—Sí, y deme también una ración de dangos, por favor.

El amable tendero asintió con una sonrisa, pensando en los ryos que iba a ganarse con aquel inesperado cliente, y metió media docena de jugosos dangos recién hechos en una bolsa de papel de traza.

—¡Aquí tiene, shinobi-san! ¿Se le ofrece algo más? —preguntó, exultante, mientras le tendía la bolsa al muchacho de figura delgada, ojos negros, pelo corto y revuelto que la tomó con ambas manos para meterla en su mochila militar.

—No, gracias. Con esto tengo ya para un banquete —respondió educadamente el muchacho mientras se rascaba la nariz torcida con la mano libre y se colgaba la mochila a la espalda con ayuda de la otra—. ¿Cuánto es en total?

Casi frotándose las manos, el tendero del humilde puestito empezó a hacer cuentas de cabeza mientras con un lápiz iba tachando elementos de la improvisada lista que había hecho.

—Pues veamos... Dos botellas de agua mineral son tres ryos en total... Un paquete de pan de gambas, uno con cincuenta... ¡Ah, y el tabaco! Cinco con cincuenta... Más la ración de dangos, que son seis... ¡Dieciséis ryos, shinobi-san!

«Leñe, pues sí que es caro el tabaco aquí... Seguro que es por todo ese rollo de "lo ecológico". Espero que al menos sea verdad eso de que sabe mucho mejor», pensó el Uchiha mientras rebuscaba en uno de los bolsillos de su chaleco militar. Cuando dio con la cartera la abrió, sacando el importe exacto y dejándoselo al tendero sobre la repisa de madera del puesto.

—Dieciséis justos, ahí tiene. Gracias, buenos días.

—Gracias, gracias. Que pase usted un buen día, shinobi-san.

Akame se despidió del tendero con una inclinación de cabeza y se dio media vuelta para bajar la amplísima calle principal en dirección al río que veía frente a él, a apenas unos cinco minutos a pie bajando aquella misma avenida. Se trataba, nada más y nada menos, que del Río del Árbol Sagrado; con el ídem alzándose, gigantesco, en su centro.

«Vaya, pues sí que es impresionante. Datsue-kun no estaba exagerando cuando me habló del Árbol Sagrado...»

Aquel viaje Karamaru lo tenía pendiente hacía ya tiempo, de hecho, todavía tenía muchos más del mismo carácter. Los lugares protegidos por los guardianes eran muchos, y tal vez sus prioridades en sus primeros años como shinobi- y con libertad de viaje por el mundo exterior- fueron más profesionales o de turismo casual para conocer las culturas que lo rodeaban.

Pero iba siendo tiempo ya de comenzar un recorrido establecido que pasaba justamente por aquel gigantesco árbol. Un árbol custodiado por uno de los guardianes de Setchi, el Dios de la Tierra, y un árbol al cuál debía rendir un tributo al menos de presencia. Pero siempre era importante, tras un largo viaje, parar a comer. Y el grupo de tres dangos no era gran cosa pero estaban ricos, aunque tampoco le duraron demasiado. Más importante aún en aquella parada cerca del árbol inmortal era la persona con la que se había encontrado.

«Mierda, ¿En serio? Pero tiene... tiene.... si es que es...»

Tras una compra larga y una gran satisfacción del dueño de aquel local, un hombre ataviado con la vestimenta militar de Uzushiogakure se alejó del lado del amejin. Su sorpresa no quedaba ahí, el símbolo de jonin se mostraba en su brazo y su físico no lo denotaba como una persona de mayor edad. Y es que ahí recaía lo más increíble para el cenobita, que alguien con la edad que él se imaginaba tuviese semejante rango.

Dejó el palillo sin dangos sobre el mostrador junto a los ryos correspondientes y salió como escopetazo detrás del morocho.

—Disculpa— lo había seguido hasta la salida dominado por su curiosidad, tocándole el hombro sin ningún tipo de vergüenza.

—¿E-eres shinobi de Uzu? D-digo, jonin, d-digo, con tu edad.... Pareces muy joven para tener tal rango.— Akame podría ver claramente la bandana en la cintura del calvo.

«¿Tan atrás me estoy quedando?»

