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«¿Samanosuke? ¿Y eso que e....?»
Pero luego, como era de esperarse, Ralexion se explicó. El morocho solamente tenía en cuenta a su pequeño arbolito dentro de su religión, y solamente para las bromas. Sin embargo, algo que todavía Karamaru seguía pensando tratando de entender, era el por qué de la obstinación que tenía el hombre con la palabra "creer". El calvo no creía en sus dioses, él los adoraba, él creía firmemente que existen.
«Supongo que error de vocabulario» se limitó a pensar mostrando una sonrisa ante el chiste ante de la carga de preguntas que le vendría.
Aunque en un momento se mostró sorprendido ante tanto que responder, a los pocos segundos ya andaba pensando como contestar todas las preguntas sin convertir su caminata en un monólogo aburrido.
Monjes guerreros..... si algunos, no todos. Ni siquiera podría decir que la mayoría, pero todos sabemos como defendernos.
Pues verás.- comenzó para responder a una de sus preguntas- Siendo del País de la Tormenta, y siendo algunos de nosotros guerreros, se decidió en un pacto de hace unos cuantos años que los mejores hombres y mujeres de las generaciones jóvenes, tras arduo entrenamiento, saldríamos del templo en una especie de viaje de conocimiento, agradecimiento, y peregrinación. Servir a la Arashikage mientras conocemos y aprendemos del mundo exterior para volver al templo renovados para enseñar.
Karamaru trataba de ser lo más resumido posible, salteando detalles que a pesar de poder dejar las cosas más clara no eran de vital importancia para hacerse entender.
Y perdóname que sea corto, pero tampoco quiero aburrirte en demasía, pero acerca de tu otra pregunta pues las Cuatro Bestias Divinas son los cuatro símbolos principales en nuestra cultura, solamente superadas por el Gran Ave Fénix del Fuego. Estos cuatro representan varias cosas pero para que les puedas dar nombre y forma son: Kūki, el Águila Albina del Aire, Sandā, el Tigre Dorado del Rayo, Setchi, la Serpiente Oscura de la Tierra, y Umi, el Dragón Primario del Agua. Cada uno controla sus dominios claramente, los cielos, las altas montañas, la tierra y los océanos, respectivamente.
Karamaru podría escribir un libro entero, por no contar las decenas que se encuentran en la Gran Biblioteca, solamente de aquellas cuatro bestias primeras. Pero debía respirar, que de vez en cuando sentía el aire denso, y, siendo la primera vez que contaba sobre su cultura a otro, estaba deseoso de escuchar opiniones.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
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Ralexion se mantuvo interesado en todo lo que su colocutor estuvo dispuesto a contarle.
Poco religioso desde el día en el que había llegado al mundo, el moreno siempre había preferido la curiosidad y optado por sentir que cada uno es responsable de sus acciones en lugar de verse influenciado por la fe o ponerse de rodillas a rezar. Una diferencia —quizás— irreconciliable con los creyentes más aférrimos. En cualquiera de los casos, Ralexion no consideraba inferiores a los que adoraban a las deidades con sinceridad. Para el jovencito solo era una manera distinta de ver el mundo.
—Vaya vaya, ¡qué relatos más interesantes! —exclamó tras la finalización de Karamaru— ¿Y qué tal la vida en el monasterio? ¿Os tienen entrenando desde el amanecer hasta la noche?
Si Karamaru tenía claro que podía estar relatando hasta el fin de los tiempos sobre su templo y religión, el Uchiha era capaz de escucharle y lanzarle preguntas hasta el final de ese ciclo y el principio del siguiente.
Fue entonces que los oídos del pelinegro kusajin captaron un extraño sonido. Era agudo y le taladraba los sentidos a pesar de que llegaba de un punto lejano. Percibió, sin un solo ápice de duda, que lo que fuera que emitiese tan molesto efecto se acercaba.
—Hmm... ¿no soy el único que lo escucha, verdad?
Echó un vistazo a los alrededores, pero no observó nada fuera de lo normal. Tan solo los escalones, el precario pasillo tallado en piedra que los iba llevando a los cielos y los riscos de la falda de la montaña ocupando el paisaje tanto a izquierda como a derecha.
Sin embargo resultaba imposible negar la existencia de ese sonido...
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Una sonrisa invadió la cara del calvo y felicidad su cuerpo, felicidad de saber que lo que había dicho y comentado por primera vez le parecía interesante a su acompañante. Sabiendo que nadie en el mundo exterior podría entender las tradiciones antiguas de un templo más antiguo aún, recibir algo que no se espera es motivo de sorpresa.
Gracias.- respondió sin mucha seguridad de si debía agradecer.
No, tampoco es así. Hay un entrenamiento personal, sobretodo en los tiempos de academia, pero hay pensadores, herreros, experimentadores, guerreros, sabios, ganaderos y agriculto...
