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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Era tarde. El sol se estaba poniendo en la Aldea Oculta del Remolino. Sarutobi Hanabi, en su despacho, observaba las últimas horas del día. Hacía una hora que debía haberse marchado a casa, pero había algo a lo que no dejaba de darle vueltas. Se había jurado dejar la medicación contra la ansiedad, pero uno de esos dichosos botes yacía en su bolsillo. No se había tomado ninguna, no obstante, le daba paz que estuviese ahí. Tamborileaba el recipiente con los dedos.

Suspiró. Probablemente Uchiha Datsue no esperase aquella llamada telefónica.

Pero Hanabi necesitaba su ayuda.

«¿A quién sino iba a llamar?», se dijo.

Y esperó.


Daruu. Hueco de rol.
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#2
En la vivienda del Uchiha reinaba la calma. Las puertas estaban cerradas, la vivienda a oscuras salvo por una lucecita que tintineaba de tanto en tanto en la ventana más alta del edificio. Allí era donde se encontraba Datsue, sentado en el marco de la ventana, con una pierna apoyada en la repisa y otra colgando en el exterior. Jugaba con un mechero zippo. Lo encendía; el viento lo apagaba. Lo encendía; el gas estaba demasiado gastado como para mantenerlo. Lo volvía a encender; se volvía a apagar.

El mechero tenía el símbolo del clan estampado por un lateral. Era sobrio, y contaba ya con alguna que otra ralladura. En su día lo había usado de colgante. Ahora tenía una concha con una luna carmesí dibujada en su interior en su lugar. Cuando oyó el sonido del teléfono, dejó el mechero en la repisa de la ventana y se acercó a cogerlo. Datsuse se despertó y empezó a ladrar. Todavía no se había acostumbrado a aquel ruido repentino y aparentemente tan aleatorio para él.

¿Diga?
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#3
Datsue —La voz afable de Hanabi sonó al otro lado del aparato—. Estoy en mi despacho. Me he tenido que quedar un poco más tarde para arreglar unos papeles y no me ha dado tiempo de hacer cena ni nada.

Hizo una pausa.

»Me preguntaba si te apetecería dar una vuelta por el Jardín de los Cerezos para pasar el rato. Y luego nos tomamos algo por ahí y cenamos. ¿Qué te parece?
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#4
Ah, la vida ajetreada de un Kage. Leyendo y firmando papeles hasta que el culo se te queda cuadrado. Honestamente, no sabía cómo Hanabi se las arreglaba para seguir siendo tan condenadamente poderoso. Imaginaba que contaba con muy pocos momentos para entrenar y mantenerse en forma.

Claro, claro. ¡Sin problema! Si es para cenar y tomarnos algo, ¡conmigo siempre puede contar! Joder, por un momento pensé que era por algo grave —rio, y suspiró de alivio. Cuando oyó su voz sí que había creído que algo malo había pasado—. ¡Pues me visto y voy para allá!

Tras colgar, el Uchiha se puso su indumentaria habitual. Chaqueta negra de solapas azules, camisa blanca y pantalón largo y azul que terminaba bajo unas botas negras. Se despidió de Datsuse, asegurándose de dejarle algo de pienso en su comedero, y se fue caminando hacia el Jardín de los Cerezos.

Se había olvidado del mechero zippo. Una corriente de aire lo arrastró y cayó sobre unos matorrales.
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#5
Hanabi suspiró. Antes de que pudiera contestarle, Datsue, entusiasmado, le había colgado el teléfono. Quería avisarle de que sí que tenía algo que decirle, de hecho. Ahora no podía dejar de imaginarse al muchacho decepcionándose de que aquello no fuese simplemente una cita de colegas. En parte lo era, por supuesto. Pero había algo más. Normalmente, si el kage te llamaba a aquellas horas desde su despacho, siempre había algo más.


· · ·


¡Datsue! —le llamó. Hanabi estaba muy diferente. Vestía una chaqueta vaquera y pantalones vaqueros y una camiseta de color rosa. Casi no parecía él mismo. Llevaba un colgante con un curioso pétalo de cerezo blanco—. ¿Qué tal estás? ¿Todo bien? ¿Cómo está Datsuse?
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#6
Datsue se sorprendió de ver a Hanabi vestido tan… casual. Tan urbano. Parecía que iba en serio con lo de cenar y tomar algo por ahí. «Así me gusta, coño. No todo va a ser vivir en el escritorio del despacho».

