Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Paciencia, Shinjaka-san —le soltó el Uchiha—. Antes de que te des cuenta estaremos sacándole a golpes a ese tipo hasta lo último que sepa sobre el objetivo.
Shinjaka vaciló, y torció el gesto, dubitativo. No estaba seguro de su sacar a golpes era lo que bien tendrían que hacer una vez se encontraran al pardillo. No es que fuera el tipo más sutil del mundo ni mucho menos pero en lo que a su tarea respectaba, creía que lo mejor sería encontrar formas más sutiles de conseguir las respuestas necesarias para dar con el objetivo. No obstante, no iba a ser él quien pusiera peros si el bueno de Akame quería rasparse un poco los nudillos.
—¿No serás tierno, eh?
—Sólo cuando me conviene serlo, mi buen Uchiha.
Al otro lado de la calle, el clon continuaba con su labor. Y es que si aquella réplica tuviera más vida que la que el chakra de su creador le confería, ahora mismo estaría sudando a borbotones y sintiéndose cada vez más presionado a fallar. Para su suerte, sin embargo, cuando encajó aquel par de alambres nuevamente en la cerradura, logró dar de lleno con las ranuras del cerrojo. Entonces subió, subió y subió; hasta que el click de apertura le inundó con sabor a victoria los oídos.
El ventanal se encontraba, ahora, abierto.
Y, a simple vista —si se decantaba, desde luego, a echar un rápido vistazo— el interior lucía como lo que era: un ático en el que yacían guardadas algunas baratijas y muebles viejos. Cajas de cartón, manteles polvorientos y alguno que otro artilugio que se habría estado acumulando entre huésped y huésped. No parecía haber movimiento y la escalera que daba hacia la parte superior yacía desolada. Ni un alma en pena. Sólo el sepulcral silencio, y el hedor a madera raída y mohosa que calaba hasta por los poros.
. . .
—Le felicito por el establecimiento, Toeru. Ante esta nueva ola de excentricidades modernistas es realmente enriquecedor a la vista encontrarse con algo tan… vintage.
—Es esa precisamente la razón de nuestro éxito, colega. Que nuestro principal producto radica en la nostalgia de disfrutar el placer más antiguo y primitivo del hombre que, en la mundana cotidianidad de los tiempos modernos, ya no es abiertamente disfrutable. Tratamos de renovarnos continuamente, desde luego, pero que algún Dios de tus tierras me trague si digo que el resultado no es el mismo: desempolvar un poco la tubería, soltar la pasta y volver a casa con tu mujer o marido, a fingir disfrutar de tu vida de tributante esclavo del sistema.
Luego de su pequeño discurso, Toeru secundó a lo sugerido por el extranjero y fue a tomar asiento junto al resto. Shin fue el último en llevar su engreído culo hasta la mesa.
Una vez todos ocupando sus lugares, aquel que hasta entonces había pasado totalmente desapercibido tomó un ligero protagonismo. Se abatió hasta el centro de la mesa y comenzó a batir uno de los tres mazos de cartas que tenía a su disposición con habilidad innata. Barajó y barajó como sólo un dealer experto podía hacerlo, y luego de saberse seguro de que aquellas cartas estaban excelentemente mezcladas, lo puso sobre la mesa nuevamente. Frente a los sitios ocupados, yacían una numerosa cantidad de fichas con distintas denominaciones —de diez, cincuenta, quinientos y mil ryos respectivamente—; que en total, daba la cantidad de diez mil como entrada neta para la partida. Era lo que tendría que tener Datsue en su bolsa de fajos, descontando, claro, lo que sacó para darle a aquel portero entrometido.
—Por favor, señor Sakyu. Cuéntenos, pues, un poco más de usted. Como puede ver, Etsu-san está muy ansioso por escuchar de dónde proviene y qué es lo que le ha traído hasta Tanzaku Gai. Evidentemente, no es usted muy asiduo de estos lares o estaría cien por ciento seguro de que Toeru-dono conocería algo de vos. Verá, él siempre le dirá que aquí solo se negocia con la lujuria, pero se sorprendería de cuán valiosos pueden ser los rumores y chismorreos que se cuecen dentro del Molino.