Pero el recuento de profesiones de Karamaru se vio interrumpido, inesperadamente, por el Uchiha. El monje se detuvo al igual que él y revisó el poco paisaje que los rodeaba con una mirada de no entender que estaba pasando.
No escucho nada, tal vez es porque la altura me allá tapado un poco los oídos.- se metió el dedo en uno de ellos y escarbó un poco para luego sacarse la cera de los dedos- Tal vez sea algo de la altura ese sonido, no creo que haya algo.
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El kusajin quedó inmóvil y avizor durante unos instantes, agudizando el oído. Era complicado diferenciar algo en el mar de ruido de fondo que era el rugir del viento a esas alturas, pero estaba seguro de que había captado algo fuera de lo normal hacía apenas unos minutos. Ahora, sin embargo, no se encontraba tan seguro. Karamaru no parecía haber sido testigo de nada.
Finalmente, se encogió de hombros.
—Lo siento, me parecía haber escuchado algo... —explicó, confuso— Sigamos.
Volvió a ponerse en marcha, peldaño a peldaño. Ya habían ascendido a una altura considerable, donde resultaba más difícil respirar debido a la disminuída cantidad de oxígeno en el ambiente. A pesar de ello, el Uchiha no quería matar la conversación todavía.
—Entonces, por lo que veo... ¿tú templo es como una especie de ciudad, no? ¿Sois una comunidad?
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El calvo prestó atención el mismo tiempo que su compañero, atento a cualquier ruido extraño que, al final, terminó por no manifestarse. El hecho de que no se repitiera hizo que Karamaru esté aún más seguro que él estaba en lo correcto y probablemente solo había sido algo inventado por la cabeza de Ralexion.
Sigamos.
Pocos escalones más arriba, con el monje un poco más cerca del morocho por haber ganado un poco más de confianza y, con más motivo, para escucharlo mejor a causa del viento, siguieron las preguntas.
Pues si, diría que si. Es bastante grande la verdad, aunque no tanto como lo es Amegakure o Shinogi-To.
Aunque sus zonas son bastante diferentes entre sí, bastantes a decir verdad, se podría decir que somos cuatro comunidades. Relacionadas, sí, parecidas, también, pero con sus diferencias, grandes diferencias.
El calvo hizo una pausa para ver si Ralexion le haría una re-pregunta, por si quería seguir escarbando en la cultura del templo, pero él ya tenía pensado su continuación por si se decidía a no hablar.
¿Qué hay de ti? No me has contado mucho.
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En su imaginación Ralexion había retratado un templo de estilo completamente tradicional en algún punto perdido de unas montañas dejadas de la mano de Dios. Según las explicaciones de Karamaru, nada más lejos de la realidad. Su lugar de origen debía de ser una comunidad de un tamaño considerable, sin lugar a dudas mayor que su humilde aldea. Le resultó interesante de escuchar, pero a su vez no pudo evitar sentirse algo decepcionado al ver que sus expectativas eran completamente falsas.
—Ya veo, ya veo —afirmó con una cálida sonrisa—. Mi vida no es muy interesante, me temo.
»Nací en una pequeña aldea del País del Bosque, a un par de días de viaje al sur de Tane-Shigai. Cuando alcancé la adolescencia me decidí a ir a la gran ciudad para conseguir trabajo. Terminé por accidente en Kusagakure, y aunque al principio me tomaron por un espía, al final demostré mi inocencia y me dejaron unirme a las filas de la aldea tras rematar mi entrenamiento. Mi padre solía ser un shinobi y me enseñó unos cuantos trucos durante mi juventud, afortunadamente, así que hicieron una excepción conmigo ya que venía de casa con la mayoría de las lecciones prácticas de la academia aprendidas.
Una historia extraña, sin lugar a dudas, pero el moreno la contó como si fuese el resumen de trasfondo más habitual del mundo. Acto seguido guardó silencio.
No tardó mucho en volver a escuchar ese sonido estridente y agudo en la distancia. Contuvo su avance de inmediato, convencido de que no había sido una alucinación o el viento jugándole una mala pasada.
—¡Ahí está otra vez!
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Todo comenzó con un "Mi vida no es tan interesante" pero casi cada palabra que vino después de eso al calvo le sorprendió y no entendió cómo no podía ser interesante. Esperaba la historia de un campesino cuya vida se basaba en un terreno de diez metro cuadrados, que vivía solo y no hablaba con gente desde que nació.
«¿Accidente? ¿Espía? ¿Filas? ¿Entrenamiento? ¿Padre shinobi? Acaso es...»
Pues de interesante poco hombre, de interesante muy poco.- contestó denotando clara sorpresa en su rostro.
