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29/01/2020, 23:20
(Última modificación: 29/01/2020, 23:29 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Sí, exactamente por lo que decía Kintsugi de Juro le extrañaba tanto que, de la noche a la mañana, Juro hubiese decidido poner en jaque a toda la Villa. Tenía que haber una maldita razón de por medio. ¿La razón podía ser la traición? Era lo más probable. Él mismo había tenido que asesinar a la que por entonces había sido su novia. Y no lo había visto venir. No hasta que le pusieron las pruebas delante de las narices. Y él mismo había encerrado en un calabozo a Uchiha Akame, y tampoco había querido vérselo venir, hasta que las pruebas eran tan irrefutables que negarlo sería no solo engañarse a sí mismo, sino poner en peligro a la Villa.
Pero no podían precipitarse. No en aquello. No cuando Reiji le había dado el mensaje de Gyūki, en el que aseguraba que la única esperanza de Oonindo era luchar todos juntos contra Kurama. Todos. Eso incluía al resto de bijūs también.
Suspiró. Había llegado el momento.
—He de contaros algo —dijo, muy serio, viendo que no podía demorarlo más—. Para empezar… estoy con Yui. —Y en aquello estaba genuinamente sorprendido. ¿Yui, defendiendo a los bijūs? No se lo hubiese esperado ni en mil vidas. Visto lo visto, no entendía por qué Ayame tenía tanto miedo en contarle la verdad—. Encerrar a los bijūs en una vasija no es la solución, es el problema. Hemos vivido dando por hecho muchas cosas. Yo el primero. Nacimos y crecimos con la idea de que los bijūs eran monstruos terribles, seres sin escrúpulos ni sentimientos. Nos dieron motivos para ello, claro que sí. Pero, ¿acaso no fueron las Cinco Antiguas Villas las que los usaron en primer lugar? Como herramientas. Como meras armas. ¡Obligándoles a enfrentarse entre ellos mismos! Hasta que en un momento dijeron basta y se revelaron.
»Sí, sé que esto sonará a locura. ¡Yo también lo hubiese creído! Pero solo os pido una cosa: poneos por un momento en su pellejo. ¿Qué hubieseis hecho vosotros? Qué narices, hace nada, ¡yo ni sabía que los bijūs podían hablar! Dimos tantas cosas por sentado…
»Y, hace no mucho, llega a mí uno de mis shinobis, Sasaki Reiji, junto a la hija del antiguo líder de los samurái, Hagane-dono. Y digo antiguo, sí, porque murió. ¿Y sabéis qué más? Era jinchūriki del Ocho Colas. Se llama Gyūki, y cuando Kurama le pidió unirse a él, este se negó. Y Hagane y él lucharon, juntos. Y murieron, juntos, bajo las garras de Kurama.
»Pero Gyūki resucitó, y se encontró con Reiji, con Katsudon y con Yuuna. Y les habló. Y quiso mandar un mensaje al resto de sus hermanos a través de Reiji. Quiso decirles que su Padre, el mismísimo Rikudō-senin, les advirtió que esto que está ocurriendo sucedería. Que Kurama era el gran mal que un día tendrían que enfrentarse. Y que solo lograríamos vencer si todos juntos, kusajines, amejines, uzujines y bijūs, sí, también bijūs, luchábamos juntos.
»Y sí, lo sé, esto es una maldita locura. Pero, ¿saben qué más? Que yo también escuché al Ichibi. Su nombre es Shukaku, y tiene tanto odio por Kurama que nos ayudó a luchar contra su General. Y, el Gobi… ¿Qué hizo el Gobi? ¡Díganme! Porque cuando le revertieron el sello, yo no escuché de ninguna ciudad arrasada. Ni muertes. Ni sangre. No hubo una segunda Ciudad Fantasma. Lo único que hizo fue esconderse y huir. —Hubiese querido decir más que eso, pero no quería comprometer a Ayame. Yui debía enterarse por ella, y por nadie más.
»Esto nos demuestra que cada bijū tiene sus propias motivaciones. Que no podemos juzgarlos a todos por uno. Y que, definitivamente, no podemos seguir cometiendo los mismos errores que nuestros ancestros. Debemos ser mejores. Es el deber de cada nueva generación.