—Amén a eso, amén a eso —secundó, malicioso.
Etsu replicó con mirada inquisitiva. Aún y con su escueto comportamiento, no pudo evitar sentir algo de curiosidad.
Los labios de Akame —del falso Akame— se curvaron en una sonrisa de suficiencia cuando notó la presión del cerrojo ceder bajo el ataque de su ganzúa. Con cuidado abrió el ventanal y se introdujo por él, tratando de ser sigiloso como una víbora de jardín.
Una vez dentro, y tras echar una visual rápida al entorno que le reveló que allí no había nada de importancia, se encaminó con los mismos pasos sigilosos y tranquilos hacia las escaleras. Conocía bien aquella técnica; apoyando el talón primero, luego el resto del pie. Con las rodillas flexionadas y la vista atenta.
Luego abrió la puerta con el mismo cuidado, lo justo para poder ver si había moros en la costa por la rendija que había entre el ésta y el marco. Si el camino estaba despejado, terminaría por abrirla por completo y luego asomar la cabeza, a un lado y a otro. Trataba también de afinar el oído, no fuera que alguien se hubiera percatado de su furtiva entrada y estuviera ahora intentando emboscarle a él.
Datsue pareció acertar con el cumplido a Toeru, porque el hombre en seguida sacó pecho, agregando razones y motivos de por qué su establecimiento era tan genial. El Uchiha asentía, sin tampoco añadir nada más a lo mencionado. Una cosa era tener un pequeño gesto de cortesía y otra ser un lameculos.
Los hombres de la mesa se sentaron, dejando a sus acompañantes en un discreto segundo plano. Datsue notó la pérdida del contacto con Meiharu como si le hubiesen quitado un escudo en plena batalla. De forma inconsciente, aquella chica había tenido una pequeña influencia en él. Le había hecho pensar que a su lado todo saldría bien, y ahora… le inundaban las dudas.
¿Cuánto tiempo tardaría el sello en perder su efecto? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que volviese a meter la pata? ¿Y si no sabía qué responder? ¿Y si se quedaba en blanco?
Los hombres de aquella mesa, desde luego, no pensaban darle ni un respiro. Aquella vez fue el turno de Shin, que estaba empezando a resultarle un grano en el culo. Le pidió que contara más sobre él, saciando así la curiosidad de Etsu.
—Etsu... ¿ansioso? —Datsue desvió la mirada hacia Meiharu—. Meiharu, querida, ¿qué me has puesto en la bebida? —bromeó, emitiendo una fuerte carcajada acto seguido. Esperaba que al menos ella le acompañase en la risa para no quedar como un tonto—. Ains… ¿De qué hablábamos? Ah, sí. No, lo cierto es que no soy de por aquí —les confesó Datsue—. Provengo de la arena, del desierto… Del País del Viento. Oficialmente, vengo en nombre del Daimyo para renegociar los… aranceles. Aburrido, ¿eh? —«Jodeeer… En que fregado te estás metiendo, tío. ¡En qué fregado te estás metiendo!»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Meiharu le acompañó, risueña, impasiblemente alejada del turbio encuentro de aquellos hombres de poder. Las damas tenían sus límites, no podían acercarse demasiado; no como para que pudieran colaborar a hacer trampa. Se habían dado casos, en los que pasaban cartas bajo la mesa que no pertenecían al mazo.
Ahora, todo eran precauciones.
—Venís mucho por aquí, últimamente —intervino, aquel que se mantuvo en súbito silencio. Etsu de pronto cobró vida, y su espalda se torció hasta la rectitud para mostrarse mucho más alto de lo que era. Y mucho más imponente, también—. vosotros, los emisarios del Daimyo del País del Viento. Lo sé, porque he tenido que recibir a un par de vuestras cobras. Sois incansables, como vuestro sol.
—¡Joder, pero qué pequeño es el mundo! Un negociador, y el mismísimo Yuramazo Etsu, nuestro amado y queridísimo alcalde. ¡Esto es jodidamente emocionante!
