Era por la mañana, pero la totalidad del cielo se veía cubierto de nubes que, indecisas, albergaban tonalidades entre grises y negras. No obstante, el ambiente no dejaba de ser bochornoso, acorde con la estación estival. El viento soplaba, pero sin demasiado ahínco, lo justo y necesario como para alimentar las velas de aquella barcaza, algo destartalada, que surcaba las aguas en dirección a La Pequeña Blanca.
En esa misma embarcación viajaba Kojima Karma, genin de Uzushiogakure.
Era un navío destinado al transporte de pasajeros y mercancías entre las Islas del Té y otros puertos del mundo. Estaba fabricado en madera y en su momento debía de haber sido una gran nave, pero a estas alturas había visto días mejores. A popa, además del timón y un humilde techado sobre este para que el capitán se resguardase, habían unas escaleras que llevaban a la bodega de carga. A proa solo podían observarse un par de bancos a izquierda y derecha para que los pasajeros se acomodasen durante el viaje. Al centro un mástil con varias velas, el "motor". La cubierta estaba pintada de blanco, mientras que los parapetos, el mástil y el techado eran azul oscuro. El nombre de la nave era "La Mustia".
Y allí estaba la muchacha, apoyada con los hombros caídos sobre la barandilla del lado derecho de la barcaza, cercana al capitán, que controlaba el timón. Estaba pálida como un fantasma, una expresión de resignado sufrimiento acuchillándole el rostro. De pronto comenzó a convulsionar con ligereza, para entonces exhalar un desagradable "BLEGH" y comenzar a vomitar, lanzando el contenido de sus tripas al agua. Bilis, en su mayoría.
—¿Está usted bien, kunoichi-chan? —preguntó el capitán, jocoso, sin desviar la vista del horizonte.
Karma vestía con su conjunto de ropajes y equipamiento habitual, el protector inclusive, por lo que era fácil identificarla como sirvienta de Uzu. Sacó un pañuelo del kit médico y se limpió los labios. Acto seguido lo guardó y miró al hombre. Era moreno, de facciones duras, con la faz surcada de arrugas. Tenía el cabello blanco y lucía una barba poblada, ambos tan blancos como su navío. Llevaba una robusta chaqueta negra, pantalones largos a juego y unas botas de trabajo. Sobre la cabeza un sombrero de capitán con un ancla en la frente.
Era el estereotipo de capitán experimentado, de viejo lobo de mar. Seguro de sí mismo, su disposición se le hacía irritante a más de uno. Pero es que el marinero estaba más que acostumbrado a ver a gente vomitar por el vaivén que azotaba el barco al navegar.
—N-No...
—No se preocupe —rió—. No tardaremos en llegar a la pequeña.
Pero es que no era el barco lo que había mareado a Karma y la había llevado a tirar lo poco que había almorzado aquella mañana, no. La pelivioleta llevaba una temporada horrenda: no paraba de contraer enfermedad tras otra, lo cual resultaba irónico ya que era aprendiz de médico.
La lista no se quedaba corta: dolor de cabeza, fatiga, mareos, dolor de estómago, vómitos, diarrea... Tras tratar de autodiagnosticarse, consultar con Kūjō Taiga —su sensei en las artes Iryō-Nin— y echar mano del poder de la medicina moderna, la joven seguía casi igual. Ni siquiera el Ninjutsu la libró de aquello. Taiga y Karma llegaron a la conclusión de que no debía tratarse de nada serio, tan solo mala suerte, acumulación de dolencias menores, y que eventualmente se mejoraría sola. Pero ya habían pasado dos semanas, y la fémina continuaba sufriendo malestares que iban y venían como les iba en gana...
«Espero no tener una enfermedad desconocida», reflexionó con temor.
Por ese mismo motivo quiso viajar hasta La Pequeña Blanca. Se trataba de una búsqueda, algo que quizás aliviaría sus males o los eliminaría por completo. No podía trabajar así.
Aparte del capitán habían otros pasajeros en la barcaza, aunque no muchos. La pelivioleta esperaba que no se hubieran percatado de su desagradable accidente digestivo...
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«En Arashi no kuni, estaría lloviendo irremediablemente, aquí el tiempo no tiene idea de que hacer» era el pensamiento de la kunoichi de cabellos dorados mientras miraba las nubes, no era la primera vez que estaba fuera de su tierra natal, la tierra del eterno llanto. La Amejin estaba en aquellos lares por un pedido de sus padres, la gran tarea de comprar el té porque se había acabado.