»Y, honestamente, tampoco es como que tengamos más opciones. Porque Kurama no se va a conformar con sus Generales, ¡ahora también se ha creado su propio ejército! ¡Ninjas con el símbolo de un copo de nieve en sus placas! ¡Haciéndose cada vez más fuerte! ¡Extendiendo sus garras cada vez más lejos! ¿Creéis que no necesitamos la ayuda de los bijū? Porque os digo una cosa, a mí uno solo de esos Generales barrió conmigo. No tengo vergüenza en reconocerlo, me vapuleó como a un novato. Y quizá yo parezca un tipo más bien frágil, un tipo que no levanta la voz ni que tiene pinta de pegar muy fuerte, pero os aseguro una cosa... —Fue un chispazo. Apenas un suspiro. El aire que todos inspiraban se volvió irrespirable, tan sofocante y cálido como la lava de un volcán. El frío dio paso a un calor asfixiante. El suelo vibró. La mesa sobre la que reposaban esas delicadas mariposas tembló. Los mismísimos árboles de los alrededores crujieron bajo una presión insoportable. A Hanabi no le gustaba usar su Poder para impresionar a los demás, pero había momentos, muy contados, en los que necesitaba tirar de él para que su mensaje llegase con más fuerza—, yo soy la viva representación de que las apariencias engañan. Y os digo otra: o luchamos todos juntos y a una, o Kenzou será el primero de muchos.
Exhausto como si acabase de librar una batalla a muerte, se recostó sobre la silla de piedra. Se había vaciado por completo. Lo había dado todo en aquel discurso. ¿Conseguiría resultados? Sinceramente, tenía muchas dudas. Demasiadas. Pero ahora solo podía esperar. Y confiar.
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Hanabi volvió a darle la razón a Yui, quien sonrió todavía más ampliamente, poco acostumbrada a congeniar tanto con un uzujin desde la época de Shiona. Al final aquél mocoso rubio iba a demostrar que era un digno sucesor de su amiga.
Y luego vino lo gordo. Podría hablar por todos los presentes, probablemente, cuando Yui se quedó con la boca abierta. Al menos así fue también con Shanise y con Kurozuchi. Yui creía que los Kage montarían en una cólera bastante razonable si de pronto soltase que había decidido mantener a un bijū libre en el cuerpo de su jinchūriki, y sin embargo allí estaba aquél enclenque con sus dos huevos gordos diciendo que estaban equivocados, que había que colaborar con ellos... ¡Y encima...! ¡Y encima les estaba tirando una información encima que era para sacar el paraguas, y eso que ella era de una aldea que llevaba la lluvia en el nombre! ¡Que el viejo Sendo Hagane era jinchūriki y murió luchando junto a él contra Kurama! ¡Que uno de sus ninjas se había encontrado con el bijū y éste le había encomendado comunicar a todo Oonindo que se enfrentara al Nueve Colas uniendo fuerzas! Y luego, prácticamente, usó el mismo argumento que la propia Kokuō había utilizado para defenderse... ¡para ponerse de su parte!
Si a Yui le hubieran dicho que se encontraba en un Genjutsu, lo hubiese creído. Si la Yui de hacía dos semanas hubiera estado allí, hubiera partido la mesa en dos. Hubiera blasfemado, hubiera amenazado también con clavar la cabeza de Hanabi sobre una pica.
Pero la Yui que estaba allí no era la Yui de hacía dos semanas.
Cuando el terremoto de Hanabi cesó, la Arashikage se levantó del asiento, y se dirigió con paso decidido hacia el Uzukage, pese a las advertencias de sus dos ninjas y la mirada de pocos amigos de Akimichi Katsudon. La mujer se limitó a guiñarle un ojo y a apartarlo del camino con una asombrosa facilidad. Y luego... luego...
Le dio una palmada amistosa a Hanabi.
—¡Me cago en la puta, JAJAJA, el mundo se ha vuelto loco, eh, Hanabi! —vociferó—. Pues igual habrá que patearle el culo a ese creído de Kurama, ¿eh? Mira, os lo confieso, va.
—¡Yui-sama, cuida...! —trató de advertir Kurozuchi.
—El Gobi se llama Kokuō, y tiene dos ovarios como dos melones. ¡Y más grandes los tiene Ayame, coño, que liberó el sello y consiguió ganarse su confianza, incluso hasta el punto de defenderla! ¡Ahora ambas trabajan juntas! ¡Ahora ambas son mis kunoichis! —Probablemente habría diferencias de opiniones si le preguntabas a Kokuō. Pero para Yui daba lo mismo: si vivía en su villa, se atenía a sus normas—. ¡Amegakure, de sufrir el ataque de un bijū a tenerlo entre sus filas! ¡Amegakure, la primera villa ninja que consiguió tener un bijū como ALIADO! —Eso también era una verdad a medias.
Miró a Kintsugi.
»No desearía tener que hacerlo, pero Kokuō ha demostrado con hechos ser más de fiar que, por ejemplo... tu Eikyuu Juro. ¿Y si no ha sido el bijū, eh? ¿Y si es tan sólo un puto traidor, y ya está? ¿Quizás se vengó también por sellarle al bicho? ¿Quizás le estalló en la cara querer tener ese poder para sí mismo como las antiguas aldeas, eh?