Etsu no parpadeó. No. Sus ojos, vidriosos, entorpecieron de pronto los relatos del extranjero y se mantuvieron cual esfinges sobre el susodicho emisario. Algo le decía a Datsue, fueran sus ojos de Uchiha o una potente corazonada... de que le habían descubierto en tan apabullante mentira. El hombre, sin embargo, no le acusó.
—Bienvenido, emisario. Suerte en la partida.
Con aquella sentencia, el dealer barajó una última vez y explicó las normas del juego. Era el póquer oriental tradicional, con cartas de época y con las mismas reglas de siempre. Había una alta, una baja; una ronda previa de apuestas para la entrada antes del flop y, evidentemente, contaban las combinaciones de toda la vida. Debidamente explicado todo, el hombre aguardó las ciegas de Toeru y Shin.
Luego, repartió.
Entre tanto, el silencio se vio roto, de pronto, por los murmullos de aquellos que analizan sus cartas. Unos se veían entre sí, otros sonreían. Toeru jugaba con su pila de fichas y no dudó en pagar la entrada, Shin tuvo más reparo en hacerlo, aunque finalmente cedió. Etsu, por su parte, dobló la apuesta inicial.
Datsue pudo ver cuatro fichas de quinientos dar vueltas y tumbos en el centro de la mesa. Apostó, fuerte.
—¿Iguala? —preguntó el Dealer, a Datsue. Toeru bufó, adolorido por aquella pronta sacada de polla y Shin, por lo visto, iba a tener que dropear porque resultaba escabrosamente evidente de que no tenía buena mano.
. . .
Pap, pap, pap el eco del caer de aquel clon inundó el sótano. Se expandió por las escaleras y caló allá, en el vacío de las habitaciones superiores. Pero nadie se alertó. El bunshin pudo avanzar hasta los primeros escalones y ascender por sobre ellos con sumo cuidado, hasta que logró abrir la puerta que le separaba del exterior. El pedazo de madera raída crujió ligeramente, aunque no lo suficiente como para que el falso Akame pudiera medir la velocidad con la que pudiese meter su cogote por la rendija sin que tuviese que abrirla de par en par.
Cuan tortuga, el ninja se asomó y comprobó que, en el oscuro pasillo, no había nadie. Era un pasillo transversal que acababa en el descenso hasta el sótano y que se alargaba hacia los linderos de una aparente sala de estar. En medio, justo, había otras dos puertas contiguas una a la otra, que probablemente daban acceso hacia la única habitación y al baño. Aunque tendría que comprobarlo por sí mismo.
El Akame copia también afino el oído. Pero, por el momento, no escuchó nada demasiado particular. Su nariz, sin embargo...
El aroma que se entrometió de pronto en sus fosas fue, nauseabundo. Era el inconfundible olor a ...
El Kage Bunshin habría reído con su propio chiste de no ser porque estaba intentando no ser detectado tras allanar, sin autoridad ni orden expresa, una propiedad privada. Si alguien le encontraba allí él no tendría muchos problemas —le bastaría con desaparecer para volver al limbo etéreo del que había venido—, pero su creador podría verse envuelto en un lío. Los ninja no tenían carta blanca para hacer lo que se les diera la gana con las leyes y propiedades de los demás ciudadanos, y mucho menos en Uzu no Kuni, donde todos se jactaban de ser más civilizados y razonables que los brutos amejin o los primitivos kusajin.
De modo que cuando el aroma a cadáver en descomposición llegó hasta la nariz del Clon de Sombras, éste optó por la prudencia. Muy despacio y procurando no hacer ruido salió de su escondite, aventurándose en el pasillo. Caminaría con la espalda pegada a la pared para acercarse a la habitación más cercana; una de aquellas dos puertas en mitad del corredor. Una vez la alcanzase, abriría despacio y con un empujón de su mano derecha la puerta.