Inicialmente, debido al clima de su país de origen, había salido con una capa impermeable, capa que desde que había salido del país de la tormenta estuvo guardada. El resto de su indumentaria contaba de una camiseta de color negro sin magas, de cuello alto y que dejaba la zona de las clavículas y parte de la espalda al descubierto, una falda de color morado y por debajo lo que parecía ser unas calzas de redecilla, el cabellos atado como rodete en lo posterior de su cabeza y la banda ninja de Amegakure al cuello.
La chica venia soportando dentro de todo, bien su viaje en barco, sentía un poco de mareos por el constante mecerse de la embarcación, pero no sentía nauseas. Ella iba en la parte posterior de la embarcación respirando el aire que ofrecía el mar, fresco y le daba una leve picazón la sal del mismo mar. La kunoichi jugaba con un shuriken en su mano, haciéndolo girar una y otra vez en su dedo y su mente ocupada pensando en que se perdería de participar de los exámenes Chuunin, pero estaría allí para observar los combates, aprendería algo para los siguientes exámenes, aunque lo mas probable era que en los siguientes no se enfrente a los actuales aspirantes al rango, si conocería de las habilidades de los mismos. Pero termino por salir de sus pensamiento en el momento en que oyó algo....algo particularmente repugnante, pero que le preocuparía a cualquiera.
La kunoichi Amejin se acerco y fue ahí cuando el evidente brillo de su banda ninja le dijo que ella también era una kunoichi, pero no lograba notar su origen -¿Te sientes bien kunoichi-san? te ves muy pálida- por su tono, siempre suave y melodioso, se notaba cierta preocupación por su estado de salud
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Karma, claramente molesta, devolvió su mirada al azul infinito del mar. Así fue hasta que escuchó la entrada de un nuevo participante en la conversación, o mejor dicho una, a juzgar por su femenina voz.
—Nada importante —injirió el capitán—. Falta de amor por la mar, eso es todo —y echó a reír de nuevo.
La fémina le dirigió una mirada fulminante al señor del navío. Entonces se fijó en Reika, aquella que se había preocupado por su bienestar a pesar de que no se conocían de nada. Sus ojos no necesitaron de mucho tiempo para aterrizar sobre el hitai-ate con el emblema de Amegakure que la rubia portaba al cuello. Karma habría jurado que el dolor de cabeza que le impedía pensar con claridad acababa de acrecentarse debido a esa imagen.
«¡Es una kunoichi de otra villa, y yo haciendo el ridículo así! ¡Es la primera vez que me topo con un integrante de otra aldea y tiene que verme echa un trapo, vomitando! Tan hábil como siempre, Kojima...», se desdeñó.
—Gracias por su preocupación, pero no es nada serio. Llevo así una temporada —le respondió a la Yamanaka, quitándole hierro al asunto y haciendo gala de un respeto propio de quien goza de educación y trata con un desconocido.
La uzujin cayó en la cuenta de algo. Había una mujer a proa, sentada en el banco a mano izquierda, observando la situación con descarado interés, incluso sonreía. Karma retornó su campo de visión a la mar, allí donde no tenía que enfrentar la mirada de ningún curioso, así como la vergüenza que ello conllevaba.
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Ante el acto de preocupación de la rubia Amejin, quien sería nada mas y nada menos que el capitán del navío, mencionó que no se trataba de la gran cosa sólo "falta de amor al mar". Pero el rostro dijo lo contrario, cosa que la chica pelivioleta confirmó que ya llevaba un tiempo así.
-Por cierto...disculpa mis modales, mi nombre es Reika- diría la rubia presentándose a la Uzujin, no creía que fueran necesarios más detalles en la presentación, igual no tenia nada de raro en sus genes ni nada, aunque algo era cierto, en el pasado su Clan tuvo bastante relevancia en el país del Fuego -¿Que trae por aquí?- preguntó la kunoichi, tan solo por curiosidad.
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En esta ocasión la genin no se molestó en virar el rostro. No quería confrontar más miradas sardónicas procedentes del resto de pasajeros.
—Yo soy Kojima Karma, es un placer —contestó. Era una presentación un poco maleducada, dada la pésima disposición de la fémina y la falta de contacto visual, pero su fortitud mental no daba para más en aquellos momentos—. Estoy aquí porque me han contado que alguien de La Pequeña Blanca cultiva un tipo de té blanco capaz de curar cualquier tipo de mal. Como ves, estoy bastante jodida y no logro quitármelo de encima, así que estoy dispuesta a probar cualquier cosa, aunque no sea demasiado científica que digamos.
—Yo también he oído hablar sobre ese té. Todo pamplinas. Me creería antes una historia sobre una ballena blanca que un té blanco milagroso.