Pues no tengo queja, la verdad. La vida me sonríe, qué puedo decirle —respondió, sonriendo él también—. Hace poco ideé un nuevo jutsu que… Buenobuenobueno, si es que es hipermegaconfidencial. No me tire de la lengua, de verdad. No, no, top secret —negaba una y otra vez con la cabeza—. Mire, solo voy a decirle que se llama Oyako Rasengan, y que como esa bestialidad te dé buena suerte y bye bye.

No es que fuese especialmente dañina, pero lo verdaderamente diferenciador era el jūinjutsu que colocaba. Bien escogido podía ser un hándicap brutal para el oponente. Ardía en deseos de probarlo en un duelo. A poder ser no mortal. Nunca había sido de esos que disfrutaban con la adrenalina que el cuerpo generaba cuando se veía en peligro.

Datsuse muy bien. Demasiado bien. Estoy pensando que quizá tenía que haberle castrado en su momento. Está entrando en esa fase, ya sabe. —No podía culparle—. ¿Y cómo le va por su parte? —quiso saber, curioso. Desde que habían asesinado al último Daimyō y habían visto a su difunta expareja viva no habían vuelto a hablar. Y aquello no había sido algo menor, precisamente.
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#7
El jutsu hipermegaconfidencial de Uchiha Datsue, que hablaba por los codos y a toda velocidad, dejaría de ser una incógnita muy pronto, Hanabi estaba seguro de ello, y por eso no le tiró de la lengua. Al menos de momento.

Oh, qué interesante. —se limitó a decir. Luego, se alegró porque no hubiese mutilado a su pobre animal. Hanabi no aprobaba esas prácticas, pero también era verdad que no había tenido nunca perro. Katsudon y él habían mantenido varias y largas discusiones al respecto. Finalmente, le preguntó que qué tal estaba. Y Hanabi no pudo mentirle—: ¿Quieres saber la verdad, Datsue? Mal. Demasiadas cosas en la cabeza. Por eso quería dar una vuelta contigo. ¿Vamos? —Le hizo un ademán con la cabeza y echó a caminar por el paseo principal del parque. Hanabi, con las manos a la espalda, parecía... muy raro. Aquella regia y noble posición favorecía a la larga túnica blanca del puesto que ocupaba, pero entre la chaqueta y los vaqueros, lo flacucho que era y aquella melena larga, casi parecía un metalero con las maneras de un aristócrata. Hanabi no era un pijo, sin embargo: sólo estaba acostumbrado a caminar de aquella manera. Supongamos que la ropa que vistes permea ciertas costumbres en ti.

»Cuando los civiles empiezan a susurrar por las calles que se avecina una guerra... los ninjas podemos ser muy exagerados, Datsue, convivimos día a día con la muerte. Pero todas las semanas alguien se encuentra con un gebijū, y no siempre estamos ahí para ayudar. La gente pierde amigos, familia... —dijo—. Luego está el tema del Valle de los Dojos. Dragón Rojo cruzó todas las líneas. Y por último, está el tema de que ahora somos una República. La gente no tiene buenos recuerdos de la última vez que decidimos hacer unos cambios en la Villa, Datsue —rio, triste—. No. Cuando los civiles se dan cuenta, es cuando más probabilidades hay de que acabe ocurriendo. Seguimos teniendo a una refugiada del Hierro también, cojones. Y Kurama está implicado. Acabo de acordarme. —Hanabi se llevó ambas manos a la cabeza.
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#8
Datsue echó a caminar con su Uzukage, con las manos en los bolsillos y una postura relajada pero elegante, como el príncipe que ha naturalizado desde pequeño caminar con cierto porte incluso cuando está entre amigos y nadie más le observa. Sus ojos se perdieron en los cerezos mientras escuchaba las malas noticias —aunque ya conocidas— que Hanabi le relataba.

