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21/08/2018, 11:27
(Última modificación: 21/08/2018, 11:28 por Inuzuka Nabi.)
El mundo se había convertido en un hervidero de ira y rabia contenida que acaba saliendo en el momento en que te aprietan un poco. Con lo calmado y tranquilo que era yo, que no levantaba la voz ni para esconder mierda debajo, y la gente constantemente pegando chillidos en cuanto insinúas algo. Ya no se pueden mantener conversaciones normales.
O tal vez nunca se pudo con gente de Amegakure. De dos que me había cruzado, dos que me habían escupido en la cara sin motivo aparente.
—¿Pobrecito? ¡¿POBRECITO?! ¡¿PERO QUÉ NARICES SABRÁS TÚ DE LO QUE PASÓ ENTRE NOSOTROS?! ¿Que yo voy detrás de él? ¡¿Que puse en riesgo su vida?! ¿¿Un par de bromas?? ¡OH, VAMOS, ES LO ÚLTIMO QUE ME FALTABA POR OÍR! ¡Por mí se puede pudrir en el infierno!
Después de que se pusiese jodidamente histérica ya estaba pensando en cien formas de contestarle a sus groseras y ofensivas palabras cuando dijo las palabras mágicas.
—Lo has conseguido, toma tu sitio
Y recordé que yo había venido a por mi sitio. En ningún momento había planeado ninguna venganza en honor a Datsue ni mierdas de esas, yo estaba del tranquis por aquí y ella apareció y ocupó mi árbol cual empresario capitalista ocupa el dinero de todos. Ahora que se iba, ¿por qué iba a seguirla y a comentarle los beneficios de una vida calmada y serena?
Sin embargo, cuando me dio la espalda para irse algo dentro de mi se revolvió. Probablemente un mini Datsue con traje de demonio rojo y tridente. Ese algo me comentó que no era posible que se fuese de rositas solo por haber armado un escándalo, es más, debería ser castigada por el escándalo, además de sus muchos otros pecados.
Miré a Stuffy, miré a Ayame e hice la señal inequívoca de que era la hora. Él, que ahora estaba pasando una época complicada, se levantó de inmediato, porque si había algo para lo que siempre estaba dispuesto era a propagar su mierda por el mundo. Apuntó y disparó.
— ¡Ayame! — la llamé haciéndolo coincidir con el lanzamiento del misil, cubriendo su sonido característico. — ¡Espera! ¡Te has dejado esto!
El proyectil voló, como lo había hecho una vez antes. Era irónico. El primer ser humano y el segundo que iban a probar esa arma de destrucción masiva de la higiene, eran precisamente los dos archienemigos que se habían enzarzado en una guerra intervillal. Casi era como si los estuviese marcando para que el destino supiese a quien debía juntar para una gran peleas épica final.
Si Ayame se giraba, cosa que sería hartamente satisfactoria pero para nada planeada, vería como un misil marrón se dirigía a toda velocidad a su pecho, y si no se giraba, notaría algo estamparse contra su espalda y deslizarse en estado medio liquido hacia el suelo.
Y como la primera vez, yo miraría absorto sin plantearme que la persona en cuestión podía reaccionar de forma muy negativa. Pero, ¿qué era más importante? ¿La vida? ¿O las risas?
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—¡Ayame! —escuchó la voz de Nabi tras su espalda—. ¡Espera! ¡Te has dejado esto!
Ella se volvió como un acto casi reflejo. Y fue entonces cuando sucedió. Sintió un golpe blando en el pecho, acompañado del sonido de una salpicadura viscosa. Y entonces le llegó el olor. Un olor pestilente, salido de la más putrefacta de las alcantarillas. Ayame no reaccionaba. Se mantenía estática, con la cabeza gacha, sumida en un siniestro silencio mientras se contemplaba con aire ausente la ropa manchada de excremento.
«Estoy harta...»
En aquella ocasión, el vaso no se desbordó. Simplemente, estalló.
Ayame arqueó la espalda con un profundo gesto de dolor. Cayó al suelo de rodillas, y se cubrió el rostro con ambas manos. Sus hombros se convulsionaron en un silencioso sollozo y el aire comenzó a arremolinarse a su alrededor, sacudiendo sus cabellos y sus ropajes mancillados. Contaminada.
