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Bueno, quizás... había exagerado un poco.
—Bueno, desaparecidos no. La verdad es que no me he tomado el tiempo de ir a buscarles, y tampoco es que me provoque demasiado. A mí me buscan, no yo a los demás, y si no quieren seguir haciendo equipo conmigo, pues que les den bien por culo. ¿No crees?
Y de la aflicción, pasó a la rabia. Una levemente contenida, que le obligó a apretar la mandíbula a mostrar aquellos dientes sin una sonrisa. Ayame no sabría si era mas tétrico verlo así, o cuando estaba "contento".
—Seguro andan por ahí, buscándose a otro candidato. Pero bueno, es cómo tu dices... toca seguir remando. Más sólo que la una, pero avanzando al fin.
Y hablando de avances, con aquella profunda conversación, el camino se les había hecho mucho más corto. Porque ajenos a lo que ocurría a su alrededor, y entre tanta gente ya reunida en una sola dirección, los jóvenes shinobi pudieron comprobar al finiquitar el tema que ya se encontraban muy cerca de la frontera, pues si querían ver atrás, las casas del pueblo ya se antojaban ligeramente lejanas.
Y adelante, nubes oscuras que aguardaban pacientemente el momento adecuado se mantenían serenas del otro lado de una línea que los lugareños se habían tomado la libertad de dividir, con vallas de madera improvisada y algunos de otros carteles propagandísticos que hacían referencia al festival, y al motivo de la celebración.
Un poderoso trueno, de aquellos catatumbos que era usual para los Amegakurienses escuchar en el interior de su país, inundó los alrededores en un eco profundo.
Jiru-sama movió los brazos, emocionada, y tomó la delantera de su pequeña comitiva, instándoles a que tomaran un nuevo camino en diagonal para ir encontrando un puesto de visualización de lo más adecuado. De hecho, cada pequeño Hostal habría tenido que negociar un espacio cercano a la frontera para ocuparlo con su gente, y así lo había hecho ella, en la imperiosa necesidad de saciar lo mejor posible las peticiones de sus huéspedes. Esa era la mejor forma de hacerlos regresar nuevamente, a pesar de que el festival tardase tres años en volver a iniciar, por los caprichos de la naturaleza.
La mujer comenzó entonces a organizar a los presentes, y les pidió a que estuviesen atentos.
El show, estaba a punto de empezar.
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—Bueno, desaparecidos no. La verdad es que no me he tomado el tiempo de ir a buscarles, y tampoco es que me provoque demasiado. A mí me buscan, no yo a los demás, y si no quieren seguir haciendo equipo conmigo, pues que les den bien por culo. ¿No crees? —añadió Kaido. El pesar había dado paso a la rabia y el chico apretaba las mandíbulas.
Ayame torció el gesto en respuesta, algo incómoda. No tenía muy claro qué debía contestar a sus argumentos, y la verdad es que temía que en cualquier momento decidiera arrancarle un dedo con aquellos dientes por decir algo que no le agradara, por lo que se limitó a encogerse de hombros. Creía haberse acostumbrado a la personalidad arrogante y prepotente del escualo, pero lo cierto era que conseguía sorprenderla cada que abría la boca.
La comitiva seguía su camino, pero parecía que estaban ya cerca de su destino. A sus espaldas, las casitas que conformaban Kodoku parecían ya lejanas y pequeñas; y, en el cielo al frente, un cúmulo de nubes negras como el tizón aguardaban formando una perfecta e inquietante línea horizontal. Una serie de vallas de madera delimitaban el perímetro. Los carteles que hacían referencia a aquella celebración empapelaban prácticamente el lugar. Miraras donde miraras, era imposible no verlos.
Ayame se encogió sobre sí misma cuando el latigazo de un trueno restalló en el aire, ensordeciéndola momentáneamente. Sin embargo, Jiru no compartía su repentino temor. Más bien al contrario. Agitaba los brazos con emoción y enseguida tomó la delantera para invitarles a tomar un nuevo camino para encontrar un lugar donde tener mejores vistas.
«Oh, no...» Ayame había palidecido bruscamente.