No me habías dicho que eras shinobi, aunque....- el cenobita se llevó su mano al mentón y tras un segundo de silencio volvió a hablar.
Ahora tiene más sentido eso de cruzarnos en el campo de batalla.
Pero ni bien terminó de hablar, algo irrumpió en sus oídos. Karamaru se detuvo y por instinto dirigió su mirada a su punto más débil, su espalda. Pero no había nada allí y tras ver a su compañero se dio cuenta que esta vez ambos lo habían escuchado a pesar del viento.
Es verdad. Algo está haciendo ruido, pero no podría decir bien de donde. Atento.- se animó a aconsejar como si tuviese algún tipo de confianza.
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Era un chirrido intermitente que iba y venía como si danzase en el viento.
Se estaba acercando, ya no cabía duda alguna. El Uchiha observó con detenimiento sus inmedicaciones. «¡Por la derecha!», se dijo, dirigiendo sus orbes hacia el flanco derecho.
En primera instancia Ralexion había creído que se trataba de algún tipo de sonido metálico, mas se equivocaba. Divisó algo allá en la distancia, un puto negruzco que estaba acortando distancias con los jóvenes a una velocidad envidiable.
Era un graznido de pájaro.
Cuando se encontraba a unos cincuenta metros del dúo ya les resultó perfectamente distinguible. Era un ave de proporciones considerables, de unos siete metros de largo y casi diez metros de ancho si se contaban sus alas extendidas al máximo. Sus plumas eran de color lavanda oscuro, y unas extrañas líneas blanquecinas discurrían a lo largo de todo su cuerpo, similares a un tatuaje tribal. Su pico era largo, de casi treinta centímetros, anaranjado.
Pasó volando por encima de los dos muchachos, trayendo consigo una potente ráfaga de viento que obligó al Uchiha a plantar sus pies contra el suelo con firmeza para no perder el equilibrio.
—¡Wow!
La mirada de Ralexion quedó pegada al pájaro, embobado en su majestuosidad. El susodicho continuó volando en la dirección contraria a la que había llegado, alejándose una vez más de la pareja de viajeros. Graznía y graznía, ensordecedor.
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Ruido iba y ruido venía, y mientras tanto Karamaru jugaba a la calesita girando y girando para ver en todas direcciones. Nada arriba, nada detrás, nada delante, nada en ningún lado, pero ese sonido seguía en sus oídos y cada vez más fuerte. No sabía ni qué era, ni de dónde venía, pero su compañero realizó un movimiento brusco y el calvo lo siguió.
Ralexion apuntó su atención hacia la derecha de ambos donde ambos pudieron divisar algo indistinguible a la distancia, pero más claro con el pasar del tiempo. Recién cuando pudo ver y comprender que era aquel objeto, fue cuando entendió que eran en realidad aquellos sonidos.
«Un...un...un...¿Un pájaro?»
Y no solo era un pájaro común, era intimidante y realmente grande, tal que así, que cuando pasó cerca de ambos shinobi el cenobita cayó de culo al piso donde se quedó varios segundos admirando el ave. Pero tampoco se podía mostrar vulnerable ante un shinobi de otra aldea, y al poco tiempo ya se encontraba nuevamente sobre sus dos patas.
¿Qué...qué mierda era eso?- preguntó de manera retórica sabiendo que no recibiría respuesta alguna.
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—¡N-No tengo ni idea! —vociferó el Uchiha, como cabía esperar.
El ave seguía con su vuelo, alejándose de ellos; visto lo visto parecía que la presencia de ambos jóvenes le resultaba indistinta. Sin embargo, apenas unos instantes más tarde, el poderoso animal giró su cuello y con este toda su cabeza, oriéntandola de una manera que le permitía observar lo que tenía tras de sí.
Un escalofrío escaló a lo largo de toda la espina dorsal del muchacho.
—¡¿N-Nos está mirando...?!
A pesar de la distancia que los separaba, la pareja de shinobis eran capaz de sentir los ojos del pájaro como si se tratasen de cuchillas endemoniadamente afiladas. El gesto del animal denotaba una comprensión similar a la humana, algo que al kusajin le asustaba tanto —o puede que incluso más— que la indisputable robustez de su anatomía.
El ave graznó de nuevo. De improvisto alzó el vuelo y en apenas unos segundos el manto de nubes en el cielo se la tragó como si nunca hubiese estado ahí. Ralexion suspiró de alivio.
—¿Crees que será agresivo...? —le preguntó a Karamaru.
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Y así como se acercó el enorme pájaro comenzó a alejarse. Karamaru, casi paralizado, lo miraba con una mezcla de miedo y asombro, aterrado y a la vez maravillado de su primer encuentro con un animal como aquel. Podría nunca llegar a la cima de aquella montaña que subían peldaño a peldaño ambos shinobi, pero al menos algo nuevo y completamente extraño había visto.
