Eran las cuatro de la tarde. Amedama Kiroe se ocupaba un día más de su Pastelería de Kiroe-chan, una bonita cafetería rústica, un rincón de tonos pastel en medio de una urbe de gris y azul metalizado, de cañerías, cemento, vidrio y metal. Kiroe había sido hace tiempo una combatiente muy habilidosa, aunque luego pasó a dedicarse al espionaje, a la entrega de información y a la caza de indiscretos y desleales, una actividad a la que recientemente había vuelto con gran devoción. Pero ahora su mayor devoción esa era maldita mancha de café en la barra, que la hija de puta no se iba ni restregándola con un estropajo. Suspiró exasperada y lo dejó estar. Ya lidiaría con ella en otro momento.

La cafetería estaba vacía a esa hora del día. Muy pocas eran las personas que pasaban después de comer a tomar un café o un bollo. En realidad, había una de ellas que solía hacerlo habitualmente, aunque últimamente no se le veía mucho.

La puerta de la Pastelería de Kiroe-chan se abrió. Las campanillas de cristal, estratégicamente colocadas, cantaron alegremente anunciando la llegada precisamente del chico en el que Kiroe estaba pensando.

—¡Mogura-kun! ¡Cuánto tiempo! —Instintivamente, Kiroe se acercó al mostrador donde exhibía sus mejores creaciones y comenzó a cortar un trozo de pastel de fresa.

La persiana del negocio terminaba de bajar, guardando celosamente en su interior el armamento disponible a la venta que tenía a su disposición el médico de Amegakure. Armas, herramientas y afines de varios proveedores de diferentes partes de Arashi-no-kuni.

El día había terminado, más temprano había hecho una pausa para comer su almuerzo pero ese día, contrario a lo que estaba haciendo últimamente, no tomaría el postre allí. Estaba un poco cansado del pastel de mala calidad que podía llegar a conseguir en cualquier clase de tienda cercana a su negocio.

La puerta trasera se abrió y lo primero en asomarse fue un paraguas extendiéndose tanto como era posible. Debajo de este se escondía de la lluvia alguien que era poco frecuente de ver recorrer las calles como había hecho antes. Le echó llave a la puerta y salió del callejón con tuberías serpenteantes.

Esquivando los charcos mas profundos y pasando por encima los que sabía que no iban a quebrarle el tobillo, avanzó en una dirección clara.

Abrió la puerta de la pastelería, haciendo sonar la campanilla que denunciaba su entrada. Cuidadosamente cerraría su paraguas sacudiéndolo un poco antes de adentrarse por completo al interior del recinto.

Haría una leve reverencia para después llevarse una mano hasta la cabeza y arreglarse el peinado. Peinado que, a diferencia de otras veces, ya no estaba sosteniendo con su bandana, sino que tenía recogido en una cola que evitaba cualquier molestia. Parecía que la costumbre le había quedado de todas formas.

—Buenas tardes, Kiroe-san. Estoy necesitando pastel de verdad.

Contestaría esbozando levemente una sonrisa.

Depositaría el paraguas en un lugar cercano a la entrada y tomaría asiento en un punto no mas lejano..

Kiroe sonrió afablemente y sirvió el trozo de pastel en un plato pequeño. Salió de detrás de la barra y se acercó a él. Puso la porción frente al muchacho.

—Creía que ya había perdido un cliente fiel —rio burlona—. ¿Quieres que te ponga algo para acompañar, un batido, un café?

Se retiró a la barra tarareando una canción.

—Daruu me preguntó el otro día por ti. Hacía mucho que no te veíamos.

—Tendría que perder el gusto para que eso suceda.

Apresuraría a contestar.

—Té verde, por favor.

Nada mejor que eso para resaltar los sabores del pastel.

Guardó un instante de silencio después de escuchar esas palabras sobre su viejo amigo. Realmente había pasado mucho tiempo.

—¿Cuánto tiempo puede haber pasado? ¿Casi un año?

Dejó escapar de sus labios mientras apreciaba su porción de pastel.

