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De nuevo el silencio. Aquél silencio aterrador, como si Zetsuo pudiera arrebatarle la vida de un momento a otro. Por un momento, se preguntó por qué estaba haciendo. Por un momento, se preguntó por qué, si no estaban de servicio, si él no era ningún superior, se estaba inclinando ante él como si así lo fuera. Luego recordó su cara y su nariz aguileña y se le pasaron las ganas de cuestionar cualquier cosa.
Ahogó un grito cuando Zetsuo le agarró por el jinbei, y entonces creyó que le iba a golpear, pero sólo fue una amenaza. Una amenaza que bien podía haber sido un cuchillo apuntando a su garganta, pero una amenaza.
—N-no señor. No haría algo así. P-por favor. —El "p-por favor" no iba asociado al "no haría algo así" sino a "suéltame, por favor".
Zetsuo le soltó. Daruu se acomodó el jinbei, sudando de pura adrenalina, mientras el jounin se alejaba unos cuantos pasos de él. El hombre se cruzó de brazos. Y Daruu se alegró de que cambiasen de tema.
—Supongo que serás consciente de que el arte del Genjutsu no se domina de un día para otro. Requiere de estudio y, sobre todo, de un minucioso control del chakra. No es algo que esté al alcance de cualquiera. Y yo no seré un tutor beneplácito ni compasivo. ¿Estás seguro de querer seguir adelante?
—S-sí. Sí, señor. Estoy dispuesto. No se lo habría pedido si no estuviera dispuesto a hacer los sacrificios necesarios.
«Sólo me basta con saber cómo combatirlos, pero tengo la sensación de que ahora me ha atrapado entre sus garras y que quiere enseñarme más...»
Cerró los ojos. Recordó la horrible sensación de sentir su chakra manipulado, en el laberinto. Recordó su combate con Ayame.
—Sí, definitivamente estoy seguro.
—Nada, no creo que sea nada... —dijo Kiroe, con un deje de temblor en la voz. Clavó la mirada en Kori durante unos instantes—. Ayame. Cuida de mi Daruu, ¿vale?
Entonces, Kiroe sonrió maliciosamente, atacándola con sus ojos púrpuras. Era una sonrisa que decía muchas cosas. una sonrisa que señalaba. Una sonrisa que confesaba. Ayame no tenía ni tendría, en el futuro, idea de cómo lo había averiguado sin que nadie le dijese nada. Pero Kiroe había sido una excelente kunoichi. Sabía recoger información y transcribir mensajes. Y aquella sonrisa era un mensaje transcrito. Era una sonrisa que transcribía una frase.
"Lo sé todo".
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28/09/2017, 09:59
(Última modificación: 28/09/2017, 10:05 por Aotsuki Ayame.)
—S-sí. Sí, señor. Estoy dispuesto. No se lo habría pedido si no estuviera dispuesto a hacer los sacrificios necesarios —balbuceó Daruu, temblando de los pies a la cabeza como un chiquillo. Sin embargo, en un momento dado el Hyūga cerró los ojos durante unos segundos. Y cuando los volvió a abrir, sus iris destilaban una determinación férrea—. Sí, definitivamente estoy seguro.
«Esa mirada me gusta más.» Asintió Zetsuo para sí. Pero también se preguntaba si el muchacho sería capaz de soportar sus métodos de entrenamiento. Ayame se quebraba fácilmente, pero podía llegar a ser terriblemente terca si se lo proponía. ¿Cómo sería aquel muchacho?
—Bien. Empezaremos después del torneo, en Amegakure. Aquí no tenemos el tiempo ni los medios adecuados para hacerlo —sentenció, con un asentimiento—. Así que tienes tiempo para pensártelo... o arrepentirte —añadió, en una clara provocación.
—Nada, no creo que sea nada... —contestó Kiroe, y a Ayame le pareció apreciar un ligero tinte de temblor en su voz. La mujer clavó su mirada en Kōri durante unos instantes, y entonces añadió—: Ayame. Cuida de mi Daruu, ¿vale?
