—¿Tu tocas el piano? —preguntó, claramente confusa por las palabras del muchacho —. ¿Desde cuándo? ¿Y por qué nunca me lo habías dicho?

Aquella información no se encontraba dentro de lo que ella sabía acerca de él. ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Acaso no lo veía importante? ¿O quizás no veía que ella fuese digna de conocer esa información? «Es Nabi» le dijo una voz interior, «ya sabes cómo es.»

— ¿Seguro que no quieres que nos apuntemos? Lo tenemos fácil, tú bailas mejor que todas esas niñas y yo sé hacer nada mucho mejor que todos esos espectadores.

—¿Eh? Ah, no, no quiero, de verdad —afirmó ella —. Vamos a tomar asiento, así puedo dejar al peluche... ¿Tienes idea de cómo podría llamarle? —preguntó, mirando al gato con serias dudas mientras caminaba hacia un banquito de piedra de los que se extendían por todo el Jardín de los Cerezos.

—¿Tu tocas el piano?. ¿Desde cuándo? ¿Y por qué nunca me lo habías dicho?

— ¡Pero si te lo he dicho cien veces! A veces creo que no me escuchas, Eri. Además, tú me dijiste hace dos días que tocabas la flauta. No te había visto con una flauta en las manos en mi vida.

No es que hubiesen hablado del tema largo y tendido, pero claro que lo había mencionado varias veces. Aunque no era de extrañar que no le sonara, muchas veces ni siquiera me contestaba a preguntas directas, ni indirectas, ni a nada. Era un extraño poder que tenía mi voz de no oirse. Más de una vez la había llamado para que me esperase y ni se había inmutado, bueno, ni ella ni nadie.

—¿Eh? Ah, no, no quiero, de verdad. Vamos a tomar asiento, así puedo dejar al peluche... ¿Tienes idea de cómo podría llamarle?

— Ehhhh... ¿Señor... Maullido?

¿Era una pregunta? ¿Era una afirmación? Todo era una gran incógnita en aquella conversación.

— ¡Pero si te lo he dicho cien veces! A veces creo que no me escuchas, Eri. Además, tú me dijiste hace dos días que tocabas la flauta. No te había visto con una flauta en las manos en mi vida.

—¡Jo, perdona! —se disculpó ella, poniéndole ojitos esta vez de forma mucho más vistosa —. En verdad es porque tu te fuiste un año de parranda y me dejaste aquí, sola, ¿qué quieres que haga? ¡Me sentí abandonada! —le espetó, con los ojos entrecerrados —. Quizás mi dolor se ha convertido en indiferencia y por eso no te escucho, sin querer, claro, sin querer.

Sentó a su gato de peluche a la izquierda y lo sujetó fuertemente con su brazo.

— Ehhhh... ¿Señor... Maullido?

—¿Señor Maullido? —sopesó ella —. Perfecto, ahora se llamará Señor Maullido —bautizó al gato en su honor.

Ahora en el escenario había tres hombres algo ancianos tocando armónicas.

—¡Jo, perdona! En verdad es porque tu te fuiste un año de parranda y me dejaste aquí, sola, ¿qué quieres que haga? ¡Me sentí abandonada! Quizás mi dolor se ha convertido en indiferencia y por eso no te escucho, sin querer, claro, sin querer.

— ¡Pero si me fui a principios de Verano y volví en Otoño! ¡¿Qué año?! Y no fue por elección propia, y no te dejé sola.

—¿Señor Maullido?. Perfecto, ahora se llamará Señor Maullido

— Ten cuidado, si se encuentra con Stuffy, señor Maullido se convertirá en señor Escombraries. Que significa basura en idioma perruno.

La última vez que Stuffy se encontró con un peluche ambos acabaron enzarzándose en una pelea unilateral que cubrió las partes más oscuras de la violencia, depredación, despedazar, desnucar, desmembrar. Casi todos los extremos de la violencia empezaban con D. ¿Casualidad? No lo creo.

— ¡Pero si me fui a principios de Verano y volví en Otoño! ¡¿Qué año?! Y no fue por elección propia, y no te dejé sola.