Echaría un rápido vistazo, afinando también oído y olfato, buscando el origen de aquel hedor pestilente. De no encontrar nada destacable procedería del mismo modo con la siguiente habitación. Y, finalmente, con la sala de estar. La aproximación a esta última sería parecida —espalda contra la pared, ojos atentos y Sharingan activado—.
¿Tan pronto la había cagado otra vez? ¿Tan de prisa había metido de nuevo la pata? Cuando Etsu fue presentado como el alcalde, sintió que el alma se le caía a los pies. Trató de disimularlo, claro, con una media sonrisa y sin decir nada, porque estaba claro que, en cuanto abriese la boca, la iba a cagar nuevamente.
Estaba pagando el precio de ligar con Meiharu en vez de centrarse en la misión. Su soberbia, su excesiva estima en su improvisación, le estaba pasando factura. Bien era cierto, todo había que decirlo, que Meiharu no le había visto problema a su coartada, pero a la vista estaba de que tenían que haberlo trabajado más.
—Bienvenido, emisario. Suerte en la partida —terminó por decir Etsu. Nada en su tono de voz o gestualidad indicaba que le habían cazado en la mentira, y aun así Datsue intuyó, en su fuero interno, que lo había hecho.
—Gracias, alcalde —terminó por decir, tratando de aparentar normalidad—. Aunque en este juego, nada tiene que ver la suerte, sino la astucia.
Sonrió, como si nada hubiese pasado. Luego, evitó rascarse la nuca y revolverse en la silla, como siempre hacía cuando estaba nervioso. En su lugar, trató de centrarse en la partida. Apenas tuvo que levantar los bordes de las cartas para saber lo que le había tocado. As y diez de diamantes. Eran buenas carta, y el hecho de que fueran diamantes lo hacía todavía mejor. No por ninguna razón lógica, sino porque Datsue, en aquellas cosas, era un tanto supersticioso. El diamante siempre había sido su palo, no por nada tenía uno tatuado en su dedo corazón.
—Igualo —dijo, tirando las fichas como si representasen calderilla y no dos mil ryō. Aquello era el veinte por ciento del dinero que tenía, una cantidad que, si perdía, le dejaría en una posición incómoda por el resto de la partida. Pero había venido a jugar, ¿no?
«En realidad… no». Pero su cagada había estado demasiado reciente como para volver a atreverse a hablar. Esperaría a resolver aquella partida entre él y el alcalde, y luego, preguntaría sobre el último chismorreo del Molino Rojo. Con suerte, tendría algo que ver con su objetivo…
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Con cada paso, el aroma dejaba de ser sólo un olor despreciable para convertirse, finalmente, en un nauseabundo y pútrido aire concentrado. Se aseveró en cuanto Akame abrió la segunda puerta ubicada en el costado derecho del pasillo. Cuando echó el ojo, pudo comprobar que la silueta de una persona yacía tendida por sobre la cama de la habitación con los brazos plácidamente abiertos sobresaliendo los costados del colchón y con la mirada perdida al techo. Fue incapaz de distinguir de quién se trataba, desde luego, pero era perfectamente presumible que tendría que llevar muerto un par de días, a lo sumo. Y cuya descomposición se aceleró debido a la poca ventilación que tenía aquella humilde cabaña de motel.
Si se detenía a observar la habitación con mayor detenimiento, podría percatarse de que a pesar de; el cuarto yacía lo suficientemente ordenado como para suponer que no hubo ningún forcejeo. Si bien eran pocas cosas las que adornaban su interior, todo parecía estar en posición correcta, dando la sensación de que aquello lo había cometido alguien experimentado.
¿Quién podría haber sido, y por qué?
y la pregunta del millón, ¿era aquel hombre Yataru Katori?
El clon por sí sólo no tenía forma de saberlo, ni de tampoco comunicárselo a su original sin tener que desaparecer. Y sin embargo, aún había resto por explorar, a menos que creyese haber visto lo suficiente como para salir de ahí y no tener luego la necesidad de tener que entrar, otra vez.
