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28/09/2021, 13:49
(Última modificación: 28/09/2021, 13:51 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
«Y cuando descanséis... cualquiera de las dos, venid a verme al despacho.»
Aquella había sido la orden, o más bien la petición, de Hōzuki Shanise, Quinta Arashikage, en aquel trágico día. Pero la respuesta no llegó de forma inmediata, ni mucho menos. De hecho, se prologó bastante en el tiempo.
Algo más de una semana después, una figura cruzaba las calles de Amegakure sin inmutarse bajo su eterna tormenta. Llevaba la cabeza cubierta por una capucha, pero se movía con la seguridad y la gracia propia de alguien de la realeza. Sólo se detuvo momentáneamente cuando un silencioso rayo que no iba acompañado de su trueno surcó el cielo a través de las nubes plomizas, captando la atención de sus ojos castaños. Una mirada fría, inescrutable, que apenas reflejaba sus lúgubres pensamientos. Con las manos caídas a sendos lados de su cuerpo, cruzó la aldea sin prestar atención alguna a las personas con las que se cruzaba. Tenía bien claro dónde se dirigía y cuál era su objetivo: La Torre de la Arashikage, el rascacielos más alto de toda Amegakure, se alzaba tan imponente como siempre, con sus decenas de guardianes en forma de amenazadoras gárgolas y demonios oni vigilando atentos entre sus múltiples recodos entre la roca y el metal.
Cruzó la puerta de entrada sin ningún atisbo de titubeo o timidez y por fin se apartó la capucha del rostro, dejando a la vista una mata de cabello oscuro que caía sobre su espalda entre delicadas ondulaciones y una brillante luna azul en su frente. Normalmente se habría dirigido al mostrador para solicitar al encargado de turno una audiencia oficial, pero en su lugar se encaminó hacia el escandaloso ascensor y pulsó el último botón. El ascenso se hizo eterno; y, sólo acompañada por el ruidoso traqueteo de aquel cacharro, lo pasó con la mirada perdida en el infinito mientras su dedo índice golpeaba de forma rítmica y continua su bíceps. Un característico tintineo seguido de un fuerte frenazo anunció su llegada. Cruzó el último pasillo sin pararse a contemplar la aldea a través de los ventanales y, por fin, se plantó ante aquellas enormes puertas de madera con el símbolo de Amegakure grabado en ellas.
Llamó dos veces a la puerta, antes de permitirse la libertad de entrar.
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Shanise estaba allí, también con la mirada perdida, el rímel vertido sobre las mejillas. Llevaba un traje negro, con capucha, y encima de la mesa, además de la montaña de papeles que no era capaz de quitarse de encima, también había dos sombreros cónicos achatados. El sombrero de Arashikage, y uno con el mísmo ideograma de Tormenta. Y a ese cargo precisamente pertenecía aquél sombrero negro, que ahora le pertenecía para su desgracia.
—Pasa —dijo sin ánima, y cuando vio a Ayame tras la puerta se levantó y caminó a su encuentro, fundiéndose con ella en un abrazo—. ¿Cómo estás, Ayame? —le dijo, acariciándole la parte de atrás de la cabeza como a una hija.
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Hōzuki Shanise presentaba un aspecto lamentable. Y no era para menos. El rímel, arrastrado por sus lágrimas, se vertía oscuro sobre sus mejillas húmedas. En aquellos instantes no vestía su habitual túnica de Arashikage, sino un traje oscuro con capucha. Sobre la mesa, acompañando a la interminable torre de papeleo, dos sombreros de forma cónica algo achatada con el símbolo de la Tormenta grabado en ambos. Sólo se diferenciaban en el color: uno negro, el otro blanco.
La Arashikage no tardó en reparar en ella en cuanto atravesó el umbral de la puerta, y se levantó para ir a abrazarla a toda prisa.
—¿Cómo estás, Ayame? —le preguntó, acariciándole la cabeza con suma ternura.
Ella, inmóvil y rígida como una tabla, suspiró pesarosa. No estaba acostumbrada a esos gestos.
—Lo siento, Arashikage —pronunció. Y una repentina nube de humo la envolvió. Shanise se encontró con cabellos blancos y unos ojos aguamarina que la contemplaban, húmedos pero mucho más inexpresivos—. No soy Ayame.
Varias razones la habían empujado a adoptar la apariencia de su jinchūriki, pero la que tenía más peso era que no muchos humanos iban a mirarla con buenos ojos mientras se paseaba por la aldea de camino a la Torre de la Arashikage. Por mucho que tuviese forma humana, nada cambiaba el hecho de que era un bijū. Kokuō se separó de ella, intercambiando el peso de una pierna a otra con algo de incomodidad.