--¿Cómo está Daruu?

Kiroe se acercó hasta Mogura con un vaso de té verde, como le había pedido. Echó un vistazo general a la cafetería, y como vio que no había nadie más... decidió tomar asiento frente a él. Tenía cara de circunstancias. Aunque "¿cómo está Daruu?" era una pregunta muy simple, la respuesta era muy compleja, y no estaba seguro de que Mogura estuviera preparado para recibir un fragmento vital de información en concreto.

—Bueno... está pasando una mala racha —dijo—. ¿Por qué no vas a verlo después y hablas de esto con él mismo? Dijo que estaría entrenando en el Torreón de la Academia. Supongo que estará en una de esas salas grandes con blancos, árboles, troncos... Ya sabes. Las que simulan otros entornos que no solemos tener por aquí. —Kiroe guiñó un ojo—. No le digas que te lo he dicho. Hay un motivo por el que conozco toda esta información, y no creo que le haga... especial gracia.

No tardaría en darle un sorbo al té cuando Kiroe lo dejase a su disposición. No quería comer con la garganta seca.

Una mala racha, el buen Daruu estaba pasando por una mala racha.

Mogura asintió ligeramente con un gesto de su cabeza a las palabras de la pastelera, quizás ir a ver al muchacho sería mejor que enterarse por un tercero que estaba sucediendo con él. Después de todo eran viejos amigos.

La informante prefería mantenerse anónima en esta ocasión, a fin de evitar problemas a futuro aparentemente.

El médico probó aquel pastel que tanta fama tenía y sintió por un segundo como si el alma le hubiese regresado al cuerpo. ¿Cuanto tiempo había pasado desde la ultima vez que había probado aquella delicia? Ya no estaba seguro, pero hacía bastante.

—Está bien, no diré nada. Pero primero me tomaré mi tiempo para comer esto, hace mucho que no lo pruebo.

—Claro Mogura, disfrútalo.

Kiroe se levantó y se concentró de nuevo en limpiar aquella dichosa mancha detrás de la barra. Miró de soslayo a Mogura. Habían pasado muchísimas cosas desde la última vez que lo había visto, y eso sin contar los asuntos recientes.

«Ni siquiera sabrá lo de su Byakugan... Dioses, ¿acaso este chico ha estado escondido durante una piedra todo este tiempo?»

Mogura asintió con un leve gesto de su cabeza a las palabras de la mujer. Atacó nuevamente el pastel de fresa que tenía suyo y se dejó llevar por el momento.

No estaba seguro de cuanto tiempo le habría tomado terminar su porción. En algún momento debería haber bebido algo de té probablemente, pues al darse cuenta había vaciado la taza y el pastel había desaparecido, un par de migas restaban en el platillo y la cuchara tenia restos de lo que fue una deliciosa crema que decoraba el postre.

Se limpió los labios con una servilleta y se preparó para volver al mundo real, a las frías y húmedas calles de la aldea que había evitado durante tanto tiempo.

—Muchas gracias, Kiroe-san. Estaba delicioso.

Exclamó cuando se levantó de la mesa, no sin antes esconder un billete que cubriese los gastos de la comida. Le dedicó una cordial reverencia y seguidamente tomó su paraguas.

—Me voy retirando.

Y sin más que decir cruzó el portal de salida, lanzándose a las calles una vez más.

Algo lejos de la Pastelería, Daruu se concentraba en el dominio de una de sus técnicas.

«Una vez más...»

Estiró ambos brazos y ejecutó el jutsu. Dos apéndices, brazos falsos que se elongaban como si fueran de goma, surcaron el aire y acabaron topándose con el muñeco de entrenamiento. Estallaron, haciendo volar el maniquí una vez más y arrojándolo al suelo.

«Mmh...»

Daruu se acercó al maniquín, lo cogió y lo clavó de nuevo en el soporte de arena con cuidado.

—¿No sería más fácil chocarlo con un pájaro de caramelo?

