7/06/2015, 14:10
Esta vez, estaba totalmente sólo ante el peligro. Nada de guardias, nada de ratas. Los kage también habían venido sin una ostentosa escolta, pero quedaba cristalino el poder y la presencia que ellos sólos, sin la ayuda de nadie, emanaban. Fueron ellos solos los que prescindieron de los ANBU para la reunión que debían mantener con el tal Emperador Rikudo-sennin, y fueron ellos los que se personaron en la sala del trono para pedir explicaciones. Mantenían el flujo del chakra a todo nivel, según registraron sus ojos. Pero eso era algo que entraba dentro de sus previsiones.
«Estos son gobernantes de verdad. Esto no son amos y señores que comen, respiran y cagan dinero. Esto son líderes... y guerreros que van a intentar matarme si no les convence la canción que les canto».
—Bienvenidos —dijo desde el trono. Vestía el haori negro y el sombrero con decoraciones de Rinnegan, igual que ellos sus haoris y sus sombreros. Pero mantenía la mirada bien alta, para que vieran sus ojos—. Tomen asiento, por favor.
—Así que era cierto, ¿eh? —dijo el anciano del cayado, el Morikage Moyashi Kenzou. Caminaba encorvado y con un cayado, pero todo el mundo sabía que era sólo una fachada, su cuerpo conservaba la fuerza de mil juventudes. El cayado no era más que un bo que utilizaba para pelear—. Nació un muchacho con el Rinnegan, y en un trono su divino culo sentó.
Lo dijo sin perder la sonrisa, pero Moyashi Kenzou rara vez perdía la sonrisa. Tampoco perdía la sonrisa cuando estaba enfadado, lo que resultaba desconcertante.
—Por Dios, es más joven que todos nosotros. ¿Y este quiere ser nuestro Emperador? —la más mordaz de las tres, Amekoro Yui, la Arashikage de Amegakure. Tenía un hermoso pelo azul y unos hermosos ojos negros, pero se cubría el rostro con una ostentosa máscara de gas. Rikudo-sennin había oído cosas sobre ella, pero aún no tenía ni idea de por qué siempre la llevaba puesta—. Podría vencerle con una mano atada a la espalda.
—Podrías intentarlo con las dos y aún no me habrías hecho un sólo rasguño —replicó el Emperador con una sonrisa.
Hubo unos instantes de tenso silencio, pero finalmente, Yui rompió a reír.
—¡Jaaa, el mocoso tiene huevos! Está bien, escucharé lo que tengas que decir, pero que sepas que todo esto no me hace ni puta gracia.
Los kage tomaron asiento, primero Yui, luego Kenzou, y luego...
Uzumaki Shiona, que mantenía el entrecejo fruncido y la mirada púrpura clavada en él como una estaca fría de hielo indómito. No había abierto la boca, al contrario que sus dos compañeros, pero el Emperador sabía que estaba analizándolo lenta y pausadamente.
Suspiró.
—Bien. Iré al grano, quiero que me reconozcáis como Emperador.
Yui estalló a reír de nuevo.
—Pero vamos a ver... —dijo, limpiándose las lágrimas—. Nos enviaste una carta hacía una semana. Los señores a los que habíamos jurado lealtad habían muerto, y nos convocabas para discutir... "la situación". Y ahora nos dices que quieres ser Emperador. ¿Los has matado, y pretendes que entreguemos nuestros ejércitos así como así?
—Me entregaron todo cuanto poseían, y luego intentaron matarme por la espalda cuando el acuerdo estaba firmado —mintió, y Hoshimaru, el falso ciego, estaba muy acostumbrado a la mentira, así que sonó tan natural como debía. Las barreras mentales ayudarían en un caso de emergencia—. Una vez firmados estos papeles, sólo eran plebeyos con dinero y palacios. Murieron como los cobardes y sabandijas que siempre habían sido.