—Con respecto a su pregunta... Y si debo serle sincera... —dijo, más dubitativa que antes—. La Señorita no está bien.
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Instintivamente, Shanise se puso alerta. Se separó de Ayame y desenvainó un tembloroso kunai. Pero cuando vio la elegante figura de Kokuō mirándola entendió, y guardó el arma. Se llevó ambas manos al cabello y paseó inquieta por el despacho.
—Lo siento... pensaba que... —comenzó a decir, pero se atragantó. «Que alguien venía a atacarte, ¿no? Estúpida. Deja de sentirte así.»
Kokuō siguió.
—Con respecto a su pregunta... Y si debo serle sincera... —dijo, más dubitativa que antes—. La Señorita no está bien.
Shanise levantó la cabeza.
—¿Que no está bien? —dijo—. ¿Le ha pasado algo, Kokuō? ¿O sólo sigue afligida? —"Sólo sigue afligida" probablemente era una expresión que se quedaba corta. Shanise lo sabía. Ella podía recomponerse tan sólo porque sabía que Yui la odiaría si la viese mal. Y porque... le había enseñado a dar la cara a los peores tiempos. Y... tal y como su maquillaje delataba, tampoco es que pudiera mantener la serenidad todo el rato.
Pero Ayame...
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Kokuō ni siquiera reaccionó cuando vio a la Quinta Morikage apartarse de ella de golpe y enarbolar un tembloroso kunai frente a ella en un gesto tan defensivo como de reflejo. Después de todo, era uno de los escenarios que había tenido en cuenta que ocurrirían al plantarse allí de aquella forma. Pero no había tenido alternativa.
— Lo siento... pensaba que... —balbuceaba. En aquellos momentos de desesperación, más que una Kage, más que la líder de una aldea, parecía una niña pequeña y asustada. En esos gestos, la verdad era que se parecía bastante a la Señorita.
Kokuō negó con la cabeza.
— No se preocupe. Es normal en una circunstancia así.
De hecho, en cuanto Shanise escuchó el nombre de la Señorita, levantó la cabeza de golpe.
— ¿Que no está bien? —repitió—. ¿Le ha pasado algo, Kokuō? ¿O sólo sigue afligida?
Ella torció el gesto.
— Afligida... —Aquella vez fue ella quien repitió sus palabras, acentuándolas aún más.
Afligida era un adjetivo que quedaba demasiado lejos de la realidad. Una descripción tan superfluo de algo tan profundo que iba más allá, mucho más allá de lo que Shanise, o cualquier persona que conociera mínimamente a Ayame, podría llegar a empezar a atisbar jamás. Kokuō no sólo compartía cuerpo con su jinchūriki, también compartía su alma, sus pensamientos y sus sentimientos. Ella sabía mejor que nadie por lo que estaba pasando Ayame. Y por eso sabía que la palabra "afligida" casi podía considerarse un insulto para describirlo. ¿Pero cómo podía explicarlo? Kokuō nunca había sido buena con los sentimientos humanos, por mucho que fuera testigo de ellos...
— Creo... que lo mejor será que lo compruebe usted con sus propios ojos —declaró, tras varios largos segundos de profunda reflexión—. Después de todo, yo ya he cumplido mi propósito.
Llevar a Ayame hasta Hōzuki Shanise. Porque la Señorita se había negado en rotundo a hacerlo por su propia cuenta. No... Negarse al menos habría sido una respuesta. Y ni siquiera había llegado a darla.
La silueta de la joven volvió a cambiar. Su figura se encogió, lejos quedó la grácil elegancia de Kokuō y dio paso a un cuerpo achaparrado de hombros hundidos. Sus cabellos se volvieron progresivamente oscuros, apagados, sin vida. Sus ojos pasaron del aguamarina al castaño, pero carecían de cualquier tipo de brillo o expresión. Su piel, incluso aún más pálida de lo que solía ser, remarcaba aún más unas profundas ojeras causadas por una semana interminable privada de sueño. Y es que, cada noche, cada vez que cerraba los ojos, Ayame volvía a ver una y otra vez la misma escena: Kurama abanicando su brazo, el filo de su katana separando de un corte limpio la cabeza de Amekoro Yui, que rodaba hasta sus pies y se la quedaba mirando con aquellos ojos sin vida. Y todas las noches, sus labios ensangrentados le repetían sin cesar:
«No pudiste salvarme.»