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30/01/2020, 20:45
(Última modificación: 30/01/2020, 20:47 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Yui volvió a hablar. Y en aquella ocasión, lo hizo de forma más suave aunque igual de amenazadora. Era como estar frente a frente con un cúmulo de nubes oscuras que se iluminaban periódicamente por la presencia de los rayos.
Afirmaba que, hicieran lo que hicieran, lo bijū acabarían por escapar de sus prisiones y que, cuando lo hicieran, su venganza caería sobre ellos de forma implacable. Temerosa de que una de aquellas bestias volviese a arrasar con alguna de sus ciudades, la Arashikage se negó en rotundo a tomar cartas en el asunto.
Pero Hanabi también tenía algo que decir al respecto. Como Yui, defendía que encerrar a los bijū era el origen de todos los problemas. E incluso iba más allá, mucho más allá de la línea que estaba dispuesta a pisar Kintsugi.
—¿Es impresión mía o ahora estamos hablando de una especie de... Derechos de los Bijū, Uzukage-dono? —cuestionó, arrugando la nariz en una mueca de completo rechazo.
Hanabi continuó hablando, y relató los detalles de una misión de uno de sus shinobi, un tal Sasaki Reiji. Que se habían encontrado con uno de los bijū, con el Ocho Colas en concreto, que había rechazado la oferta de Kurama de unirse a él y que murió junto a su anterior jinchūriki tiempo atrás. Que ese monstruo quería enviar un mensaje al resto de bijū y de jinchūriki sobre un mensaje que les dejó su padre, el mismísimo Rikudō-senin. Que los humanos y los bijū debían... colaborar.
«Patrañas. Palabras de néctar para engatusar vuestros oídos, Kage ególatras, ¿es que no os dais cuenta?»
Pero el relato no terminaba ahí. Parecía que también había conocido en persona al Ichibi. Y la propia Arashikage al Gobi. Defendían que ambos tenían sus propias motivaciones, ¡como si estuviesen hablando de seres humanos! La Morikage se llevó una mano a la frente, harta de escuchar tanta tontería junta. Pero hubo algo en las palabras del Uzukage que le llamó la atención: Ninjas con copos de nieve como bandanas que parecían servir al mismísimo Kurama.
—Muy bien —asintió Aburame Kintsugi, para estupefacción de Akazukin, que miró a su líder con ojos abiertos como platos. Pero la mujer no había terminado de hablar—: Quedémonos entonces con la búsqueda de Eikyuu Juro. Yo no os obligaré a tomar partido contra esas bestias, pero tampoco obligarán, ni a mí ni a mi aldea, a colaborar con ellos —sentenció, y no admitiría ninguna protesta al respecto—. Si queréis jugar a los amiguitos con esas bestias sedientas de sangre, adelante. Pero no cuenten con la Hierba para eso.
Akazukin, junto a ella, torció los labios. Si por ella fuera, ella y Mōrō iniciarían la caza de esos monstruos.
Pero Yui se atrevió a dar un paso más allá. Un paso muy arriesgado.
—No se le ocurra mancillar de esa manera la memoria de Moyashi Kenzou, Yui-dono —dijo lentamente. No se había movido del sitio, pero estaba claro que no le había sentado nada bien aquel último comentario—. Y no burles mi inteligencia: Lo que vi en el cielo aquel día no era Eikyuu Juro. Era un bijū con siete colas que había sido liberado por un muchacho que no llega ni a la mayoría de edad. Sólo os deseo que no tengáis que experimentar lo mismo en vuestras propias carnes.
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Hanabi aguantó la palmada amistosa —si esa era una amistosa, no quería saber cómo se sentía una hostil— con todo el aplomo del que fue capaz. Es decir, fingiendo un ataque de tos para disimular la cara de dolor mientras se cagaba en todos los muertos de Yui. Interiormente, claro. No fuese a desembocar en una Guerra Ninja.
—Qué me dices, ¿en serio? —preguntó, sorprendido. Sí, claro que él ya sabía lo de Ayame. Pero le sorprendió que se lo hubiese contado tan pronto, y usó esa genuina sorpresa a su favor. No le gustaba andarse con mentirijillas ni fingiendo, pero sabía que en ocasiones era lo mejor para todos—. Joder, Yui. ¡Esto es maravilloso! ¡Sí, coño! —exclamó, levantándose y devolviéndole la palmada. La suya fue amistosa y se sintió amistosa—. ¿Sabes lo que pienso, Yui? Pienso que hoy estamos cambiando la historia. ¡Pienso que hoy estamos dejando el mundo mejor de lo que fue ayer! ¡Ese será uno de nuestros mayores legados! Y te digo una cosa, ¡no desearía otro!