Karma bufó.
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-El placer es mio Karma-san- respondió la kunoichi de cabellos dorados a la presentación de la kunoichi Uzujin -Sabía de su buen sabor, pero no de sus propiedades curativas- afirmó la rubia acerca del té cultivado en las tierras de la pequeña blanca
El navegante acotó nuevamente con su comentario innecesario, cosa que claramente molestaba a la Uzujin, Reika por su parte no le dío demasiada importancia -Conocí a muchos ninjas de tu villa, buena gente todos ellos- seguramente y como en cualquier lugar del mundo, habría gente que mejor perderla que encontrarla, por suerte no había sido mala la experiencia conociendo Uzujins
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—Ya sé que no suena muy creíble... —respondió, descorazonada, a Reika.
Karma sufrió un ataque de tos que le habría cortado la voz si hubiese querido seguir charlando. Momentos más tarde se calmó, el acre sabor de la bilis todavía rondándole el paladar. Entre tanto, la rubia se molestó en mencionar que había conocido a muchos de su mismo bando y todos ellos "buena gente".
Era cierto, a los de Uzushiogakure se les inculcaba con mimo unos valores de respeto y buena fe, incluso hacia ninjas de otras villas. Pero Karma esperaba que una relación entre kunoichis de distintas aldeas fuese un poco más... ¿fría y formal, quizás? Aunque Reika parecía todo lo contrario: no solo educada, si no también sociable.
—Ya veo. Espero no ser la primera persona de Uzu que te de mala impresión —giró la cabeza y la miró, sonriendo de forma penosa.
La genin se fijó, al virar el rostro, en que la mujer que antes la observaba con sorna ahora se había levantado y estaba charlando con alguien. Se trataba de un hombre de estatura media, delgado, rapado y con una expresión funestamente seria, vestido con un yukata masculino de color azul oscuro y ligeras rallas blancas. Entre cuchicheos, la mujer volvía a mirarla de tanto en tanto. Karma entrecerró los ojos.
—Va a llover —anunció el capitán con la más absoluta de las tranquilidades.
Ahora que lo mencionaba, el cielo sí que parecía más negro...
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-No...No es por eso- fue la defensa de la kunoichi mientras se rascaba la nuca pensando que había sido grosera -simplemente desconocía la totalidad de sus propiedades ¿Se trata de un digestivo?- consultó la kunoichi de cabellos dorados pensando que esa era la razón de porque era tan consumido en la casa por su familia.
-¿Mala impresión por estar mal de salud?- preguntó la Amejin -No te preocupes Karma-san, no me molesta en lo más mínimo- una sonrisa amigable se dibujó en el rostro de la Amejin, después de todo, la rubia también tenía una enfermedad...su daltonismo que no le permitía distinguir ningún color más allá de una escala de grises.
Lo que sus ojos celestes si distinguieron fueron las nubes de tormenta que de a poco se iban apoderando del cielo, sonrió mirando al cielo, para ella era lo más familiar y aunque estuviera a kilómetros de su tierra natal, las tormentas le hacían sentirse como en su querida Amegakure no Sato
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—¿Digestivo...? —espetó de pronto, cuando por fin alejó la mirada de la pareja de desconocidos y pudo volver a la conversación—. Buena pregunta, no tengo ni la más remota idea. Solo me han dicho que "lo cura todo".
La amabilidad de Reika la tomó a contrapié. «Sí que es sociable, sí. Debería de intentar imitarla, no quiero parecer maleducada», se convenció.
—Gracias, Reika-san. Igualmente me disculpo por mi pésimo estado —declaró, devolviéndole la sonrisa, aunque la de Karma era, probablemente, más falsa.
Empezó a llover, tal y como el viejo lobo de mar había predecido. Era una tormenta rápida e implacable, similar al ataque relámpago de un ejército dedicado y bien entrenado. La uzujin trató de cubrirse el cabello con las manos, en vano.
—Señoritas, son más que bienvenidas a refugiarse en la bodega de carga —les dijo el capitán a las dos, para luego dirigirse —a grito pelado— al resto de pasajeros—. ¡Señoritas y caballeros, pueden ir a la bodega de carga si quieren para protegerse de la lluvia!
—No quiero empaparme. Bueno, no más de lo que ya estoy, en cualquier caso. Voy a bajar a la bodega, ¿te gustaría venir, Reika-san? —afirmó la kunoichi con tono amable, aunque algo apremiante.
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La chica Amejin escuchaba atentamente las palabras de su interlocutora, sos ojos celestes estaban clavados en las negras nubes que empezaban a descargar la vida sobre la tierra. Se sentía cerca de casa, respiró profundamente el aire del mar.
