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«¡Condenada vieja!»
La Duodécima demostraba saber una cosa o dos acerca del combate a corta distancia, con aquella maniobra que acabó provocándole cierto dolor punzante al Uchiha. Las espinillas de ambos habían colisionado y fue suficiente para que Akame entendiera que aquella anciana estaba bien en forma, con una potencia física similar a la suya propia.
Sin embargo, él todavía tenía una ventaja que pensaba usar. Mientras se veía amenazado con perder el equilibrió, clavó su espada —que sostenía con la mano diestra— en el suelo para usarla como punto de apoyo y mantener la postura, mientras que con la zurda zarandeaba el bastón de la Duodécima para sacudirles un bastonazo a las dos monjas de su flanco derecho que buscaba devolverlas al suelo.
Si tenía éxito, volvería a empuñar su katana con ambas manos y se lanzaría en un ataque directo contra la Duodécima. Su acero buscaría la rodilla derecha de la anciana, buscando seccionarle los tendones para incapacitarla definitivamente.
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La mujer terminó por caer la suelo, escuchando a su vez como algo crujía en el suelo. Esto la puso en alerta, pero ahora mismo no disponía de su arma para montar una guardia. Lo mejor que podía hacer era aguantar el dolor e intentar incorporarse. Entre tanto, las dos que apenas habían logrado levantarse fueron llevadas nuevamente de inmediato al suelo.
La duodécima estaba desprovista de su bastón, el cuál era crucial no sólo para su defensa personal sino para dictar las órdenes a sus seguidoras. Sin embargo, más pronto que tarde recibió un corte en una de sus más preciadas articulaciones, sacándola de sus pensamientos.
—¡AHHHHHH!— Se quejó a viva voz mientras se llevaba las manos a la herida, sintiendo como aquel tibio líquido se le escurría entre los dedos.
—¡Jūni-sama!— Gritó una de las mujeres al escuchar el quejido de su líder.
Las dos de la derecha fueron las primeras en acercarse, tratando de socorrerla sin saber exactamente que había pasado.
Pero las dos mujeres que habían recibido los impactos de las estrellas en primera instancia aún no estaban totalmente descartas de la pelea. Cada una hizo lo posible por retirar las armas que se les habían clavado, a fin de tener algo más de movilidad mientras buscaban tomar nuevamente sus varas.
—Uhh... huuu...— La mujer entonces dio dos manotazos rápidos al suelo, hizo una pausa breve y volvió a dar dos.
Aún cuando la prioridad era atender a la chamana mayor, las órdenes fueron dadas. Las otras dos de la siniestra fueron las que reaccionaron al mandato, buscando sus bastones y lanzándolos cuales jabalinas a la última dirección donde escuchasen movimiento de pasos.
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15/01/2020, 13:11
(Última modificación: 15/01/2020, 18:29 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Akame arrugó su expresión cuando la fina hoja de su chokutō acarició sin problemas los tendones de la parte lateral e inferior en la rodilla de la Duodécima, seccionándolos con gran precisión. «Esto no se suponía que debía acabar así...» Demasiado tarde para lamentaciones, el Uchiha observó curioso cómo aquella anciana dirigía a las demás, y entendió entonces su modus operandi: utilizaba el sonido para guiarlas y darles órdenes.
Sin embargo, todavía se encontraban en desventaja frente a un ninja bien entrenado y dispuesto; quizás demasiada desventaja. Ya consciente de cómo peleaban aquellas monjas, Akame se colocó de un salto en un punto medio entre las dos del flanco derecho y las dos del flanco izquierdo; de tal manera que cuando le lanzaran sus bastones, él se limitaría a agacharse por completo para dejarlos pasar por encima de su cuerpo. Si la jugada le salía bien, las improvisadas jabalinas seguirían su recorrido hasta impactar a las dos monjas del lado contrario; cada una noquearía —y sería noqueada— por su contraria.
Si la táctica funcionaba, Akame se impulsaría con un gran salto para pasar junto a las monjas derribadas, buscando —ahora sí— saltar el bloqueo y continuar su huída hacia el exterior del templo.
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Tras el esquive de las bastones, estos siguieron de largo e impactaron a una de las del lado contrario. El bastonazo en su rostro la hizo caer inconsciente sin siquiera tener tiempo para soltar quejido alguno tal y como el Uchiha había previsto. Sin embargo, la otra que se había enfocado más en ayudar a la duodécima recibió el impacto en su hombro.