Tenemos demasiados frentes abiertos —resumió Datsue, serio. Él todavía no había visto a ningún gebijū, pero había oído hablar de ellos. Seres monstruosos y terribles que podían poner en aprietos hasta a un jōnin—. Deberíamos intentar cerrar los que tenemos a mano. Dragón Rojo, Kurama, no sabemos dónde se esconden. Pero sí sabemos del Hierro, y por más que la situación sea de lo más delicada, un día deberíamos ir y ponerle solución.

Sobre el tema de los gebijūs, lo ideal sería cortar el tema de raíz. Pero como no sabían cuándo podrían hacerlo, lo único que les quedaba era tratar de mitigar los daños.

El tema de los gebijüs… creo que está demostrando que nuestro sistema de misiones no es lo más eficiente posible. Quiero decir, hasta ahora nos servía. ¿Alguien necesita un guardaespaldas para un viaje? ¿Quiere que nos ocupemos de unos maleantes? ¿Resolver un asesinato? ¿Un robo? Normalmente son cosas que o bien se pueden encargar con días o semanas de antelación, o bien no hace mucho daño que esperen una semana. Pero, ¿con los gebijūs? Si el aldeano del Bosque de la Hoja tiene que encargar a alguien o patearse él mismo todo el camino hasta Uzu para avisar que ha visto uno, son muchos días perdidos en los que el gebijū campó a sus anchas. Y quizá cuando lleguemos ni siquiera podamos seguir su rastro.

Lo que quería decir era que el sistema de encargo de una misión era algo arcaico, que había servido para problemas de antaño. Pero ahora se enfrentaban a amenazas modernas, a situaciones que requerían de su atención inmediata.

Deberíamos intentar agilizarlo todo. Crear varios escuadrones temporales que se dedicasen exclusivamente a cazar a esos monstruos. Y aprovechar el regalo de Amegakure para que además del Daimyō, los ciudadanos puedan aprovecharse del teléfono. ¡Fíjese en cómo hemos quedado hoy! —quiso hacerle ver, como prueba irrefutable—. ¡Simplemente levantando un cacharro de plástico! Si los civiles tuviesen un lugar al que acudir para dar aviso de manera tan inmediata, ¡creo que podríamos ahorrarnos unas cuántas vidas! No digo de llevar el teléfono a todo el mundo, pero sí que podríamos aprovechar la línea que se creó a través de las vías del ferrocarril para abrir algún puesto de guardia con el teléfono custodiado por algún genin. Un puesto en la estación de Tanzaku Gai, otro en la de los Herreros, otro en Yamiria, otro en Ushi y uno especial en el Puente Kannabi. Decimos a la gente que pueden ir allí exclusivamente para avisar de un avistamiento de un Gebijū o un integrante de Dragón Rojo o los Generales, y tenemos a alguien aquí que se encargue de recibir todas esas llamadas y dirigir los escuadrones desde aquí.

Y entonces, lo que antes llevaba días se convertiría en horas. Luego cayó en la cuenta de algo.

Claro que igual ya pensó sobre todo esto y existe algún inconveniente que no estoy siendo capaz de ver —añadió, mirando a Hanabi algo inseguro.
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#9
Tenemos demasiados frentes abiertos —resumió Datsue, serio. Él todavía no había visto a ningún gebijū, pero había oído hablar de ellos. Seres monstruosos y terribles que podían poner en aprietos hasta a un jōnin—. Deberíamos intentar cerrar los que tenemos a mano. Dragón Rojo, Kurama, no sabemos dónde se esconden. Pero sí sabemos del Hierro, y por más que la situación sea de lo más delicada, un día deberíamos ir y ponerle solución.

En eso tienes razón, deberíamos ponerle solución, pero no es tan sencillo —contestó el Uzukage—. Están en una isla, eso les da una ventaja estratégica muy grande. Yuuna asegura que su madre no era así. Ya, ya lo sé, no soy tan ingenuo. Pero Kurama mató a su marido, ¿no? La probabilidad de que se haya unido a ellos es escasa. Probablemente la estén manipulando. No me gustaría que sufriera algún daño. Cualquier intervención extranjera ha de hacerse con cuidado, o podríamos crear guerras civiles cuando nos marchemos.