Ambos miraron a Kintsugi, y Kintsugi… Bueno, les arruinó la fiesta. Ella no se subía a la ola. ¿De qué se sorprendía? Estaba claro que no lo iba a hacer. Y, visto lo visto, tenían imposible convencerla de lo contrario. No hoy, al menos. Pero quizá algún día, si los bijū cumplían con su palabra y demostraban ser admirables aliados, la visión que la Morikage tenía de ellos cambiase. Eso era todo lo que podía esperar por el momento.
Yui, en cambio, o no compartía su visión, o le importaba un rábano allanar el camino en dicha dirección. Le soltó a Kintsugi, sin pelos en la lengua ni cortarse un pelo, que quizá el bijū era el inocente y Juro el traidor.
La Aburame no se lo tomó nada bien.
—Muy bien, muy bien —intervino, tratando de poner tregua—. Creo que las posturas respecto al tema ya están lo bastante claras. Kintsugi-dono, es una pena que decida ir por libre en esto. Espero que algún día reconsidere su postura.
De verdad que sí.
—Entenderá que entonces tampoco podrá contar con el Remolino para servirle a Eikyuu Juro en bandeja de plata. No hasta que hayamos averiguado el por qué. Quiero que lo sepa de antemano para evitar posibles futuros malentendidos. Pero no pienso poner en juego el futuro de Oonindo para saciar la sed de venganza de nadie, por mucho que pueda empatizar con tu deseo. —Normalmente más dialogante, en aquello fue serio y tajante. No pensaba permitir que un posible aliado como lo era el Siete Colas se volviese un enemigo y alguien más que temer en las filas de Kurama por repetir los errores del pasado.
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Yui no supo por qué, pero la alegría de Hanabi le puso nerviosa. Su capacidad de procesamiento y perspicacia no le permitió averiguar por qué, simplemente su instinto se olía algo, como se había olido algo el día que Aotsuki Ayame había abandonado su despacho a toda prisa. La realidad era, por supuesto, que Hanabi ya sabía lo de su jinchūriki desde hacía bastante tiempo. Eso es lo que a Yui le parecía raro, que esa alegría tan repentina de Hanabi era la típica alegría de alivio que alguien sentía cuando alguien estaba esperando que se cumpliese algo.
No obstante, estaba claro que la camaradería con el Uzukage iba a ser muchísimo más fácil que con Kintsugi, quien, al menos, eso sí, cedió se conformó con la declaración de Eikyū Juro como traidor. Pero, ¿traidor a quien? Yui ni siquiera había pensado en esa pregunta hasta que Hanabi dio un paso por delante de Amegakure. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se estaba ablandando demasiado. Debía de ser la edad. Lo había notado ya con Ayame, aunque a ella la apreciaba tanto como kunoichi que lo había dejado pasar. Pero, ¿cómo había sido tan estúpida?
Ya en su sitio, Amekoro Yui se cruzó de brazos y adoptó un semblante serio con el ceño fruncido. Tocaba poner a todo el mundo en su lugar, sí señor.
—Lo cierto es que... —comenzó—. Si Kusagakure no va a estar en sintonía con las otras dos aldeas, no veo por qué debiéramos inscribir a Juro en nuestro Libro Bingo. Es un traidor a Kusagakure si ha matado al Kage, de eso no hay ninguna duda. Pero a mí no me ha hecho nada, ni a mi aldea, y por tanto, mientras eso siga siendo así apáñate tú con tu búsqueda.
»Amegakure y Uzushiogakure, en mi opinión, tienen asuntos mucho más graves de los que preocuparse y no vendría nada bien que ese jinchūriki decidiera tomarla con ellas. Yo estoy para proteger a mi villa, Kintsugi. Mi villa, por encima de todo. Una Alianza contra Kurama no tiene por qué incluir otros adversarios, como comprenderás. Que ahora llegaré a ese tema, por cierto... Aunque a este paso creo que es algo que Hanabi y yo deberíamos de hablar personalmente. —Sus ojos de Tormenta se clavaron en Hanabi con significados ocultos.
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—Muy bien, muy bien —intervino el Uzukage, tratando de poner paz entre las dos mujeres—. Creo que las posturas respecto al tema ya están lo bastante claras. Kintsugi-dono, es una pena que decida ir por libre en esto. Espero que algún día reconsidere su postura. Entenderá que entonces tampoco podrá contar con el Remolino para servirle a Eikyuu Juro en bandeja de plata. No hasta que hayamos averiguado el por qué. Quiero que lo sepa de antemano para evitar posibles futuros malentendidos. Pero no pienso poner en juego el futuro de Oonindo para saciar la sed de venganza de nadie, por mucho que pueda empatizar con tu deseo.