Por mucho que hacía memoria, no recordaba haber leído nada de un espectáculo de rayos y truenos. ¡Porque si fuera así ni loca habría acudido a aquel lugar! Por muy Amegakuriense que fuera, y por mucho que tratara de esconderlo, no dejaba de ser una Hōzuki. ¿Qué pintaba alguien como ella cerca de descargas eléctricas? Y, sin embargo, allí estaba ella. Siguiendo a la multitud hacia una muerte segura para ella.
—Oye, Kaido-san, ¿alguien dijo en algún momento que esto iba a ser un espectáculo de rayos? —le preguntó a su compañero, con un hilo de voz, mientras Jiru iba organizando a los presentes para presenciar el milagro.
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El escualo también se agitó con el poderoso estruendo, aunque no por ello sucumbió ante él. Por el contrario, la emoción le invadió en súbito y no pudo hacer más que sonreír y compartir la euforia de todos los presentes quienes entre palabreos y cuchicheos compartían sus impresiones acerca de lo que podía llegar a ser aquel festival. Pero esa misma euforia no parecía ser compartida por Ayame, quien de pronto palideció quién sabe por qué razón. Se mostró ligeramente reacia, y de pronto presenciar aquel festival no parecía ser una buena idea para ella.
Hasta que preguntó, con curiosa preocupación, acerca de algo que sólo unos pocos apremiados preguntarían durante una situación similar. Una lástima que Kaido no era tan perspicaz, ni tan pillo como para darse cuenta de ello.
—Oye, Kaido-san, ¿alguien dijo en algún momento que esto iba a ser un espectáculo de rayos?
—No lo creo, no. ¿Por qué? ¿le temes a las tormentas, acaso? pero si eres de Amegakure, mujer...
Y aunque él era Hozuki, sin saber que ella también lo era, aquello no parecía ser una verdadera preocupación a diferencia de su prima lejana.
Jiru-sama, de pronto, volvió a agitar los brazos. Y apuntó hacia el frente, donde el cielo hubo estado más claro minutos antes. Pero ahora, sólo del lado de la frontera hacia el país de la Tormenta, yacía negro y sepulcral, viéndose adornado con repentinos cruces de luz proveniente del otro extremo, del lado en el que ellos estaban; que en cambio lucía radiante y lleno de vida.
Dos matices, separados por una ahora visible línea intangible que resaltaba la dicotomía entre ambos países, producida por el fenómeno climático. Un claro ejemplo, tan hermoso e indescriptible, incluso para los ojos más inexpertos. Y qué ojos más inexpertos, claro, que los de dos jóvenes recién graduados.
Desconocedores de las vicisitudes de un mundo tan grande, pero que para ellos se antojaba isultantemente pequeño...
—Joder, es mágico. Sé que no es la palabra más varonil, pero mierda, qué vista.
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—No lo creo, no. ¿Por qué? ¿le temes a las tormentas, acaso? pero si eres de Amegakure, mujer...
Ayame torció el gesto en un mohín.
—No me gustan... ¿Y qué? Soy de Amegakure, pero lo que no para de caer es lluvia, no rayos —se excusó, cruzando los brazos sobre el pecho.
Jiru volvió a agitar los brazos, señalando hacia el frente. Ayame, disimuladamente, se retrajo lo suficiente como para esconderse tras la espalda de Kaido sin dejar de ver lo que se les avecinaba. Por suerte, no volvió a caer ningún rayo. El cielo parecía haberse dividido en dos mitades perfectas: la que miraba hacia el País de la Tormenta estaba cubierta por un manto de amenazadoras nubes negras como el tizón, aunque de vez en cuando los rayos del sol conseguían penetrar aquel manto de oscuridad durante unos breves segundos; mientras que la que miraba hacia el País del Viento lucía limpio y pulcro como la superficie de un lago cristalino. Ni una sola nube había conseguido invadirlo.
Era un espectáculo hermoso y sobrecogedor al mismo tiempo.
—Joder, es mágico. Sé que no es la palabra más varonil, pero mierda, qué vista.
Ayame cerró la boca al darse cuenta de que se había quedado embelesada con aquella visión. Enseguida agitó la cabeza y miró de reojo a su compañero de aldea.
—¿Qué tontería es eso de "la palabra más varonil"? ¿Acaso eres de esos que se dejan llevar por esas chorradas? —se burló.
