Kaido asintió. Iba a chupar de la teta de Daruu hasta que no quedara dudas de que había vuelto, y con la lealtad en su sitio. Respecto a lo de Akame...

—Ah pues, es complicado —admitió, frotándose las sienes—. no sé si estás al tanto, pero el tipo vivió todo este tiempo con la idea de que fue la propia Uzushiogakure la que lo mató. Claro que, al cabo de un tiempo, se enteró de que no habían sido ellos. Aunque daba igual. Ya estaba demasiado metido en la mierda.

»Adivina quién le reveló la verdad.

—Un momento, Kaido, acabo de recordar que podría hacer algo importante para dejar tranquilas a Ayame y a Yui. —Detuvo la marcha mostrándole la palma de la mano. Se detuvo un momento, y habló, como si de verdad ellas estuvieran allí. Kaido no debió entender nada—: ¿Ayame? Ayame, lo hemos conseguido. Datsue ha roto el sello. Kaido volverá a Amegakure con nosotros. ¡Nos veremos en cuando podamos, ahora tengo que cortar, voy a ver cómo están nuestros padres y no quiero calentarle la cabeza a Datsue con el sello! ¡Adiós!

»Continuemos. ¿Por dónde ibas? ¿Quién le dijo la verdad? —preguntó, como si nada, volviendo a retomar la marcha.

No, desde luego que no entendía nada. ¿Es que Daruu había conseguido uno de esos supuestos teléfonos que se rumoreaban haber construido en ōnindo? pero es que no le veía ningún aparato cerca. ¿Entonces cómo?

Báh. Demasiadas locuras para un sólo día. Ya le preguntaría luego...

»Ah pues, fue un tal... Kurama. ¿El próximo Emperador de ōnindo, si mal no recuerdo? —sí, recordaba bien—. un puto Bijuu renegado, vamos. Aunque por tu cara, me da la impresión de que tu sabes más de eso que yo.

El Uchiha, que corría ahora de vuelta al estadio tras despedirse de los dos amejines, se detuvo de golpe al escuchar la voz de Daruu. No a sus espaldas, no a un lado, sino en su jodido oído derecho. Se dio cuenta que no era ninguna nueva importante, sino que simplemente quería avisar de los resultados de la ruptura del sellado a Ayame, y no tardó en reemprender la marcha.

«Algún día tienen que aprender a comunicarse directamente con la persona que quieren», pensó. Tener a tantas personas conectadas a él era un dolor de cabeza. Nabi, Eri, Ayame, Daruu, Juro… «Juro», recordó, mirándose el kanji de la hermandad con el número siete. El antiguo Jinchūriki de Kusagakure no había respondido a sus llamadas en todo aquel tiempo, como así tampoco lo había hecho Akame en su día. ¿Estaría bien el marionetista? ¿Dónde? ¿Y haciendo qué?

Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en eso. Desde lo alto de una colina, lo contempló. La masacre. El fuego, el humo, los llantos. Había tenido visiones peores. Más grotescas. Más viscerales. Pero aquella le impactó más. Porque aquella era real, y las otras…

Las otras habían sido producto de la imaginación de Shukaku, cuando le atosigaba noche tras noche con sus pesadillas.

—¿Te gusta lo que ves, Shukaku? ¿Es esto lo que de verdad querrías ver a diario? ¿Es esto con lo que disfrutarías? —quiso saber, con voz agrietada—. Mira cuánta destrucción. Mira cuántos llantos. Mira cuánta muerte. ¿Es esto lo que querrías ver?

Datsue oyó el silencio antes de que una voz arenosa reverberase en su alma.