Kintsugi frunció el ceño. Claro que, debajo de aquel antifaz, no debió percibirse.
—Estamos hablando de un shinobi transformado en bestia que ha asesinado al máximo líder de su aldea. ¿Qué más hay que rebuscar al respecto? Por mucho menos se pide la cabeza de un ninja en el tan Libro Bingo.
—Lo cierto es que... —añadió Yui, y la Morikage se volvió hacia ella. Aunque ya estaba viendo venir cómo iban a terminar las cosas—. Si Kusagakure no va a estar en sintonía con las otras dos aldeas, no veo por qué debiéramos inscribir a Juro en nuestro Libro Bingo. Es un traidor a Kusagakure si ha matado al Kage, de eso no hay ninguna duda. Pero a mí no me ha hecho nada, ni a mi aldea, y por tanto, mientras eso siga siendo así apáñate tú con tu búsqueda. Amegakure y Uzushiogakure, en mi opinión, tienen asuntos mucho más graves de los que preocuparse y no vendría nada bien que ese jinchūriki decidiera tomarla con ellas. Yo estoy para proteger a mi villa, Kintsugi. Mi villa, por encima de todo. Una Alianza contra Kurama no tiene por qué incluir otros adversarios, como comprenderás. Que ahora llegaré a ese tema, por cierto... Aunque a este paso creo que es algo que Hanabi y yo deberíamos de hablar personalmente.
Un tenso silencio invadió el templo de Hokutōmori, y se extendió durante varios largos segundos. Al final, Kintsugi entrelazó las manos sobre la mesa y soltó un largo y tendido suspiro.
—Viendo como están las cosas no me queda otra alternativa —dijo, alzándose en su asiento—. Desde hoy declaro la Alianza de Kusagakure con sus aldeas disuelta —resolvió, mirándolos con fijeza tras su antifaz. Tras ella, Akazukin se cruzó de brazos, mientras Hana seguía igual de estática que antes—. Así que no tenemos nada más que hacer aquí. Nosotros nos encargaremos de la caza de Eikyuu Juro.
La mujer se dio la vuelta, dispuesta a abandonar el lugar, seguida por sus acompañantes. Sin embargo, antes de terminar de salir, se detuvo momentáneamente y se giró una última vez hacia Hanabi y Yui.
—Por cierto, Arashikage-dono, Uzukage-dono. Yo avisaría a sus... Guardianes de cuidarse de entrar en el Bosque. No serán bien recibidos.
Aquella fue la última advertencia de Aburame Kintsugi.
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Hanabi miró a Yui, francamente intrigado. ¿Qué sería eso de lo que querría hablar en privado? El Sarutobi se limitó a asentirle, ya sentado de nuevo en su asiento de piedra, consciente de que tardaría al menos un buen rato en averiguarlo.
Kintsugi, que no se había tomado muy bien la negativa de Ame y Uzu en ayudarla, decidió cortar por lo sano y romper la Alianza que el propio Moyashi Kenzou había creado hacía un año. Con todo lo que se estaban jugando, con la amenaza inminente de Kurama, y decidía salirse del cobijo que solo la manada podía brindar y salir ahí afuera como un lobo solitario.
En verdad, no le sorprendía. Viendo cómo estaban las cosas, él mismo había tenido dudas de que ningún tipo de Alianza con ella fuese viable en aquellos momentos. Pero eso no evitó que sintiese una angustia el pecho, o que suspirase con profundo pesar.
—Si algún día cambia de opinión, Kintsugi-dono, sepa que Uzu le recibirá con los brazos abiertos —dijo, consciente de que ya no podía cambiar el rumbo que aquello había tomado.
Mas la Morikage, justo antes de irse, decidió darles una última advertencia. Una advertencia que sonó a amenaza. Hanabi apretó los puños, a ambos costados, pero ni se levantó ni hizo amago de replicar. Ni siquiera dejó salir un chispazo de su poder. No es que le faltasen ganas. No es que no tuviese que reprimirse, y mucho, en aquella ocasión. Simplemente sabía que no merecía la pena.
Miró a Yui, con la esperanza de interrumpirla justo antes de que esta estallase en cólera.
—¿Deberíamos decirle que son a sus ninjas a quien debe avisar si cometen la estupidez de intentar ponerles un dedo encima? —Sonrió. Una pequeña broma para distender el ambiente nunca veníal mal—. Porque, francamente, temo más por ellos que por Aotsuki Ayame o Datsue.
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La delegación de Amegakure asistió con incredulidad compartida a lo que sería recordado como el mayor error de la Villa Oculta de la Hierba en toda su historia. Kintsugi declaró disuelta la Alianza de las Tres Grandes y simplemente se levantó y se dispuso a marcharse, no sin antes lanzarles una advertencia que a todas luces, y sobretodo a la luz que le reflejaba a Amekoro Yui en la mesa, era una amenaza.