Fueron dos los estímulos que obligaron al joven Akame a detenerse en mitad de su caminata y volver la vista hacia atrás. Uno, el primero, auditivo; una voz que despertó en su cabeza recuerdos lejanos, como sueños distantes. Pero que, aun así, reconoció. Otro, justo después, táctil. Una mano curtida y fuerte que le tocaba el hombro.

Cuando el jōnin Uchiha se dio media vuelta, en sus labios se dibujó una leve sonrisa al reconocer a aquel que acababa de llamar su atención. Se trataba, nada más y nada menos, de...

—Habaki Karamaru-san —respondió Akame, con una levísima inclinación de cabeza—. Veo que no me recuerdas. Una vez mostraste un gran respeto ante la tumba de un buen amigo mío.

Claro, él sí que era capaz de ubicar al shinobi de la Lluvia; la última vez que se habían visto, mucho tiempo antes de ese día, habían terminado discutiendo por tener cada uno posiciones bien distintas conforme a la filosofía ninja. Sin embargo, para Akame de aquello hacía ya una auténtica eternidad, y realmente lo que había perdurado en su memoria había sido el respeto y la deferencia con la que Karamaru se había comportado frente al monumento conmemorativo de Uzumaki Shiona... Y la pequeña tumba de Uchiha Haskoz.

—Respondiendo a tu pregunta... En efecto, soy jōnin de Uzushiogakure no Sato —rió—. No tengo tanta experiencia como algunos de mis compañeros más veteranos, pero llegaré a su nivel algún día.

El uniforme militar que Akame vestía —de colores rojo, negro y azul marino, como correspondía al Remolino— y la bandana con la espiral grabada que llevaba en su frente dejaban poco lugar a otras interpretaciones.

Rápidamente retiró la mano del hombro del morocho al escuchar su propio nombre. Acompañado de un paso hacia atrás, su rostro no pudo disimular la sorpresa, una más para el conjunto. Lo miró distanciado durante unos segundos, incluso permaneció igual durante su respuesta y lo mantuvo un poco más. En su cabeza, una y otra vez, trataba de ubicar esa cara, esa voz, o ese olor en alguno de sus recuerdos. Pero era en vano.

«Recuerdo haberme cruzado a alguien en la tumba de Shiona..... si.... era de Uzu»

Haciendo un momento incómodo con su largo silencio, el monje lograba recordar unos pocos puntos. Un joven shinobi y él habían discutido aquella vez en su visita a la tumba de la antigua Uzukage sobre algún tema relacionado a la confianza con sus superiores.

—Emmm, perdona, pero no te recuerdo.— constesto manteniendo una voz un poco incrédula— Tampoco recuerdo sobre tu amigo.

—Pero veo que me conoces y me recuerdas, y siendo un jonin de otra aldea supongo que debo de estar orgulloso.

«O con miedo de que sea un espía» bromeó consigo mismo.

Recuperando totalmente la compostura y lanzando sus últimas palabras con un tono más acorde a la agradable situación, el cenobita sin ser maleducado quiso excusarme a si mismo.

—Y que por cierto, perdona mi intromisión en tus pensamientos, pero es que realmente me sorprendió ver a alguien tan joven vistiendo esa insignia.— el índice izquierdo del calvo apuntaba al brazo de Akame— Ya sabía yo que me estaba quedando atrás, pero ahora siento que no estoy haciendo nada de mi vida.

Daba pena, sí, pero la vergüenza y el ridículo se tenían que dejar para otro día cuando veía a alguien que lo deslumbraba. Si tenía ese rango era por mérito y como buen aprendiz que se proponía ser estaba dispuesto a dar pena por el solo hecho de entablar conversación con alguien más sabio y hábil que él.

Akame le restó importancia a la mala memoria de aquel monje con un gesto de su mano derecha.

—No te preocupes. Uchiha Akame, de Uzushiogakure —volvió a presentarse, como aquel día frente al monumento de Shiona. Dado que Karamaru había participado en el Torneo de los Dojos, tal vez el nombre le sonaría también de ese evento—. Mi amigo era Uchiha Haskoz...

El jōnin desvió un momento la mirada hacia el horizonte, y en ella se reflejó el recuerdo lejano de aquella persona. Inmediatamente negó con la cabeza, como si quisiera sacudirse aquellos pensamientos con ello.

—No importa. Lo cierto es que soy uno de los jōnin más jóvenes del Remolino, Karamaru-kun. Aunque supongo que habrá habido otros casos antes que yo —entonces el Uchiha compuso una mueca de intriga—. ¿"Quedando atrás"? ¿A qué te refieres con eso?