«¡ESTOY HARTA!»
Había tenido que lidiar con las absurdas venganzas de Datsue, unas venganzas que la habían llevado al borde de ser abrasada por Daruu, a estar a punto de resultar asesinada a manos de su propio Kage, a ser engañada para contaminarse con uno de aquellos asquerosos cigarrillos...
Una capa de chakra de color blanquecino se condensó en torno a su cuerpo, y desprendía una energía tal que el aire a su alrededor no tardó más que unos pocos segundos en calentarse hasta el punto de ebullición.
¡Había tenido que ver cómo Daruu, su compañero de aldea, su pareja, la traicionaba para ir a dialogar con aquel Uchiha después de haberla arrastrado a una emboscada de la que no había querido saber nada desde el principio!
El chakra seguía moldeándose a su alrededor. Ahora había formado hasta cuatro cuernos puntiagudos sobre su cabeza dirigidos hacia la parte posterior y, desde el final de su espalda, una cola comenzó a ondear, salvaje, en el aire. Quemaba, pero le daba igual. Todo le daba igual ya.
¡¡Y ahora, alguien que ni siquiera la conocía de nada no sólo se atrevía a cuestionarla, sino que decidía humillarla lanzándole una caca de su perro!!
—¡¡¡ESTOY HARTAAAAAAAA!!!
Chilló a través de las manos. Pero la voz que sonaba a través de ellas parecía entremezclarse con una mucho más gutural y feral que la de Ayame.
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Finalmente, Ayame decidió girarse recibiendo el amor de Stuffy en pleno pecho. Por un momento se quedó allí, estática, sin expresión. Me contuve de reirme a esperas de que reaccionase, pero no pude evitar sonreír ante un plan que ha salido bien.
Con efecto retardado, la kunoichi dobló la espalda con cara de que la acabábamos de partir en dos. Después se puso a sollozar y a temblar.
— Igual deberías controlar más la potencia, colega.
Stuffy no hizo ni un gesto, mantuvo su ojo clavado en Ayame, de quien empezó a salir un chakra blanco que daba todo el mal rollo. Por un momento pensé que era de la mierda del perro.
— ¿Qué demonios has comido hoy?
La cosa dejó de ser una broma cuando a la loca le empezaron a salir cuernos y colas. Tanto Stuffy como yo dimos un paso atrás instintivamente. Más y más chakra, más y más cuernos, pero cola solo una. Chakra y cola, Amegakure tenía un jinchuriki...
—¡¡¡ESTOY HARTAAAAAAAA!!!
No estaba nada seguro de donde había salido esa voz. Esta mujer no hacía más que cosas raras y demoníacas. Normal que fuese tan insufrible, teniendo un bicho de esos dentro durante años, si Datsue llevaba dos días y ya estaba arrastrándose por el suelo. Obviamente no quería pegarme con ella, si debía hacerlo, lo haría, pero como primera alternativa no.
— ¡A VER! Ayame, que solo ha sido una mierda. Cagame tú y estamos en paces. No hace falta sacar cuernos ni colas ni chakra evaporizante. ¿Qué me dices? Ojo por ojo, caca por caca.
Stuffy no estaba por la labor, el chakra de Ayame le estaba poniendo nervioso, enseñaba los dientes y gruñía en respuesta a los sentimientos negativos con los que nos estaba mirando y hablando ella. En ese momento me vino a la mente que seguramente si Datsue hubiese tenido el bicho dentro cuando le tiré la mierda se hubiese puesto igual. ¿Debía renombrar la técnica como "Radar de Bijuus" o "Detector de Colas"?
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24/08/2018, 19:46
(Última modificación: 24/08/2018, 19:46 por Amedama Daruu.)
La extraña brisa podría haber sido tan solo un susurro del viento, pero trajo consigo más que palabras. El protocolo de actuación era claro y meridiano. Tamushi y Sanryou estaban más que preparados. Por lo tanto, no es de extrañar que todo sucediera tan rápido.