Datsue hizo un análisis interesante e inteligente sobre el sistema de misiones de las aldeas ninja, y le lanzó una batería de sugerencias para atajar el tema de los gebijū. Aquello pilló a Hanabi con el pie cambiado. Se detuvo y abrió mucho los ojos. Finalmente, sonrió.

Has madurado muchísimo, Uchiha Datsue —dijo. A Datsue le pareció detectar un tinte tristón en aquellas palabras. Quizá fue solo una impresión suya. Hanabi siguió caminando—. Son todas buenas sugerencias, Datsue. Quizás hemos estado tan ocupados con el asunto del hijo de Rasen que no se nos ha pasado por la cabeza a ninguno...

»En cuanto a eso, realmente es lo que más me preocupa ahora mismo. No sé si te has enterado, pero van a celebrarse pronto las primeras elecciones. Los dos candidatos que se han presentado me preocupan bastante —explicó—. Uno de ellos es un pariente lejano de Rasen. Coño, incluso de llama Uzumaki Rasen. Supongo que sería Rasen II —rio—. En fin, Rasen era único. Y de este sólo sabemos que se presenta bajo el pretexto de que él era el siguiente en la línea sucesoria. Mal asunto. Es toda una incógnita. A saber lo que haría si ganase. —Hizo una pausa—. El otro se llama Karasu Tenko. Es el hermano de un famoso criminal del País del Fuego, Karasu Yōkai, que dirigía los Mensajeros del Yomi antes de que los samuráis los persiguieran. Sin embargo, nunca encontraron a su líder. Y eso me preocupa, Datsue, porque aunque hemos investigado a Tenko y al parecer sólo es un mercader de especias de Yamiria y asegura no querer saber nada de su hermano... no sé. Ver por donde voy, ¿verdad? No desearía que un señor del crimen en la sombra gobernase mi país.

»Uno es del todo indeseable y el otro es una incógnita peligrosa, porque tiene el mismo nombre que alguien muy querido y se le conoce bastante. Nuestro amigo Rasen II es bastante guapete, además. Eso también me da miedo.
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#10
Sí, lo sabía. La intervención en el Hierro era de lo más delicada. No podían entrar a lo loco, sin pensar en las consecuencias. El camino a recorrer no estaba muy claro. A Datsue tampoco se le ocurría un plan de acción definido. Al contrario, la única certeza que poseía era que había que intentar hacer algo. La cuestión era el qué.

Hanabi desvió la conversación hacia otro problema gordo: las elecciones a la República. Datsue sabía que se celebrarían pronto, pero lo que no sabía era que los dos únicos candidatos que se habían presentado eran… Bueno, cuanto menos de dudosa reputación. El primero ya solo se presentaba por el hecho de que le tocaba por línea sucesoria. Empezar la República con el jodido sucesor a Daimyō era un mal chiste. Quizá fuese un buen tío, quizá hasta lo hiciese bien, pero desde luego el mensaje que se mandaba a Ōnindo era el de una pantomima, un simple lavado de cara para que después siguiesen mandando los mismos de siempre.

El otro candidato era todavía peor. Su propio hermano, un criminal confeso. Datsue no pudo evitar pensar en el propio Hanabi. Las semanas previas a que el Consejo de Sabio anunciase el sucesor a Shiona, el nombre de Hanabi se había comentado mucho por las calles. Se decía por aquel entonces que era un candidato muy válido, pero que los más viejos recelaban por la familia que le había tocado. Algunos con problemas de alcoholismo. Otros con antecedentes criminales. Nunca supo de qué tipo.

¿Era justo pagar por los pecados de otros? No, y Hanabi había demostrado ser la mejor persona para tomar el relevo a Shiona y Gouna. Quizá sucediese lo mismo con ese tal Tenko. O quizá ese líder que nunca habían encontrado era él. Menudo maldito riesgo. Todavía con los cimientos de la República por cuajar y hacerse, un maldito riesgo que no deberían correr.

Que el pueblo no debería correr.

Joder, ¿pero en serio no hay un candidato más normal? Más… ¿confiable? —soltó, atónito—. No tengo duda de que a lo largo de la República no siempre se escogerá al más adecuado. Pero hostia, el primero es clave. Es quien tiene que sentar las bases y fortalecer la idea de la democracia. No puede ser que solo tengamos esas dos opciones.