La palabra Uchiha le sonó en la cabeza con mayor fuerza de la esperada al pelado. Le traía recuerdos de aquella conversación, recordaba algo de haber preguntado por aquella coincidencia de apellido, pero la respuesta se le escapaba a su memoria. Menos recordó aquellos dos nombres a pesar de que el tal "Akame" se le hacía conocido, pero lo sentía más como una auto-creación de su propia cabeza en el esfuerzo de ubicarlo en sus aventuras.

—No es muy difícil de entender.— respondió siguiendo de largo el tema de nombres y presentaciones, esta vez con una cara un poco triste para simpatizar por el fallecido.

—Asumo que te habrás enterado del torneo que se celebró hace ya unos meses.— Karamaru hizo una pausa y se señalo a sí mismo con el pulgar, mostrando una sonrisa para ocultar la vergüenza— Eliminado de forma aplastante en primera ronda.

«Dioses, que mal sienta decirlo.»

Y lo peor era que a pesar del duro entrenamiento se daba cuenta que su formación avanzaba a pasos de bebé, mejoraba muy de a poco y comenzaba a frustarse por su mal rendimiento.

—Y después de eso veo a alguien tan joven con semejante rango que para mí solo es visible en un futuro muy lejano, más como un objetivo utópico fuera de mis posibilidades, si es que tengo la suerte de en algún tener siquiera esa posibilidad.

Largo un suspiro de tristeza.

—He mirado tantas veces ese mismo símbolo, ni me imagino por las cosas que habrás tenido que pasar para conseguirlo.— terminó dejándose palabras en el aire.

El jōnin dejó escapar una carcajada divertida cuando Karamaru aludió al Torneo de los Dojos.

—Sí, algo me enteré de semejante competición —respondió, jocoso—. Se rumorea que incluso la gané.

Esperaba que entonces el amejin fuese capaz de reconocerle como el campeón de los Dojos, despejando así cualquier tipo de duda que pudiera quedarle sobre su identidad. Pese a que Akame no gustaba de ser reconocido, en aquella ocasión veía la fama que le había acarreado su victoria como algo positivo. Le ahorraba tiempo en presentaciones.

Lo que siguió a las palabras de Karamaru fue un súbito abatimiento. El Uchiha se cruzó de brazos con gesto reflexivo, tomándose unos momentos para pensar sus siguientes declaraciones.

—Un viaje de mil kilómetros comienza siempre con un sólo paso —enunció, alzando el dedo índice como un profesor—. Este es el Camino del Ninja, Karamaru-san. Sólo deben recorrerlos los que están dispuestos a darlo todo en la travesía. Y la única manera de seguir adelante es... ¡Entrenar! Entrenar, entrenar, entrenar y entrenar. El secreto es que no hay secreto. Entrenar.

Entonces el joven jōnin tuvo una idea.

—Yo mismo me dirigía hacia el Árbol Sagrado, he oído que allí suelen reunirse shinobi de Kusagakure no Sato para practicar. ¿Qué te parece si me acompañas?

La sorpresa surgió entre tanta amargura, cambiando por un segundo los ojos avergonzados de Karamaru a dos platos gigantes. Se había perdido la pelea final, pero ahora que lo decía el nombre Akame se nombró en aquel valle muchas veces antes de su partida.

«Si es que yo sabía que de algo me sonaba, Akame...»

Tras los lamentos del amejin, el recién presentado campeón quiso dar una clase de sabiduría y motivación sin saber que el monje ya estaba casi negado a sus consejos. Entrenar no le bastaba, la paciencia con pocos resultados visibles le estaba pasando factura.

—Claro.— terminó por responder— Yo también me dirigía hacia allí, tengo que hacer una visita al hogar del zorro eterno.

La cara se le iluminó olvidando las penas de hacía segundos. Hablar de los dioses y de los guardianes siempre le generaba esa tonta sonrisa de un inocente con sus sueños.

—No sabía que se juntaba gente a practicar, ¿Es común o hay algún evento especial?— preguntó mientras incitaba a dar los primeros pasos en el camino. Caminaba con orgullo, con una enorme satisfacción de compartir palabras y viaje con un jounin.