Pero antes de alejarse por completo el ave mostró que sabía que los dos muchachos estaban allí y, con una mirada imaginable de monstruo de cuento de terror, clavo sus ojos en su posición. Y Karamaru se estremeció, se paralizó por completo y no pudo, por más que hubiese querido, contestar a la pregunta de Ralexion. Claro que los estaba mirando, y al monje no se le hacía nada cómodo.
C-creo...- comenzó a responder titubeando pasados unos segundos de la desaparición del ave.
Creo que nunca vi algo cómo eso, y creo que no tengo idea de qué puede hacer.
«¿Acaso hay que seguir subiendo?»
El pelado se quedó en su lugar lanzando miradas intermitentes al morocho para que él diga para donde continuar el camino. Aquello podía ser un aviso, tanto para bien... como para mal.
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Ralexion se veía tan indeciso como Karamaru. La reacción que el kusajin consideraría más normal sería la de echar a correr en dirección contraria y bajar las escaleras lo antes posible, en caso de que el pájaro inteligente y con actitud de pocos amigos resultase hostil.
Sin embargo, dada la peculiar situación en la que se encontraban, tampoco le parecía el curso de acción más adecuado. ¡Ninguno lo era, realmente! En caso de que los atacase, ya fuese subiendo o bajando, el ave tenía una considerable ventaja dado el terreno. Ellos solo podían caminar por el sendero de peldaños o en caso de necesidad escalar verticalmente las escarpadas paredes del camino o los afilados riscos de la falda de la montaña, pero el pájaro podía ignorar todo ello y centrarse en atacarlos desde cualquier ángulo. Además, una mala caída a tales alturas le resultaría fatal a cualquiera de los dos, podían acabar empalados o peor.
—Quizás sea mejor bajar... ¡pero con cuidado...! —sugirió— No sé si nos estará viendo ahora mismo, pero tengo entendido que algunos animales se ponen agresivos si corres... mejor caminar despacio.
Si Karamaru estaba de acuerdo, así harían.
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Karamaru miró indeciso al morocho tras la sugerencia. Parecía ser la mejor idea, pero para el calvo era importante seguir el camino de su desafío y de sus compañeros del templo. Los rumores de la cima eran muchos, pero los hechos factibles eran poco y muy dudosos.
El calvo pensó y tardó lo suyo en responder. Tal vez todavía era joven, poco sabio y poco preparado para emprender ese camino, y sobretodo poco fuerte. Si aves como esas eran las que se encontrarían era claro que no estaba en condiciones de combatirla.
«El tiempo me preparara.»- agachó el rostro con mirada de decepción y decidió contestar.
Esta bien.- y comenzó a caminar en sentido contrario.
Acabo de recordar algo, si no molesta que pregunte.
—Hace tiempo me cruce con un hombre de apellido Uchiha. Era un morocho de Uzushio que, si no me equivoco, se llamaba Akame. ¿Lo conoces?
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El dúo se dispuso a deshacer el camino llevado a cabo, por mucho que a ambos le pesase. Ralexion se quedaría con las ganas de superar las nubes y sentir el placer de verse en el —supuestamente— punto más alto de Ōnindo. Quizás retornase en otra ocasión, cuando pájaros de tal tamaño no le resultasen una amenaza. Era "simple" cuestión de alcanzar cotas de poder mayores.
Entonces Karamaru le disparó una pregunta que al kusajin se le antojó extraña, pero no permitió que se entreviese. «Supongo y espero que su curiosidad se limite a que compartimos apellidos y somos, efectivamente, parientes lejanos. No me gustaría meterme en problemas por culpa de Akame-san...», reflexionó en la privacidad de su mente.
—Sí, lo conozco, aunque no seamos de la misma aldea —expresó con una tibia sonrisa en sus labios—. ¿Qué se cuenta el bueno de Akame-san?
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El morocho respondió afirmativamente para sorpresa del calvo que esperaba un no por respuesta. Apenas escuchó las palabras, llevó la mirada al cielo y su diestra al mentón. Que tuvieran el mismo apellido era algo curioso y si encima se conocían aún más por ser de distintas aldeas.
Hace mucho que lo vi la verdad, nos cruzamos en una visita para mostrar nuestros respetos a la fallecida Kage de Uzushio.
El calvo estuvo a punto de hablar de más al recordar sobre cuál fue el tema central de conversación de ese encuentro: la confianza y lealtad en sus superiores. Tema del cual Karamaru tenía muchas dudas del Uchiha de Uzu, pero que no pudo revelar su verdadera faceta si es que la había.
Pero me hiciste acordar a él, sabía que algo me sonaba de ese apellido, Uchiha. ¿Tienen algo que ver?
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