Además, ¿qué pasaría si de verdad salía rana? ¿Irían y le matarían, como hicieron con el hijo de Rasen? Aunque estuviese justificado, aunque verdaderamente fuesen un mal para la Espiral, era una línea que no deberían volver a cruzar. Lo habían hecho una vez. Hacerlo dos veces y con alguien que el propio pueblo había escogido era…

Era un mensaje. De que los ninjas estaban por encima de todo y de todos. Y no podían lanzar ese mensaje. No si querían que la República de verdad funcionase.
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#11
No puede ser que solo tengamos esas dos opciones —repitió Hanabi con una sonrisa—. Eso mismo es lo que salió de los labios de nuestro querido Ryōkajīn justo antes de sugerirme presentarse como candidato a las elecciones. —Hanabi se detuvo un momento, frente a una bonita fuente con dos truchas enormes que arrojaban chorros de agua cruzados—. En efecto, Ryōkajīn, nuestro Ryōkajīn, el de la aversión al riesgo. Se ve que le ha picado el gusanillo después de unas cuantas semanas gestionando Yamiria junto con el resto del Consejo.

Hanabi posó la mano en la espalda de Datsue.

»Es Uzumaki, trabajó codo con codo con Rasen y sabes tan bien como yo que tiene las ideas centradas, no obstante —contravino Hanabi—, no es nada conocido, y su cara, bueno... a ver, que no digo que no, Datsue, pero Ryōkajīn no es especialmente carismático. No las tengo todas conmigo. —Hanabi suspiró—. Te he llamado para comentarte una idea... para pedirte opinión. Pero prometí que cenaríamos algo juntos, así que esperemos a después y te digo, ¿eh? —Hanabi sonrió, y, de golpe, siguió caminando—. ¿Alguna sugerencia? A mí me apetece pul...

»¡AH SÍ, CLARO, EL PUTO PULPO TORO BIJŪ-LOQUESEA QUE VIVE EN EL PUERTO Y QUE, A ESTAS ALTURAS, TENDRÁ UNA BANDANA DE UZU ENORME FORJADA POR LOS SASAKI! ¡CÓMO PODÍA OLVIDÁRSEME ESE FRENTE! ¡ENEMIGO JURADO DE KURAMA, NADA MENOS!
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#12
Oh, Dios, ¿Ryōkajīn como presidente? Se ahorró los comentarios por respeto a aquel anciano. No es que pensase que lo haría mal, desde luego que no. Se encontraba en el Consejo de Sabios porque era, valga la redundancia, un sabio. El más reacio a los cambios había sido también el que primero le había abierto los brazos al Uchiha. Lo único que tenía eran buenas palabras hacia él. Era un hombre que imponía respeto, con las ideas claras, con mucha experiencia a sus espaldas y que sabría tomar buenas decisiones.

¿El problema? Que no era de esos que se ganaban al público. Y para unas elecciones populares, aparte de ser un tío competente, uno tenía que saber camelarse a la audiencia. Formaba parte de ello, por más o menos injusto que fuese.

«Puff… Si es que no veo a un chaval medio de Ushi votándole, la verdad». Ni de Ushi, ni de Minori, ni de los Herreros. Hanabi tenía otra idea en mente, pero quiso dejarle en ascuas por el momento. A Datsue cada vez le apetecía menos la cena y más oír aquella idea, que no sabía porqué pero le daba mala espina.

Le arrancaron una carcajada, no obstante, cuando Hanabi se acordó de que tenían a un bijū viviendo en el puerto.

Nah, de locos —resumió, risueño, con aquel frente que a ambos se les había olvidado—. Ahora, la pregunta verdaderamente importante aquí es: ¿qué hay de los pescadores que tiraban la caña cerca del puerto? O sea… ¿¡De verdad alguien tiene los bemoles ahora de tirar el anzuelo sabiendo que el Gyūki, con ocho colas a su espalda, está ahí abajo!? Porque si existe, ¡deberíamos darle un jodido premio! ¡POR SER UN PUTO HÉROE!
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#13
Hanabi rio.