Ayame se sobresaltó, paralizada por la mirada de aquellos extraños y hermosos ojos púrpura que ahora la acuchillaban sin piedad. Kiroe sonreía, pero no era una sonrisa alegre, sino una sonrisa acusadora. Una sonrisa que la estaban señalando directamente. Y entonces se dio cuenta de que, de alguna manera, Kiroe lo sabía todo sobre su relación con Daruu. ¿Se lo habría dicho él? Una gota de sudor frío se deslizó por su sien, y con el rostro rojo como un tomate, se forzó a apartar la mirada y enfocarla en el plato de comida como si fuera de repente lo más interesante del mundo.
—Y... y... yo...
—No pasa nada, Ayame —intervino su hermano de repente, y, muerta de miedo, Ayame se atrevió a alzar sus ojos hacia él. ¿También él lo sabía? ¿Tan inútiles eran escondiendo información? Pero Kōri seguía tan imperturbable como siempre. De verdad era imposible saber con seguridad si realmente pensaba algo bueno o algo malo de aquello—. Cálmate.
Ayame respiró hondo y hundió los hombros, pero el corazón seguía martilleando en su cabeza. Escuchó entonces algo, y al alzar la cabeza comprobó que su padre y Daruu regresaban juntos.
Sin decir una sola palabra, el hombre volvió a sentarse en su sitio y siguió disfrutando de la comida. Pero antes de llevarse el primer bocado a la boca dirigió una larga mirada a Ayame que la atravesó de parte a parte.
«P... ¿Pero qué les pasa a todos hoy...? Me asustan...» Pensó Ayame, agachando de inmediato la cabeza.
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Zetsuo accedió a entrenar a Daruu, y aunque en un principio había recibido la noticia de que estaba saliendo con su hija... digamos que violentamente, todo había salido mucho mejor que en cualquier imaginario que el muchacho hubiera podido construir. Se sintió un poco decepcionado cuando el jounin indicó que empezarían el entrenamiento después del Torneo, pero luego, al reflexionar, se dio cuenta de que no podía ser de otra manera: no tenían permitido encontrarse con nadie más de los pocos días que venían de visita. Por el momento, debía conformarse con Fundamentos del Genjutsu.
El padre de Ayame terminó con una provocación que no le pasó desapercibida.
—Tendría usted que matarme para que me arrepintiese de esta decisión —afirmó con emoción y rotundidad—. Y tengo la sensación que ni eso le bastaría.
¿Por qué había dicho eso?
Zetsuo y Daruu volvieron a la mesa. El muchacho retiró la silla con delicadeza y se sentó al lado de Ayame. Miró fijamente a su plato, evitando la mirada con su pareja, y luego, dio un tendido y triste suspiro.
«Me comería otra más».
Cuando todos hubieron terminado, el camarero se volvió a acercar. El sonido del bolígrafo que utilizaba para apuntar las comandas sugería terror absoluto. El muchacho temblaba de pies a cabeza, y no se atrevía siquiera a dirigirle la mirada a ninguno de los que había sentados.
—¿Q... quieren p-postre?
—Sí. Quiero tarta de vainilla, por favor. —Kori fue el primero en hablar, por supuesto.
—Yo también, me apetece.
—Lo siento, pero... Sólo nos queda una, de modo que...
Kori-sensei le tendió una larga mirada con los ojos entrecerrados. Daruu tragó saliva y se encogió en el sitio. Al cabo de unos segundos, el jounin suspiró, y dijo:
—Evidentemente, entonces es para mi.
«¡Maldito cubito traidor! ¡Creía que me la ibas a conceder!»
—Entonces tomaré un trozo de pastel de fresa —dijo, acordándose de cierto médico de Amegakure.
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Cuando los platos quedaron vacíos, el pobre camarero volvió a acercarse a la mesa con su característica libretita y bolígrafo en ristre. Seguía temblando como un flan, y sus ojos, nerviosos, no se detenían ni un solo instante sobre ninguno de los comensales.
—¿Q... quieren p-postre?
Kōri fue el primero en responder.
—Sí. Quiero tarta de vainilla, por favor.
—Yo también, me apetece —le acompañó Daruu.