«No pudiste salvarme.»
«No pudiste salvarme.»
Ayame giró la cabeza, mirando a su alrededor en silencio, estudiando dónde se encontraba. No se atrevía a posar los ojos en Shanise.
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Shanise sí miró a Ayame, durante un buen rato. No podía ayudarla. No podía ayudarla, porque para empezar, nadie podía ayudarla a ella misma. Shanise comenzó a llorar, completamente en silencio, y echó la vista a atrás. Al sombrero de Arashikage que yacía sin dueña en el escritorio. Lo meditó unos instantes y después se acercó a Ayame, despacio. Se arrodilló frente a ella y acarició su cara, forzándola a mirarla un instante.
—Nadie merece más que tú lo que iba a darte hoy, Aotsuki Ayame —dijo, cuando sus ojos conectaron, unos anegados por las lágrimas y otros acusados de unas profundas ojeras—. No lo haré porque sé cómo te sientes, y porque te conozco. Más de lo que crees. Yui... —Se detuvo un instante—. Yuyu también te conocía. Y sé que estaría de acuerdo. Puede que ahora no puedas entender de lo que estoy hablando, pero eres una chica espabilada. Algún día recordarás estas palabras. —Shanise se levantó—. Yuyu también querría que fueses tú.
La segunda Tormenta se levantó y se dio la vuelta, caminando hacia su escritorio.
»Kokuō, por favor, cuida de ella. Y vuelve. Este despacho necesita que haya al menos alguien que le aporte algo de dignidad. Ayame y yo sólo nos retroalimentaríamos —rio de forma triste, enjuagándose las lágrimas.
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Una mano le hizo volver el rostro. Era suave, cálida al tacto, pero tenía la suficiente firmeza para obligar a Ayame a mirar de nuevo a los ojos llorosos y angustiados de Hōzuki Shanise.
—Nadie merece más que tú lo que iba a darte hoy, Aotsuki Ayame —dijo, y Ayame la miró interrogante, pero la Arashikage no se movió del sitio—. No lo haré porque sé cómo te sientes, y porque te conozco. Más de lo que crees. Yui... Yuyu —se corrigió, tras detenerse un momento— también te conocía. Y sé que estaría de acuerdo.
Ayame no comprendía lo que le estaba intentando decir Shanise, pero al mencionar a Amekoro Yui, las lágrimas volvieron inundar sus ojos muertos, reavivando su mirada durante un fugaz instante.
—Puede que ahora no puedas entender de lo que estoy hablando —continuó, comprendiendo por lo que estaba pasando la muchacha—, pero eres una chica espabilada. Algún día recordarás estas palabras —Shanise se levantó entonces, separándose de ella—. Yuyu también querría que fueses tú.
Shanise se dio la vuelta hacia su escritorio, justo antes de dirigirse de nuevo hacia Kokuō:
—Kokuō, por favor, cuida de ella. Y vuelve. Este despacho necesita que haya al menos alguien que le aporte algo de dignidad. Ayame y yo sólo nos retroalimentaríamos.
Ayame la escuchó reírse de forma triste, pero cuando sintió a Kokuō avanzar para prepararse para tomar el control de nuevo, ella la retuvo momentáneamente. Su mirada estaba fija en otro punto, y sus pies la condujeron en silencio a una de las estanterías del despacho. Ayame alzó una mano temblorosa en el aire, y tomó uno de los libros que allí había. Estaba bastante maltratado, golpeado, magullado y arrugado como si hubiese estado expuesto al agua tiempo atrás. Lo abrazó contra su pecho, sollozando con fuerza. El título "Tipos del Chakra", se dibujaba en su cubierta. Tras varios largos segundos, Ayame se volvió hacia Shanise, con ojos solicitantes, mientras seguía aferrándose al libro como si le fuera la vida en ello.
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Shanise no se dio cuenta hasta que Ayame mantuvo por fuerza aquél silencio tan triste e incómodo, y se vio forzada a buscarla. Fue entonces cuando la vió, sujetando un recuerdo lejano pero vívido, un doloroso memento que simbolizaba mucho más de lo que aparentaba. Cualquiera que escuche estas palabras no lo entendería, quizás algún habitual. Pero Shanise volvió a echarse a llorar, asintiendo quedamente.
Pues quién podía negarle aquello a Ayame, si al menos le hacía recordar otros tiempos. Tiempos felices.
Tiempos mejores.
— Ayame... —sollozó Shanise—. Prométeme que tú no te irás —dijo Shanise de pronto. Se tapó la cara con las manos—. No puedo perder a nadie más. No puedo permitírmelo. Os protegeré a todos. A todos...