—¿El hogar del zorro eterno? —preguntó Akame casi sin pensarlo. «¿Se refiere a algún tipo de deidad? Nunca había escuchado algo así. Quizá se trate de un elemento particular de la mitología de Arashi no Kuni...»

Ambos echaron a andar, calle abajo, hacia la gran explanada verde que podía verse al final, donde los edificios que flanqueaban ambos lados de la senda desaparecían para dar paso al claro rodeado de árboles y vegetación. Más allá, el lago de aguas cristalinas que refulgían con el Sol matinal, y en su centro el enorme Árbol Sagrado. El destino del viaje de Uchiha Akame.

Mientras andaban, la conversación siguió su rumbo.

—No hay ningún evento, que yo sepa —contestó el jōnin—. Pero dicen que los terrenos que rodean al Árbol son propicios para el entrenamiento, y que sus propias raíces son indestructibles. Ninguna técnica o arma puede dañarlas.

»Supe de este sitio por unos ninjas de Kusagakure que conocí en la Torre de Meditación, en Tsuchi no Kuni. Según me dijeron, este es un lugar bastante popular... Incluso hay quien dice que la savia del Árbol Sagrado puede curar cualquier mal.

Entonces el Uchiha soltó una carcajada.

—Claro que, de nada sirve eso si nadie es capaz de perforar su corteza.

Karamaru se limitó a asentir con la cabeza ante la pregunta del jounin uzujin, quien pronto respondió a la del calvo. Si no se equivocaba, el monje solamente había tenido dos encuentros con shinobi de Kusa: aquel que lo acompaño por las escaleras al cielo, y ese con el que combatió en los tiempos del torneo. De ninguno de los dos le venía el nombre a la mente.

—Oh, claro que lo sé.— respondió entusiasmado ante la afirmación de ser un árbol indestructible.

—Yo sé que la gente del exterior anda muy perdida en estos asuntos, nos culpo a nosotros de hecho. Pero mientras que el zorro eterno cuide de ese árbol, nunca jamás podrá alguien hacerlo ceder. Aunque....

Hizo una pausa larga, llevándose la mano al mentón como tantas otras veces y elevando la mirada. Pensativo, tras unos largos segundos volvió a hablar, casi para si mismo.

—Aunque nunca escuché sobre sus habilidades curativas, tendré que leer sobre eso para cuando vuelva al templo.

Dime— habló fuerte esta vez para dejar en claro que si se dirigía a Akame— ¿Has conocido muchos ninja en tu trayectoria? Porque yo unos cuantos.

Lo decía con claro orgullo tratando de buscar un lo que sea para competir, y claramente ganar, en cualquier cosa solamente para sentirse un poco mejor por saber de estar al frente al menos en esa estupidez con respecto al morocho.

«Ni idea acerca de lo que está hablando este tipo...»

Dado que Karamaru no parecía muy propenso a darle más explicaciones, Akame decidió simplemente dejarlo pasar. Luego dijo algo sobre un "templo" al que tenía que volver; «¿pero no era shinobi de la Lluvia?» Todo alrededor del calvo se estaba volviendo confuso por momentos.

—Bueno, yo no podría asegurar que en efecto la savia de ese árbol tenga propiedades curativas. Sólo escuché el rumor —se apresuró a recalcar el Uchiha.

Sea como fuere, el camino de ambos ninjas continuó en dirección al gigantesco Árbol Sagrado. Momentos después, el amejin volvió a plantearle otra cuestión, aunque de distinta índole. Akame soltó una carcajada.

—Más de los que me habría gustado. Algunos incluso me han dejado algún que otro regalo —añadió, palpándose el muslo derecho donde tenía una cicatriz alargada, poco profunda—. Concretamente luché contra algunos ninjas de tu Aldea durante el Torneo.

Entonces el jōnin tuvo una idea.

—Oye, Karamaru-san, ¿qué te parece si entrenamos juntos cuando lleguemos al Árbol Sagrado? Hace mucho que no combato contra un amejin.

«A mi nadie me dio regalos, ¿Habrá que regalarle cosas a los jounin?»

No había visto el gesto del morocho metido en sus pensamientos. Si era así, nunca nadie le había dicho nada, y nunca había visto a alguien dar un regalo por tal motivo. Pero no solo no había ganado la contienda sino que había perdido rotundamente. Igualmente, su última proposición fue algo que sobresaltó al monje que tartamudeó sin saber que contestar.

