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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
Una oleada de calor la recibió en cuanto abrió la puerta, y Ayame no pudo evitar soltar un suspiro de alivio al sentir su abrazo. Pese a lo escalofriante del nombre de la posada, el sitio era realmente acogedor y hogareño. Todo lo contrario a lo que había podido imaginar hasta el momento. El calor provenía del centro de la estancia, donde una crepitante chimenea, alrededor de la cual se congregaban hasta cuatro mesas con dos o tres sillas cada una.

—¡Buenas noches, señorita, buenas noches! —La saludó el posadero, con una sonrisa de oreja a oreja. Era un hombre de mediana edad, bajito y rechoncho; con el albor de las canas asomando en la base de sus cabellos. Su simpatía enseguida disparó una sonrisa en Ayame.

—Buenas noches... ¿Les queda alguna habitación para pasar la noche? —preguntó, con la garganta agarrotada por el frío.

—¡Desde luego que tenemos habitaciones, desde luego! —respondió, para su fortuna. Aunque su alivio se vio enseguida sustituido por la sorpresa ante las voces que estaba dando el posadero. ¿Sería aquella su forma habitual de hablar?—. Ven a calentarte junto al fuego, ven. ¡Debes estar congelada!

—La verdad es que sí... fuera hace muchísimo frío —confesó, con una sonrisa nerviosa, y aceptó gustosa la invitación.

En apenas un parpadeo, el posadero había desaparecido tras el arco de una puerta que había tras la barra y había vuelto con un plato de sopa humeante que le ofreció sin ningún tipo de reparo. A Ayame se le hizo la boca agua en cuanto notó el calor del vapor y le llegó a la nariz el olor de los fideos.

—¡Come, muchacha, no seas tímida, come! —insistió el posadero, y ella no se hizo de rogar.

Tomó la cuchara, la hundió en la sopa y, tras soplar un par de veces, se la llevó a los labios. El reconfortante calor del caldo inundó su pecho y comenzó a extenderse lentamente hacia el resto del cuerpo.

—Pareces exahusta, vaya que si pareces! Si no es mucho preguntar, ¿se puede saber de dónde viene una chiquita como tú a estas horas de la noche? Si no es mucho preguntar.

Extasiada como esta, abrió la boca para responder la verdad. Que había viajado hasta allí y después de escuchar los rumores acerca de la fama de Rokuro Hei con su shamisen había decidido ir a la posada de Hogo el Gordo para poder escucharle con sus propios oídos. Pero justo en el último momento se dio cuenta de que ella no debería haber estado en un lugar así a aquellas horas de la noche, y las palabras se ahogaron en su garganta.

—B... bueno... —balbuceó, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad en una mentira lo suficientemente creíble. Al final terminó por señalarse la bandana de la frente—. De Amegakure. Cosas de oficio, ya sabe —sonrió, nerviosa, esperando que el posadero fuera lo suficientemente avispado para darse cuenta de que un shinobi no hablaría de sus misiones secretas y no hiciera más preguntas al respecto.

Para fortuna, o su desgracia, la puerta de la posada se abrió justo en ese momento. Pero Ayame palideció terriblemente al ver quién era la persona que atravesaba la puerta.

«El chico de los ojos rojos...» Maldijo su mala suerte. ¿Cómo podía ser tan desdichada? Después de haber rechazado su invitación de aquella manera, había tenido la mala fortuna de acabar precisamente en la misma posada donde él parecía estar hospedándose.

—¡Buenas noches, muchacho, buenas noches! —le saludó el posadero, con la misma felicidad con la que la había recibido a ella.

Sin embargo, Ayame hundió rápidamente la mirada en su plato de fideos. Como si contar fideos fuera la tarea más interesante del mundo en aquellos instantes. Sentía que el rostro le ardía, y estaba segura que no era cosa del caldo que estaba degustando.