—¡Aghuh!— Se llevó la mano a la zona afectada y calló de rodillas al suelo junto a su lideresa. Sin embargo, la hemorragia que presentaba la de más lato rango era tan profusa, que antes que continuar con la persecución prefería atender la herida de su jefa. —Jūni-sama no se esfuerce.
Fuera de esto Akame no tendría más obstáculos para continuar con su plan de emprender la huida, ya que ellas estaban más ocupadas en salvaguardar a la herida. Pese a su defecto natural, estaban en parte adiestradas en artes médicas rudimentarias. ël probablemente no se quedaría a verlo, pues debía seguir su curso para huir del templo.
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Sin mirar atrás —aunque en cierto modo no pudo evitar sentirse molesto por cómo había resultado todo—, Akame recorrió a la inversa los pasillos oscuros y las salas tradicionales del Templo. A cada esquina que doblaba o puerta que pasaba lanzaba una mirada rápida para comprobar si es que Rōga y Okawa se habían refugiado allí. Si no les hallaba en su huída, seguiría hasta la salida de la torre.
Una vez en las escaleras que daban acceso a la torre, aprovecharía su posición en altura para echar un vistazo a los alrededores tratando de localizar al King y a la muchacha. Si no les encontraba, procedería —ahora sí— a abandonar los terrenos del templo saltando el muro por el mismo lugar que lo había hecho para entrar.
«Espero que ese personaje de Rōga haya conseguido poner a salvo a la niña... Si no, todo este lío habrá sido para nada.»
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Conforme descendía, no notaría la presencia del de cabellos tricolor ni de la décimocuarta por ningún lado. Lo que si era audible, eran pasos sincronizados de al menos dos o tres mujeres que de cuando en vez trotaban a manera de patrullaje a través de las instalaciones. ¿A que se debía esa sincronización? El rígido adiestramiento en el cual les instruía no sólo era para guiarse en aquel sitio, sino que les servía para diferenciar en cuanto algo o alguien estaba fuera de lugar. Ese ritmo estricto demostraba bastante coordinación pese a su sectaria forma de actuar.
Ahora bien, el problema estaría en la salida. La ruta de entrada estaba bloqueada por un plantón humano compuesto de dos hileras de chamanas dispuestas a lados opuestos dándose las espaldas a sí mismas. Cinco en dirección hacia afuera y cinco hacia dentro. Cada una estaba obviamente armada con sus tradicionales bastones, dispuestas a evitar que alguien entrase o saliese del templo.
La tenue luz de luna que se filtraba a través de las cañas del bambú y lograba iluminar los muros del santuario formaba una suerte de figuras sinuosas que poco o nada se parecían al paisaje exterior. Sin embargo, dejaba ver algunos detalles, y entre esos detalles era posible apreciar que una de las vigilantes que estaba parada de cara al interior estaba herida, con un moretón reciente en uno de los pómulos del rostro.
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«Bingo», una de las monjas estaba herida, y de forma bastante característica. Akame asumió en ese preciso momento que Rōga había pasado por allí como una apisonadora. Tal vez él podría intentar algo distinto, y en ese caso fue apoyarse en un rápido análisis de la conducta de las monjas en el templo. «Si imito su forma de caminar, con esa cadencia en el paso y ese ritmo en los andares, quizá me tomen por una de ellas. Ninguna parece querer hablar ni mierda, así que quizás cuele el engaño.» Si no, siempre podía abrirse paso por la fuerza... Pero prefería evitarlo. Debía evitarlo.
Así pues, el Uchiha se aproximaría a la entrada correteando de forma idéntica a como había escuchado que lo hacían las monjas, pero imprimiéndole a sus pasos un ritmo redoblado, para que pareciese que había una pareja de personas en lugar de una sola. Así trató de acercarse lo máximo que pudiera a la entrada, llegando el caso hasta bordear la hilera de monjas en ristre.
Si alguna parecía percatarse del truco, o le atacaba, entonces pensaría en la forma de responder...
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El plan parecía estar en orden. Las mujeres no reaccionaron en lo absoluto al caminado del Uchiha, tomándolo por alguna de las unidades que se encontraban buscando a los fugitivos a lo largo y ancho del templo. Todo parecía ir de maravilla, al menos hasta que el estuvo a punto de cruzar la puerta. Justo al pasar al lado de dos de las vigilantes, una de ellas, la que estaba de frente al interior, azotó su bastón en el suelo. ¿Su disfraz había sido descubierto?
