—Como último consejo... no pienses sólo en ti mismo.

—Ya… No lo hago, Daruu. No lo hago.

Y no, ¡claro que no quería que Urami sintiese lo que él! Menos después de que, por culpa de Datsue, su padre estuviese muerto. Su madre y su hermana también se habían ido, ¿y ahora iba a hacerlo él también? ¿Iba a hacerle esa putada?

Las lágrimas acudieron a sus ojos, y él las bañó con agua. Se había desahogado, pero ahora, tras las palabras de Daruu, volvía a sentir la misma presión en el pecho que antes. La misma, sí… pues sus palabras eran las mismas que él se había dicho tantas y tantas veces en los últimos días. Quizá no a viva voz, pero sí con tinta. Y la tinta no se la llevaba el viento. Permanecía ahí, para leerla una y otra, y otra vez.

—Y, hagas lo que hagas, ni se te ocurra hacerle caso a Shukaku.

—Ya… Ya… —Las palabras se negaban a salir de su garganta y de lo único que tenía ganas en aquellos momentos era de sumergirse bajo el agua y olvidarse de todo. Carraspeó—. Bueno, muchachos. Creo que esta vez sí que es hora de ir cerrando esto.

Un deprimido Datsue murmuró entre largos silencios una despedida triste. Daruu suspiró, y sintiéndose mal, añadió antes de que el Uchiha se fuese:

—Escucha, si quieres hablar, en cualquier momento, dímelo, ¿vale? —dijo Daruu, muy a su estilo. No quería meter el pie en el fango, pero de pronto se descubría hundido hasta el cuello—. Si puede servirte de ayuda, pues... hazlo. Aquí estoy.

—Ya… Ya… —Asintió un alicaído Datsue, y a Ayame se le encogió el corazón. No podía decirse que le conociera de toda la vida, pero era la primera vez que le veía así. Y contrastaba tanto con su habitual desparpajo y energía...—. Bueno, muchachos. Creo que esta vez sí que es hora de ir cerrando esto.

—Escucha, si quieres hablar, en cualquier momento, dímelo, ¿vale? —añadió Daruu—. Si puede servirte de ayuda, pues... hazlo. Aquí estoy.

—Lo mismo digo —asintió Ayame—. Bueno... quizás querrás hablar de este tipo de cosas entre chicos pero... Bueno, eso. Estaré aquí para lo que necesites Datsue. Al otro lado de Llueve Nueve.

Datsue tardó en responder, pero cuando lo hizo, el tono de su voz ya no era tan sombrío.

—Lo haré —respondió a ambos, convencido—. Lo haré. Gracias, chicos.

»Bueno, os dejo, ¡que tenéis que celebrar ese ascenso a Jōnin, leñe! —se obligó a añadir, con toda la buena energía que fue capaz de transmitir—. Y ya sabéis, cualquier cosa… —Bajó la voz hasta que se convirtió en apenas un susurro:—. Llueve Nueve.

La comunicación se cortó al final, y Ayame volvió a respirar hondo. Aquella sesión había sido mucho más intensa de lo que había parecido en un principio: habían empezado hablando de Kurama y sus Generales y de Dragón Rojo y habían terminado en una especie de consultorio amoroso, pasando por la increíble revelación de que Datsue había decidido liberar al Shukaku de sus grilletes.

Y hablando de Shukaku...

«Lo siento, Kokuō. Pero no me termina de caer bien tu Hermano.» Confesó, torciendo el gesto. El bijū había resultado ser aún más bocazas que el propio Uchiha, con un tinte cruel y sardónico que tan poco le gustaba. Por no hablar de esa risa tan escalofriante...

«En todas las familias hay un bijū negro. No se preocupe. A mí también me saca de quicio.» Respondió Kokuō, con otro suspiro. «Además, así estamos en paz: su padre tampoco me cae bien.»

Ayame esbozó una sonrisa nerviosa, y entonces se volvió hacia Daruu.

—Bueno... Esto ha estado intenso. ¿Tienes algún plan o vas a quedarte aquí entrenando?

Tras unos segundos de silencio, Datsue contestó, algo más animado. Les agradeció los consejo y les instó a celebrar el ascenso a jōnin de Ayame. Les dijo que ante cualquier cosa, le avisaran a él también.

—Por supuesto, Datsue. Lo que sea.

Y la voz del Uchiha desapareció. Daruu se fijó en Ayame. Gesticulaba en silencio. Desde que había comenzado aquella conversación, lo estaba haciendo continuamente. ¿Estarían ella y Kokuō hablando mentalmente, como ya le habían comentado que podían hacer? La muchacha sonrió y se volvió hacia Daruu.