¿Cómo podría siquiera mirarle a la cara?
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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#47
El siniestro caminante entró decidido al antro, en total y completo silencio, y deslizó su serpenteante mirada por la sala sin tapujo. Sus orbes rojos terminaron hincados en los de un jovial mayor, el cuál le dedicó un fuerte y agradable saludo lleno de vitalidad, pese al deterioro que lucía su cabellera. Parecía un tanto eufórico ante la presencia del chico, pero el trato había sido algo frío y distante, lo cuál le hacía una clara referencia a que no lo conocía en absoluto. Eso, o bien disimulaba de puta madre el cabroncete.

Un total de cuatro mesas con sus correspondientes sillas se situaban casi a mitad de la estancia, y en una de éstas se encontraba la presa. El chico de cabellera mas oscura que la propia noche alzó levemente el brazo, respondiendo con un gesto descastado al saludo del hombre, al fin.

Mantuvo por un instante el gesto, así como los pies plantados en el mismo lugar. Observó que la chica no llevaba su mirada mas alto a lo que alcanzaban sus fideos, y fue entonces que se dirigió con paso firme hasta la mesa contigua a la suya. Con la misma decisión inicial, tomó el asiento que daría espalda con espalda, y en completo silencio tomó la plaza. Alzó de nuevo la diestra, ésta vez buscando atraer al tendero, e hizo con gesto de abanico una seña para que éste se acercase.

Sé quien eres, y tú sabes quien soy. Déjate de tonterías, y trae lo que me debes. —Susurraría a su oído, en pos de que la chica no terminase de escucharle. —"Él" ya está fuera del juego.

Quizás estaba cometiendo el error mas grande de su vida, pero se dice que quien no arriesga no gana. Estaba haciendo un "All in" sin haber visto tan siquiera la primera carta, lo estaba jugando todo a la suerte. Aunque tampoco era para tanto después de todo, era una kunoichi, seguro que podía zafarse de los posibles problemas y de las adversidades. Para algo había entrenado durante tanto tiempo...

Si el hombre estaba implicado, seguramente se extrañaría. Si el de ojos rojos era cómplice, éste primero le llevaría la corriente. Si la chica era inocente, seguro que estaba poniendo el oído. Si por el contrario era la culpable, seguro que inquiría que había sido ella la autora. Sin duda alguna, el plan tenía pocos puntos flacos, era auténticamente bueno para el poco tiempo que había tenido para plasmarlo y meditarlo.

Lo peor de todo era que la cara de esa chica implicada realmente le sonaba, estaba completamente segura de que la conocía de algo... aunque aún no sabía de qué.
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#48
La situación se volvió un tanto tensa por momentos. El hostalero, sin abandonar su semblante simpático y afable, enarcó una ceja ante el comentario de aquel muchacho de ojos rojos.

¡Discúlpame, muchacho, discúlpame! Pero no tengo ni la más remota idea acerca de lo que me estás diciendo. ¿Vienes a por una habitación? Tenemos camas libres, una lumbre caliente y la sopa está deliciosa.

Ayame misma podría corroborar las palabras de aquel hombre; la chimenea desprendía un calor acogedor y la sopa estaba cargada de verduras y especias, dándole un toque exquisito.

Entonces la puerta se abrió una tercera vez, y el hostelero no pudo sino exclamar con sorpresa.

¡Por los mil escalones de Tengokuhenokaidan! ¡Sí que estamos teniendo clientes esta noche, sí!

El recién llegado era un tipo de mediana altura, complexión media y con el rostro más anodino que se pudiera imaginar. Era castaño, de ojos marrones y piel pálida; como solían ser los habitantes del País de la Tierra. Su semblante era de neutralidadtotal, y su expresión transmitía la más pura indiferencia. Parecía de esa clase de personas que todo el mundo olvidaba a los cinco minutos de haberle conocido.

¡Buenas noches, Unai, buenas noches! —saludó el hostelero con evidente familiaridad.

Buenas noches, Hachi —respondió éste con una monotonía somnífera—. Parece que tu hostal está concurrido esta noche —agregó tras echar un vistazo a la pequeña sala que, con tres personas, ya parecía abarrotada—. ¿Te quedan habitaciones libres?