—Para mí, eso es un año seguro —se defendió ella, ofendida —. ¡Ni si quiera te despediste! Vale que nos viéramos los primeros cuando llegaste, pero... ¡Una nota al menos! —dramatizó ella.

Entonces abrazó a su peluche mientras Nabi le decía lo que le haría Stuffy a su querido nuevo favorito peluche si se lo encontraba. No le parecía bien, así que lo pondría en un sitio alto, en un armario, o algo, o no dejaba entrar a Stuffy.

—Queda poco para los fuegos artificiales —mencionó ella, comprobando la hora —. ¿Quieres que busquemos un lugar adecuado para verlos?

—Para mí, eso es un año seguro. ¡Ni si quiera te despediste! Vale que nos viéramos los primeros cuando llegaste, pero... ¡Una nota al menos!

— Pero si ni siquiera me dejaron respirar hasta que no estaba fuera de la villa, yo quería hacer misiones y tener dinero y mírame, más pobre que un mendigo y con un historial que incluye más cagadas en jinchurikis que misiones D cumplidas.

Eri aferró a su peluche rezándole mentalmente a Shiona-sama para que Stuffy no lo encontrase y lo violase con sus afilados colmillos mientras desperdigaba sus interiores por todo el salón mientras sonaba música dramática de violín sonando de fondo.

—Queda poco para los fuegos artificiales. ¿Quieres que busquemos un lugar adecuado para verlos?

— Claro, ¿vamos a la playa? Ahí es donde se ven mejor.

Me levanté de inmediato y le ofrecí la mano para ayudarla a levantarse, porque claramente yo era mucho más fuerte que ella.

— Pero si ni siquiera me dejaron respirar hasta que no estaba fuera de la villa, yo quería hacer misiones y tener dinero y mírame, más pobre que un mendigo y con un historial que incluye más cagadas en jinchurikis que misiones D cumplidas.

—Claro, claro... —dio por finalizada aquella discusión sabiendo que al final no podría ganarla, porque discutir con Nabi era como discutir con un perro que conocía tu idioma pero no escuchaba lo que decías. Claro que ella tampoco lo hacía con él, ¿por qué se aguantaban mutuamente?

Se acercaba la medianoche, y con ella los fuegos artificiales que se verían a dicha hora. Eri ofreció irse a algún lugar, y Nabi, más listo de lo que aparentaba, sugirió ir a la playa como mejor punto para la exhibición. Ella aceptó su mano y agarró fuertemente su peluche.

—¿No crees que vamos a llegar antes si vamos, ya sabes, corriendo? —preguntó mientras se alejaban del lugar andando, a ese ritmo seguramente no llegaban ni para el final.

—¿No crees que vamos a llegar antes si vamos, ya sabes, corriendo?

— Corriendo no sé, pero creo que si vamos saltando de árbol en árbol, sí.

Ir saltando era más fácil porque así te quitabas de obstaculos tales como las calles o saber a donde tienes que dirigirte. Si ves el mar, ves pallá y ya. En cambio, yendo por el suelo tienes que saber donde estas y qué calles coger, vamos, todo más complicado, además de toda la gente que tiene que haber ahora mismo por la calle, el caos personificado.

— Es más rápido y dudo que haya mucha gente, en cambio las calles van a estar llenas. ¿Qué te parece?

— Corriendo no sé, pero creo que si vamos saltando de árbol en árbol, sí.

—Buen punto —concedió ella —. Aunque probablemente nos quedaremos sin árboles a mitad de camino, por eso cuando pisemos tejados, por favor, hagámoslo con cuidado.

La kunoichi abrió un poco su kimono para darle más movimiento, luego se alejó de la multitud y se selló el peluche en el brazo derecho, lo cual le llevó un poco más de tiempo. Suerte que lo iban a recuperar saltando hasta la playa.

—Bien, guíame —pidió, subiéndose al árbol más cercano.

—Buen punto. Aunque probablemente nos quedaremos sin árboles a mitad de camino, por eso cuando pisemos tejados, por favor, hagámoslo con cuidado.