Pero antes de que pudiera siquiera siquiera en pensar continuar su travesía a lo largo de la cabaña, el sharingan del falso Akame se percató de un súbito destello en el picaporte de la puerta que había abierto. Parecía haber un hilo atado con la suficiente pericia como para ser imperceptible a primera vista, que calaba por los marcos de la madera y que se rejuntaba a la pared hasta dar vuelta a toda la habitación. De pronto, todo fue haciéndose más claro, y es que en un cálculo rápido, Akame pudo comprobar que el cuarto estaba rodeado de unos 20 sellos explosivos. A saber de qué clase de potencia.
. . .
Las fichas de Sakyu rodaron hasta el centro de la mesa, en donde las manos del repartidor se acercaron para rejuntar todas las fichas del pote en un sólo lugar. Luego, tomó las cartas de los que habían foldeado y volvió a tomar el mazo.
—Tiene usted mucha astucia, Sakyu-san. Jugar así, en su primera mano...
—¿Qué tanto te cuesta decir la palabra cojones. ¡Co-jo-nes!
—Si no participan de la mano, debéis hacer silencio —pidió—. Jugadores, aquí viene el flop.
El alcalde recibió aquel trío de cartas con la naturalidad digna de un asiduo jugador. Ni un ápice de emoción o decepción que, en principio, pudiera delatarle ante los ojos experimentados del uchiha. Algo hacía del poder de aquellos ojos un aparato inservible en contra de aquel hombre de pocas montas.
Etsu aguardó en silencio, pues la palabra la tenía Datsue. Cantaba él si subía la apuesta, o pasaba.
Datsue posó los ojos por un instante en las tres cartas descubiertas en la mesa, para luego echar de nuevo un vistazo a las suyas. Lo primero de todo, era no exteriorizar sus emociones. Mantener la calma, y, nunca mejor dicho, la cara de póquer.
Tenía pareja de ases, lo cual eran excelentes noticias. El problema era que el otro también jugaba. Que el alcalde hubiese doblado la apuesta inicial, antes incluso de ver el flop, solo podía indicar que tenía muy buenas cartas. Posiblemente, alguna pareja. Pareja que se podía convertir en trío con alguna de aquellas tres cartas. En caso contrario, Datsue tenía la voz cantante, pues no había parejas más altas que la suya.
Precavido, dio dos golpecillos con un dedo en la mesa:
—Paso. —No quería hacer ver a su rival que había encontrado la pareja deseada. Mejor pasar a la siguiente carta, o esperar a que él apostase para intuir mejor contra qué estaba jugando.
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Había llegado tarde. El nauseabundo olor que despedía el cadáver que estaba tumbado sobre la cama así lo evidenciaba. «Unos dos días tarde, quizás», se dijo el Uchiha. Por la disposición de la escena parecía evidente que al tipo le habían asesinado mientras dormía o, en su defecto, estando desprevenido. «¿No era este uno de los guardias de confianza de Shinzo? ¿Quién asesinaría así a un hombre que trabaja para alguien tan influyente?» Mientras sus ojos recorrían la sala, Akame pensaba en todas las posibilidades que se le iban ocurriendo.
«¿Tal vez alguien ya sabía que veníamos a por él? No, imposible, ¿con dos días de antelación?» El uzujin recordó entonces lo que había dicho Shinjaka sobre Kojuro Shinzo, su objetivo. Un hombre influyente, bien informado y conectado, con casi toda la ciudad en el bolsillo. También cayó en la cuenta de quién les había proporcionado el rastro de Yataru Katori... «Ella. ¿Y si ella está trabajando para Shinzo? Es una mercenaria, se vende al mejor postor. ¿Qué se lo impediría?» Negó ligeramente con la cabeza, para sí. «Tiene la Marca del Hierro. La mujer debe cumplir. ¿Entonces...?»
De repente un fino destello interrumpió sus cavilaciones. La mirada del Uchiha siguió aquella fina línea de metal a través de la puerta, el marco y las paredes de la habitación. «Por los cuernos de Susano'o...»
Estaba rodeado de sellos explosivos. Quien quiera que había asesinado a aquel tipo, no quería que se supiera.