Les tendió los papeles. Los kage los agarraron al aire. Incluso Shiona, que seguía con la vista clavada en Rikudo sin parpadear siquiera. Por primera vez, bajó la mirada y se dedicó a leer los términos del acuerdo.
—Hay un ligerísimo problema... —señaló Kenzou—. Éramos los ejércitos de estos Señores Feudales, sí, pero no te pertenecemos ahora, porque no les pertenecíamos a ellos. Nuestras aldeas siempre han sido independientes, pequeñas naciones dentro de estos países. Lo único que teníamos prohibido era servir a otro Señor Feudal contra el nuestro, pero por lo general funcionábamos a base de dinero.
—No les pertenecíais, ni me perteneceréis. Pero ahora las tierras que les pertenecían y en las que vivíais son las mías por contrato legal, pues se me han heredado mediante esos pergaminos —explicó Rikudo-sennin—. Pretendo ser un Emperador pasivo, un árbitro que vele por el bien de un Imperio Shinobi unido, compacto. No cambiaré el nombre de Países ni Aldeas, es más, os pretendo entregar los palacios reales de vuestros países de origen para que los uséis como cuarteles ANBU.
—¿Y cuál es el truco? —inquirió Yui—. Espero que esto no sea una trampa, porque...
—Un mundo dividido es un mundo con conflictos y guerra. Un Imperio unido es una cohesión por la paz, por la estabilidad, bajo una mano de hierro que pare los pies a los que quieran amenazar a dicha paz. Es un objetivo tan noble como cualquier otro. Queridos invitados, no he adoptado este nombre ni he nacido estos ojos para quedarme plantado sin hacer nada por el mundo. He limpiado la corrupción de los Señores Feudales, y pretendo unir a todos los ninja bajo una sola nación. Un continente.
—No voy a dejar mi mando como Morikage —dijo Kenzou. Sonriendo.
—No lo vas a dejar, no váis a dejar vuestro mando. Antes recibíais dinero de los Señores Feudales para mantener el país bajo su control. Ahora recibiréis dinero del Imperio para mantener la paz y la unión en el mundo. Antes, vosotros mandábais dentro de la aldea, pero una orden del Señor Feudal era un asunto de Estado. Una orden mía lo será también, pero pretendo daros el mando de los palacios de vuestros países, así que técnicamente seríais capaz de mandar en vuestro país, al menos en lo referente a la mayoría de los asuntos.
Se hizo el silencio. Shiona seguía observándole sin hablar, pero había entrecerrado los ojos.
—He convertido la aldea de Iwagakure en una Academia para instruir ninjas. Serán los guardias del Imperio y los dejaré como guarnición en todos los países sin aldea. Los palacios serán sus cuarteles generales —explicó—. Se os permitirá enviar a diez ANBUs cada uno a mis países para supervisar el trabajo y como muestra de confianza. Sí, como espías, porque entiendo que no os váis a fiar de mi. Hacéis bien, sois ninjas. Debéis mantener el orden.
»A cambio, me permitiréis enviar a diez Guardias del Imperio a cada palacio-cuartel de vuestros tres países. Ellos también harán de informadores para mi.
—¿Qué hay de las misiones? Sin Señores Feudales a los que servir...
—Os doblaré la paga que os daban los señores feudales para que utilicéis a los ninja para mantener el orden. Esa será vuestra principal fuente de ingreso. Es más noble y justo que salvéis a alguien porque debéis hacerlo, con una asignación fija, que porque os vayan a pagar una millonada. Además, siempre habéis tenido clientes particulares para otros asuntos de menos trascendencia. ¿Qué me decís?
—No lo sé.
—No lo veo claro.
Shiona cerró los ojos y dejó escapar un largo y tendido suspiro.
—Acepto.
Los dos kage restantes la miraron como si acabase de hablar un alienígena. Shiona se percató de la mirada.