—Lo siento, pero... Sólo nos queda una, de modo que... —objetó el camarero, con ojos aterrados de quien siente la guillotina sobre la nuca.
Como si de un duelo de western de tratase, Kōri le lanzó una larga mirada a Daruu, y sus ojos gélidos se entrecerraron momentáneamente. Ganó en el momento en el que su rival tragó saliva y se encogió en el sitio.
—Evidentemente, entonces es para mi.
«Y a ver quién es el valiente que le lleva la contraria.» Pensó Ayame, son una sonrisa nerviosa.
—Entonces tomaré un trozo de pastel de fresa —concedió un vencido Daruu.
—¡Yo de chocolate! —exclamó Ayame, balanceando los pies debajo de la mesa.
—Yo no quiero postre —dijo Zetsuo, cruzado de brazos—. Ponme un café solo y sin azúcar.
Ayame volvió a torcer el gesto en una profunda mueca de asco.
Y, tras apuntar el pedido de Kiroe, el camarero se alejó corriendo como un cervatillo asustado.
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«Un café sólo y sin azúcar. No vaya a ser que pruebe algo de dulzura en toda su vida», pensó Daruu. «Esta es la clase de hombre con el que voy a tomar clases». Casi se estaba arrepintiendo de la decisión. Le recorrió un sudor frío. «¡No, Daruu, no! ¡No le tienes que tener miedo! ¡Él está interesado en enseñarte! Y tú aprenderás.»
Kiroe observaba a su hijo con curiosidad. Desde hacía un rato, asentía para sí mismo, negaba con la cabeza, y apretaba el puño como si estuviera haciendo un gesto determinado. Todo ello en silencio, y sin tener en cuenta la presencia de todos los demás, por supuesto.
—Daruu, cariño, ¿estás bien?
Daruu levantó la cabeza y miró a su madre, confundido. Todavía estaba con el brazo flexionado y el puño apretado. Se dio cuenta, y, poniéndose rojo como un tomate, se colocó tieso como un alfiler, los ojos muy abiertos y cara de circunstancias. Su madre rio.
Al cabo de unos minutos trajeron los postres. Daruu agradeció la calma que le proporcionaba saber que cada uno se concentraría en su plato y cogió la cuchara, dispuesto a disfrutar de su pastel de fresa.
—Ese chico de Kusagakure casi te da una buena tunda, ¿eh? —comentó su madre después—. Aunque no habría imaginado en mi vida que llegarías a aprender a utilizar el Juuken sin tener nadie que te lo enseñe. ¡Mi pequeño es un genio!
—Sí que me lo enseñó alguien —objetó Daruu.
—¿Eh? ¿Quién? —repuso Kiroe, con un brillo de curiosidad en sus ojos púrpuras.
—Ahora no, mamá. Te lo explico a solas.
—Bueno, vale... De todas formas, esa técnica que utilizaste para atarlo, ¿esa también te la ha enseñado alguien?
Daruu observó a su madre durante unos instantes. Miró de reojo a los demás. Se dio cuenta de que no le agradaba ser el centro de atención. Se encogió sobre sí mismo, como protegiéndose.
—No —dijo, sin más—. Esa no.
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(Última modificación: 29/09/2017, 11:36 por Aotsuki Ayame.)
Daruu hacía cosas raras. Parecía estar sumido en sus propios pensamientos, pero gesticulaba, negaba con la cabeza, y luego apretaba el puño frente al rostro. Ayame ladeó ligeramente la cabeza, preguntándose si su compañero se había vuelto loco de repente.
—Daruu, cariño, ¿estás bien? —preguntó Kiroe, y Daruu se sobresaltó. Pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo, porque se puso rojo como un tomate y se quedó tieso como una estaca.
Ayame se tuvo que tapar la boca para ocultar una risilla.
El camarero regresó al cabo de unos pocos minutos con los postres y el café para Zetsuo. Kōri no tardó en enfrascarse con su propia tarta de vainilla, degustándola de forma lenta y pausada pero din duda disfrutando del momento. Mientras tanto, Ayame se lanzó al ataque con la suya.