—Bueno... Esto ha estado intenso. ¿Tienes algún plan o vas a quedarte aquí entrenando?

—¿¡Perdona!? —Daruu, indignado, alzó una ceja y abrió los brazos—. ¿Qué es lo que pasó exactamente en la Torre de la Arashikage, con Yui? ¿Cómo fue lo de Kokuō? Quiero decir... Kokuō... ¿hablásteis cara a cara?

—¿¡Perdona!? —exclamó Daruu, lleno de indignación—. ¿Qué es lo que pasó exactamente en la Torre de la Arashikage, con Yui? ¿Cómo fue lo de Kokuō? Quiero decir... Kokuō... ¿hablásteis cara a cara?

Ayame desvió la mirada a un lado. Se había olvidado momentáneamente de la curiosidad que sentía Daruu, pero estaba claro que él no lo había hecho y volvía a la carga con más fuerza que antes.

Cuando volvió a mirar a Daruu, sus ojos eran de color aguamarina.

—Hablé con su Arashikage. Cara a cara —asintió Kokuō, con profunda seriedad—. Pero de lo que hablamos es asunto nuestro, y sólo nuestro —sentenció—. [colo=navajowhite]Lo importante es que ya sabe que soy libre, y mientras estemos en el mismo equipo, no haré nada por perjudicarles. Nada más.[/color]

Ayame regresó a la normalidad y sacudió la cabeza, algo aturdida. Nunca terminaría de acostumbrarse a aquella sensación.

—Bueeeeeno...

Daruu mostró una pequeña mueca de rabia y se cruzó de brazos.

—¡Kokuō! ¡Ya han pasado meses desde que prometimos ayudarte! ¡Y sigues hablando como si todo el rato nos estuvieras perdonando la vida! ¿Es así como gente que está en el mismo equipo se trata? —protestó el muchacho, ignorando que el bijū había vuelto al interior de Ayame. Se dio la vuelta, cansado y molesto, y suspiró—. En fin... qué remedio. Seguiré entrenando. —Daruu caminó hacia sus shuriken, que estaban tirados en el suelo—. Felicidades por el ascenso, Ayame. Ya lo celebraremos.

—¡Kokuō! —protestó Daruu, cruzándose de brazos en un gesto enrabietado—. ¡Ya han pasado meses desde que prometimos ayudarte! ¡Y sigues hablando como si todo el rato nos estuvieras perdonando la vida! ¿Es así como gente que está en el mismo equipo se trata? —Con un bufido, molesto y cansado, el chico se dio media vuelta—. En fin... qué remedio. Seguiré entrenando —decidió, y Ayame dejó caer los hombros mientras observaba cómo se acercana hasta sus shuriken, tirados en el suelo—. Felicidades por el ascenso, Ayame. Ya lo celebraremos.

Fue como si se le hubiese hundido el corazón en lo más profundo del pecho de un solo golpe.

«Y... yo creía que...» Ayame agachó la mirada, decepcionada y con un doloroso nudo en la garganta.

Pero carraspeó para deshacerlo y se dio la vuelta.

—V... vale. Que te vaya bien... entrenando.

Entrelazando los dedos de las manos y luchando porque las lágrimas no afloraran a sus ojos, la muchacha salió de la sala de entrenamiento. Entre la reacción de su padre al enterarse al mismo tiempo de lo de Kokuō y de su ascenso y aquello, podía afirmar con total rotundidad que había sido la promoción más desastrosa de la historia. Y lo peor era aquella sensación de culpabilidad por querer más atención, más reconocimiento.

Las alegrías de la vida no siempre vienen solas. A veces, vienen con otras. A veces, vienen con penas, o como en aquella ocasión, con un gran peso que caía sobre los hombros de ambos. De todos. Por eso, para Daruu era imposible celebrar nada, no ese día. Para colmo, aunque para el Hyūga tratar con Kokuō ya era como tratar con cualquier otro ser humano, se había convertido en tratar con una persona que te desprecia, y eso siempre era desagradable. La había dejado de ver como un monstruo. Como un bijū. Pero los humanos de rencor también entendían.

Por eso, quizás, no pudo prestarle toda la atención al ascenso de Ayame. Como no pudo su padre. Como no había podido Yui.

Daruu dominó su técnica ese mismo día, cuando el sol ya estaba poniéndose.

Pero las alegrías, a veces, no vienen solas. En aquella ocasión, venía con un enorme peso sobre sus hombros.

Y con una sensación horrible de soledad. A Daruu le gustaba estar sólo. Pero no sentirse solo.