El Kage Bunshin mantuvo la calma y se quedó completamente quieto, sin atreverse a avanzar ni retroceder, ni mover la puerta. Con su mano libre hizo un breve sello y detrás de él, en el pasillo, apareció otro Kage Bunshin. Éste observó la escena, y luego su creador le indicó con una breve seña de su mano libre que siguiera explorando el pasillo.
Así lo hizo. La tercera copia retomó la travesía por la cabaña, esta vez siendo incluso más cuidadoso —nada aseguraba que no hubiese otra trampa mortal esperando en la siguiente esquina—. Continuaría con el recorrido que el primer Kage Bunshin había iniciado, dirigiéndose hacia el resto de habitaciones y el salón para registrarlos en busca de algo importante.
—
Afuera, en la calle, el Akame original sacó una pequeña píldora de su bolsillo y se la introdujo en la boca, masticando concienzudamente. No sabía por qué, pero acababa de notar claramente cómo sus reservas de chakra disminuían por segunda vez desde que enviase a su copia a investigar.
El póquer era un juego de margen y maniobra. Quien lo jugase podía hacerlo bien como le saliera de los santos cojones, siempre condicionado a un sólo resultado: ganar la mano.
Y ahí, en aquel enfrentamiento se pudo ver la dicotomía existente entre las estrategias de dos jugadores tan distintos y símiles a la vez. Etsu, por su parte, empezó fuerte, dando el primer toque de atención e intentando imponer su autoridad por sobre el extranjero. Datsue, sin embargo, bien podría haber dado un toque más fuerte con el fin de no dejarse opacar, aunque contra todo pronóstico, decidió actuar con un perfil mucho más bajo del que cualquiera —incluido él mismo—; habría pensado.
Ante la oportunidad de sentar precedente y subir la apuesta, prefirió pasar. Y la batuta cayó en Etsu.
El Alcalde miró sus cartas, luego a Sakyu, y finalmente a sus fichas. Datsue lo vio. O mejor dicho, su sharingan. Pudo contar junto al contrincante la cantidad de fichas que iba enmarcando con la mirada, que al final se convirtieron en nada. Nada, porque Etsu también pasó.
El dealer movió la baraja y retiró una nueva carta. Y la abrió por sobre la mesa. Toeru dejó escapar un ¡ohhh!
—Mil, subo mil.
—Hoy está mucho más arrojado, mi señor. ¿Está usted bien?
. . .
Nadie podría negar que Akame era todo un profesional. Otro, u otros; habrían dudado de qué hacer y de cómo actuar ante semejante descubrimiento tan peligroso. Pero un shinobi debía saber reaccionar a pesar de sus propias cavilaciones, a pesar de los semblantes de duda. Y así lo hizo él, el clon. Un simple movimiento, un simple sello unimanual y ¡puff! otro Akame apareció tras suyo. Un clon le ordenó al otro que continuara la labor que él había perdido al haber abierto esa puerta, e intentó mantener la compostura para no desencadenar el infierno abrasador que haría desaparecer aquel complejo, con toda seguridad.
Así pues, el recién invocado avanzó con más cuidado que antes. Terminó de zanjar aquel pasillo y entró de lleno a la pequeña y lúgubre sala de estar, compuesta por un sector con un mueble viejo y un televisor descompuesto sobre la alacena, y al otro extremo, la cocina. Peinó la zona y no recabó nada que le fuera de utilidad.
Sólo que la llave que abría aquella puerta yacía encajada en el picaporte, desde adentro.
. . .
Shinjaka vio a Akame comerse aquella píldora, y tuvo que recriminarle, nuevamente.
—Akame-san, no me lo tomes a mal. ¿Pero, no crees que deberíamos entrar? ¿cómo sabes que tu clon está bien?
—Paciencia, Shinjaka-san —repitió Akame, por segunda vez en aquella noche.
