2/08/2017, 20:42
Los muchachos lograron, con aquella última carrera, subirse al barco que prometía llevarles hasta un puerto seguro. La empresa del señor Soshuro, la elección de su heredero, la mansión, el viaje de ida, la tormenta, el shinobi de Kusagakure que estaba durmiendo a pierna suelta en uno de los camarotes del navío... Todo pareció distante y lejano en el momento en que Akame puso el primer pie sobre la escalera de madera que les tendían los marineros. Cuando su cuerpo notó la característica rigidez de la madera y el crujido de las juntas de la pasarela llegó a sus oídos, sintió como se le hacía un nudo en la garganta.
A trompicones terminó de subir, dejándose caer sobre la cubierta unos instantes. El timonel parecía haber recuperado la ilusión por vivir y ahora gritaba órdenes aquí y allá; que si aprestar un aparejo, que si cazar una gavia. Poco a poco, el barco fue despertando de su letargo. Se tambaleó ante el golpe de las olas contra el embarcadero cuando levaron anclas y, perezoso como si acabasen de interrumpirle el sueño a media noche, desplegó sus velas.
Datsue y Kaido subieron justo después, y Akame se obligó a sí mismo a ponerse de pie. No pudo, y tuvo que buscar el apoyo del pasamanos para al menos elevar su cabeza por encima de la borda y observar el grotesco espectáculo que se producía en tierra firme.
Decenas de figuras encapuchadas se habían congregado en el embarcadero; estaban alineadas en perfecto orden, como una formación militar, y entonaban uno de aquellos salmos tan extraños. Uno de los sectarios se adelantó al resto, alzando las manos sobre su cabeza y clamando al cielo.
Al instante el resto empezó a corear aquellos mismos versos hasta que un coro de voces dispares se elevó hacia el cielo nocturno. La Luna parecía brillar con más fuerza mientras ráfagas de viento se levantaban, furiosas, haciendo restallar las velas del barco.
—¡Al mar! ¡Vamos, muchachos! ¡Al mar!
Los gritos del timonel se impusieron por encima de aquella locura y, mientras Akame languidecía sujeto al pasamanos, el barco fue poco a poco despegándose del embarcadero.
A trompicones terminó de subir, dejándose caer sobre la cubierta unos instantes. El timonel parecía haber recuperado la ilusión por vivir y ahora gritaba órdenes aquí y allá; que si aprestar un aparejo, que si cazar una gavia. Poco a poco, el barco fue despertando de su letargo. Se tambaleó ante el golpe de las olas contra el embarcadero cuando levaron anclas y, perezoso como si acabasen de interrumpirle el sueño a media noche, desplegó sus velas.
Datsue y Kaido subieron justo después, y Akame se obligó a sí mismo a ponerse de pie. No pudo, y tuvo que buscar el apoyo del pasamanos para al menos elevar su cabeza por encima de la borda y observar el grotesco espectáculo que se producía en tierra firme.
Decenas de figuras encapuchadas se habían congregado en el embarcadero; estaban alineadas en perfecto orden, como una formación militar, y entonaban uno de aquellos salmos tan extraños. Uno de los sectarios se adelantó al resto, alzando las manos sobre su cabeza y clamando al cielo.
«La sangre de Susano'o nos otorga la vida,
nos moldea,
nos consume.
¡Teme a la vieja sangre!»
nos moldea,
nos consume.
¡Teme a la vieja sangre!»
Al instante el resto empezó a corear aquellos mismos versos hasta que un coro de voces dispares se elevó hacia el cielo nocturno. La Luna parecía brillar con más fuerza mientras ráfagas de viento se levantaban, furiosas, haciendo restallar las velas del barco.
—¡Al mar! ¡Vamos, muchachos! ¡Al mar!
Los gritos del timonel se impusieron por encima de aquella locura y, mientras Akame languidecía sujeto al pasamanos, el barco fue poco a poco despegándose del embarcadero.