—Ese chico de Kusagakure casi te da una buena tunda, ¿eh? —le comentó Kiroe a su hijo en algún momento, captando toda la atención de Ayame—. Aunque no habría imaginado en mi vida que llegarías a aprender a utilizar el Juuken sin tener nadie que te lo enseñe. ¡Mi pequeño es un genio!
—Sí que me lo enseñó alguien —objetó Daruu.
—¿Eh? ¿Quién? —repuso Kiroe, con un brillo de curiosidad en sus ojos púrpuras.
—Ahora no, mamá. Te lo explico a solas.
«Ahora me va a dejar con la intriga...» Pensaba Ayame, con la cuchara entre los labios.
—Bueno, vale... De todas formas, esa técnica que utilizaste para atarlo, ¿esa también te la ha enseñado alguien?
Daruu los miró a todos y, cohibido, se agachó ligeramente.
—No. Esa no.
¿Una técnica de inmovilización? Sonaba verdaderamente interesante. Afortunadamente, ella era una Hōzuki. Y el agua no se puede inmovilizar.
—Sin embargo, Ayame, tú te confiaste mucho con esa kunoichi de Kusagakure —intervino de repente su padre, y por poco se tragó la cuchara del susto. Se apresuró a quitársela de la boca—. Le diste demasiadas oportunidades para rendirse, ¿qué hubiera pasado si te hubiese atacado en el último momento aprovechando ese momento de compasión?
—Lo tenía todo controlado... —murmuró ella, con el rostro rojo como un tomate—. No me parecía correcto atacarla en un momento de debilidad así...
—¿Y si la situación se hubiese descontrolado? ¿Y si te hubiese alcanzado con sus cuchillas o con esas técnicas de lava? ¡Somos ninja no bailarines! ¡No se trata de ser correctos!
Ayame desvió la mirada, pero no respondió. De todas maneras, ¿qué más le daba? Él quería llevársela de vuelta a Amegakure. Para él habría sido mejor que cayera en la primera ronda...
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Zetsuo también tenía qué comentar para con Ayame, sin embargo, el hombre, como de costumbre, sólo tenía palabras duras para su hija. Podía entender cómo, dada la naturaleza de cervatillo asustado y acomplejado de Ayame, aquellas palabras podían llegar a dolerle. Pero en el fondo, sabía que Zetsuo sólo era un tipo seco, sin filtros. Todo lo que decía, lo decía por su bien. Y lo peor de todo, es que Daruu opinaba que tenía toda la razón.
—Si te sirve de consejo, Ayame, yo creo que cualquier duelo que comience con el Sello de la Confrontación ya incluye que podamos atacarnos hasta que el otro se rinda o de por acabado el combate. Mientras tanto, creo que todos haremos lo que podamos para engañar al rival —dijo Daruu—. Al fin y al cabo, somos ninjas.
»Sé que nuestra pelea no acabó todo lo... cordial que podía haberlo hecho. Pero cuando me hiciste el Genjutsu, yo no me había rendido. Yo no había dicho que el combate se había acabado. Tú mostraste compasión por mí, y entonces volví a atacarte. En ese momento, cuando yo estaba aterrorizado, podrías haberme atacado.
Suspiró, se cruzó de brazos y apartó la mirada. Chasqueó la lengua con fastidio.
—Podrías haberme ganado.
Kiroe observó con elocuencia a su hijo durante unos instantes.
—No te reconozco, Daruu —dijo, despacio—. ¿Desde cuando te importa tanto ganar?
—Tengo una deuda que saldar.
—Recuerda lo que te dije aquella vez en Yukio, Daruu —advirtió Kori entonces. Daruu lo miró, y el Hielo penetró en su mirada y congeló todos sus fuegos internos.
—Lo... lo recuerdo, sensei.
—Bien.
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—Si te sirve de consejo, Ayame, yo creo que cualquier duelo que comience con el Sello de la Confrontación ya incluye que podamos atacarnos hasta que el otro se rinda o de por acabado el combate. Mientras tanto, creo que todos haremos lo que podamos para engañar al rival —intervino Daruu—. Al fin y al cabo, somos ninjas.
