¿Que hacía el joven lobo lejos de su tierra? Pues no era nada más y nada menos que otra de sus visitas turísticas. De todos los lugares de Ōnindo, el de la Espiral era el único que no había pisado en su momento. Que sí, que había estado en el puente Kannabi, pero eso contaba únicamente como una frontera. Su destino de viaje se enfocó en el principal proveedor de armamento de mundo shinobi, la ciudad que se enorgullecía de una larga tradición de metal, sudor y sangre. Aunque ya viendo de reojo los negocios y puesto de venta, no encontraba algo que realmente destacase por ser especial ni nada por el estilo.
"Sólo son... cosas filosas, cosas que cortan..." Él provenía de Amegakure, siendo que su propio padre era uno de los principales desarrolladores de armamento tecnológico para su villa. Recientemente las gafas militares finalmente estaban en circulación dentro del cuerpo militar de Amegakure, aunque Rōga las lucía sobre sus ojos con mucha anterioridad, pues se le podría considerar un
beta tester del producto final. Así pues, no le encontraba nada realmente práctico a lo que veía más allá del valor artesanal y durabilidad de los mismos.
"Supongo que al final de cuentas, difícilmente alcanzarán el nivel tecnológico de Amegakure a corto plazo." Se enorgulleció de su patria, y sobre todo, del gran inventor que era su Minamoto.
El Yotsuki si bien no miraba a nadie en específico, sí que atraía los ojos de ciertos interesados. ¿Eran las cadenas en su cintura? ¿Los lentes oscuros? ¿Sus cabellos de tres colores? ¿La ropa negra de maleante? Sin duda cualquiera de esos aditamentos eran de por sí bastante llamativos, pero colgando en su espalda destacaba un artilugio que difícilmente ibas a poder encontrar en ningún sitio: Otome.
¿Un instrumento musical? ¿Un arma? Lo cierto es que aquella guitarra negra con filo de hacha era muy peculiar, no sólo por su aspecto, sino por las cualidades escondidas en ella. Oh, y él lo sabía, y por eso se pavoneaba caminando con ritmo para llamar aún más la atención, porque adoraba ser el aquel que diese un espectáculo. ¿Y que mejor lugar que la vía pública?
En aquella plaza llena de ventas, buscó algún punto céntrico donde pudiese pararse y no estorbar demasiado el paso. No le molestaba que le tomasen por artista callejero, además de que pocas veces podía dar un
concierto fuera de su tierra natal.
No dijo nada, no se presentó, no era necesario por ahora. Simplemente, tomó su hacha-guitarra y empezó a sonar un misterioso sonido metálico que se amplificó sin que hubiese ninguna bocina cerca, como si alguna fuerza mágica lo estuviese produciendo.
Una vez todos volteasen a ver, con los ojos cerrados, como si recordase uno de sus propios recuerdos. ¿Qué era lo que escondía detrás de esas palabras?
Desplegada por el ancho horizonte
Mi vista alcanza el ocaso y no soy feliz
Un verdugo eres. ¡¡¡Tiempo me traicionas!!!
La dicha de mi pasado es tristeza hoy
¡Dime que hay algo más!, que el dolor no es inmortal
Si la muerte es el portal a la libertad, yo quiero cruzar... Una sonrisa en un sueño, una amarga confesión
Promesas con el corazón, y una traición.
Persiguiendo un rayo, un rayo de luna
En las ruinas de mi vida enloquecí
Dime que hay algo más, que el dolor no es inmortal
Si la muerte es el portal a la libertad, yo quiero cruzar
Una sonrisa en un sueño, una amarga confesión
Promesas con el corazón, y una traición.
Se caen los ladrillos, del castillo que fue una ilusión.
¡Dime que hay algo más, que el dolor no es inmortal!
Si la muerte es el portal a la libertad, yo quiero cruzar... Una sonrisa en un sueño, una amarga confesión
Promesas con el corazón, y una traición...
Remató nuevamente, con aquel sonido de las cuerdas de acero, agachando la cabeza y con la mirada ensombrecida, esperando la sorpresa de los presentes.