— No te preocupes, cuando nos quedemos sin arboles ya estaremos bastante cerca de la playa, y ahí las casas son de las buenas, que tienen que aguantar cada tormentón que se llevaría hasta a un bijuu.

Mientras Eri se sellaba el peluche, me subí al árbol más alto para ver donde quedaba la playa, no fue muy díficil de ver. Al bajar, la kunoichi ya estaba preparada para empezar aquel paseo aéreo.

—Bien, guíame

— Por aquí, ten cuidado con las ramas flojas. Pisa siempre la más gorda que veas.

Tras advertirla cogí la delantera para que me siguiese.

El chico subió a uno de los árboles que allí se encontraban, lo mismo hizo ella.

— Por aquí, ten cuidado con las ramas flojas. Pisa siempre la más gorda que veas.

—Aye, Aye, capitán —le dijo, y pronto comenzó a correr tras él.

La verdad era que yendo de árbol en árbol no tardarían ni cinco minutos en salir del Jardín de los Cerezos, es más, comprobado, tardaron cuatro minutos y veinte segundos —los cuales Eri tropezó con una rama— en salir de aquel lugar, dejando el jolgorio de la fiesta atrás para pasar a una villa bastante tranquila, iluminada por las farolas de las calles. Recorrieron lo poco que les quedaba de tejado en tejado, en silencio, mientras disfrutaban de la noche veraniega que les acompañaba.

Tras unos minutos más, se hallaron pisando la arena blanquecina de las Playas del Remolino. Nada más llegar, Eri se quitó las sandalias que llevaba y miró a Nabi, esperando que hiciera lo mismo.

—Sabes, creo que después de todo, aunque a veces no nos entendamos —comenzó ella—, bueno, vale, aunque yo a veces no te escuche cuando hablas —corrigió—. Creo que eres la mejor persona que he conocido.

Y tras todo el revuelo de la noche, y la aceptación de sí misma porque Nabi era quien era y aunque estuviese en un principio nerviosa ya no lo estaba, le reveló lo que quería decirle desde un principio, porque merecía saberlo, y, porque, a veces, es agradable escuchar cumplidos de los demás. Por eso sonrió y le tomó la mano, tirando de él suavemente para conseguir un buen sitio para ver los fuegos artificiales.

—Sabes, creo que después de todo, aunque a veces no nos entendamos, bueno, vale, aunque yo a veces no te escuche cuando hablas. Creo que eres la mejor persona que he conocido.

Era cierto. No soy alguien a quien escuchar con atención, no soy alguien que encuentre respuestas a las complejas preguntas sobre la existencia del universo ni sus confines, pensar nunca ha tenido un puesto en mi lista de cosas que hacer en un día. Cuando oigo algo, me preguntan algo o sencillamente creo que tengo que decir algo, lo suelto, sin más. No hay pros ni contras, no hay debates internos, así he funcionado siempre y así seguiré funcionando. A mi parecer, pensar antes de decir algo es maquillarlo y engañarte diciendo otra cosa. Pasar de un "Pero que buena estas" a un "Te queda bien ese vestido" es un engaño terrorífico.

Detrás de cada una de mis palabras no hay segundas intenciones, hay sinceridad a raudales.

— Has conocido a pocas personas, Eri-chan. Además, tú misma eres mejor persona que yo, has podido, y debido, mandarme a la mierda en varias ocasiones y no lo has hecho. Yo solo hago lo que creo correcto sin preguntarte ni aceptar segundas opiniones, sino mira lo del concurso al que te apunte con Juro.

Me miró sonriendo y me cogió de la mano para buscar un sitio donde sentarnos. Le devolví la sonrisa. Íbamos ambos con las sandalias en una mano y la otra entrelazada. Como siempre, no era un chico de darle demasiadas vueltas a la cabeza, me sentía bien viendo a Eri sonreír y me sabía a gloría estar con ella, así que estaba con ella e intentaba hacerla sonreir, sin buscar significados ni segundas intenciones.