—Paz, orden y estabilidad. Es lo que siempre he querido, y con este Imperio que nos están ofreciendo lo voy a tener. Lo podríamos tener, todos. El Pacto se cumplirá con mano de hierro, además —se giró hacia Rikudo-sennin y se levantó—. ¿Porque se cumplirá aún, cierto? ¿Y los bijuu, qué pasa con ellos?
—El Rinnegan es capaz de dominarlos y atarlos, pero tengo miedo de qué me pasaría si intento sellarlos en mi interior —dijo, agachando la cabeza—. Para mi, ser Emperador es una posición de poder y de responsabilidad. Pero con estos genes, poseer bijuus se traduciría en un aumento de poder, sin un aumento de responsabilidad. ¿Entiendes lo que quiero decir, Shiona-dono?
Shiona sonrió.
—Temes que se te suba a la cabeza, ¿eh?
—No sólo eso, quiero que vosotros, vuestros hombres y mis hombres puedan acabar conmigo si me corrompo como las lagartijas que teníais de señores. No quiero dejar de ser hombre para ser un Dios, porque los hombres sólo pueden ser gobernados por otros hombres si quieren seguir siendo libres. Aunque sólo sea una pizca.
«Porque un Imperio resta mucha libertad, claro. Pero creo... que es necesario».
—Por otra parte, si concentramos los bijuu en un sólo lugar o en una sóla persona, alguien malintencionado podría querer utilizarlos contra el Imperio o para hacerse con él. Y eso no me agrada. La idea de los guardianes, de los jinchuuriki, me sigue pareciendo la más válida. Mantengamos los términos del tratado.
»Tenéis más poder que antes, y el mundo estará gobernado por shinobis, y me incluyo dentro de ello. Renuncio a un poder increíble y os otorgo funciones dentro de mi Imperio. Os otorgo voz y voto, os otorgo la capacidad de darme consejo, y de convocar reuniones conmigo. Os escucho, y actúo en la necesidad de mi pueblo. Y con el Rinnegan, protejo la unión y la prosperidad del mundo. Es un sueño. ¿Qué decís? —preguntó de nuevo.
Y de nuevo, un tenso silencio. Shiona se colocó frente a sus compañeros y habló, esta vez, la primera.
—He vivido muchos años, Morikage-dono, Arashikage-dono —explicó—. He visto a hombres crecer y morir, y conozco la mirada de este Emperador. Es la mirada de alguien con ambición, pero al mismo tiempo humilde. Son los ojos de un soñador, quizás demasiado imprudente e impulsivo. Pero podemos ayudarle, podemos guiarle. Podemos mejorar el proyecto de Pacto y de Paz que ya iniciaron nuestras tres aldeas.
Moyashi Kenzou suspiró.
—Supongo que me parece bien. Veamos qué tal.
—Tendré que arrancar unos cuantos huevos más. Alguien conspirará, siempre conspiran. En nuestra aldea sabemos de eso.
»Pero qué demonios, este tío es valiente y fuerte. Siempre he estado tras Señores Feudales sin pelotas, de bebedores de leche. ¡Acepto!
Muy lejos de allí, una sombra envuelta por harapos, despojada de cuanto tenía, se deslizaba despacio sobre la arena, sin más compañía que unos cuantos pergaminos y un bulto a la espalda cargado de las pocas herramientas que había podido rescatar de su taller.
El invierno había empezado, pero en aquellas tierras todos los días eran verano. Pero a él el calor le daba igual, porque ya no necesitaba esas cosas. Se le había acabado el agua durante el viaje de ida, pero a la vuelta ya no necesitaba beber agua.
Había algo que necesitaba.
Necesitaba de los llantos y los gritos, de la dulce lluvia de desesperación, de sentir su cuerpo impregnado en el rencor y la rabia de aquellos que habían sido sus víctimas. Necesitaba las lágrimas, necesitaba las súplicas, las convulsiones y el correr de la sangre. Necesitaba el dulce deslizar de sus cuchillos sobre la piel desnuda de un alma virgen. Ah, sólo recordarlo, sólo imaginarlo... Un éxtasis para todo su ser.