Consultaría una figura parada en el portal de ingreso de la sala de entrenamiento. Un médico de Amegakure vestido como un civil pero que sin duda alguna Daruu recordaría, a no ser que en algún punto durante aquel año y pico que había pasado le hubiese borrado la memoria.

Una voz conocida, pero que no había oído desde hace mucho tiempo, le llamó con una monotonía familiar. Daruu se giró como un resorte, en parte por el susto, en parte por incredulidad. Pero sobre todas esas partes, por la añoranza de reencontrarse con un buen amigo.

—¡MOGURA! —exclamó, y recortó la distancia de cinco grandes zancadas. Le dio una palmada en el hombro—. ¡Pero bueno! ¡Ya creía que habías desaparecido! —Se señaló la placa dela manga derecha—. Mira, mira. Ya no eres el único chūnin.

Sin duda alguna el muchacho había escuchado suficiente las palabras del médico en el pasado, pues reconoció prácticamente al instante la voz que le hablaba.

Sin honoríficos y tomándose toda la libertad del mundo de llamarlo directamente por su nombre, recortó la distancia que los separaba y le saludo de una manera sumamente informal. Pero bueno, de él podía aceptarlo.

Ante su comentario sobre que había desaparecido no pudo evitar corresponder su gesto de palmear el hombro.

—No podía esperar menos.

Comentó con una ligera sonrisa en el rostro, que dada su habitual caripela, era un claro gesto de alegría.

—Si alguien podía lograrlo eras tu. Pero, ¿y tu chaleco?

No pudo evitar mirar para todos lados buscándolo con la mirada.

Daruu rio.

—No sé cómo puedes llevar esa cosa, amigo —dijo—. Es aparatoso, te hace sudar como un condenado y luego hueles a zorros. —Se pasó la mano por delante de la nariz, cómico—. además, hace unos ruidos muy horribles cuando te mueves. Así no hay quien vaya de sigilo, macho.

Suspiró.

—Bueno, ¿qué ha sido de tu vida estos meses?

Mogura se daría cuenta entonces de algo esencial. ¿Dónde... dónde estaban aquellos ojos blancos tan característicos de Daruu? Eran de color púrpura, con la pupila fácilmente distinguible.

Había que admitir que el chaleco no era la prenda más cómoda del mundo, y si uno cometía el error de pasear por la lluvia como si la humedad no existiese claramente iba a apestar todo. Pero a lo mejor eso último era un mero toc del médico. Lo que no tenía nombre sentido era el comentario final.

Ladeó ligeramente la cabeza un par de veces. ¿Debía decirlo? ¿Alguien se lo habría dicho ya?

—No se como te animas a hablar de sigilo si con esa ropa verde te podrían ver desde la otra punta de Arashi-no-kuni.

No pudo evitar encogerse de hombros después de comentar aquello.

—Pero estoy seguro de que te las arreglas de alguna manera.

Concedió al final.

El médico dejó escapar un suspiro de su propia autoría después de escuchar aquella pregunta.

—¿La verdad?

Dijo mirando fijamente a los ojos a su viejo amigo, notando aquel particular detalle.

—Mantener a flote el negocio desde que el maestro murió ha sido un poco más complicado de lo que esperaba.

Mogura dejaría caer su bomba también. Con los años que llevarían de relación, Daruu debía como mínimo estar al tanto que el único pariente vivo del médico era su abuelo.

Por desgracia, Mogura no llegó a contarle sobre su familia a Daruu. Porque Daruu se tomó como una provocación el comentario sobre su ropa. Aunque no se enojó, sino que más bien sintió el mensaje como un reto de colegueo, el chico sonrió, y una extraña adrenalina le subió por la punta de los pies.

—¿Sí, eh? —dijo.

Al segundo siguiente, Daruu había interpuesto la pierna derecha tras los pies del médico, y el brazo derecho por delante. Un fuerte empellón con ambas en direcciones opuestas le bastó para arrojar al pobre ninja repeinado al suelo.

Con una sonrisa de suficiencia, Daruu se sacudió las palmas de la mano.

—El secreto está en ser hábil, Mogura-kun.