«Pero atacar a un oponente que está tirado en el suelo sin poder moverse... Eso no es honorable...» Meditaba Ayame, torciendo el gesto.
—Sé que nuestra pelea no acabó todo lo... cordial que podía haberlo hecho. Pero cuando me hiciste el Genjutsu, yo no me había rendido. Yo no había dicho que el combate se había acabado. Tú mostraste compasión por mí, y entonces volví a atacarte. En ese momento, cuando yo estaba aterrorizado, podrías haberme atacado —Daruu suspiró, se cruzó de brazos y chasqueó la lengua con fastidio—. Podrías haberme ganado.
Pero Ayame no estaba convencida, ni de haber sido así. Daruu era un oponente formidable, un estratega nato, siempre guardaba una sorpresa bajo la manga, siempre era capaz de salir airoso de cualquier problema...
—No te reconozco, Daruu —Pronunció Kiroe con lentitud—. ¿Desde cuando te importa tanto ganar?
—Tengo una deuda que saldar —respondió él.
—Yo también... —susurró Ayame, concentrando la mirada sobre su padre. Él no tardó en fruncir el ceño, consciente de a lo que se refería.
—Recuerda lo que te dije aquella vez en Yukio, Daruu —advirtió Kōri entonces, apartando la mirada de su plato por primera vez en un tiempo para fijarla en su alumno.
—Lo... lo recuerdo, sensei.
—Bien.
Pero Ayame estaba intranquila. Se sentía como si la hubieran puesto a un lado y fuera una mera espectadora de la escena. ¿A qué deuda se refería Daruu? ¿Qué era lo que su hermano le había dicho en Yukio? En silencio, el grupo terminó sus platos y pagó la cena para después reincorporarse y salir.
—Estaría interesante que nos tocara en el torneo juntos —le comentó Ayame a Daruu, con una mirada traviesa—. Así podríamos terminar lo que habíamos empezado y ver quién de los dos es más fuerte.
»Y... esta vez, no tendré tanta compasión.
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Los ninjas terminaron su dulce postre —en el caso de Zetsuo, su soso y amargado café— y pagaron la cena. Se levantaron y se despidieron, amables, de los camareros, cuyas bandejas temblaron en sus manos al pasar. Una vez fuera, en la recepción del Hotel, llegó la hora de las despedidas. Su familia estaba alojada allí, y de todas formas, no era conveniente que los vieran mucho tiempo con ellos en Nishinoya, de modo que decidieron que lo mejor sería que no les acompañasen al recinto de combatientes de la aldea.
Sin embargo, antes del adiós, Ayame le comentó algo a Daruu.
—Estaría interesante que nos tocara en el torneo juntos. sí podríamos terminar lo que habíamos empezado y ver quién de los dos es más fuerte.
»Y... esta vez, no tendré tanta compasión.
—¿Seguro? —Daruu golpeó amistosamente el hombro de Ayame—. Lloraré muy fuerte y haré muchos pucheros. Así me aprovecharé de tu vacilación.
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—¿Seguro? —respondió Daruu, dándole un golpecito en el hombro—. Lloraré muy fuerte y haré muchos pucheros. Así me aprovecharé de tu vacilación.
—Entonces te conocerán como el llorón de Amegakure —replicó ella con una carcajada.
Ya en la salida del hotel, Ayame se volvió hacia los adultos. Era hora de decir adiós de nuevo, pues no era conveniente que los familiares se vieran demasiado con los participantes del torneo, y aquello le causó una profunda tristeza. No llevaban mucho tiempo separados, pero aunque le costara admitirlo, les echaba mucho de menos.
—Ayame —la llamó su padre.
Sobresaltada, Ayame se volvió hacia él. La estaba mirando con un extraño brillo en sus ojos aguamarina.
—Esfuérzate en el próximo combate —le dijo, tras varios segundos de silencio. Junto a él, Kōri asintió.
Y Ayame, sintió una extraña emoción en el pecho.
—Ganaré —murmuró, con un hilo de voz—. Me esforzaré y ganaré el torneo. ¡Os lo prometo!