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¿Acaso era de los que se dejaba llevar por esas chorradas? se preguntó, de nuevo, tras la misma interrogante de su interlocutora. Kaido la miró extrañado, como si Ayame realmente le hubiese hecho frente sin temer por su vida, o salir corriendo luego de haber dicho aquello. Eso podría significar dos cosas: o que aquel místico fenómeno le había dado algo de confianza, o que de alguna forma; Ayame se sentía más segura teniendo a Kaido cerca.
—Chorradas o no, no creo que sea demasiado elocuente ni acertado que una bestia como yo hable como una marica. ¡Oh, observad, que bello y hermoso paisaje de numerosos matices y acuarelas!; ¿no suena muy bien en mí o sí?
Rió, por lo bajo. Entonces centró de nuevo su mirada en el cielo, y comprobó como del otro lado comenzaba a llover más y más fuerte, como si eso fuera ya posible.
Pero de pronto, su sucia imaginación le llevó de nuevo a pensar que aquello simplemente no era suficiente para poder saciar sus ansias de aventura y experiencia. No, es que estar detrás de una baranda de madera sin poder cruzar los límites hacia el otro extremo era probablemente una limitación que el tiburón no estaba dispuesto a soportar, sin importar las consecuencias que le trajera aquello.
Pensó que, ¿qué tenía de malo acercarse hasta la línea divisoria, y por qué nadie lo había hecho ya? quizás, era una norma de los pueblos más cercanos de cada lado de la frontera para no cruzar a su gentilicio y crear un caos que pudiera herir a sus invitados, o algo similar.
Kaido, sin embargo, pensaba diferente.
—En fin, ahora que veo tanta agua caer me siento un poco reseco. ¿Qué dices si pasamos al otro lado, eh, Ayame?
Y sin importar cual fuera su respuesta, el gyojin se abalanzó por encima de la baranda y caminó como quien se siente dueño del mundo. Las miradas se centraron en la única persona que había traspasado la división, y que se acercaba parsimoniosamente hasta los linderos de la intangible línea divisoria.
El escualo finalmente se sumergió en aquella división, y dejó que su cuerpo recibiera un poco de ambos extremos: su mitad derecha era azotada por el fuerte torrencial, y el izquierdo, aún recibía el sol ardiente del país del Viento.
Y así, todos probaron una pizca de rebeldía a ver a Kaido hacer aquello. Y fue tan así, que impulsó a que la curiosidad obligara a unos cuantos a hacer lo mismo. Y de pronto, una marea titánica de gente comenzó a correr hasta la línea de los Dioses, esperando ser bendecidos por aquel extraño fenómeno.
El festival se había vuelto, de pronto, un evento mucho más festivo y menos tranquilo que antes. Todos bailaban bajo la lluvia y el sol.
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Kaido la contempló extrañado, como si fuera la primera vez que la veía, y Ayame no tardó más que unos pocos segundos en romper el contacto visual.
—Chorradas o no, no creo que sea demasiado elocuente ni acertado que una bestia como yo hable como una marica. ¡Oh, observad, que bello y hermoso paisaje de numerosos matices y acuarelas!; ¿no suena muy bien en mí o sí?
Ayame torció el gesto ante aquella respuesta en completa desaprobación.
—Bueno, a no ser que seas algún tipo de poeta o escritor, tampoco es necesario hacerlo tan exagerado —replicó, seria, y después se encogió de hombros—. Nunca entenderé ese pensamiento de que la "virilidad" y de que los hombres no pueden expresar lo que sienten. Ni siquiera tiene nada que ver con la elocuencia o "lo acertado". Es una auténtica estupidez. Y "marica" es una palabra muy desagradable.
Odiaba discutir, siquiera debatir. Ella no estaba hecha para mantener la calma, le ardían las entrañas ante cualquier comentario que le disgustara mínimamente. Y aún así no podía mantener la boca cerrada. Porque el ardor que sentía en la lengua si lo hacía era aún peor.
Por suerte, la Línea de los Dioses jugó a su favor para apartar aquella escena de sus pensamientos. Cada vez llovía con mayor intensidad en la zona del cielo del País de la Tormenta.
—En fin, ahora que veo tanta agua caer me siento un poco reseco. ¿Qué dices si pasamos al otro lado, eh, Ayame?
—¿Qué? ¡Esp...!