La verdad, el bijū es bastante silencioso. Apenas se le ha visto un par de veces. Yo si fuera Gyūki, aunque sea saldría a ver qué se cuece de vez en cuando. Por simple curiosidad. —Meditó un instante—. La verdad, a lo mejor que sea silencioso es peor. Es inquietante. No me puedo imaginar cómo deben sentirse los pescadores del puerto.


· · ·


Jūshan sí podía imaginárselo.

Se levantaba todas las mañanas, se hacía un café que cada vez le sabía más a agua, se comía una tostada medio rancia y se embarcaba con su pequeño barco a motor para tratar de pescar un poco. Su mujer se encargaba de la pescadería. Dicen que una buena pareja estable es un trabajo en equipo, y ellos eran el mejor ejemplo.

Aquél barquito le había costado mucho sudor. Funcionaba con una de esas baterías hidroeléctricas del País de la Tormenta, pero además era capaz de filtrar la sal del mar. Toda una joya. Y muchísimo más caro que una joya, también ha de decirse. Pero fue una buena inversión.

Jūshan llevaba una vida humilde, sí, pero al menos hasta hace poco había sido tranquila. Ahora vivía con un miedo constante. Él estuvo allí cuando sucedió todo. El Akimichi enorme caminando por el puerto, levantando olas, casi tumbando su embarcación. El monstruo de ocho tentáculos y cuernos enormes, salido directamente de los cuentos para no dormir que le contaba su abuela sobre las Antiguas Cinco Grandes Villas. A Cé Gé Uves, como las llamaba él junto a su hermano Takeshi para mofarse cuando estaban hartos de la misma historia.

Había visto a la bestia pocas veces, pero todas había estado a punto de sufrir un infarto. O eso pensaba él. «Al menos, un buen pinchazo en el pecho. Esto no me lo está cubriendo la Villa, eh. ¡Esto no me lo pagan bien, eh!»

Entonces lo vio. Allí, a apenas unos metros bajo el agua. Un morro rosa prácticamente sin labios con una mueca dentuda siempre presente. Los dos enormes cuernos. Unos ojos blancos, inexpresivos, que parecían siempre iracundos. Le miraban fijamente. Muy fijamente.

«¡Me cago en la puta MECAGOENLAPUTA! ¡Deberían darme un jodido premio! ¡POR SER UN PUTO HÉROE! ¡UNA MEDALLA O ALGO! ¡AY, POR SUSANŌ, QUE VIENE! ¡QUE ME LLEVA!»

La enorme figura salió del agua, asomando sólo la cabeza y provocando una pequeña ola que zarandeó un poco el barco. Jūshan pulsó un botón, tiró de algunas palancas.

Disculpe, buen hombre. Si vira un poco a estribor y continúa unos kilómetros, encontrará usted un estupendo banco de...

¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!

Jūshan giró el timón, y el barco dio un giro brusco. Si hubiera tenido ruedas, hubiera derrapado sobre el camino, pero tan solo arrojó un buen salpicón de agua en la cara del bijū, que igual de inexpresivo, observó como el hombre se marchaba gritando.

«Pero bueno. Qué falta de educación», pensó, y volvió a sumergirse en las profundidades del mar de Uzushiogakure.


· · ·


Bueno, como te decía —siguió Hanabi—. Me apetece pulpo. ¿Takoyaki? ¿A al brasa? ¿Conoces un buen sitio, Datsue?
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#14
Oh, Hanabi había acudido al ninja adecuado.

Ah, no hay buen restaurante que no conozca ya de esta villa —dijo con satisfacción—. No es que me considere un aventurero de la gastronomía, pero en su momento tuve mis citas aquí y allá. Y escoger un buen sitio para cenar en una primera cita es importante. —Pero qué le iba a contar a Hanabi. Seguro que en su día era todo un Genji Monogatari.

Datsue hizo un ademán para que le siguiese y, tras tomarse un momento para orientarse, arrancó a andar hacia el sur. En su opinión, los mejores sitios para comer pescado o marisco se encontraban en la zona más costera de la villa. Allí había unos cuántos donde elegir, la mayoría, por no decir todos, más que acertados para lo que buscaba Hanabi. El Uchiha escogió uno al que apenas iba. ¿La razón? Era el más caro.