Ay, si supiera lo que el destino le tenía guardado...
Con una última despedida, los dos muchachos retomaron su camino hacia Nishinoya. Y, ya alejados de ojos indiscretos, Ayame se armó de valor y entrelazó su mano con la de Daruu.
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(Última modificación: 29/09/2017, 13:10 por Amedama Daruu.)
—Entonces te conocerán como el llorón de Amegakure —replicó Ayame.
—¡Ya veremos quien llora cuando te gane! —rio él.
Se volvieron hacia sus familias. Tras unos segundos de silencio, Zetsuo llamó a Ayame y la apremió para esforzarse en el siguiente combate. Ayame prometió ganar la siguiente ronda.
—Asegúrate de que no te den una paliza, Daruu-kun —dijo Kiroe.
—Lo intentaré. Y si hace falta, lucharé contra Ayame y le arrebataré el trofeo —Miró a Ayame, desafiante, con una sonrisa. Y Amenokami sabe que lo intentó. Pero si hubiera sabido entonces que se iba a enfrentar a alguien que acabaría por empatarle y arrojarlo fuera en la siguiente ronda después de todo aquello...
Los muchachos se despidieron del todo y empezaron a caminar hacia Nishinoya, pasando por el centro de Sendoshi. Cuando habían girado la esquina, Ayame le cogió la mano. Daruu dio un respingo. Con todo lo que habían discutido, ya casi ni se acordaba de que... Con Ayame...
Le vinieron las lágrimas a los ojos. Tiró de la mano de la muchacha y la cogió por detrás de la espalda, rodeando sus hombros con su brazo derecho.
—Demonios... Somos unos idiotas —dijo Daruu—. Deberíamos ser capaces de pelear amistosamente sin ponernos así.
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Y entonces Daruu tiró con suavidad de ella y rodeó sus hombros con un brazo en un tierno gesto que aceleró el corazón de la muchacha.
—Demonios... Somos unos idiotas —le dijo Daruu—. Deberíamos ser capaces de pelear amistosamente sin ponernos así.
Ella se mordió el labio inferior y apoyó la cabeza en su hombro. A su alrededor, las luces de las calles de Sendoshi iban pasando una a una y, junto a ellas, la multitud que había salido a pasar un buen rato por la noche. Los comercios ya habían cerrado, pero habían tomado su lugar múltiples restaurantes, tabernas y lugares de ocio de diversas índoles.
—Lo siento... fue culpa mía —murmuró, con lágrimas en los ojos—. Yo... me piqué y... y... sólo quería que todo saliera perfecto... Lo siento por la ilusión de las avispas... Ni siquiera sabía que te daban tanto miedo. Y luego en el restaurante... Lo he arruinado todo.
»Sólo espero que papá no sospeche nada de nuestra relación... Pero creo que tu madre lo sabe, Daruu-kun...
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Ayame apoyó la cabeza en su hombro sin decir nada, y siguió caminando junto a él. Al tiempo, comenzó a llorar de nuevo, diciendo que la culpa había sido suya, que se había picado y que ella sólo quería que todo saliera perfecto. Que lo sentía por la ilusión, y que el restaurante, y que...
—¡Ayame! —exclamó Daruu. Se giró hacia ella y la asió por los hombros—. ¿Quieres dejar de llorar de una vez, chiquilla? —le dijo con una sonrisa amable—. Ya está bien. Todo está bien. Además, la culpa es compartida.
La abrazó muy fuerte. Se separó de ella y le dio un cabezazo de broma, muy delicadamente.
—Ya está. No pasa nada. No has arruinado nada. Fíjate, mira qué bonitas las luces.
Daruu agarró a Ayame de la mano, y siguieron caminando.
»Sólo espero que papá no sospeche nada de nuestra relación... Pero creo que tu madre lo sabe, Daruu-kun...
Se detuvo un instante.
—No sé cómo se habrá podido enterar, ¿estás segura de eso? —preguntó Daruu—. Y, bueno... respecto a lo otro... Digamos que ya no tienes de qué preocuparte.
»Se lo he contado todo. Me ha... dado su... "aprobación".
