes que pagar el precio.

Le arreó tal patada en la cara que pareció la coz de una mula. Descargando toda su rabia en ella, rugiendo e insultándole incluso al mismo tiempo. Ese payaso, ese perdonavidas, ¡¿le iba a hablar a él de quitarse no sé qué pajita de los ojos?!

Se iba a enterar. ¡Se iba a enterar!

—Tranquilo, Datsue. Céntrate en lo importante, joder —¡La pasta! Y para asegurarla, antes tenía que encargarse de Galante.

Liberó una tela de sellado de su nuca y la tiró contra Roga para sellarle en ella. Una preocupación menos. Subió la tela a la grupa de la yegua y volvió a montar. Era hora de encontrar al Galante, un caballo fiero y con carácter como él solo. No debería ser difícil de diferenciar entre tanto potrillo de medio pelo.

Ese único puntapié, fue tan fuerte como para abrir una herida sangrante en la cara que se escurrió por frente hasta la nariz, aunque por suerte, también fue lo suficientemente fuerte para dejarlo noqueado al instante y no tener que seguir aguantando ese dolor. Como fuese, mientras estuviese confinado dentro de aquel extraño ataúd de vendas el tiempo estaría más que congelado para él.

Siguiendo con el camino, Flamarea estaba un tanto inquieta. El jinete no tenía prejuicios para lidiar contra un montón de mustangos salvajes, pero la yegua se sentía intimidada ante los gestos de aquella manada que parecían querer incitarla a largarse, aún advirtiéndole de que algo malo podía ocurrirle. La rocín por ratos retrocedía la cabeza, llegando al punto de negarse a avanzar más estando ya en lo que debió ser la entrada del ahora pueblo fantasma.

Aquellos corceles salvajes por ser cimarrones, gozaban de una elegancia y porte mucho más fuerte y llamativo de lo que alguien sin conocimiento pudiese esperar. Pero por lo mismo, eran famosos de mal carácter.

Las huellas de Galante, por otro lado, se distinguían sin problema y se adentraban en el pueblo. ¿Qué secretos escondía aquel caballo?

—Shh… Tranquila —dijo a Flamarea, dándole pequeñas caricias en el cuello—. Estoy yo aquí para protegerte. No tengas miedo.

Las huellas de Galante seguían siendo claras, adentrándose cada vez más y más en el pueblo fantasma. El Uchiha tuvo curiosidad. ¿Cómo habría muerto aquel pueblo? ¿Se habrían mudado sus últimos habitantes? ¿Habrían muerto? ¿Sido asesinados? Tan solo quedaban muros caídos como recuerdo. Eso, y un par de pozos.

Datsue sacó su cantimplora del cinto y dio un largo trago.

—Por aquí, Flamarea, por aquí.

La yegua finalmente avanzó, pero agachaba la cabeza en señal de mansedumbre ante las amenazantes miradas de los machos de la manadaaa salvaje. Ya no tenía su trote coqueto, sino que su andar era lento. Fue esto, lo que hizo que los cimarrones le dejaran pasar, pero no sin mantener la cautela.

El rastro continuaría hasta la mitad del pueblo, pero pronto algo no estaría bien. Y no porque faltara algo, sino porque sobraba. Y lo que sobraba eran huellas humanas, las de una sola persona, que por cierto, calzaba grande. Ambas pisadas se unieron, animal y humano, y caminaron juntas hasta el interior del pueblo. ¿Por qué Galante había venido aquí?


Más adentro, era apreciable otro edifico derruido sin paredes, pero que al conservar tres de sus vigas tenía medio techo aún sostenido, sirviendo como improvisado tinglado en aquel lugar. Si el Uchiha era precavido y quería guardar sigilo, al acercarse notaría que los makibishi estaban tirados fuera en el camino. ¿Quién se los había quitado? ¿Aquel misterioso sujeto? Pronto, otro de los makibishi salió volando desde la dirección del edificio en ruinas, y una voz ronca habló.

—¿Quién te hizo esto, eh muchacho?— Dijo la voz.

Debajo del improvisado cobertizo, estaba Galante acostado, y un hombre que aparentaba entre los cincuenta y sesenta años le revisaba las patas. Era moreno, de rastas y con algunas canas. Llevaba una barba de habérsela cortado mal en la última semana y sus ropas eran andrajosas. Y sin embargo, tenía un aire extraño y místico, algo que te decía a simple vista que no era alguien normal. Se arrastró sin levantarse y continuó examinándole las patas traseras, quitando el resto de las púas y lanzándolas lejos.

¿Un vago? ¿El último sobreviviente del pueblo? ¿Datsue iba a averiguarlo?