— Has conocido a pocas personas, Eri-chan. Además, tú misma eres mejor persona que yo, has podido, y debido, mandarme a la mierda en varias ocasiones y no lo has hecho. Yo solo hago lo que creo correcto sin preguntarte ni aceptar segundas opiniones, sino mira lo del concurso al que te apunte con Juro.

Aquella fue la respuesta de Nabi hacia su sinceridad, y tras unos segundos para analizar sus palabras y para su sorpresa, la chica sonrió de la mejor manera que sabía.

—Cada persona es especial a su manera, y si por ello te mandase a la mierda, ¿qué clase de buena persona me consideraría? —le cuestionó mientras andaban cogidos de la mano —. Además, aunque me desesperes a veces, o aunque me cueste entenderte, eres mi amigo, uno de los primeros que tuve, y te tengo mucho cariño... Supongo que al final todo tu se ha convertido en parte de mi rutina de vida.

La chica se sentó en el centro de la playa, a unos minutos de que empezasen los fuegos artificiales.

—Por eso creo que sin ti ahora mismo, me faltaría algo.

—Cada persona es especial a su manera, y si por ello te mandase a la mierda, ¿qué clase de buena persona me consideraría?. Además, aunque me desesperes a veces, o aunque me cueste entenderte, eres mi amigo, uno de los primeros que tuve, y te tengo mucho cariño... Supongo que al final todo tu se ha convertido en parte de mi rutina de vida.

Miré a Eri extrañado. Ella no solía decirme esas cosas. Solía decirme otras cosas que tiraban para otros lares más que hacia el cariño y el afecto. Decidí que era mejor obviar eso y contestarle algo del mismo calibre para que quedase claro que yo le tenía más aprecio que ella a mi. Por algún motivo.

— No sé qué decirte, Eri. Yo estoy cómodo contigo, podemos hablar de casi todo así que no tengo que ocultarte nada, todo lo que pienso te lo puedo decir y quedarme a gusto. En cambio con otra gente, como Datsue, hay temas que mejor no tocar, como el dinero, nunca le hables de dinero, Eri. Tú eres capaz de escucharme y ayudarme más allá del dinero o del beneficio que saques de todo eso, no hay mucha gente así en el mundo. Eres la persona en la que más confío con diferencia.

—Por eso creo que sin ti ahora mismo, me faltaría algo.

— Bueno, yo sin ti ni siquiera estaría aquí. Estaría en mi casa perdiendo el tiempo.

Igual ella no se refería eso, pero se lo daba como salía, sin filtros. Me senté a su lado a la espera de que empezasen los fuegos de artificio.

Nabi la miró de forma extrañada y comenzó a hablar de nuevo, respondiéndole de la misma forma que ella había hecho segundos antes. Su sonrisa se fue ampliando cada vez más, con cada palabra que salía de la boca del Inuzuka y hacía que unas pequeñas y diminutas mariposas saliesen a revolotear en su estómago.

—Tú eres capaz de escucharme y ayudarme más allá del dinero o del beneficio que saques de todo eso, no hay mucha gente así en el mundo. Eres la persona en la que más confío con diferencia.

El primer fuego artificial explotó en el cielo como las mariposas en el estómago de la kunoichi, que, de forma extraña, no dejó de mirar a Nabi a los ojos mientras él le decía que era especial, de alguna manera.

— Bueno, yo sin ti ni siquiera estaría aquí. Estaría en mi casa perdiendo el tiempo.

Y bueno, ahí fue cuando Nabi volvió a ser Nabi. Ella soltó una carcajada, y luego negó para posar por fin sus ojos en los fuegos. Eran preciosos y se veían tan bien desde allí que por primera vez en mucho tiempo los disfrutó, como cuando los veía de pequeña junto a su madre y a sus hermanos.

Sin soltar la mano de Nabi, llevó sus piernas a su pecho y apoyó su cabeza contra ellas, la cual se iluminaba de diversos colores cuando los fuegos explotaban en el cielo e iluminaban toda su preciada villa.

—Probablemente Stuffy estaría dando saltos de miedo al escuchar esto... —bromeó ella —. Pero sin duda son bonitos.