«Seguro que Hanabi se ofrece a invitar, ¿no? Sí, sí. ¡Seguro!», pensaba, mientras notaba un cosquilleo en los dedos. «No pasa nada. ¡Calma esos nervios, joder!»

El restaurante estaba casi a pie de playa. De aspecto tradicional, con espacio tanto para comer en el interior como en una amplia terraza que había en el segundo piso. Cuando llegaron allí, Datsue se dio cuenta de su error: ir allí sin cita previa era una locura. O más que una locura, una invitación a perder el tiempo. Luego cayó en que iba acompañado de Hanabi, el jodido Uzukage de la villa. El camarero que estuvo a punto de preguntar si tenían mesa reservada cayó también en lo mismo.

¡H-hanabi-sama! ¡Que… Qué honor! ¡Síganme por aquí, por favor! —pidió un señor que rozaba la cuarentena, de coleta larga y bastante flacucho.

Les encontró una mesa al borde de la terraza, pegados a una pared de cristal metro y medio de altura que permitía las vistas al mar. Contaban con estufas exteriores cerca de las sillas, una especie de pirámides de vidrio con un techito de acero arriba y una llama en el interior. Datsue creía que funcionaban con gas, y solo las ponían en los meses más fríos de invierno.

Datsue se pidió los famosos takoyakis y un poco de vino tinto, servido en una kunka. En un cuenco de cerámica, vaya. No era mucho de beber vino tinto, pero con el pulpo… Bueno, existían ciertas tradiciones que había que respetar.

Y bueno, ¿qué le parece? —quiso saber—. Solo vine aquí una vez, pero comí de muerte.

Había sido con Aiko. Había pagado él. En su momento le sentó como una rodillazo a los riñones, pero había sido una gran noche. No se arrepentía.
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#15
Oh, Hanabi había acudido al ninja adecuado.

Ah, no hay buen restaurante que no conozca ya de esta villa —dijo con satisfacción—. No es que me considere un aventurero de la gastronomía, pero en su momento tuve mis citas aquí y allá. Y escoger un buen sitio para cenar en una primera cita es importante. —Pero qué le iba a contar a Hanabi. Seguro que en su día era todo un Genji Monogatari.


Lo cierto es que, de haber sido cuestionado al respecto, Hanabi habría asegurado que no sabía qué o quién diantres era Genji Monogatari. De hecho, aunque el Uzukage era, desde luego, bastante atractivo, no había tenido nunca demasiado éxito con las mujeres. Prueba de ello era su actual soledad. A Datsue le pareció escucharle suspirar mientras se dejaba llevar a lo largo y ancho de la aldeea hasta un restaurante a pie de playa.

Oh, Hanabi conocía aquél restaurante, Hanabi conocía a Uchiha Datsue, y si uno aprende a ser mínimamente observador a lo largo de su vida sabría unir lugar con visitante y conocer el motivo exacto que le había llevado a escogerlo. Pero a Hanabi no le importaba. Creía, de hecho, que ayudaría al joven uzujin a digerir el trago que el destino le tenía reservado.

Hanabi pidió lo mismo que Datsue. Ya había dicho que le apetecía pulpo y el vinito le ayudaría a soltarse.

Y bueno, ¿qué le parece? —quiso saber Datsue—. Solo vine aquí una vez, pero comí de muerte.

Hanabi suspiró y se dejó caer en la silla, desviando su vista hacia el mar. Cerró los ojos y rememoró.

Este sitio lleva aquí mucho tiempo. Recuerdo que Shiona nos invitó una vez a todo el equipo. Creo que Don le dejó un buen agujero en la cartera —rio Hanabi—. Fue hace muchos años.

»Volví a comer con Shiona aquí una vez más. A solas —dijo, pasados unos segundos—. Una semana antes de su muerte. —Hanabi abrió los ojos y quedó embriagado por el vaivén de las olas del mar. En su voz había una nostálgica congoja—. La vida da unas vueltas muy curiosas. Sí, muy curiosas. Qué casualidad.

¿Se refería a que había muerto justo después de cenar con ella?

No, se refería a otra cosa. Pero Datsue aún no lo sabía.
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