El primero apareció a espaldas de Ayame. Era un encapuchado con máscara de ANBU y bandana de Amegakure. Posó los cinco dedos de la mano derecha sobre la espalda de la jinchuuriki de la aldea, y quebró su voluntad en lo que tarda en pronunciarse una sílaba. La muchacha se derrumbó, de rodillas, y más tarde cayó al suelo, completamente inconsciente. Inmediatamente, el recién llegado juntó las manos en un sello, previsor, sin quitar ojo del segundo integrante de la fétida reyerta, y quien iniciara la ofensiva.
El segundo estaba todavía escondido, hilando una trampa desde allí mientras Tamushi se ocupaba de detener la salida del chakra del bijuu. Realizaba ahora una técnica ilusoria extremadamente potente.
Decenas de plumas descendieron del cielo y nublaron la mente del joven Nabi y de su perro. En apenas unos segundos, el muchacho estaba dormido, mas no acababa ahí la cosa: había que cerciorarse de que el secreto de Amegakure no saliera a la luz.
Por eso Sanryou salió de su escondite y se acercó a los pies del muchacho. Se arrodilló ante él, y levantó el dedo índice. Una delgada aguja de chakra se extendió hacia el cielo, y con un movimiento delicado y lento, el ANBU enterró el recuerdo de aquél encontronazo para que, con suerte, nunca saliera a la luz.
Se limpió el sudor con la frente, se levantó, y se dio la vuelta para hablar con su compañero.
— Hacerte ninja para acabar tirando mierda a los demás —dijo— . La verdad, no culpo a Aotsuki-san. Yo tampoco habría podido aguantarme las ganas de reventarle la boca.
— Pues no sé qué haces en ANBU —rebatió Tamushi— . Esto es muy serio, Sanryou: esta vez hemos podido pararla, pero si hubieran habido más personas... Si hubiera habido un jounin, hubiera sido muy complicado. Y de hecho, más vale que nos afanemos y llevemos a estos dos a su casa. Antes de que nadie se pase por aquí.
Sanryou se encogió de hombros.
— Está bien. Pero tú te quedas a Ayame. Buena suerte quitándote el olor a mierda de perro de la chaqueta.
Tamushi se encogió de hombros y señaló a Stuffy.
— La mierda ha salido de ese perro. Y como tenga flojo el ano, igual se te caga encima de vuelta.
Sanryou apretó los puños. Tamushi rio.
— No es propio de ti hacer estas chanzas —protestó Sanryou, ofendido, cogiendo a Nabi en brazos. El hombre era suficientemente corpulento como para cargarlo a él y a su perro.
— ¿En qué quedamos? —Tamushi se encogió de hombros— . Si soy muy serio, que soy muy serio. Si bromeo, que bromeo. En fin, vámonos. Te invito un trago más tarde. ¡Pero vámonos ya!
Tamushi agarró a Ayame y se la echó al hombro. Arrugó la nariz debajo de la máscara, y tras un chasquido de lengua con fastidio, desapareció.
— ¡Ja! —rio Sanryou— . Ojalá no hubieras llevado la máscara. Me habría encantado verte la cara de asco. —El segundo integrante del escuadrón de vigilancia de la jinchuuriki también se esfumó.
Unos minutos después, Nabi y Ayame aparecieron en las puertas de sus respectivas casas. En el caso de Nabi, sin ninguna explicación. En el caso de Ayame, Tamushi explicaría la situación a Zetsuo, y le instaría a que comunicase a Ayame que a Nabi se le había borrado la memoria con respecto al incidente, y que tuviera cuidado con perder los nervios.
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—¡A VER! Ayame, que solo ha sido una mierda. Cagame tú y estamos en paces. No hace falta sacar cuernos ni colas ni chakra evaporizante. ¿Qué me dices? Ojo por ojo, caca por caca.