Aquello fue cuanto respondió el Uchiha. Claro que él sabía que sus clones —porque aquella redistribución equitativa de su chakra no podía corresponder a otra cosa más que a la creación de un nuevo Kage Bunshin— estaban en perfectas condiciones. Simplemente no le parecía necesario ser tan exahustivo a la hora de explicar los pormenores de una técnica de Ninjutsu avanzado a un civil no instruído.
—
Dentro de la casa, el segundo Kage Bunshin observó con expectación la zona. El detalle de la llave dentro del picaporte por el lado interior de la puerta le llamó la atención. «¿No forzaron la puerta? O tal vez el asesino entró por algún otro sitio. No, todas las ventanas estaban cerradas desde dentro. ¿Entonces el dueño de la casa le abrió voluntariamente?» Sus ojos negros miraban fijamente la cerradura.
«O tal vez quien quiera que fuese dejó la llave ahí para atrancar la puerta desde dentro? Está claro que no quería que nadie encontrase el pastel...»
Se le planteaban muchas incógnitas y pocas respuestas. Ya había revisado la casa y no había encontrado nada más que un cadáver de varios días de antigüedad en una habitación repleta de sellos explosivos.
El Kage Bunshin activó su Sharingan y se dispuso a dar otra visual a la casa, asegurándose de que ningún subterfugio que emplease chakra como medio podría escapar a su mirada. Registró también la cocina y el baño, en caso de que pudiera encontrar algo de utilidad.
Datsue lo tuvo claro, tan claro como un rayo cruzando la penumbra de la noche, de que el alcalde tenía trío de jotas. Quizá, era una ilusión. Un Genjutsu tan potente que había confundido incluso a su propio Sharingan, pero no apostaría por ello.
Primero, porque el alcalde había apostado muy fuerte en pre-flop. Eso solo podía indicar que tenía pareja, y pareja alta. Segundo, porque en el flop había pasado, quizá temeroso de ese as, y ya no tener la voz cantante. Tercero, porque al ver la jota, convertía su mano buena en la mejor. Solo había una posibilidad, con esas cartas, de que él perdiese, y era que Datsue tuviese pareja de ases en la mano. Una posibilidad ínfima, casi ridícula. Tanto como que otro as apareciese en el river.
Quizá, el alcalde se la estaba jugando. Quizá era un farol, pero viendo los comentarios del resto, quienes aseguraban que estaba siendo mucho más arrojado de lo normal, el Uchiha apostaba más a que, simplemente, le habían tocado las cartas de su vida.
—Paso —dijo, arrojando las cartas boca abajo, para que no se viesen. No podía permitirse perder el dinero tan pronto. Tenía que permanecer en la partida lo suficiente como para oír algo de interés.
Sí, esa era la teoría, pero el Uchiha no pudo evitar fruncir el ceño por perder aquel primer envite.
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El Kage bunshin oteó, de nuevo, aquel paupérrimo hogar. Pero, más que detalles inservibles como platos a medio comer en la cocina y los típicos utensilios que se pueden encontrar en un baño, nada le derivó a pensar que algo en los espacios más abiertos podría servirle para irse de ahí con alguna información veraz, que hasta ahora se le escondía a gazapos. Ahora, sólo tenía un cadáver. Quizás, tendría que empezar y terminar por él.
Por el cuerpo de un hombre cuya identidad aún permanecía desconocida, aunque Akame sabía con certeza que podría descubrirlo una vez que pudiese hablarlo con Shinjaka.
Para el Uchiha, o para aquellos dos clones que le hacían la par de detective, resultaba evidente que la única chance que tenían era la de revisar con más introspección el interior de la habitación. Desde la puerta —donde el clon número uno se había convertido, de alguna forma, en un reloj de tiempo que evitaría de momento una caótica explosión de grandes proporciones—; se podían ver algunos sectores del cuarto que valdría la pena revisar. Tendría que hacerlo con sumo cuidado, evitando tocar algún conexionado de hilo que pudiera activar la trampa mortal. Una que, de cualquier forma, iba a volar todo en pedazos salvo que Akame tuviera la pericia suficiente como para desactivar un entramado explosivo como aquel. Tenía su ciencia, tenía su sentido. Pero había que descubrirlo.