Si Hanabi pensaba interrumpirla antes de que estallase en cólera no conocía a su homónima del País de la Tormenta.
¡BAM!
— Cuidado, hija de puta. Yo no hablo a medias tintas como tú: si tú o uno solo de tus ninjas comete el error de tocarle ni aunque sea un pelo a Aotsuki Ayame o a cualquiera de mis shinobi, llevaré a todo mi ejército a tu puta aldea subdesarrollada y la arrasaré hasta que sólo queden cenizas.
Y si alguno de los presentes conocía a Yui, sabía que no lanzaba ese tipo de amenazas en vano.
No cuando no sonreía.
No cuando sus ojos azules brillaban con la furia de la madre de todas las Tormentas.
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— ¿Deberíamos decirle que son a sus ninjas a quien debe avisar si cometen la estupidez de intentar ponerles un dedo encima? —Hanabi sonrió, confiado—. Porque, francamente, temo más por ellos que por Aotsuki Ayame o Datsue.
Kintsugi ladeó ligeramente la cabeza, pero antes de que pudiera decir nada al respecto, Amekoro Yui volvió a estallar como el trueno de la Tormenta a la que representaba.
— Cuidado, hija de puta. Yo no hablo a medias tintas como tú: si tú o uno solo de tus ninjas comete el error de tocarle ni aunque sea un pelo a Aotsuki Ayame o a cualquiera de mis shinobi, llevaré a todo mi ejército a tu puta aldea subdesarrollada y la arrasaré hasta que sólo queden cenizas.
Pero la Arashikage estaba olvidando algo muy importante: ningún árbol del Bosque se inmutaba jamás ante el estruendo de un trueno. Jamás se doblegaba a la Tormenta. Y así tampoco lo hizo Kintsugi.
— Sólo era una advertencia. El Bosque no dará la bienvenida a ninguna bestia ni a sus tinajas —concluyó, antes de darse media vuelta y desaparecer de la vista de todos los presentes—. Os deseo la mejor de las suertes con esos monstruos, Hanabi-dono, Yui-dono.
Y las mariposas doradas levantaron el vuelo desde la mesa... y desde el interior de los ropajes de los otros dos Kage. Una pequeña medida preventiva, por si las cosas se ponían feas. Afortunadamente, no había tenido que recurrir a ellas, pero había quedado claro que se habían quedado solos en aquello. Las mariposas volaron tras la estela de su madre, y se perdieron junto a la comitiva de Kusagakure, que volvía hacia el norte.
— Oh... Mōro está deseando hincarle el diente a una de esas bestias inmundas. ¡Como se les ocurra poner un pie en el País del Bosque, seremos los primeros en ir tras ellos!
Y el enorme lobo azabache erizó el pelo del lomo en respuesta, enseñando aquella temible hilera de dientes como navajas.
Kintsugi siguió con la mirada al frente. Le tocaba cuidar de la seguridad de su aldea, y si tenía que hacerle frente a todos los peligros del mundo ella sola, así lo haría. Serían fuertes, como una pupa antes de abrirse en una hermosa mariposa.
1 AO revelada – Había mariposas doradas ocultas entre las ropas de los Kage
1 AO nueva – Evolutiva de facultad 60 que le corresponde a Kintsugi por pertenecer al clan Aburame. Ha sido enviada a AO-Sama.
Off Aburame Kintsugi abandona la trama.
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Oh, pero claro que la Arashikage no se había dejado distraer. Descargó su furia en amenazas, amenazas que Hanabi sabía bien que se convertirían en sucesos si a Kintsugi se le pasaba por la cabeza convertir sus palabras en hechos. Así era ella, la viva imagen de la tormenta. Y no es que Uzushiogakure no Sato fuese a permanecer petrificado si a la Morikage se le ocurriese tocar a uno de sus shinobis. No, lo que sucedía era que los truenos y los rayos se veían venir por las nubes de tormenta. Siempre avisaban. Pero, el fuego de un incendio…
El fuego de un incendio surgía de la chispa más imprevista. De una llama mal apagada. De la misma ceniza. Y nada agradaba más al fuego que consumir el verde y la hierba. Sí, Hanabi era un hombre de paz. Y pensaba seguir así…
… a no ser que alguien le obligase a no serlo.
—¿Qué demonios…? —farfulló, cuando varias mariposas doradas salieron de las mangas de su kimono.
—¡Hanabi-kun! —exclamó Katsudon, dándole varias palmadas en los ropajes para ahuyentar cualquier insecto que hubiese podido quedar.