—¿A dónde se dirigen?— Ella no le volteó el rostro en ningún momento. —Las órdenes son patrullar el interior y no dejar escapar a los intrusos, pues debemos descubrir cuál es el paradero de la Decimocuarta. Deben volver a sus posiciones ahora mismo— Indicó.
La otra que observaba en sentido contrario extendió su brazo derecho y su bastón de forma transversal, bloqueando el camino de las que ellas creían eran dos de su grupo fuera de posición. Al parecer le interpeló por otro motivo, pero si se detenía más tiempo las noticias de que la la mayor había sido lastimada no tardarían en llegar.
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Akame contuvo la respiración un momento justo antes de que una de las monjas le parase. Había estado tan cerca... ¡Casi saboreaba el aire fresco de la noche! ¡Y Rōga había conseguido escapar, estaba todo hecho ya!
No todo, claro. La última línea de defensa de las ancianas se intepronía entre él y el exterior. La luz de la Luna que se filtraba al interior le daba a todo un toque mortecino, casi taciturno, que unido con el tenebroso silencio del templo le hizo por primera vez sentirse incómodo allí dentro.
En un primer momento pensó en tratar de mentir, pero pronto vio que aquello sería inútil. Las monjas tenían buen oído y captarían que su voz no era la de una de ellas, incluso si intentaba imitarlas. Suspiró. Parecía que, por mucho que se esforzase siempre terminaba con sangre. Siempre.
El Uchiha levantó el brazo derecho y el kunai que tenía oculto bajo la manga salió como un resorte. Sin miramientos lo clavó en la garganta de la monja que le había interpelado, primero para que dejara de ser un obstáculo, y segundo para que no pudiera advertir o comandar a las demás con su voz. Seguidamente, sin perder un segundo, sus manos empuñaron la chokutō y descargaron un tajo que buscaba seccionar el brazo de la monja cuyo bastón se interponía en su camino.
No podía permitirse fallar. Incluso si eran mujeres ancianas y poco entrenadas, entre diez de ellas a corta distancia podrían ponerle en un aprieto; y entonces tendría que matar a muchas más. Si su jugada tenía éxito, el Uchiha trataría de atravesar el umbral y huir de allí a todo correr.
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Un grito ahogado y todas finalmente giraron la cabeza, una segunda voz aullando de horror puro al ver su extremidad superior amputada, y las chamanas finalmente rompieron su formación.
Akame ya había pasado a través de la barrera y se estaba dando a la fuga. Ya no había un chirriante piso que indicara a los cuatro vientos cual era su posición, pero si iba a toda velocidad no podría esconder del todo el sonido de sus pasos. Una de las guerreras en medio de la confusión, perdió la compostura y en un ataque de nervios terminó cayendo al suelo. Las dos que estaban más cerca de las víctimas socorrieron a aquella que acababa de desmayarse de la impresión y el dolor causado por la mutilación. Una tercera se acercó a la primera caída, aquella que ahora yacía muerta y sin signos vitales. Seis no estaban tras de él, dejando sólo a cuatro para actuar.
Sin órdenes exactas, su mejor intento fue lanzar nuevamente sus bastones para intentar interceptar al atacante en su última huida, aunque debido a la conmoción no eran capaces de ejecutar la maniobra con toda la precisión requerida.
Una vara intersectó la trayectoria de otra, cayendo al suelo antes de tiempo. Las otras dos iban paralelas, con dirección a la espalda del shinobi. Estaba fuera del templo, pero aún estaba dentro del muro que marcaba la barrera. Era quizá, el último obstáculo real.
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Akame notó un golpe pesado en su espalda que amenazó con desequilibrarle, pero el Uchiha apretó los dientes y tras trastabillar unos pasos, logró recuperar la compostura y continuar en su descenso hacia los jardines del Templo. Buscaría dejar atrás a cualquier tipo de oposición gracias a su velocidad y buscaría algún signo de Rōga por los alrededores.
«¿Habrá conseguido saltar el muro con Okawa? Es improbable, quizá todavía estén por aquí... Debería encontrarlos, entre los dos será más fácil ayudar a la niña a pasar por lo alto del muro.»
Con aquel pensamiento en mente bajaría el ritmo tras ocultarse entre los árboles y buscaría alguna seña que le pudiera indicar hacia dónde habían huído el amejin y la muchacha.