Y valía la pena intentarlo, ya que habían un par de carpetas con documentos en la mesa de noche que tal vez podría contener información privilegiada.
Al otro extremo, sobre un perchero, un uniforme militar negro.
Del resto, pulcritud mezclada con sangre. Mucha sangre.
El entramado de sellos explosivos hace símil a una intrincada trampa bomba elaborada, probablemente, por un experimentado en la materia. Consta de alrededor de 20 papeles de gran capacidad que, conectados en un entramado cruce de hilos, el movimiento erróneo de cualquiera de estos puede activarlo, sin más. El Sharingan de Akame, sin embargo, pudo comprobar que entre los cruces había tres puntos de anclaje que según el orden en el que fueran cortados, podrían desmontar la trampa.
Para poder ser consecuente en el orden a ser cortados, el personaje de Akame hará una tirada extendida de 10 dados (Des+Int) durante tres turnos. Necesita acumular un total de 6 éxitos a dif +8 para lograr desactivar los tres tramos de la trampa. O de lo contrario, "Kaboom"
«2 - 8 - 1 - 5 - 6 - 9 - 2 - 2 - 8 - 3»
. . .
—Paso —expresó el noble, renuente. Dejando que sus cartas fraguaran el camino hasta el maso del dealer, sin ser descubiertas.
Etsu hizo lo mismo y recogió su pote.
—¿Arrojado? —indagó, acomodando sus fichas—. las batallas has de lucharlas hasta el final, aún y cuando tengas la certeza empírica y humana de que tienes todas las de perder.
Y aunque sus cartas no habían sido descubiertas, con lo dicho Datsue sintió el amargo puñal de la desidia. Del subterfugio. Del engaño en su máximo esplendor.
. . .
Shin y Etsu pagaron la mínima y la máxima, respectivamente.
Las cartas volvieron a volar hasta sus dueños, y una nueva oportunidad se abría frente a los jugadores.
28/01/2018, 13:33 (Última modificación: 29/01/2018, 00:46 por Uchiha Akame.)
Estaba claro que en el resto de la casa no había nada de interés, aparte del propio estado de las habitaciones. Tras dar una vuelta de reconocimiento, el Kage Bunshin llegó a la conclusión de que allí habían asesinado a alguien de forma totalmente eficaz e inesperada. Todo parecía dispuesto como si el inquilino jamás hubiera esperado que su vida iba a terminar de repente.
Con esto bien claro, el tercer Kage Bunshin se esmeró por desactivar la intrincada red de explosivos que estaba colocada por toda la habitación mientras su hermano gemelo mantenía la puerta bien sujeta e inmóvil para prevenir una detonación repentina.
La habitación; esa era la clave. Había documentos en la mesita de noche, un uniforme militar colgado de un perchero —«Yataru Katori era militar, ¿cierto?»— y quién sabe qué más. Pero claro, no podría averiguarlo hasta haber desactivado la trampa.
Así pues, el Kage Bunshin siguió con su tarea; cortar los anclajes correctos sin que una veintena de sellos explosivos le reventasen en la cara.
Datsue esbozó una media sonrisa, una de esas medias sonrisas que tratan de disfrazar la rabia e impotencia que crecen peligrosamente en tu interior. ¿De verdad el alcalde le había faroleado? ¿O tan solo intentaba confundirle con las palabras? No había visto sus cartas, así que no tenía forma de saberlo, pero la sospecha le martirizaría durante un tiempo.
El póquer, no obstante, siempre regalaba segundas oportunidades —siempre que te quedase dinero, claro—, y dos nuevas cartas llegaron a las manos del Uchiha: rey y reina de tréboles. Aquella era una mano peligrosa. Muchos aficionados pensaban que era excelente, cartas altas del mismo color. No obstante, no lo eran tanto. Si ligaba pareja, se arriesgaba a que otro tuviese la misma que él, pero una carta superior como acompañante —como por ejemplo, un as—, y le tirase abajo la mano.
Tenía que ser precavido.
—Igualo —dijo, tirando las fichas a la mesa.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80