El rechonchete hostelero dio una palmada de júbilo.

¡Claro, Unai, claro! Siempre tenemos camas libres en El descanso eterno, siempre. ¿Puedo ofrecerte algo de sopa, puedo?

Unai asintió con indiferencia mientras se quitaba su gruesa capa de viaje gris y la colgaba en un perchero cercano a la puerta. Luego tomó asiento en la mesa que no estaba ocupada por Ayame, sacó un pequeño libro y empezó a leer con aire ausente.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#49
Sin embargo, el chico ni siquiera respondió al afable saludo del tabernero. Aún con la mirada clavada en sus fideos, Ayame escuchó los pasos del joven acercándose hasta su posición. Sus hombros se tensaron inevitablemente, esperando el inminente reproche de no haber aceptado anteriormente su invitación y acabar apareciendo allí de todas maneras. Sin embargo, este nunca llegó. Pasó de largo su mesa y se sentó en la que quedaba tras su espalda. Por el rabillo del ojo vio que el tendero, servicial, se acercaba a él. Se dijeron algo entre susurros, pero por mucho que agudizó el oído, Ayame no llegó a escuchar sus palabras. A excepción de las del energético tabernero:

—¡Discúlpame, muchacho, discúlpame! Pero no tengo ni la más remota idea acerca de lo que me estás diciendo.

«¿Qué demonios le habrá dicho?» Se preguntaba una intrigada Ayame.

—¿Vienes a por una habitación? Tenemos camas libres, una lumbre caliente y la sopa está deliciosa.

Como si subrayara sus palabras, Ayame volvió a llevarse la cuchara a los labios. En eso no podía quitarle la razón. Pese a lo tétrico del nombre de la posada, aquel lugar había resultado ser un oasis en aquel desierto de frío. El calor de la lumbre la envolvía como un acogedor abrazo y el plato no sólo desprendía un aroma delicioso, el propio caldo tenía una exquisita mezcla de verduras y especias que también la calentaban por dentro.

Y antes de que nadie pudiera decir nada más, la puerta volvió a abrirse. Ayame temió que se tratara de la chica de cabellos blancos que había acompañado al otro.

—¡Por los mil escalones de Tengokuhenokaidan! ¡Sí que estamos teniendo clientes esta noche, sí!
—exclamó el tendero alegremente.

«¿Tengoku... qué?»

Afortunadamente, los temores de Ayame no se cumplieron. Cuando miró por el rabillo del ojo descubrió que el recién llegado era un hombre de piel pálida, mediana estatura, complexión media y un rostro que competía con el de Kōri en cuanto a expresividad. Tenía el cabello castaño, a juego con sus ojos.

—¡Buenas noches, Unai, buenas noches! —le saludó el tendero. Por su familiaridad, parecía que se conocían.

—Buenas noches, Hachi —respondió él, y Ayame descubrió, no sin cierta gracia, que también su tono de voz competía con la de su hermano mayor—. Parece que tu hostal está concurrido esta noche. ¿Te quedan habitaciones libres?

—¡Claro, Unai, claro! Siempre tenemos camas libres en El descanso eterno, siempre. ¿Puedo ofrecerte algo de sopa, puedo?

El hombre asintió mientras se quitaba su gruesa capa de viaje gris y la colgaba en un perchero que se encontraba cerca de la puerta. Después se sentó en una de las dos mesas que quedaban libres, sacó un pequeño libro y se sumergió entre sus páginas con aire ausente. Ayame no pudo evitar echarle una breve ojeada a su portada, tratando de discernir el título.

—Oye... Hachi-san —llamó al tendero, en cuanto le vio disponible—. ¿Qué es eso que has dicho antes de los mil escalones de Tengoku... Tengoku... lo que sea? —preguntó, con curiosidad. No podía evitarlo, le había llamado la atención con aquella expresión.
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

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