La invitación a ingresar a las bodegas de carga llegó de labios del capitán del navío. Cuando la kunoichi salió de Amegakure, había salido con su capa impermeable, dado que allí llovía...Como lo había hecho desde siempre.
-SI...bajaré contigo- respondió la rubia con sus ojos en las nubes, pero los retiró cuando la Uzujin inició su marcha hacia el resguardo de las bodegas -¿Te graduaste hace mucho de la academia?- inquirió la kunoichi a su compañera de viaje marino
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—Hace poco más de dos años —respondió según bajaba las escaleras.
El interior de la bodega era espacioso. Habían plataformas y vigas de madera a ambos lados, con barriles y cajas firmemente amarrados a estos, ordenados con elegancia.
La kunoichi se apoyó sobre una de estas vigas. El dolor de cabeza le perforaba el cráneo. Quería mantener una expresión estoica, pero en ocasiones el dolor se transparentaba en sus facciones.
—Todo este tiempo me he dedicado a cuidar de niños o hacer de limpiadora —continuó con la conversación—. ¿Y tú? ¿Cómo es la vida de ninja en Amegakure?
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-No es muy diferente a las demás aldeas...salvo por la eterna lluvia- o eso era lo que ella calculaba -Por mi parte ya llevo un año y medio aproximadamente y me a tocado ser recadera y paseadora de tortugas- «Ojalá no me pregunte del paseo con tortugas»
Quizá fuera idea de la rubia Amejin, pero le pareció que la chica de Uzu estaba sufriendo dolores de cabeza -¿Quieres sentarte?- aunque fue una pregunta, casi sonó como una sugerencia
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Fue automático: Karma alzó una ceja al máximo, haciéndola más que visible. ¿Había escuchado bien? Quizás era una indiscreción por su parte, pero la rubia le había disparado varias preguntas. No estaba de más devolverle algunas; ahora más que nunca, tras percibir lo que creía haber percibido.
—He estado mejor, pero no te precupes, puedo mantenerme en pie —aseguró, para entonces lanzarse a interrogar sobre aquello que Reika prefería que quedase en la sombra de la ignorancia—. Has dicho... ¿paseadora de tortugas?
La mujer de antes bajó las escaleras, acompañada por el tipo de aspecto intimidante que llevaba el yukata. No obstante la médica no se percató de ello, de pronto demasiado involucrada en la conversación con la otra kunoichi como para prestar atención a nada más.
Los ya mencionados se acomodaron en un punto más interno de la bodega, a unos cuatro metros de las muchachas.
Otros pasajeros del navío también acabaron refugiándose de la lluvia bajo la cubierta. El ambiente se impregnó de distintas voces, acompañando a las de Karma y Reika, según los presentes charlaban entre ellos. Habrían, en total, unas diez personas, contando a la misteriosa mujer, su acompañante, y el dúo de kunoichis. Aún así, el tamaño de la bodega permitía que existiese un mínimo de privacidad entre los grupos de seres humanos y no se generase una sensación de claustrofobia.
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-Pffff...- fue la primera exclamación de la kunoichi seguido de una sonrisa provocada por lo ridícula anécdota «y preguntó...Que vergüenza por favor» un ligero rubor figuró en el rostro de la Amejin -Fue mi primer misión junto a un compañero de promoción, recuerdo que el pergamino decía que debíamos pasear las mascotas de nuestra cliente- decía la chica gesticulaba claramente divertida a pesar de la vergüenza que le provocaba -Cuestión que cuando llegamos al hogar de la cliente nos presentas sus animales pero resultó que las mascotas a pasear se trataba de dos tortugas llamadas Kame y Hame- concluyó la kunoichi su anécdota -Y esa es la historia del paseo con tortugas-
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La genin prestó toda la atención habida y por haber. El relato la obligó a contener unas divertidas carcajadas. Trató de mantener las formas porque reírse en la cara de una recién conocida podría haber sido visto como un insulto o un acto de mal gusto, y no quería mostrarse maleducada. Pero le costó, desde luego. Resultaba obvio que las estaba conteniendo.
—Pero... —tomó aire—. ¿Cómo paseas a un par de tortugas? ¿Las llevábais con... con... correa? —Karma casi rompe a reír—. Oh dios... disculpa. ¿Cuánto tardastéis en pasearlas? ¿Las tortugas son tan lentas como dicen?
Tanto cachondeo le sentó bien a la joven. La diversión ayudaba a olvidar el mareo, el dolor de cabeza y todo lo demás.
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