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—¡Ayame! —exclamó Daruu. Casi sin dejarle terminar la frase, se giró hacia ella y la zarandeó por los hombros—. ¿Quieres dejar de llorar de una vez, chiquilla? —le dijo con una sonrisa amable—. Ya está bien. Todo está bien. Además, la culpa es compartida.
Antes de que pudiera responder, la abrazó con fuerza. Y eso sólo consiguió desatar las lágrimas que estaba intentando contener. Se separó de ella, y pegó su frente a la de ella.
—Ya está. No pasa nada. No has arruinado nada. Fíjate, mira qué bonitas las luces.
—S... sí... —asintió ella, roja como un tomate.
Siguieron su camino agarrados de la mano, y cuando Ayame formuló aquel deseo sobre sus padres, Daruu volvió a detenerse en seco.
—No sé cómo se habrá podido enterar, ¿estás segura de eso? —preguntó Daruu.
—Bueno, segura, segura... —se encogió de hombros—. Me dijo que cuidara de ti y sonrió de una forma extraña... Quizás son sólo imaginaciones mías, pero casi me acuchillaba con sus ojos, te lo juro...
—Y, bueno... respecto a lo otro... Digamos que ya no tienes de qué preocuparte. Se lo he contado todo. Me ha... dado su... "aprobación".
Ayame se olvidó de respirar durante un instante. Había oído las palabras de Daruu. Oh, claro que las había oído. Pero procesarlas era un trabajo adicional y su cerebro estaba colapsando ante aquella información. Progresivamente, se fue poniendo más y más pálida.
—Q... ¿¡QUE QUÉ...!? —gritó, y le salió un gallo. Desesperada, agarró el jinbei de Daruu por el pecho—. P... ¡¿Pero por qué?! ¡¿Por qué lo has hecho, Daruu-kun?! ¡Me va a matar cuando me pille por banda a solas! ¡Seguramente se espere a cuando regresemos a Amegakure! Y entonces me... me... Ay, ay...
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Por lo que estaba describiendo Ayame sobre Kiroe, sí, debía saberlo. Era la forma de actuar de la mujer cuando sabía con certeza algo. Aquella faceta misteriosa de su madre a veces le ponía de los nervios. Se había retirado del servicio como kunoichi hacía mucho tiempo, pero la mujer tenía recursos y recordaba a la perfección su entrenamiento. Daruu sospechaba, que, en el fondo, seguía practicando de vez en cuando, cuando nadie la veía.
Cuando Daruu le confesó que le había contado todo a Zetsuo, Ayame perdió el control y le agarró por el jinbei. «Vaya, qué ironía».
—Sí, bueno, esa es exactamente la reacción que tuvo tu padre, sí —rio Daruu—. Cogerme por el jinbei, y también amenazarme con que si te hacía algo malo me iba a matar con sus propias manos.
»Muy majo. Ahora, por favor, ¿puedes soltarme, Ayame?
La cogió de ambos lados de la cara y apretó su rostro contra el de ella. Acariciando la nariz con la suya.
—Escucha, Ayame. No pasará nada. Ya está, ya se lo he dicho. Ahora podemos vivir nuestra relación de un modo normal —dijo, y la soltó. Comenzó a caminar de nuevo en dirección a Nishinoya, agarrándola de la mano—. Bueno, por si acaso, que no nos vea muy cogidos cuando estemos con él. Igual sí que nos mata entonces.
Pronto, los muchachos abandonaron las luces y las casitas de madera y emprendieron el camino a los dojos de la gente de Amegakure. Caminaron en silencio, disfrutando de la hierba y de la luz de las luciérnagas de verano, que revoloteaban alrededor de ellos.
—Esto es muy bonito —dijo Daruu, y volvió a coger a Ayame de detrás de los hombros—. Casi me da hasta pena separarme ahora de ti, y eso que mañana podría volver a verte si quisiera.
Habían llegado a Nishinoya. Se quedaron así, mirándose el uno al otro en frente de la fuente.
—Supongo que en algún momento tendremos que decir "hasta mañana", ¿eh?
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