Ni siquiera le dio tiempo a completar la frase. Kaido saltó la valla y, desplegando toda la confianza que sentía sobre sí mismo como si de un pavo real con la cola extendida se tratara, echó a caminar hacia el límite entre los dos cielos. De inmediato, las miradas y los cuchicheos cayeron sobre él como el chaparrón que ahora le empapaba. Y cuando llegó a su destino se dejó empapar tanto por la lluvia del País de la Tormenta como por el sol del País del Viento. Y muchas más personas se unieron a aquel loco que se había atrevido a traspasar las fronteras. Ayame, sin embargo, se quedó en su sitio, mirando a su alrededor confundida y a salvo tras la barandilla. ¿Pero qué clase de locura era aquella? Si habían puesto aquellas barreras era por algo, no por simple capricho. ¿Y si pasaba algo? ¿Y si caía un rayo sobre ellos o algo peor...?
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Kaido tuvo la suerte de que Ayame no fuera una especie de gurú cuyos pensamientos se hicieran realidad, siendo que todo aquello parecía estar dándole una úlcera en el estómago. Su reacción, a diferencia de la tumultosa muchedumbre, fue la de mantenerse en su posición, a salvo de lo que ella creía que podía salir mal.
Pero nada pasó. Al escualo no le cayó un rayo, ni tampoco al resto de los divertidos espectadores que danzaban bajo aquel fenómeno natural como si deseasen ser bendecidos por las lágrimas de los Dioses.
Ya viéndose mojado de pies a cabeza, el gyojin dejó la revuelta que él había comenzado y se dirigió nuevamente hasta los linderos en los que se encontraba su compañera.
—Mucha bendición de los Dioses por el día de hoy —comentó, mientra exprimía el agua de su frondosa cabellera azul—. ¿en serio no vas ni a siquiera meter la mano?
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La fiesta continuaba. La gente, animada por la valentía de Kaido, se regocijaba ahora dejándose bañar por la lluvia del País de la Tormenta y el sol del País del Viento. Ningún rayo cayó sobre ellos y sus exclamaciones de alegría y diversión llegaban hasta los oídos de una obstinada Ayame, que no se atrevía a soltarse de su valla de seguridad por muchas ganas que tuviera de unirse a ellos.
Tras varios interminables minutos, avistó la figura de Kaido volviendo hacia ella, escurriendo sus largos cabellos azulados para desprenderse del exceso de agua.
—Mucha bendición de los Dioses por el día de hoy —comentó—. ¿En serio no vas ni a siquiera meter la mano?
Ayame se mordió el labio inferior y desvió durante un instante la mirada hacia el resto de la gente que seguía disfrutando del evento. El límite estaba muy cerca, podía perfectamente acercarse con varias zancadas y volver tan rápido como hubiese caído sobre ella la primera gota de lluvia... Sus manos temblaron un instante... Pero terminó por sacudir la cabeza.
—No. Las vallas están por nuestra seguridad, no está bien saltárselas así como así —sentenció, antes de girar sobre sus talones y emprender el camino de regreso al hostal.
Ya había visto suficiente, y si se quedaba más tiempo allí la tentación sería muy fuerte para ella.
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28/06/2017, 00:11
(Última modificación: 28/06/2017, 01:13 por Umikiba Kaido.)
Un giro brusco, de nuevo, como aquel en el que salió despavorida después de gritarle al tiburón. Aquello comenzaba a ser una constante que desquiciaba tanto al tiburón, que le hacía apretar los dientes cada vez, y también los puños; como para no batuquear a la inocente Ayame por los hombros y obligarle a ser un poco más arrojada.
La vida de un shinobi era tan fugaz, que dejar de disfrutar los momentos oportunos por el hecho de no querer saltarse una valla de seguridad era cuanto menos absurdo.
—Bueno, buen viaje de regreso, pues —espetó, a la distancia, y sólo se acercó unos cuantos metros antes de que su compañera decidiera volver al hostal—. yo creo que voy a quedarme hasta mañana.
Dio un paso atrás, y hondeó su azulado brazo para despedirse de su interlocutora.
—Ha sido divertido, compañera. Con todo y a pesar del quiebre emocional que tuviste más temprano. Quien lo diría, el escualo y Ayame, los mejores amigos por siempre. ¡Jajaja! venga, va, nos vemos en la Aldea.
Dijo, finalmente, antes de volver a encaminarse hasta la famosa línea de los Dioses. Donde aún quedaba bastantes bendiciones por repartir.
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