—Don… ¡Don! ¡Que me vas a machacar, hombre! —protestó, maltrecho por las hostias amistosas de su compañero. Como si no le hubiesen bastado las de Yui—. Kuza, ¿estás bien?
Kuza, tras comprobar que a Hanabi no le pasaba nada, se había afanado en comprobar también que ella estaba a salvo de aquellos bichejos. Se había mirado los huecos de las mangas; el cuello del jersey; la cintura estirando un poco el pantalón; y finalmente, saltado a la pata coja mientras comprobaba los bajos del pantalón.
—S-sí. Todo en orden, Hanabi-sama. Lamento no haberme dado cuenta.
—No te ensañes por eso, Kuza —dijo, quitándole hierro mientras desviaba la mirada hacia el resto de la delegación—. Ninguno nos dimos cuenta.
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Pero lejos de amedrentarse, Kintsugi insistió en su amenaza escondida de advertencia. Justo cuando Yui estaba a punto de contestar, las mariposas doradas que la Morikage les había dejado frente a la mesa levantaron el vuelo. También de dentro de la ropa. Instintivamente, tanto Yui como Shanise se deshicieron en sendos enormes charcos de agua, alarmadas, mientras que Kurozuchi se parecía más a la delegación de Uzushio, quien como locos trataban de ahuyentar cualquier otro insecto de sus ropas.
Para cuando la Arashikage recuperó su forma, Kusagakure había abandonado la reunión. La mujer golpeó con el puño la mesa de piedra del templo abierto, temblando violentamente.
—Espero que habléis con tanto orgullo cuando os quedéis sin electricidad, hijos de puta. Porque yo no os la voy a suministrar —murmuró Yui—. Y esa perra... esa perra se va de cabeza a mi Libro Bingo.
Yui se dio la vuelta hacia Hanabi.
»Esto es indigno. ¡Nosotros ayudamos a Kenzou a subir al poder! ¿¡Quién se ha creído esa imbécil!? Kusagakure era una aldeucha hundida en su propio estiércol antes de que echáramos una mano al viejo. Deberíamos hacer que vuelvan a sus orígenes. —Dirigió una breve mirada al suelo—. Hanabi. Nuestras aldeas siempre son más fuertes. Siempre han sido más fuertes. Volvámonos más fuertes —dijo—. Juntos. Forjemos la Alianza Tormenta-Espiral.
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Lo sabía. Yui y Shiona habían hecho mucho por Kenzou. Le habían ayudado a subir al poder, consiguiendo así dar estabilidad y fuerza a una Villa que carecía de ella en aquellos momentos. Pero Kintsugi no había heredado esa deuda, ni tenía pensado honrarla ante ellos. Así lo había demostrado con sus declaraciones, y con sus acciones.
Hanabi suspiró.
—Kintsugi está cegada por el odio y la venganza, Yui. No te precipites con ella, por favor te lo pido. No te estoy sugiriendo que continúes suministrándole electricidad. Son tus recursos, es tu decisión. Y ella se largó de la Alianza, además. Eso tiene consecuencias. Pero no nos precipitemos intentando joderla más allá de eso. Todavía está a tiempo de recapacitar, de abrir los ojos. En lugar de ponernos en su contra, enseñémosle a ella, y a sus ninjas, lo que se pierden. —Sonrió—. Y la Alianza Tormenta-Espiral me parece una forma cojonuda de hacerlo. Joder, me gusta. ¡Me gusta como suena! ¡Me gusta lo que vislumbro!
Hubiese preferido una Triple Alianza, claro. Pero antes de Uzukage, había sido ninja, y antes de eso, hijo. Hijo de una familia desestructurada y alcohólica, con problemas para acatar el orden público y las normas. Era por eso que, ya desde que tenía uso de razón, había aprendido a apreciar los pequeños regalos que le daba la vida. Los breves pero maravillosos momentos de sobriedad de su madre, cuando no era más que un crío. El recuerdo de su abuelo paterno, enseñándole a sujetar el Keiko Bō de la manera correcta. Las buenas comidas y las generosas kimadas que se había tomado de tanto en tanto con Yakisoba y Raimyogan. Cada momento compartido con Shiona…
Shiona.
—Yui, en el pasado fui yo quien propuso un vínculo de sangre —empezó, algo más serio—. Ahora me doy cuenta que dicho vínculo solo sirve mientras los que lo firman sigan siendo Kages. —Y, sino era así, de poco servía. Kusagakure era el claro ejemplo—. Lo que quiero decirte es que… Antes desconfiaba, pero ahora veo porqué Shiona te tenía en tan alta estima. Porqué confiaba en ti. Si vamos a hacer esto, a mí ya no me hace falta ningún vínculo que me garantice que vas a cumplir. A mí me sirve tu palabra.