Shanise lo entendió entonces. De nada servía acabar con Kurama y hacer que Ayame perdiese a alguien más. De nada le servía a Ayame vengar a Yui si Shanise quedaba sin ver a una buena amiga nunca más. De nada sirvió que Yui luchase contra Kurama y sus generales, si eso acabó rompiendo sus vidas.
No. Ella tenía que ser mejor.
Es lo que a Yui le gustaba de ella, ¿verdad?
«Seré mejor... en tu nombre, en tu honor, y por todos tus hijos. Yui. Eterna Tormenta.»
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Shanise volvió a romper a llorar cuando la vio así, agarrada con todas sus fuerzas a aquel viejo libro. Cualquiera que lo viera desde fuera no podría comprenderlo, aquel ajado de hojas había pasado por tiempos mucho mejores y parecía que iba a desmontarse en cuanto alguien intentara abrirlo. Pero aquel libro era mucho más que un montón de letras y dibujos acumulados en papeles. Entre sus páginas escondía un secreto emocional, el secreto de unos tiempos mucho mejores que los que le había tocado vivir. Unos tiempos en los que Amekoro Yui seguía viva y en los que Kurama ni siquiera existía en su conocimiento.
—Ayame... —sollozó Shanise—. Prométeme que tú no te irás —dijo de pronto, tapándose el rostro con ambas manos—. No puedo perder a nadie más. No puedo permitírmelo. Os protegeré a todos. A todos...
Ayame agachó la mirada, húmeda y sombría. Sintió de repente el peso de la bandana y de la placa que la identificaba como Jōnin y que se había arrancado del brazo en su bolsillo. Sus planes se vieron truncados cuando vio a Hōzuki Shanise, Quinta Arashikage y ahora Segunda Tormenta, de aquella manera. Y perdió la determinación que había reunido para hacer lo que había planeado hacer cuando llegara a aquel despacho. Se mordió el labio inferior y sintió la tirantez de sus mandíbulas, agarrotadas de tanto llorar. Al final, simplemente, asintió en silencio.
Y se retiró.
—Ya lo ha visto. —Shanise escucharía entonces la voz de Kokuō. Habían vuelto a intercambiar puestos. El bijū no abrazaba el libro como lo había hecho Ayame, pero lo sostenía junto a un costado con cuidado. Y aunque no había despegado los ojos de Shanise, mantenía la cabeza baja con gesto apesadumbrado—. No ha vuelto a hablar desde que despertó.
Y nunca pensó que llegaría a echar de menos aquella vocecilla infantil e inocente, sus preguntas sin sentido y olvidos continuos en cuanto a nombres se refería. Aquel impacto emocional la había dejado muda, y ni siquiera Zetsuo, que era médico, podía saber con seguridad cuánto duraría aquel sepulcral silencio.
—Y no sólo eso. Se despierta todas las noches entre pesadillas relacionadas con Kurama. No deja de ver en su cabeza la misma escena, una y otra vez, y nada de lo que le diga parece aliviarla. Se culpa, Shanise, aunque ahora no encuentre las palabras para expresarlo.
»Incluso llegó a plantearse entregar su bandana... —Kokuō se interrumpió un momento, torció el gesto girando la cabeza, y terminó esbozando una media sonrisa cargada de tristeza—. Y ahora me está odiando por decírselo.
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(Última modificación: 14/10/2021, 22:24 por Hōzuki Shanise. Editado 2 veces en total.)
Se sobresaltó cuando volvió a escuchar la voz de Kokuō y dio un respingo. Una nunca acababa de acostumbrarse a aquellos cambios tan repentinos. De alguna forma, sin embargo, la presencia del bijū fue reconfortante. Shanise suspiró y se dejó caer sobre su silla de oficina, que emitió un lastimoso crujido. Unas cuantas veces más y no sobreviviría para acoger el trasero del nuevo Kage. ¿Y ahora qué haría, por cierto? Volvió a suspirar.
—Puede oírme, ¿verdad? —dijo, agarrándose el cabello con la mano izquierda—. En cualquier caso... es algo por lo que tendrá que pasar. Todos hemos pasado por esto. El único motivo por el que sigo en pie es porque... —Se detuvo un instante—. Desgraciadamente, no ha sido la primera vez.
«Pero sí ha sido la peor.» Se reservó esa reflexión.