Por encima de todo, necesitaba ver el rostro de terror auténtico cuando escuchaban su estridente y perturbadora carcajada.
—Kishishishishi...
«Estos son gobernantes de verdad. Esto no son amos y señores que comen, respiran y cagan dinero. Esto son líderes... y guerreros que van a intentar matarme si no les convence la canción que les canto».
—Bienvenidos —dijo desde el trono. Vestía el haori negro y el sombrero con decoraciones de Rinnegan, igual que ellos sus haoris y sus sombreros. Pero mantenía la mirada bien alta, para que vieran sus ojos—. Tomen asiento, por favor.
—Así que era cierto, ¿eh? —dijo el anciano del cayado, el Morikage Moyashi Kenzou. Caminaba encorvado y con un cayado, pero todo el mundo sabía que era sólo una fachada, su cuerpo conservaba la fuerza de mil juventudes. El cayado no era más que un bo que utilizaba para pelear—. Nació un muchacho con el Rinnegan, y en un trono su divino culo sentó.
Lo dijo sin perder la sonrisa, pero Moyashi Kenzou rara vez perdía la sonrisa. Tampoco perdía la sonrisa cuando estaba enfadado, lo que resultaba desconcertante.
—Por Dios, es más joven que todos nosotros. ¿Y este quiere ser nuestro Emperador? —la más mordaz de las tres, Amekoro Yui, la Arashikage de Amegakure. Tenía un hermoso pelo azul y unos hermosos ojos negros, pero se cubría el rostro con una ostentosa máscara de gas. Rikudo-sennin había oído cosas sobre ella, pero aún no tenía ni idea de por qué siempre la llevaba puesta—. Podría vencerle con una mano atada a la espalda.
—Podrías intentarlo con las dos y aún no me habrías hecho un sólo rasguño —replicó el Emperador con una sonrisa.
Hubo unos instantes de tenso silencio, pero finalmente, Yui rompió a reír.
—¡Jaaa, el mocoso tiene huevos! Está bien, escucharé lo que tengas que decir, pero que sepas que todo esto no me hace ni puta gracia.
Los kage tomaron asiento, primero Yui, luego Kenzou, y luego...
Uzumaki Shiona, que mantenía el entrecejo fruncido y la mirada púrpura clavada en él como una estaca fría de hielo indómito. No había abierto la boca, al contrario que sus dos compañeros, pero el Emperador sabía que estaba analizándolo lenta y pausadamente.
Suspiró.
—Bien. Iré al grano, quiero que me reconozcáis como Emperador.
Yui estalló a reír de nuevo.
—Pero vamos a ver... —dijo, limpiándose las lágrimas—. Nos enviaste una carta hacía una semana. Los señores a los que habíamos jurado lealtad habían muerto, y nos convocabas para discutir... "la situación". Y ahora nos dices que quieres ser Emperador. ¿Los has matado, y pretendes que entreguemos nuestros ejércitos así como así?
—Me entregaron todo cuanto poseían, y luego intentaron matarme por la espalda cuando el acuerdo estaba firmado —mintió, y Hoshimaru, el falso ciego, estaba muy acostumbrado a la mentira, así que sonó tan natural como debía. Las barreras mentales ayudarían en un caso de emergencia—. Una vez firmados estos papeles, sólo eran plebeyos con dinero y palacios. Murieron como los cobardes y sabandijas que siempre habían sido.
Les tendió los papeles. Los kage los agarraron al aire. Incluso Shiona, que seguía con la vista clavada en Rikudo sin parpadear siquiera. Por primera vez, bajó la mirada y se dedicó a leer los términos del acuerdo.