—¿C-c-combatir? ¿Contra ti? P-pero si eres un jounin.— tragó saliva y se lo pensó, agitó su cabeza negando su cobardía y con rostro decidido reformuló la respuesta.

—S-si, vamos a combatir. Seguramente al guardián le gustará ver un buen combate, a pesar de las diferencias.

Y más que nada obtendría el privilegio de medirse contra un shinobi de rango superior, lo podría ver en acción y podría aprender de sus estrategias para luego intentar copiarlas y mejorar. Si sentía que el entrenamiento no estaba siendo suficiente, tal vez ese estilo de combates era lo que estaba faltando.

—Yo también me enfrenté con alguien de tu aldea en el torneo.— retomó mientras se acercaban más y más al lugar propuesto para el entrenamiento— Riko... Riko.... ¿Senju Riko? Si, creo que era así. ¿Lo conoces? Linda paliza me ha dado.

El Uchiha le restó importancia a las dubitativas palabras de Karamaru, que claramente no se había esperado recibir semejante proposición.

—Anda, anda —replicó, agitando la mano derecha—. Si nunca peleas contra gente más fuerte que tú, ¿cómo esperas mejorar? —añadió Akame, con total sinceridad—. Además, te aseguro que no tienes nada que temer. No te haré daño... No daño irreversible, al menos.

Entonces echó a reír.

—¡Es broma, es broma!

Mientras seguían caminando, la conversación viró suavemente hacia el Torneo de los Dojos. Allí Karamaru aseguró haber peleado contra nada más y nada menos que Senju Riko. Akame asintió; conocía a su compañero de Aldea y promoción. De hecho, era uno de los últimos de la Generación de Oro de Uzushiogakure, la famosa promoción del año 216.

—¡Riko-kun! Sí, le conozco. Un buen compañero y un shinobi muy habilidoso —explicó el jōnin—. No deberías avergonzarte, es uno de los genin más fuertes del Remolino.

»Si te sirve de consuelo, una compañera tuya le eliminó a él en la siguiente ronda. Aotsuki Ayame.

—Concuerdo con lo de buen compañero— respondió al instante el calvo recordando las dos aventuras que habían tenido juntos. Debía de ser el shinobi con el que más veces se había cruzado tan lejos de casa, y esos repetidos encuentros ya le daban un aire de familiaridad.

—Te voy a ser sincero, después de la decepción de la derrota no vi ningún combate, y de las palabras de la gente fuera del estadio ya casi ni las recuerdo. Mira si apenas me acuerdo del gran campeón.

Tras unas largas risas siguió con sus habladurías.

—Más sincero aún, no estuve, ni estoy, muy al tanto de la mayoría de los shinobi de la aldea. A pocos conozco, y esa tal Ayame no está entre ellos. Pero bueno saber que pudo avanzar no solo la primera, sino también la segunda ronda.

«Uno de los gennin más fuerte del Remolino...»

El calvo se quedó en silencio, pensativo, durante unos segundos. Hacía poco que lo había visto al uzujin peliblanco y se le hizo raro saber que, a pesar de haber sido derrotado por él, era de los mejores.

—La verdad que nunca he preguntado, con la derrota no me intereso demasiado, pero ¿Quién fue el otro finalista en aquel torneo?

El Uchiha no pudo contener una mueca de desagrado ante las palabras de Karamaru. «Así que perdió y su orgullo herido pudo más que sus ganas de mejorar, menudo ejemplo», pensó el jōnin. Al principio quiso verbalizarlo, pero luego se recordó a sí mismo que —al fin y al cabo— aquel genin no era un miembro del Remolino. Su entrenamiento no estaba bajo responsabilidad de Akame; y probablemente reprendiéndole sólo conseguiría ponerse al chico en contra. «Ahora soy jōnin, no puedo ir por ahí provocando a ninjas extranjeros...»

—Bueno, creo que si te hubieras quedado a ver el resto de combates podrías haber aprendido muchas cosas útiles —se limitó a decir el Uchiha, con aire distraído—. ¿Y cómo es eso de que no conoces a tus propios compañeros de promoción?

Inmediatamente, Akame se corrigió.

—Meh, es igual. Por si te interesa, la otra finalista fue Aotsuki Ayame. La kunoichi de Amegakure que derrotó a Riko-kun.