Sin embargo, las palabras de Nabi no lograron más que lo contrario. Ayame, presa de ira y dolor, se agarró los cabellos como si estuviera dispuesta a arrancárselos de cuajo. Ni siquiera le importaba la presencia del perro, que gruñía junto a su amo enseñándole una hilera de dientes afilados. En aquellos instantes, sus propios dientes estaban más afilados que los de aquel chucho. Y, justo cuando tensaba los músculos hasta el punto de hacerlos restallar, amenazante de saltar contra el chico de Uzushiogakure en cualquier segundo, ocurrió. Cinco punzadas en la espalda y el poder y la energía que la envolvían se desvaneció como si hubieran cerrado de golpe un grifo. Ayame volvió a debilitarse en cuestión de segundos, el suelo se elevó a toda velocidad hacia ella y ni siquiera se enteró de que había caído al suelo, todo a su alrededor terminó por oscurecerse y absorberla hasta el mundo de la inconsciencia.
Cuando abrió los ojos no se encontraba allí. De hecho, ni siquiera se encontraba en el exterior. La persiana estaba parcialmente echada, pero los rayos del sol aún se colaban a través de sus rendijas, permitiéndole distinguir las siluetas de los muebles de su habitación en el complejo destinado para los aspirantes a Chunin de Amegakure: el escritorio junto a la ventana, el armario empotrado en la pared de enfrente, algún que otro cuadro que representaba los paisajes del País del Remolino... La muchacha parpadeó, confundida. ¿Qué hacía allí? El reflejo de la realidad trataba de hacerse paso a través de las nieblas que aún pululaban por su adormilado cerebro. No tardó más que unos segundos en recordar lo que había pasado y entonces se reincorporó de golpe en su cama.
Ni siquiera llevaba puesta la ropa contaminada...
—Supongo que si no te estabas quietecita, reventabas —sonó una voz cerca de ella. Una voz que ella conocía muy bien. Ni siquiera tuvo que girar la cabeza para darse cuenta de que su padre estaba apoyado contra la pared que estaba junto a la puerta, cruzado de brazos y los ojos cerrados.
Ella se mordió el labio inferior y agachó la mirada.
—¿No vas a decir nada en tu defensa, niña? —le espetó Zetsuo al cabo de varios segundos. Y viendo que seguía sin responder, fue él quien se aproximó a la cama, con su presencia imponente sobre ella—. Esta no es la primera vez, y, por lo que estoy viendo no será la última. ¡¿Qué cojones ha pasado para que perdieras el control de ese modo frente a un shinobi de otra aldea y llegaras a casa apestando a mierda de perro?!
Ayame cerró los ojos, temblando de rabia e impotencia.
—¡CONTÉSTAME!
—¡Todo es culpa de ese maldito Uchiha! —exclamó al fin, con un hilo de voz—. ¡Yo sólo había salido a tomar un poco el aire, a sentarme debajo de uno de esos famosos cerezos! ¡Yo sólo quería estar tranquila! Y entonces llegó él... el chico del perro... decía cosas sin sentido: que si ese sitio era suyo, que si yo era una mala persona porque le echaba cebolla a la carbonara... Al principio pasaba de él, ¡pero entonces se puso a decir que todo lo que había pasado con Uchiha Datsue era culpa mía y que era yo la que iba detrás de él para hacerle la vida imposible!
—¡¿Y eso te llevó a perder el control de nuevo?!
—¡NO! Quise terminar la conversación. Yo no quería saber nada del Uchiha, ni seguir hablando del tema. Yo sólo quería estar tranquila... Le dije que él no sabía nada de lo que había ocurrido, me levanté y quise irme... —Ayame respiró hondo, pero el aire quedaba atascado en su garganta, formando un doloroso nudo imposible de deshacer—. Fue entonces cuando me tiró... eso... —sollozó, llevándose una mano al pecho en un deseo de arrancarse el corazón—. Estoy harta... estoy harta de que ese Uchiha se meta en mi vida... Harta de que lo estropee todo... ¡¡No quiero volver a verle nunca más! ¡¡Quiero que desaparezca!!
Zetsuo la agarró de repente por los hombros. Fue un gesto brusco, falto de cualquier delicadeza, como lo era la dura mirada de sus ojos de hierro.