—Hay un ligerísimo problema... —señaló Kenzou—. Éramos los ejércitos de estos Señores Feudales, sí, pero no te pertenecemos ahora, porque no les pertenecíamos a ellos. Nuestras aldeas siempre han sido independientes, pequeñas naciones dentro de estos países. Lo único que teníamos prohibido era servir a otro Señor Feudal contra el nuestro, pero por lo general funcionábamos a base de dinero.
—No les pertenecíais, ni me perteneceréis. Pero ahora las tierras que les pertenecían y en las que vivíais son las mías por contrato legal, pues se me han heredado mediante esos pergaminos —explicó Rikudo-sennin—. Pretendo ser un Emperador pasivo, un árbitro que vele por el bien de un Imperio Shinobi unido, compacto. No cambiaré el nombre de Países ni Aldeas, es más, os pretendo entregar los palacios reales de vuestros países de origen para que los uséis como cuarteles ANBU.
—¿Y cuál es el truco? —inquirió Yui—. Espero que esto no sea una trampa, porque...
—Un mundo dividido es un mundo con conflictos y guerra. Un Imperio unido es una cohesión por la paz, por la estabilidad, bajo una mano de hierro que pare los pies a los que quieran amenazar a dicha paz. Es un objetivo tan noble como cualquier otro. Queridos invitados, no he adoptado este nombre ni he nacido estos ojos para quedarme plantado sin hacer nada por el mundo. He limpiado la corrupción de los Señores Feudales, y pretendo unir a todos los ninja bajo una sola nación. Un continente.
—No voy a dejar mi mando como Morikage —dijo Kenzou. Sonriendo.
—No lo vas a dejar, no váis a dejar vuestro mando. Antes recibíais dinero de los Señores Feudales para mantener el país bajo su control. Ahora recibiréis dinero del Imperio para mantener la paz y la unión en el mundo. Antes, vosotros mandábais dentro de la aldea, pero una orden del Señor Feudal era un asunto de Estado. Una orden mía lo será también, pero pretendo daros el mando de los palacios de vuestros países, así que técnicamente seríais capaz de mandar en vuestro país, al menos en lo referente a la mayoría de los asuntos.
Se hizo el silencio. Shiona seguía observándole sin hablar, pero había entrecerrado los ojos.
—He convertido la aldea de Iwagakure en una Academia para instruir ninjas. Serán los guardias del Imperio y los dejaré como guarnición en todos los países sin aldea. Los palacios serán sus cuarteles generales —explicó—. Se os permitirá enviar a diez ANBUs cada uno a mis países para supervisar el trabajo y como muestra de confianza. Sí, como espías, porque entiendo que no os váis a fiar de mi. Hacéis bien, sois ninjas. Debéis mantener el orden.
»A cambio, me permitiréis enviar a diez Guardias del Imperio a cada palacio-cuartel de vuestros tres países. Ellos también harán de informadores para mi.
—¿Qué hay de las misiones? Sin Señores Feudales a los que servir...
—Os doblaré la paga que os daban los señores feudales para que utilicéis a los ninja para mantener el orden. Esa será vuestra principal fuente de ingreso. Es más noble y justo que salvéis a alguien porque debéis hacerlo, con una asignación fija, que porque os vayan a pagar una millonada. Además, siempre habéis tenido clientes particulares para otros asuntos de menos trascendencia. ¿Qué me decís?
—No lo sé.
—No lo veo claro.
Shiona cerró los ojos y dejó escapar un largo y tendido suspiro.
—Acepto.
Los dos kage restantes la miraron como si acabase de hablar un alienígena. Shiona se percató de la mirada.
—Paz, orden y estabilidad. Es lo que siempre he querido, y con este Imperio que nos están ofreciendo lo voy a tener. Lo podríamos tener, todos. El Pacto se cumplirá con mano de hierro, además —se giró hacia Rikudo-sennin y se levantó—. ¿Porque se cumplirá aún, cierto? ¿Y los bijuu, qué pasa con ellos?