»¿Te sirve a ti la mía?
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Hanabi actuó en su habitual papel de mediador, pero a aquellas alturas Yui estaba demasiado obcecada con la forma de ser de Kintsugi y con lo que ella consideraba una osadía terrible como para prestar atención a ninguna de sus peticiones. Se limitó a responder a cada una de ellas con un gruñido, cada cual más iracundo. No obstante, respetaba a ese hombre, y agradeció su entusiasmo cuando le sugirió la Alianza Tormenta-Espiral, y más aún agradeció sus últimas palabras. Mostrándole esos dientes afilados suyos, Yui alzó la barbilla con orgullo y contestó:
—Los Hijos de la Tormenta aceptan tu palabra y te dan la suya, Sarutobi Hanabi —dijo, solemne. Luego, ensombreció el semblante y bajó de nuevo a la realidad—. Pero eres demasiado blando, joder. ¡Mira lo que ha hecho! —destacó, señalando al lugar por el que se había marchado la Morikage—. ¡Ha profanado Hokutōmori! ¡O directamente ha desconfiado de nuestro honor no creyendo que nosotros íbamos a mantenernos en la neutralidad! ¿¡Sabes lo que he tenido que controlarme para no reventarle los putos dientes a ese chucho que venía con ellos!? ¿Y todo para qué? ¿Para que me entere que tenía un as en nuestras mangas, preparada para atacarnos por si intentábamos algo? Me cago en la puta, Hanabi. Es una vacilada en toda regla. ¡Es indignante!
»Por eso nuestra primera medida debería ser prohibir a los kusajin la entrada a nuestros países. O que se atengan a las consecuencias.
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Hanabi hizo un ademán con la mano, como queriendo quitar importancia a la jugarreta de Kintsugi.
—Si lo sé, Kintsugi es una novata a la que le faltan ciertos modales. Parece como si no hubiese aprendido nada de Kenzou —apostilló—. Y a mí también me jode, coño. No le dimos ni un solo motivo para desconfiar así de nosotros. Pero, ¿realmente nos merece la pena?
Negó con la cabeza.
—Cerrémosles las fronteras, y ellos harán lo mismo con nosotros. ¿Cómo enviaremos a nuestros ninjas de misión a Kaminari no Kuni, entonces? No les quedará más remedio que ir en barco. Por no hablar de los recursos que tendríamos que destinar para asegurarnos de que ningún kusajin cruza nuestras fronteras a pie o ferrocarril. Y lo peor es que algún día un kusajin cruzará, nosotros le pillaremos, y ahí empezarán los problemas. La tensión que hubo cuando lo de Zoku se quedará en nada en comparación. Y mientras Kurama riéndose a nuestra costa. ¡Porque le estaremos haciendo todo el trabajo sucio!
Eso era lo que Kurama pretendía: que se enemistasen. Que tuviesen rencillas. Que no se apoyasen entre ellos. Era el primer paso de la derrota.
—Yui, centrémonos en lo importante. Centrémonos en quienes ya nos han hecho daño. En quienes nos quieren y nos han hecho sangrar. Y si algún día Kintsugi cruza esa línea roja, bueno, entonces…
»… entonces ya puede esconderse bien, porque comprobará que el fuego puede ser más blando que la madera, pero eso no le impide reducirla a cenizas —finalizó, más bélico y ardiente de lo normal.
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¿Una novata? No. No era una novata a la que le faltasen modales, era la Morikage de Kusagakure. Si cuando era genin alguien le hubiera enseñado las consecuencias que podían tener las palabras de uno, ahora no habría dicho lo que dijo, las formas con las que lo dijo, ni amenazado con atacarles. No, en Amegakure aquella payasa no hubiese durado ni dos telediarios. No obstante, tuvo que callar ante el razonamiento siguiente de Hanabi, quien le recordó que limitar la entrada de los shinobi de Kusagakure en su territorio podía no interesarles para según qué asuntos propios.
—El problema, Hanabi, es que el día que Kusagakure cruce esa línea roja uno de nuestros jinchūriki estará en peligro de muerte —dijo Yui—. Es un riesgo que no podemos asumir.
—¿Piensa prohibir a Aotsuki Ayame cruzar la frontera con el Bosque? —preguntó Shanise.
—Pienso prohibírselo, pero no me va a hacer ni puto caso, como supongo que tampoco se lo hará a Hanabi el Uchiha. —Yui suspiró y se dejó caer sobre la mesa, abatida—. Cada vez estoy más cansada de todo, mierda. Joder. Hostia puta.
»¿Sabes, Hanabi? El otro día Ayame se presentó en mi aldea con un Kage Bunshin de Umikiba Kaido.
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