»No ha sido su culpa. Probablemente la Tormenta fuese la artífice de su propio destino. Murió luchando, y sólo podemos honrarla. Hoy, iba a cederte el sombrero de Arashikage, Ayame. Pienso de verdad que no había alguien mejor que tú para vestirlo.
»Sin embargo, la villa está esperando el funeral para honrar la muerte de Yu... ah... para honrar la muerte de la primera Tormenta. Quiero iniciar los trámites para el traspaso de poderes... pero no puede haber una Segunda Tormenta sin una Sexta Arashikage. Quiero reiterarme. Mi intención era legártelo a ti, Ayame. De verdad...
»Está bien. Kokuō. ¿Harías el favor de buscar y traerme aquí a Amedama Daruu?
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(Última modificación: 15/10/2021, 13:43 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Shanise lanzó un pesaroso suspiro y se dejó caer sobre su sillón, que crujió de forma tan lastimera como el estado de ánimo de su poseedora.
—Puede oírme, ¿verdad? —preguntó. Y Kokuō asintió en silencio—. En cualquier caso... es algo por lo que tendrá que pasar. Todos hemos pasado por esto. El único motivo por el que sigo en pie es porque... Desgraciadamente, no ha sido la primera vez.
Aquella revelación no sorprendió a Kokuō. En un mundo tan peligroso como era la vida shinobi, las pérdidas podían estar a la orden del día en las peores épocas. Ella había visto muchas escenas similares, e incluso había causado muchas otras. Aunque los bijū terminaban renaciendo al cabo de un tiempo, ella también había perdido a muchos de ellos en aquellas terribles guerras en las que los humanos los utilizaban como armas y los obligaban a enfrentarse los unos contra los otros.
Casi parecía una broma que, tanto tiempo después, estuviese colaborando voluntariamente con los humanos para derrotar a uno de sus hermanos.
—Y puede ser que no sea la última —añadió Kokuō, sombría.
—No ha sido su culpa —continuó hablando Shanise, refiriéndose a Ayame—. Probablemente la Tormenta fuese la artífice de su propio destino. Murió luchando, y sólo podemos honrarla. Hoy, iba a cederte el sombrero de Arashikage, Ayame. Pienso de verdad que no había alguien mejor que tú para vestirlo.
Kokuō esperó durante varios largos segundos, pero no recibió ningún tipo de respuesta o reacción por parte de la Señorita. Pero la conocía lo suficiente como para saber que ella nunca se consideraría digna de un puesto así. Y ahora, culpándose continuamente por la muerte de Amekoro Yui, mucho menos.
—Sin embargo, la villa está esperando el funeral para honrar la muerte de Yu... ah... para honrar la muerte de la primera Tormenta. Quiero iniciar los trámites para el traspaso de poderes... pero no puede haber una Segunda Tormenta sin una Sexta Arashikage. Quiero reiterarme. Mi intención era legártelo a ti, Ayame. De verdad... Está bien. Kokuō. ¿Harías el favor de buscar y traerme aquí a Amedama Daruu?
Aquello sí provocó una reacción. Kokuō sintió la conciencia de Ayame sobresaltarse en su interior, como si hubiera despertado momentáneamente al escuchar aquel nombre. La sintió retorcerse de terror... Y la sintió llorar. El Bijū cerró los ojos momentáneamente, pero no pudo esconder la lágrima que rodó por su mejilla y que tuvo que apresurarse a retirar con el dorso de la mano. Inclinó la cabeza en un mudo asentimiento y se dio la vuelta para salir del despacho.
¿Aquel mocoso? Kokuō agitó suavemente la cabeza, pensativa. Sin embargo, de los humanos que conocía, y para desgracia de Ayame, Amedama Daruu era una buena opción. Era poderoso, eso tenía que admitirlo. Y lo cierto era que prefería tener al mando a alguien que tuviera una buena relación con los Bijū. Aunque a veces la sacara de sus casillas.
«Comprendo su miedo, Señorita.» Dijo, para sus adentros. Por supuesto, no recibió ninguna respuesta, pero sabía bien que la escuchaba. «Pero es la mejor opción ahora mismo. Y nosotras tendremos que esforzarnos el doble para mantenerle a salvo.»
Ayame seguía llorando amargamente. Para ella, que acababa de perder a su anterior Arashikage, el posible nombramiento de Amedama Daruu como nuevo líder de Amegakure, era una sentencia más para ser ejecutado por Kurama... o algo peor. No quería. Quería impedirlo con todas sus fuerzas. ¿Pero qué podía hacer ella en contra de los deseos de Hōzuki Shanise, Segunda Tormenta?
¿Qué podía hacer alguien como ella?
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