—El Rinnegan es capaz de dominarlos y atarlos, pero tengo miedo de qué me pasaría si intento sellarlos en mi interior —dijo, agachando la cabeza—. Para mi, ser Emperador es una posición de poder y de responsabilidad. Pero con estos genes, poseer bijuus se traduciría en un aumento de poder, sin un aumento de responsabilidad. ¿Entiendes lo que quiero decir, Shiona-dono?
Shiona sonrió.
—Temes que se te suba a la cabeza, ¿eh?
—No sólo eso, quiero que vosotros, vuestros hombres y mis hombres puedan acabar conmigo si me corrompo como las lagartijas que teníais de señores. No quiero dejar de ser hombre para ser un Dios, porque los hombres sólo pueden ser gobernados por otros hombres si quieren seguir siendo libres. Aunque sólo sea una pizca.
«Porque un Imperio resta mucha libertad, claro. Pero creo... que es necesario».
—Por otra parte, si concentramos los bijuu en un sólo lugar o en una sóla persona, alguien malintencionado podría querer utilizarlos contra el Imperio o para hacerse con él. Y eso no me agrada. La idea de los guardianes, de los jinchuuriki, me sigue pareciendo la más válida. Mantengamos los términos del tratado.
»Tenéis más poder que antes, y el mundo estará gobernado por shinobis, y me incluyo dentro de ello. Renuncio a un poder increíble y os otorgo funciones dentro de mi Imperio. Os otorgo voz y voto, os otorgo la capacidad de darme consejo, y de convocar reuniones conmigo. Os escucho, y actúo en la necesidad de mi pueblo. Y con el Rinnegan, protejo la unión y la prosperidad del mundo. Es un sueño. ¿Qué decís? —preguntó de nuevo.
Y de nuevo, un tenso silencio. Shiona se colocó frente a sus compañeros y habló, esta vez, la primera.
—He vivido muchos años, Morikage-dono, Arashikage-dono —explicó—. He visto a hombres crecer y morir, y conozco la mirada de este Emperador. Es la mirada de alguien con ambición, pero al mismo tiempo humilde. Son los ojos de un soñador, quizás demasiado imprudente e impulsivo. Pero podemos ayudarle, podemos guiarle. Podemos mejorar el proyecto de Pacto y de Paz que ya iniciaron nuestras tres aldeas.
Moyashi Kenzou suspiró.
—Supongo que me parece bien. Veamos qué tal.
—Tendré que arrancar unos cuantos huevos más. Alguien conspirará, siempre conspiran. En nuestra aldea sabemos de eso.
»Pero qué demonios, este tío es valiente y fuerte. Siempre he estado tras Señores Feudales sin pelotas, de bebedores de leche. ¡Acepto!
···
Muy lejos de allí, una sombra envuelta por harapos, despojada de cuanto tenía, se deslizaba despacio sobre la arena, sin más compañía que unos cuantos pergaminos y un bulto a la espalda cargado de las pocas herramientas que había podido rescatar de su taller.
El invierno había empezado, pero en aquellas tierras todos los días eran verano. Pero a él el calor le daba igual, porque ya no necesitaba esas cosas. Se le había acabado el agua durante el viaje de ida, pero a la vuelta ya no necesitaba beber agua.
Había algo que necesitaba.
Necesitaba de los llantos y los gritos, de la dulce lluvia de desesperación, de sentir su cuerpo impregnado en el rencor y la rabia de aquellos que habían sido sus víctimas. Necesitaba las lágrimas, necesitaba las súplicas, las convulsiones y el correr de la sangre. Necesitaba el dulce deslizar de sus cuchillos sobre la piel desnuda de un alma virgen. Ah, sólo recordarlo, sólo imaginarlo... Un éxtasis para todo su ser.
Por encima de todo, necesitaba ver el rostro de terror auténtico cuando escuchaban su estridente y perturbadora carcajada.
—Kishishishishi...
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