—Escúchame, me importa una mierda vuestras infantiles disputas. Eres la Jinchūriki de Amegakure, y nadie puede descubrirlo. Nadie —le espetó, como una bofetada de realidad y sus ojos aguamarina brillaban de una forma particular—. Más te vale aprender a controlar tus emociones y retener a ese monstruo, sobre todo mientras estemos en el Remolino. Desvelarte no sólo te pondría en peligro a ti. Nos pondría en peligro a todos. ¡¿Lo has entendido?!
Ayame agachó la mirada, entre continuos sollozos. No llegó a responder, pero al cabo de varios segundos su padre la soltó y se dirigió hacia la puerta de salida.
—¿Qué sucedió después...? —balbuceó Ayame, justo antes de que terminara por marcharse.
—Afortunadamente un par de ANBU de nuestra aldea consiguieron detenerte a tiempo. Le han borrado la memoria con respecto al suceso al chico, así que no te delatará. Pero no siempre contarás con esos comodines, Ayame. Ten mucho cuidado.
La puerta se cerró detrás de él, y Ayame se quedó sola con sus pensamientos. En soledad, se abrazó las rodillas y tomó una decisión. No podía permitir que algo así volviera a suceder. No podía permitirse volver a perder el control. Y mucho menos por Uchiha Datsue.
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Me desperté en la puerta de mi propia casa, ni siquiera en la puerta de la misma casa, sino en la puerta al patio delantero de mi casa. Con la sensación y la pesadez de cuando me echo esas siestas de doce horas. La boca pastosa, los ojos como si los hubiese bañado en aceite, todo se veía borroso y poco definido, como si fuera miope perdido, el cuerpo aún más dormido que despierto, etcétera, etcétera, etcétera.
Hice lo que hago siempre, levantar el brazo en alto y dejarlo caer hacia donde siento más presencia perruna. Entonces se levantó mi perro, primero ladró ante el brusco despertar, procedió a un ritual matutino. Ladró un par de veces, volvió a tumbarse, buscó la posición durante unos segundos, renunció a encontrar la misma posición en la que estaba tan cómodo y se estiró.
Sin embargo, en vez de proceder a un lento método de andarme por encima, pisarme la cara, el pecho y los brazos hasta despertarme tuvo un momento de lucidez y empezó a ladrarme y gruñirme.
— ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Quien nos asedia?
Me senté de golpe mirando los alrededores en busca de peligro. Al parecer, mi perro hizo lo mismo, saltaba de un lado a otro gruñendo al aire y buscando algo. Se giró a mí y me preguntó que donde estaba Aotsuki Ayame en perruno, es decir, con más ladridos.
— ¿Quien?
La kunoichi de Ame que había sacado esa aura asesina y le había enseñado los dientes.
— ¿Qué dices de una kunoichi que te ha enseñado los dientes?
Me puse en pie desperezándome con la firme sospecha de que seguía frito y no estaba entendiendo el idioma aperrado de Stuffy. Sin embargo, la historia no hizo más que complicarse. La trama parecía profunda y enrevesada. Según Stuffy, el erudito, estábamos a nuestras anchas como buenos genins que no se han presentado a ningún examen cuando Aotsuki Ayame, la malevola autora de atrocidades como "¿Ha visto usted mi cebolla?" o "¿Qué pasa si corto esta cuerda?", nos acorraló en nuestro lugar secreto para meternos en su secta de cebollivoros y abusones. Al rechazarla, se fue indignada y faltandonos al respeto, por lo cual, tuvimos que lanzarle una buena cantidad de respeto, en gramos de mierda.
Cuando eso lo contrastas con que tienes un blancazo importante en cómo has vuelto a casa y no has enseñado a tu perro a mentir, pues tiene su sentido. Por mucho que me esforzara no sacaba nada de nada, y eso que estaba apretando, pensaba que yendo al baño a hacer mis necesidades me acordaría de algo, pero qué va. Después empecé a hacer memoria sobre el incidente, abandoné el sitio unos minutos para ir a por un helado, entonces volvía andando y nada. No había nada más. Pum, puerta de casa, game over.
La versión de Stuffy era tan valida como cualquier otra. Tendría que conocer personalmente, de nuevo, a esa tal Aotsuki Ayame. Pero primero, escribir todo esto por si la próxima vez aparezca con medio cerebro fuera.
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