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El bosque de bambú dentro del área limítrofe de la montaña no se diferenciaba mucho del que estaba más allá de los muros, pues era denso y extenso a partes iguales. Sin embargo, en aquel suelo poca o ninguna huella solía quedar marcada, por lo que al menos ese no sería un método fiable para seguirles el paso.
Cabe destacar, que el Yotsuki tampoco pareció pensar en que Akame pudiese seguirlo, salvo por un detalle tan simple que podía pasar fácilmente desapercibido para el montón de cegatas: Letras R talladas sin ninguna pena en los tallos, que ni la monstruosidad de seis brazos con todas sus capacidades habilitadas hubiese sido capaz de notar. Al final, el viejo truco de las migajas de pan era simple pero efectivo, sin complicarse demasiado.
El rastro le llevaría hacia el noroeste, donde llegaría a divisar el muro no sólo de frente sino también por el lateral, flanqueándolos en una arrinconada esquina. Ahí, divisaría a una Ōkawa de rodillas al suelo que se sujetaba la cabeza, mientras el Yotsuki estaba cruzado de brazos frente a ella con cara de medio reír.
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«Este Rōga... Al final va a resultar que sí que sabe usar la cabeza», se dijo Akame con una media sonrisa al ver el peculiar rastro —e improbable de hallar por las ciegas— que su compañero amejin le había dejado en los bambúes.
Cuando llegó a divisar a la pareja, después de seguir las metafóricas migajas de pan que le habían dejado, Akame se aproximó con cautela a los dos muchachos.
—Parece que vamos a conseguirlo, después de todo —saludó, saliendo de entre unos bambúes—. Aunque mejor no vender la piel del oso antes de cazarlo. ¿Les place a los señores si saltamos ese condenado muro y dejamos para siempre atrás este Templo?
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El Yotsuki suspiró ante la llegada del Uchiha, aunque la chica seguía tirada en el suelo. Sin embargo, ya no parecía estar triste o acongojada como cuando huyeron de aquel demonio de seis brazos. Su expresión era de enojo y molestia, al punto que tenía los ojos cerrados. Sujetaba los laterales de la cabeza con cada mano, siendo que no respondió ante la pregunta del exiliado en primera instancia.
—Ahhh, demonios...— El genin se agachó y elevó algo la voz. —¡Vámonos que Suzaku ya está aquí!— Pese a que podía ser contraproducente elevar la voz, ya que podían revelar su ubicación, confiaba estar lo suficientemente alejados del tiempo.
—NO ME GRITES— Contestó aún más fuerte.
—Joder niña que la que está gritando eres tú— Infló los cachetes. —Está algo mareada— Volteó a ver al antiguo jounin. —Gasté una Otodama mientras huíamos, fue muy efectiva para las viejas pero parece que para la Señorita Perfecta también. No ha parado de quejarse que le duele la cabeza— El genin bajó las cejas.
"Que ni se le ocurra alegarme, que era eso o nos iban a atrapar." Aunque desconocía la barbaridad que acababa de cometer Akame mismo.
»Al menos ya no lloriquea de que no se puede ir y esas mamadas.
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En otro momento y diferentes circunstancias tal vez Akame habría reprendido a Rōga por su torpe uso de la Otodama, que había lastimado a la muchacha... Pero después de la carnicería que él mismo acababa de organizar dentro del Templo, prefirió no perderse en los detalles e ir a lo concreto. Sobretodo porque intuía que si Okawa se enteraba de los métodos sangrientos a los que el Uchiha había tenido que recurrir para salir de allí con una pieza, su confianza en ellos se vería seriamente mermada. Al fin y al cabo, no había sido sino hasta ese reciente momento que los shinobi habían tenido que atacar a ancianas relativamente indefensas.
El Uchiha se colocó al pie del muro. Trata de medir si sería capaz de escalar y saltarlo. En caso contrario, alzó la vista hacia las ramas de los bambúes circundantes; tal vez pudiera trepar hasta una de ellas y de allí saltar al otro lado del cerco.
—Vamos Okawa, ya estamos muy cerca. Podrás descansar cuando nos hayamos alejado de aquí, ¿sí? —se dirigió luego a la niña—. Va, Rōga, creo que lo mejor es que uno de nosotros salte el muro y el otro la ayude desde este lado. Cuando esté por saltar, el que haya cruzado ya la recoge y listo.
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