La Anciana asintió, francamente impresionada ante el poder que le relataba Kaido. Otohime, al lado, callaba. Ella había sentido en sus carnes el efecto de aquella técnica, y, tal y como decía Kaido, era un teletransporte en toda regla.

—Pero… ¿Puede teletransportarse a dónde quiera?

Joder… ¡Aquello era inmenso! ¡Era una puta arma de destrucción masiva! Era… Era la posibilidad de coger por los huevos a quiénes se le antojasen y golpear al corazón cuándo y cómo quisiesen.

Empezaba a darse cuenta que, quizá, había pecado de conservadora. Se había dejado cegar por las viejas glorias. Por lo seguro. Ryū y Zaide. Zaide y Ryū. Dos bastiones inexpugnables. Pero eso era lo antiguo, lo viejo, lo de toda la vida. En la historia siempre había habido, y continuaría habiendo, tanques como ellos. Lo que tenía frente a ella, en cambio, era lo nuevo. Lo distinto. De hecho, el poder que tenía Akame era la mejor baza para todo y contra todo que nadie le había presentado jamás.

¿Qué más se habría estado perdiendo? ¿Qué poderes ocultaría Kaido?

El gyojin alzó los hombros.

—No lo sé, pero como todo lo derivado del Ninshū, tiene que tener sus limitaciones, ¿no?... no es como si Akame se levantase un día con ganas de hacerte un picnic en la luna y, por arte de magia, esté ahí. Ya te digo, desconozco a profundidad la técnica. Akame es un tipo muy misterioso y reservado con sus mierdas. Sobre todo cuando se trata de sus ojos.

La Anciana no quedó del todo satisfecha con aquella respuesta, pero por el momento era lo que había.

—Todos somos reservados con nuestras… mierdas —le imitó, pese a que se notaba que hacía mucho tiempo que esa palabra no salía de su boca—. Eso demuestra inteligencia. Pero entre nosotros eso no será necesario. Akame es un chico listo, lo entenderá.

Y sino se lo harían entender.



Pasó al menos media hora más hasta que Kyūtsuki les sorprendió avanzando hacia ellos. Tenía los guantes negros y las mangas negras de su túnica manchadas de carmesí, y su expresión era… Bueno, incierta. Era difícil adivinarlo cuando todo su rostro permanecía oculto.

— Ryū…

»Ryū…

»Ryū es un maldito monstruo. —Aún con la máscara puesta, los tres intuyeron que estaba sonriendo. Ella levantó una mano y les enseñó un frasco lleno de un líquido rojizo. En su interior estaba el pulmón del Gran Dragón—. Operación completada con éxito.

La noticia arrancó un suspiro de alivio a las dos Ryūtōs.

—Deberé permanecer a su lado los próximos días, las siguientes horas especialmente serán críticas. Pero ha pasado lo más difícil. Está vivo.

Está vivo, resonó en las Llanuras de Halita. En el País del Agua. En Oonindo entero. El Gran Dragón tendría un pulmón menos, y habría perdido unas cuántas escamas. Pero que nadie se confundiese: sus garras permanecían afiladas, y su aliento seguía siendo de fuego.